lunes, 23 de septiembre de 2019

CAMINO DE SANTIAGO DEL NORTE EN SEPTIEMBRE (II)


En familia.
         Poco a poco se nos va este caluroso verano que, todo sea dicho, hasta esta Vieja Mochila ha sufrido en sus carnes descansando en la sombra más tiempo que de costumbre. Bueno, hay que exceptuar algunas caminatas de los miércoles con los "jóvenes" del Stadium Casablanca y una excursión familiar hacia el Valle de los Sarrios, en la que Yaiza se apuntó a cargarse la mochila y subir (y bajar) con "los yayos".
          Fue un buen día, tan solo empañado por el mar de nubes que cubría uno de los valles más  bonitos de Pirineo.

La montañera Yaiza.
"El Camino"
         Llegó septiembre y ¡hale!, que nos vamos para el norte de las Hispanias a seguir con nuestra particular peregrinación.
       Allá, en el mes de junio, cuando decidimos comenzar esta experiencia de patear el Camino de Santiago del Norte, en el primer párrafo de la crónica de esta Vieja Mochila (que puedes ver aquí) comentaba algo parecido a: “los que me conocéis, parafraseando la canción de Burning… os preguntaréis: ¿qué hace una gente como vosotros, de escasa carga espiritual, en un sitio como este?"... ¡cuando sea mayor! Pues ya ha llegado la hora..."
          ¡Pues mira tú, que le cogimos afición al tema!. Y aquí estamos de nuevo. ¿Qué nos ha llevado a proseguir el “Camino”? (desde luego no el alcanzar el jubileo (o jubilación), pues eso ya lo tenemos ganado, asunto que nos permite andar por este "Camino"). No sé, quizá el caminar por esos senderos entre pueblos y aldeas, con las torres de sus iglesias volteando las campanas o por las cigüeñas que en ellas crían a sus cigoñinos; quizá por aventura; quizá por compartir los caminos con esa especie de caminante “torre de Babel” con andantes mochilas de poetas de la libertad, excéntricos alemanes, franceses, italianos... solitarios demócratas, corazones rotos, místicos energéticos; y de vez en cuando, gente que reza, que pide alcanzar el final del “Camino” para comenzar una “nueva vida”; quizá, también caminamos por el aroma a mar y montaña cántabros; o quizá por la impresionante gastronomía de las tierras del norte.
           Caminamos junto a una mezcolanza de gentes que nos exige tolerancia, comprensión y respeto por lo divino y amor por lo humano. Sentimientos que se encuentran con mucha facilidad, y que, puede ser, haya sido el principal motivo de enganche al camino: esa atmósfera de libertad y cariño, tan difícil de encontrar en la vida real cotidiana. 
          ¿Y qué seríamos los caminantes sin paisaje, sin esos bosques en los que se esconden sus mágicos seres, sin esos prados en los que pace el ganado, sin esos acantilados que se asoman al Cantábrico, sin esas aldeas con las abuelas llamando a las gallinas, sin esas charradas con las gentes de esas aldeas, sin esos sonoros ríos dejándose caer entre álamos y sauces, sin el cantar de los pájaros, sin esas rías cuyas aguas reflejan las barcas a la espera de que suba la marea, sin esas ermitas sin ermitaño con larga vida de sus piedras?. ¿Y qué seríamos los caminantes sin unos buenos compañeros de viaje?.
Paisajes en el "Camino".
Los cuatro "peregrinos".
          Creyentes o no, el “Camino” es una buena terapia para males de amores, para soledades irreparables, para decepciones existenciales y para, como en nuestro caso, para “pasarlo de cojón”, lo demás ¡allá cada cual!.
          La idea es comenzar donde lo dejamos en junio y llegar hasta Villaviciosa para, en otra ocasión, continuar por el “Camino Primitivo, algo más montañero, pero de eso ya veremos. Y como en aquella ocasión, vamos ligeros de equipaje por el día y con buena cama por la noche, pues, leches, ya vamos siendo mayores y como recompensa tan solo “deseamos llegar a…”
          Tranquilos amigos, que no os voy a castigar con la crónica detallada de cada una de las trece etapas (y dos días de ¿descanso?), ni con datos técnicos, pues de ellos están llenos guías y redes, pero sí con un pequeño resumen de cada día y con "montón de fotos"; el resto: el que quiera mamar del "Camino" que coja la mochila, se engrase las garras y marche hacia el Cantábrico.
Si quieres visualizar más fotografías del resto de la jornada, haz clic aquí
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Día 1 de septiembre de 2019 (Viaje de Zaragoza a Portugalete)
Puente Colgante.
             Viajamos en tren hasta Bilbao; por ser primero de mes, en la estación hay mucho movimiento. La prensa gráfica anda captando el ir y venir de los viajeros.
