Día 10 de mayo de 2025
El programa de Esbarre para hoy era marcarnos una excursión de altura: subir hasta Yebra de Basa, recorrer el "Camino de las Ermitas" hasta la de Orosia, y bajar dignamente a Satué. Pero el cielo tenía otros planes —grises, mojados y nada alentadores—, y los chefs, con esa sabiduría que les da el amor propio seco, han optado por no embarcarnos en una aventura que prometía empaparnos hasta los más recónditos rincones del alma… y de la ropa interior.
Así que, tras recoger a la comitiva de “Osca” y hacer la tradicional parada técnica (esa que sirve tanto, para tomar un café, o lo que sea, vaciar vejigas, o como para despejar neuronas viajeras), se ha tomado la sabia decisión de que el autobús, en manos del siempre solvente y sereno Pablo, nos lleve con maestría hasta Lárrede, para dar un corto paseo por un espectacular quejigal.
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¿Lloverá? |
Pero hoy, más allá de la distancia a recorrer o los desniveles que marquen el camino, más allá incluso del lejano paisaje que, como en esta jornada, se esconde tímidamente tras las nubes, ni tan siquiera las fotografías, hoy hay algo mucho más valioso. Lo realmente importante es que realizamos y celebramos la salida número 300 de Esbarre, este grupo que comenzó su andadura allá por el lejano 2001 y que, con el paso del tiempo, ha madurado con fuerza y sigue caminando con una salud envidiable, como si los años solo le hubieran dado más impulso. |
A por la 300 |
Pero bueno… que una ocasión tan solemne como esta no me exime de contar, aunque sea por encima y sin ponerme lírico (que ya me conocéis), el paseíto que nos marcamos partiendo de la bella iglesia románica de San Pedro de Lárrede (siglo XI). |
San Pedro de Lárrede |
Con las mochilas cargadas, hasta arriba, de impermeables, paraguas, capas, forros y quién sabe cuántas capas más por si cae el diluvio universal, arrancamos la caminata bajo la mirada atenta de la Torraza o Torre del Moro, que ahí sigue desde el siglo XVI, viendo pasar generaciones de andarines. |
Lárrede y arriba, La Torraza |
Tomamos rumbo sur, por las faldas del monte Oturia. Al principio, toca caminar por carretera —que no es muy épico, pero qué se le va a hacer— donde ya asoman las marcas blancas y rojas de la GR-16, como diciendo: “por aquí, valientes”. Y obedientes, nos desviamos a la izquierda, adentrándonos en el maravilloso y húmedo “Quejigal de Javierre”. |
El árbol caído |
El suelo está empapado por las generosas lluvias de esta primavera tan espléndida, nos obliga a ir con tiento si no queremos acabar con el trasero embadurnado y el “norface” pidiendo la jubilación anticipada. Pero, eso sí, lo que ha llovido ha dado sus frutos: un paisaje de escándalo, aunque las nubes, tan suyas como siempre, deciden taparnos las grandes y blancas montañas del Pirineo. En su lugar, el Valle de Tena se nos presenta en un verde de catálogo, salpicado aquí y allá por pueblecitos encantadores como Senegüé o el siempre protagonista Sabiñánigo. Encima de ellos, Punta Güe, haciéndose la tímida, esconde su cumbre como si no tuviera su día. |
Punta Güé |
Pero no hace falta mirar lejos. El espectáculo está aquí abajo, a pie de senda, donde las flores se arremolinan a nuestro paso y Pedro Rovira, como una enciclopedia con patas, las va identificando una por una (¡sin fallo alguno!).  |
––Pedro, ¿cómo se llama esta flor?–– |
Los pájaros, mientras tanto, nos regalan su concierto mañanero y, entre pío y trino, llegamos a una zona donde unos robles gigantes, centenarios, nos recuerdan que, por mucho que nos creamos grandes… seguimos siendo bastante pequeñitos. Pero es un buen rincón para inmortalizar nuestra presencia. |
¡Cómo robles! |
Pero amigos, no nos durmamos en los laureles, que el cielo anda juguetón y en cualquier momento decide abrir el grifo... y no precisamente para regar con delicadeza. Así que giramos hacia el oeste y nos metemos en el sendero PR-HU.162, que discurre por una ladera que se asoma —sin miedo y sin barandilla— sobre el barranco de Tramafoz o de Las Gargantas. Echamos un ojo al fondo (con cuidado, que no está el terreno para heroísmos) y allí abajo vemos las aguas desbocadas, bajando con un ímpetu que ni un toro de San Fermín. Marrones, sí, como el cacao mal disuelto, cortesía de las tormentas que nos están visitando últimamente. |
Barranco de Tramafoz |
