Día 3 de mayo de 2025
Entre tormenta y tormenta, hoy nos dirigimos hacia la cercana Sierra de Alcubierre con la esperanza de encontrar la calma que la naturaleza primaveral nos ofrece, pero también con la determinación de confrontar los vestigios de una historia reciente que algunos prefieren enterrar en el olvido. Esta Vieja Mochila no puede ignorar los episodios que marcaron nuestro país, aunque intenten ser borrados por los vientos cambiantes de la política y la indiferencia.
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Desde lo alto |
Así que cogemos el buga y nos lanzamos carretera adelante, por la A-129, en dirección al viejo puerto carretero de Alcubierre. En lo alto, nos desviamos por una pista asfaltada que nos deja en el aparcamiento de la Posición San Simón. El sol no perdona, así que nos embadurnamos con crema como si fuéramos a asarnos en la parrilla, nos ajustamos bien las botas —que esto no es paseo de domingo— y, hale, a gastar tabas y memoria, que las dos cosas hacen falta.
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Alrededores de la Posición de San Simón |
La subida no es larga, pero tiene su genio. Al poco, alcanzamos un monumento plantado por el bando golpista, ese que se alzó contra la democracia a golpe de fusil y misa, y que encima se permitía el lujo de "homenajear" a los suyos en lo alto del monte, como si fueran héroes de una causa justa. Y allí está, aún en pie, como una mueca de piedra en mitad del paisaje, recordándonos que la desmemoria también levanta sus altares. |
Monumento a la desmemoria |
Con un nudo apretado y rabia bien contenida, dejamos atrás el homenaje a la infamia y seguimos unos metros más hasta alcanzar el vértice geodésico del Puy Ladrón, 700 metros sobre el mar, donde la vista se abre como si la historia pudiera, por fin, respirar un poco. Aquí, al menos, manda la tierra. Y nosotros, por un rato, también.  |
Puy Ladrón |
Lástima que la bruma, terca como la desmemoria, no nos deje ver más allá de los valles y montes de esta sorprendente Sierra de Alcubierre. Si el día estuviera claro, nuestras retinas podrían festearse con la silueta de los Pirineos recortándose al fondo, el Valle del Ebro extendiéndose como una promesa lejana, y el Moncayo ahí, altivo, marcando territorio como buen centinela. Pero hoy no puede ser. |
Al norte, los Pirineos escondidos |
Pronto nos adentramos en un bosque de pino carrasco, sabina albar, enebros y demás ilustres del secano. Pero lo que de verdad se lleva el protagonismo hoy es el estallido floral: un auténtico jardín silvestre que la naturaleza, generosa y sin pedir entrada ni aplauso, nos extiende bajo las botas. |
Linum |
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Seis joyas |
Nada que ver con ese festival de floripondios que la autoridad zaragozana se saca de la manga primavera tras primavera, a golpe de talonario, para dejar el centro de la ciudad como una postal de Instagram. Los barrios... bueno, los barrios que se las apañen con algún geranio marchito y dos macetas tristes. Aquí, en cambio, la primavera brota sin permiso, sin protocolo y sin selfie oficial.  |
Los ababoles (estos) también participan |
Vamos descendiendo entre colinas y vales, entre bosques y jardines, como en una vieja canción de caminantes, aunque aquí la música la ponen los pajarillos, que en estas fechas ofrecen auténticos conciertos: Ruiseñor, pinzón, chochín, jilguero, cuco, carbonero...
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Descendiendo |
Alcanzamos una pista que nos conduce, en dirección contraria a tres máquinas aventureras de puro acero, hasta lo más hondo del trayecto, ese punto en el que la civilización asoma en forma de la A-129, carretera que cruzamos con la calma del que no tiene prisa ni la quiere. A los pocos metros, alto en el camino: avituallamiento técnico —plátano en mano, claro, que aquí no hay food trucks ni menús de degustación,.
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––¡Esto no es el Dakar! |
El sendero ahora se pega a la falda de una val aterrazada, sembrada con una mies verde y orgullosa, tan alta y lozana que dan ganas de aplaudirle. Si el tiempo sigue por este camino, vamos a tener tanto grano que no va a caber en los silos. Eso sí, que no se enteren los mercados, no sea que empiecen a especular con el trigo de los Monegros y tengamos que guardar la cosecha bajo llave. |
Buena cosecha |
En algunos tramos, la senda se oculta bajo una alfombra floral que la primavera ha tendido sin pedir permiso, un regalo efímero que nos acompaña hasta el final de la val, donde comienza la subida hacia el segundo protagonista del día: el Monte Irazo, o Loma Orwell.
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––¿Dónde está la senda? |
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Alfombra de margaritas |
Fue aquí donde, en enero de 1937, George Orwell combatió con las milicias del POUM. Pasó primero por Monte Pucero y luego por esta posición, dejando testimonio de su experiencia en Homenaje a Cataluña, un relato sincero y necesario que aún hoy nos interpela.
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En el Monte Irazo |
Entre trincheras, alambradas y viejos pozos de tirador, se respira memoria. El tiempo ha desgastado la tierra, pero no el recuerdo de quienes, como Orwell, creyeron que la libertad merecía ser defendida, incluso entre el frío y la pólvora de los Monegros.
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Una de las trincheras |
Dejamos atrás el Monte Irazo, no sin antes echar una última mirada, hacia las trincheras con tanta historia. Descendemos hasta la vieja carretera de Alcubierre, vía que, poco a poco, va siendo engullida por la vegetación, especialmente por la férula, esa carretera que huele a alquitrán reseco y a tiempos pasados, para cruzar de nuevo la ya familiar A-129. |
Ferula |
Ahora toca subir por donde antes habíamos llegado en el buga, tan cómodos, tan motorizados... pero esta vez no hay motor que valga: solo piernas, resoplidos y algún que otro “¿quién me manda a mí?”. Peroya está hecho, la cima está a tiro de bota y el esfuerzo tiene recompensa.
Porque sí, lo mejor viene ahora: las birras (sin alcohol, que el menda conduce), celosamente escondidas a la fresca sombra de un matorral, como un tesoro de caminantes precavidos. Y allí, en silencio cómplice, con polvo en las botas y la historia en la mochila, procedemos a mover el bigote. Que nadie diga que no sabemos cerrar una jornada como es debido.
Y así, entre flores rebeldes, trincheras mudas y caminos que a ratos parecían no llevar a ninguna parte, cerramos la jornada por la Sierra de Alcubierre. Ha sido un paseo, sí, pero de esos que te sacuden por dentro mientras te calan los pantalones y te llenan las botas de historia y cardo. Hemos caminado por paisajes que desbordan belleza sin filtros, sin decorado, sin presupuesto municipal. Hemos pisado memoria, esa que no sale en folletos turísticos ni se pinta de colores para las fiestas. Porque caminar por aquí no es solo hacer senderismo: es recordar, reclamar, y de paso, disfrutar de lo que aún nadie ha conseguido privatizar: la verdad y el aire.
Y con eso, mochila al hombro y bigote satisfecho, damos por concluida la jornada. Hasta la próxima. Que la memoria no se oxide, que el sendero no se borre, y que siempre haya una birra esperándonos en la sombra de algún matorral.
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Bonita ruta y una gran crónica. A seguir disfrutando. Ester
ResponderEliminarGracias Ester. No hay más que salir de casa y cualquier ruta te puede deparar alguna sorpresa y muchas, muchas enseñanzas. Un abrazo
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