             Es mediodía, echamos un tentempié, y montados en un tren de cercanías nos trasladamos a Portugalete. El hotel se encuentra a la sombra del famoso Puente Colgante que, desde 1893, une ambos lados de la ría. 
           Tras tomar posesión de las habitaciones (check-in en el lenguaje hostelero), con una ligera lluvia, nos damos un paseo por ambas márgenes de la ría para descubrir algunos sorprendentes rincones.
Animados.
               Mañana comenzamos a caminar así que, ligeros de cena, nos recogemos en los brazos de Morfeo a soñar con...  zzzzzzzzzzzz
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Día 2 de septiembre de 2019 (De Portugalete a Ontón)
Amanecer.
             El día comienza con dos sorpresas. Primera: antes de comenzar a caminar nos acercamos a un cercana cafetería a desayunar; a la hora de abonar los cafés y croissants, sobre el mostrador del bar un periódico vasco, el Deia: le digo a Maite ––estas de la fotografía de la portada se parece... ¡que sois María Ángeles y tú!––. En la estación del tren de Bilbao habían fotografiado a todo quisque que pasaba por allí, habían elegido a las dos, habíamos desayunado en ese bar, habían dejado el periódico sobre el mostrador con la portada a la vista y yo, casualidad, había echado un ojo sobre él. ¿Será obra del santo?.
Sin palabras.
¡Que nos echen cuestas así!
         La segunda sorpresa: arrancamos a subir las cuestas de Portugalete por unas calles equipadas con cintas mecánicas, o sea, el primer desnivel de la jornada lo salvamos sin dar un paso.
         Anécdotas aparte, el "Camino", en su primer tramo, discurre por un "bidegorri" (carril bici) que, tras varias etapas de las realizadas en junio, nos devuelve al mar, concretamente a la playa de la Arena. En el camino, un monte, el Serantes, desde sus 450 metros, vigila nuestro camino; en su cima un fuerte abandonado en el siglo XVIII otea nuestro caminar por un antiguo paisaje minero, cuyo reciente pasado nos habla de la zona más importante de extracción de hierro de Vizcaya. 
Por el "bidegorri"
Sobre la playa de La Arena.
Polea de extracción de algas.
               Alcanzamos la playa de la Arena, la bajamar descubre el porqué del nombre. Sobre pasarelas de madera la atravesamos; en el interior descubrimos algunas casas de Pobeña, pequeño pueblo del que algunas guías lo describen como final de etapa. Cuando organizamos la ruta nos parecía poca distancia, así que alargamos más el tema.
         Pues eso, que seguimos "p´alante", para lo que salvamos una escalera  cuyos ciento veinte escalones nos dejan sobre el recorrido del antiguo ferrocarril minero, hoy convertido en el paseo de Itsaslur.
              Quedan restos del antiguo cargadero en el que los buques cargaban el mineral para transportarlo a Europa, principalmente a Gran Bretaña. Quedan, también,  los restos (en forma de poleas) de otra actividad típica de la zona: la recogida de algas. Las poleas se utilizaban para subir por el acantilado los cargamentos de estas plantas.
Últimos pasos por la costa vasca.
              Este recorrido concluye en el barrio de Kobarón en el que descubrimos el oasis de la jornada, oasis de cerveza que riega las provisiones del día.
           Miramos atrás, al camino recorrido, y vemos historias de las gentes que vivían y viven de cara al Cantábrico, nuestra particular historia sigue por sendas y caminos hasta el alojamiento ubicado en el barrio de La Haya, cercano a Ontón.  
          Hemos dejado Euskadi y comenzamos nuestro camino por Cantabria.
            Aislados de zonas habitadas: descanso, partida del "rummykub", cena y "a ñoñón"
Ontón.
Cruzando una carretera.
           Nota.- Después de abandonar la hermosa ruta por Euskadi y antes de alcanzar los bosques asturianos, el tramo del "Camino" que transcurre por Cantabria, que ahora abordaremos, es algo triste y bastante mejorable. Urbanizaciones, carreteras, industrias, escasa y confusa señalización, grandes rodeos, varios posibles recorridos en cada etapa... Quizás sea ese el motivo por el que nos encontramos tan pocos peregrinos. No sé, Santiago (el santo) y Revilla (el presidente) se tendrán que sentar y echarle un poco de imaginación y sentido común a este tramo de un hermoso "Camino de Santiago del Norte".
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Día 3 de septiembre de 2019 (De Ontón a Castro Urdiales)
¡P´arriba!
          Ligero desayuno y ¡a caminar!. El primer kilómetro lo recorremos por el arcén de la N-634, que dejamos, para introducirnos en un bosque de eucaliptos que nos acerca hasta Baltezana, lugar en el que asaltamos un horno de pan. Retomamos la ruta oficial del "Camino" que ayer dejamos.