Dejamos este tramo para, con fingida ilusión de exploradores, volver a tomar la GR.16, que por un instante nos acaricia con la cercanía del río Gállego. Enseguida llegamos a la carretera que nos llevaría directos a Lárrede, pero claro, ¿qué gracia tendría terminar con las botas limpias? Así que elegimos una cuesta modesta que nos devuelve al punto de partida cerrando este paseo circular, corto pero resultón.  |
A por la meta |
Apenas unos metros más y podemos declarar solemnemente que hemos completado una excursión pequeña, pero agradable, en una mañana donde las nubes, sorprendentemente educadas, han decidido no molestarnos. |
Así son ellos |
Nos aseamos como quien finge haber vivido una odisea, porque sudar, lo que se dice sudar, lo justo para no comprometer la dignidad. Pablo, el paciente "conducteur", nos espera desde que salimos —sí, desde entonces—, así que, como es pronto, nos lleva a Sabiñánigo. Allí nos desperdigamos con entusiasmo entre los garitos, a por unas cervezas que, sinceramente, no nos hemos ganado... pero que igual han caído como si viniéramos del Himalaya. |
Sabiñánigo, vista desde el camino |
Terminada tan digna faena, unos pocos kilómetros nos conducen hasta Larrés, donde celebramos con emoción contenida —y no tan contenida— las trescientas salidas de Esbarre. Allí, bajo un cielo que parece saberse testigo de tantas historias, nos esperan algunos viejos compañeros que, por diversas razones, colgaron hace tiempo las botas esbarrianas. Al vernos, no hacen falta muchas palabras: nos fundimos en abrazos sinceros, de esos que solo se dan cuando se ha compartido vida, sudor, risas, silencios y alguna que otra lágrima entre senderos. Y como de compartir se trata, nos reunimos en El Churrón, donde brindamos no solo con vino y buena mesa, sino con recuerdos. Porque en estas 300 caminatas —algunas duras, otras más amables— hemos recorrido mucho más que caminos: hemos recorrido parte de nuestras vidas. Hemos cruzado montañas y barrancos, pero también penas, alegrías, encuentros y despedidas, en esta geografía que empezó siendo aragonesa y que terminó por ser entrañablemente extensa.  |
Buen provecho |
Toma la palabra Julián, y en su voz se adivina un temblor que no disimula, porque habla desde el alma. Recuerda que todo esto fue posible gracias a un puñado de soñadores —algunos de ellos hoy aquí presentes— como Jesús Ruiz, nuestro querido “comandante”. A él lo seguimos durante años, confiando en su sabiduría de la montaña y en su instinto de compañero. Hoy sigue conquistando cimas que para muchos son ya inalcanzables, pero en cada ascenso suyo va un poco de todos nosotros. Y cómo no mencionar a Luis Casao, nuestro decano. Qué decir de él que no digan ya sus pasos firmes y su mirada generosa. Faro de nuestros deseos, espejo donde mirarnos, amigo del alma. Es de esas personas que no necesitan hacerse querer: simplemente, se les quiere. Basta mirarlo para entender lo que significa pertenecer a algo más grande que uno mismo. Él y Jesús, con los ojos brillantes, no esconden la emoción que a todos nos embarga.
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Con Jesús y Luis |
Julián continúa, y con voz quebrada por la emoción recuerda también a los que hoy no están: a quienes partieron para siempre, y a quienes el destino o la vida mantuvo lejos en esta ocasión. En ese recuerdo hay un silencio lleno de nombres, de pasos que aún resuenan con nosotros. |
Pequeño, pero emotivo discurso |
Cierra agradeciendo lo más valioso: la participación de todos a lo largo de estas 300 salidas, el verdadero latido que ha mantenido vivo el corazón de Esbarre. Yo solo puedo añadir —con toda humildad y gratitud— que sin ese pequeño grupo de incansables (los chefs) que, año tras año, preparan con mimo cada ruta, cada encuentro, cada detalle… los demás andaríamos más perdidos que nunca. Gracias a ellos, caminamos. Y gracias a todos, seguimos soñando con nuevos senderos por andar. Que vengan otras trescientas, con sus barrotes, sus vistas, sus imprevistos y su magia. Porque mientras haya caminos por andar y amigos con quienes andarlos, Esbarre seguirá latiendo con la fuerza tranquila de quienes saben que lo importante no es solo llegar… sino hacerlo juntos.
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m'as dejao sin voz, tal como al Julián....
ResponderEliminarMuchas emociones juntas. Gracias José Luis
ResponderEliminarQué crónica más emotiva. Gracias.
ResponderEliminarPreciosa crónica José Luis, al nivel de la jornada y de la celebración.
ResponderEliminarGracias José Luis por tu estupenda crónica. A seguir
ResponderEliminarQue bonita crónica José Luis. . Cuantas emociones y vivencias hay en ella. Enhorabuena a este gran grupo
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