lunes, 27 de mayo de 2013

LA CARA OCULTA DEL MONCAYO



Día 26 de Mayo de 2013


La primavera
Miguel Mena en su descripción de esta zona dice: "Es más fácil encontrarse con alguien camino de la cumbre del Everest que en el ascenso al Cerro del Morrón, en las proximidades de Purujosa, provincia de Zaragoza".
Y algunos de los que hoy transitamos por estas tierras,  que no hace mucho que estuvimos por el valle que asciende hacia al Everest, o sea por el Valle del Khumbu (entradas de Noviembre de 2012), corroboramos tal afirmación.
Cruzando el río Isuela
Toda una jornada por esos rincones de la Sierra cuyos núcleos Calcena y Purujosa, desconocidos para muchos, escoltan al río Isuela que aguas más abajo dan apellido a poblaciones como Mesones, dominada por su castillo donado por Sancha de Abiego a la Orden del Temple, junto a sus habitantes mudéjares, en 1175.
Dejamos los coches en Calcena, población que llevó fama un tiempo por sus minas de plata, que en la actualidad ya no son explotadas por su falta de rentabilidad.

Calcena
El casco urbano, al que se accede por un arco sobre el que está la capilla de la Virgen de la Nieves, es accidentado y pintoresco y denota su origen musulmán. La forma del casco urbano es casi circular, con callizos, callejones, calles quebradas y pasos cubiertos, típicos del urbanismo laberíntico y sinuoso islámico.
Ababoles
Hoy en día, Calcena es el centro de la llamada "Cara oculta del Moncayo", que yo más que oculta la llamaría desconocida. Centro, también de múltiples actividades relacionadas con el medio ambiente, el senderismo, la escalada... Se celebran las Calcenadas de Primavera, Verano y Otoño, muy populares entre las gentes "gastadoras de calcetín".
Nuestros guías de hoy, José Luis Martín y su encantadora esposa Mª Jesús, conocedores de la zona, dirigen nuestros primeros pasos sobre el puente del Isuela en dirección a la ermita de San Cristóbal, que aunque no de mucho valor y con múltiples antenas adosadas a la fachada y alrededores, sí que su emplazamiento invita a detenerse un rato a contemplar el paisaje.
Vista desde S. Cristóbal
Desde el mirador podemos ver el Pico de Lobera, la Peñas de Herrera, Calcena y parte de la ruta que vamos a recorrer posteriormente, flanqueada por las Peñas Alba, el Cerro Morrón, Plana de Los Ascones...
Pero ya en la subida a la ermita, lo que más nos entusiasma son las flores. Tras las recientes lluvias y nevadas, el sol ha provocado en la naturaleza una explosión de espectacular rebeldía en la que el ababol (amapola) nos marca el camino a seguir.
Las Peñas del Alba
El camino a San Cristóbal es de ida y vuelta. De nuevo pasamos por Calcena, tomamos la carretera que transcurre por la margen izquierda del Isuela hasta que un kilómetro abajo, el cartel de la GR-90 nos enseña la ruta a seguir.
Comenzamos la pista que discurre por la derecha del barranco de La Loma. Tras pasar por los corrales de Boquero en donde tomamos un atajo, llegamos hasta el corral de la Loma. A partir de aquí una empinada pero cómoda senda, nos conduce bajo las Peñas del Alba en las que unas cuevas albergan (nos cuenta José Luis), unos cuantos murciélagos.
Erizón lila
En este momento, también empezamos a comprender los de las minas de plata, el suelo está jalonado por lajas de piedra que en sus cortes se aprecia claramente el brillo de tan preciado metal (seguro que no tiene ningún valor, sino no estarían aquí).
Volvemos a ver el erizón lila, el tomillo floreciente que a nuestro paso desprende su olor tan apreciado en la cocina, romeros, lavanda, ...
Llegamos al collado Somero, volvemos la vista atrás y a lo lejos divisamos la ermita que antes hemos visitado, se ven también las sierras de Vicor y Algairén.

Paredes de Valdeascones, Peña de los Moros y al fondo la Peñas de Herrera
De frente, la senda que rodea las Peñas Alba nos baja al barranco de Valdeplata.
En el mismo cauce del barranco, valoramos la ruta a seguir. La hora, el camino recorrido, el desnivel acumulado y el regreso,  nos llevan a tomar el curso del Barranco de Valdepino, aguas arriba.
Y no nos va a penar, solo mirar al suelo y entre la variedad de plantas (juncos, tomillos, sauces, escaramujos, guillomos...), una arenilla brillante delata el pasado minero de estas tierras.



Cara norte Peñas Albas
A nuestra izquierda, las paredes que sujetan la Plana de Valdeascones, nos dejan contemplar, una vez más, el elegante planeo del buitre. 
A la derecha otras paredes, las de la Peña de los Moros, rezuman humedad y las plantas trepadoras cubren las zonas mas umbrías de este barranco que cada vez más, se va encajonando.
El agua aparece bajo nuestros pies y fruto de esta, la vegetación se va espesando y las piedras que pisan nuestras botas se encuentran pulidas, hay que prestar atención para evitar posibles accidentes.
Por el barranco de Valdepino
 Maite y Mª Jesús, deciden quedarse a comer en un punto en el que el barranco se estrecha bastante, el resto seguimos ascendiendo con el fin de llegar al collado del Campo, pero el reloj es implacable y sus saetas no paran de girar una y otra vez, por lo que tras haber pasado ciento y un toboganes, damos la vuelta y nos dirigimos al  comedor en que nos esperan las arriba mencionadas. Hace calor, el sol está alto, se adentra en el cañón y algunos nos cobijamos a la sombra de un árbol que en pendiente ladera ha crecido. En tan "cómodo comedor" damos cuenta de nuestra despensa y sin perder el tiempo comenzamos el regreso, hace calor y el poco cielo que desde el lugar divisamos, anuncia tormenta para la tarde.
Y efectivamente, Una negra nube a nuestra derecha, en el Moncayo, y otra al frente, por la sierra de Algairén, nos anuncian que aceleremos el paso, que las flores que ahora vemos ya estaban por la mañana, o sea que las dejemos de observar.
No hemos encontrado ni un alma en todo el camino. Ahora ya en las proximidades de Calcena, un pastor con su rebaño de cabras paciendo en el prado, nos saluda mirando al cielo (pensará :¡de buena se han librado¡).
Calcena


Ya en las calles de la localidad, las primeras gotas (y unas vecinas) asoman de entre sus chopos y viejas casas, son el epílogo de una tarde lluviosa que por enésima vez en este año, regará ese gran jardín que es la Sierra del Moncayo. Nosotros nos regamos con una cerveza en el albergue de Calcena.
Y Miguel Mena termina:  "Ojalá la soledad y el silencio se pudieran ordeñar como se ordeña una vaca para vender litros de tranquilidad en tetra brick. Mientras llega ese invento, lo mejor es respirar a pleno pulmón la magia de esta cara oculta, perdiéndose por los vericuetos de Calcena, de Purujosa, del Morrón y de cada uno de los cerros y barrancos de esta tierra tan brava como también acogedor".

Hasta pronto

FOTOS DE LA JORNADA

Perfil de la marcha. 19,6 Km.  960 m. acumulados

Ida y vuelta

Mª Jesús Escuer, me ha mandado un cuento suyo que no puedo resistirme a publicar, con su permiso, en estas páginas dedicadas a ese Moncayo desconocido.



VALDEPLATA

  Bajó raudo y su sombra se confundió en los juegos de luces provocados por las tenebrosas nubes que, rotas en negros jirones, amenazaban con deshacerse sobre la reseca tierra. Tsihc se escondió tras un voluminoso grupo de erizones en flor. Estaba convencido de que la paz establecida era, hacía ya tiempo, una realidad tangible aunque ya nada volvería a ser lo mismo. Conocía los peligros de acercarse a los gnomos, pero la historia que impregnaba el lugar patinándolo con su misterio, siempre le había impresionado. Moncayo, desde su  atalaya, rodeado de nieves perpetuas, dominaba con su fuerza todo el territorio pero a veces, de tanto como lanzaba su penetrante  mirada a lo lejos, no se percataba de lo que se tramaba a sus mismos pies. Quizá fuera la sensación de poder absoluto la que impedía pensar en que alguien osara romper las leyes no escritas. Mientras daba cuenta de un puñado de oscuras y jugosas moras, Tsihc intentó ordenar sus recuerdos.

       Años atrás, el gran señor, encargó a un grupo de gnomos el cuidado de la gran mina de plata que se hallaba oculta bajo la cabecera  de uno de los grandes barrancos que, como profunda herida partiendo de sus faldas y oculto por varias peñas, permitía que el agua de las tormentas y del deshielo bajara brincando, veloz y  feliz, para llenar el río con su riqueza. Sabedor del febril amor por las joyas y los metales preciosos de estos pequeños seres, les encomendó tan ardua tarea haciendo especial hincapié en que se mantuvieran ocultos y en que no dejaran escapar aguas abajo ni una pequeña muestra que pudiera avivar la curiosidad de los hombres; a cambio, les permitía quedarse con una parte de lo extraído para añadir a sus, ya de por si, grandes tesoros. El encargo incluía la prohibición de asaltar o poner trampas a los humanos con el objetivo de mantener la calma en la zona, no descubrir el lugar y no despertar sospechas.
        Los gnomos, según su costumbre, construyeron sus viviendas bajo tierra y habilitaron también unas cuevas semiocultas en las grandes paredes, reforzándolas con acumulación de piedras perfectamente encajadas y bien cubiertas por hiedra para mayor seguridad. Desde el camino que unía las poblaciones de los hombres que habitaban la comarca, eran totalmente invisibles Fabricaron grandes hornos que se encendían aprovechando los días de niebla, abundantes en la zona, para que el humo pasara desapercibido. Las piedras eran trituradas con los martillos por los  enanos más fuertes, mientras los niños, cernían el lodo y buscaban las brillantes y valiosas partículas. En las cuevas preparadas a tal efecto, montaron sus laboratorios y colocaron abundantes cuencos con el cianuro necesario para acelerar el proceso de lavado y lograr un mineral libre de impurezas. Infatigables trabajadores, poco a poco cosecharon una importante cantidad. Las riquezas se acumulaban ordenadas cuidadosamente en el subsuelo y Moncayo disponía de pequeñas cantidades que distribuía a sus súbditos discretamente, según sus necesidades, permitiendo a los enanos hacerse con el grueso de la producción.
      Transcurrieron unos años de gran felicidad y sin problemas. Un mal día, dos humanos huyendo de la justicia, fueron a parar al cruce de caminos. Siendo noche cerrada, al carecer de luz para ver lo más imprescindible, decidieron descansar hasta la mañana siguiente en unos corrales que se utilizaban para recoger el ganado en época de partos. Llevaban consigo un botín de oro y piedras preciosas que habían robado en una casa del cercano reino, dejando malheridos a sus moradores. Los gnomos olfatearon enseguida la riqueza de los sacos despertando su codicia. El gran revuelo ocasionado obligó a convocar una reunión urgente. Traicionados por su naturaleza, la tentación era demasiado fuerte. Un niño les recordó el pacto con el gran señor, pero le hicieron callar con la excusa del respeto debido a los mayores.
   Tras arduas deliberaciones, se enzarzaron en discusiones que fueron a más, sacando a relucir antiguas rencillas entre las distintas familias. Ganaron aquellos que se creían en el derecho de robar a los ladrones ya que, según ellos, habían logrado el tesoro por medios ilícitos. Al tomar tan grave decisión, varias familias de gnomos abandonaron la zona para volver a las tierras altas del Horcajuelo de las que habían partido años atrás; el resto,  prepararon una estrategia para hacerse con las bolsas de las joyas.
   A la mañana siguiente, los hombres, sujetando su preciada carga, bajaron al río para lavarse. En el fondo, entre los cantos redondeados por la acción del agua, descubrieron una piedra preciosa engarzada en plata. Al incorporarse con ella en la mano advirtieron pequeños destellos de luz aguas arriba. Se dirigieron hacia el lugar encontrando un bellísimo collar de esmeraldas y decidieron explorar, presas de gran excitación, los alrededores. Tras caminar una media hora se encontraron con una gran explanada salpicada de pepitas de plata pura. Pasado el primer instante de sorpresa, y sintiéndose seguros, se lanzaron sobre ellas como lobos sobre corderos dejando al lado los sacos que portaban el valioso contenido. Sigilosamente, los gnomos que observaban la escena esperando una oportunidad, se las ingeniaron para escamotearlos. Al percatarse de la pérdida, los ladrones comenzaron a dar voces. Sacando sus largos cuchillos, destrozaron los matorrales buscando huecos por los que pudiera haberse escurrido o camuflado el botín. En su locura destructora, descubrieron una cueva tapada  por piedras colocadas regularmente y cubierta por cortinas de ramas y hojas. Ayudándose con gruesos troncos a modo de arietes, golpearon frenéticamente el murete hasta que éste cedió. El estrépito fue repetido por el eco hasta hacerse insoportable. Los gnomos, que no estaban acostumbrados a que los humanos les hicieran frente, comenzaron a salir de sus moradas para defenderse del ataque con hachas y martillos. Eran más numerosos, pero no contaban con la ferocidad y la fuerza de los bandidos que les lanzaban rocas de gran tamaño ayudándose con todo tipo de artilugios improvisados.
     Al cabo de una hora, el lugar era un caos. En las poblaciones más próximas creían que el estruendo se debía a que se avecinaba una tormenta de grandes dimensiones y se refugiaron en las casas cerrando los postigos, tras asegurar en los corrales a sus animales.
     No se conoce la causa concreta que hizo reventar el gran horno, pero del fondo de éste,  surgió roca derretida con tal fuerza que se elevó varios metros sobre la superficie del barranco. Hombres y gnomos desaparecieron. Si hubo supervivientes, guardaron muy bien el secreto. El tranquilo valle de plata, se convirtió en un lugar totalmente distinto. Los grandes farallones que lo rodeaban, pasaron a ser moradas de los buitres. Extrañas formaciones rocosas con formas semihumanas o de gnomos cargando pesados sacos a la espalda, pueblan desde entonces el lugar y grandes y caóticas piedras cubren el suelo haciendo muy difícil el tránsito. Tan solo algunas cuevas con retazos de muretes pétreos recuerdan vagamente lo que fue aquello.
        Años después, los hombres de la comarca descubrieron aguas abajo una mina de plata y la trabajaron para sacar la riqueza que la tierra, tan generosamente, les ofrecía. Moncayo, les dejó hacer. La paz volvió a reinar y los trágicos acontecimientos quedaron ocultos tras el obscuro manto del tiempo y del olvido.

    Tsihc, terminó de comer y salió corriendo. Por muy duende que fuera, el lugar le impresionaba y no las tenía todas consigo cuando deambulaba por allí, aunque reconocía que el lugar poseía una extraña e hipnótica belleza. Quizá fuese la de la naturaleza en estado puro, tal y como siempre debería de haberse conservado. La codicia jamás lleva a nada bueno, pensó. Soltó una carcajada al recordar que eso, precisamente,  era lo que su abuela le decía cuando pretendía obtener más de lo que le correspondía, reprendiéndole por ello. 
         Suspiró mientras sacudía sus ropas deshaciéndose de las briznas de paja enganchadas en su jubón, desapareciendo tan rápido como había aparecido.

María Jesús Escuer
Octubre de 2008



2 comentarios:

  1. Me ha encantado la excursión y como la has contado. Apunto un sitio por descubrir.

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  2. Vale, pero te recomiendo dejarla para Otoño, Invierno o Primavera, ahora puede ser muy calurosa.
    Pese a ser anónimo, un saludo.

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