          Por la carretera CA-523, atajándola en alguna de sus curvas, salvamos una fuerte pendiente que nos coloca en el puerto de la Helguera. Hasta aquí, la etapa está siendo más agradable que la de ayer pues, aunque por carreteras locales, la naturaleza nos muestra toda su belleza. En este tramo alcanzamos a una joven oriental que anda (y se sienta) ¿sola?.
Un rayo de sol.
Iglesia de Mioños.
           La misma carretera nos baja hasta el valle del río Mioño, territorio de los prerromanos Autrigones y que, como gran parte de toda esta cornisa cantábrica, pasó de mano en mano por los reinos de Asturias, Navarra y Castilla.
          Nos encontramos con un "oriental", es el padre de la joven.
          Dejamos el asfalto, a nuestra izquierda Otañes y sus barrios se esparcen por el valle. Una vía verde nos traslada por la ruta pasando por algunas poblaciones como Los Corrales, Santullán, Sámano. En algunos de los tramos, la señalización se pierde entre algunas urbanizaciones de las que rodean a la ciudad, objeto de nuestro destino.
Castro Urdiales.
Restaurante en el centro.
            Como le hemos metido caña a la marcha, comemos en una de las plazas de Castro Urdiales. Las playas y malecones están concurridos de gentes tostándose al sol.
        Nosotros ya nos hemos tostado en el camino, nuestras mochilas se dirigen hacia el alojamiento del día, ubicado en el centro de la villa.
          Descansados y aseados nos damos un garbeo por el casco viejo, por sus callejuelas de gran sabor que invitan al paseo antes del disfrute de uno de los principales atractivos de la villa: su gastronomía.
Iglesia de Santa María.
             Pero eso habrá de esperar a la noche, ahora vamos a acercarnos a la iglesia de Santa María, la que dicen ser la mejor obra gótica de Cantabria. A su lado el castillo-faro, con altiva arrogancia, mira hacia el mar; un puente medieval lo separa de la ermita de Santa Ana. Este conjunto constituye la estampa más representativa de la ciudad.
            ¿Lo de la gastronomía?, pues eso, que nos metemos al cuerpo una buena cena a base de los productos del mar y la tierra cántabros, cuyo postre nos deja bien reposados en los brazos de Morfeo.
Bajo el puente medieval.
Puerto,
             Acnedota.- Dos etapas en la que apenas hemos visto unos pocos peregrinos ––¿andestán?––

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Día 4 de septiembre de 2019 (De Castro Urdiales a Laredo)
Hacia la iglesia de San Vicente de la Maza.
           La etapa de hoy nos presenta dos posibilidades, una de ellas, la más corta, en mucho de su recorrido recorre una muy transitada carretera N-634. La segunda posibilidad, alarga en exceso el recorrido, eso sí, recorre un bonito camino interior y se aleja de vías de uso automovilístico.
             ¿Qué hacer?, "no problem". Cogemos un bus hasta Pontarrón de Guriezo y seguimos por el camino interior.
                Los primeros metros discurren por la CA-151, con carril peatonal. En el barrio de Rioseco abandonamos el "Camino" para acercarnos a ver la iglesia de San Vicente de la Maza, que se asoma sobre una boscosa colina,  excelente ejemplo renacentista que tomó el testigo de un monasterio.
San Vicente de la Maza.
Puente Tresaguas.
            Retomamos nuestro caminar cruzando el río Agüera por el puente Tresaguas, y tomar una carretera local (sin tránsito) que en ascenso, tras pasar por Lugarejos,  nos acerca a la ermita de San Mamés. Junto a la ermita un gran roble; bajo el roble, una fuente; junto a la fuente... el "oriental" de ayer esperando a la hija que "ha cojido otro camino" (estamos en el Camino por Cantabria).
              A partir de aquí, el recorrido desciende mostrándonos un hermosos paisaje con bosques y pastizales en los que pacen vacas, ovejas y equinos.
Viejos y nuevos eucaliptos.
En la ermita de San Mamés.
Puerta de San Lorenzo.
         Chino chano, nos presentamos en el barrio de Hazas, hora de reponer fuerzas y rehidratarnos con una buena birra.
        Con las fuerzas repuestas, casi sin enterarnos, pronto estamos ante una magnífica vista de Laredo, una de las "Cuatro Villas de la Costa de la Mar". Solo queda descender por unas escaleras y conquistar la villa accediendo por la puerta de San Lorenzo.
              El resto de la jornada la empleamos para recorrer las callejuelas del centro histórico de la ciudad, conocido como "La Puebla Vieja de Laredo", integrado por seis rúas y su arrabal, en las que se esconde un valioso patrimonio histórico de iglesias, ermitas, casonas, torres, palacios, escudos nobiliarios, plazas, murallas..., por lo que pasear junto a las gentes de la villa (pejinos), resulta gratamente conmovedor.
Interior de la iglsia de Sta. María.
Casona.
              Como conmovedor es admirar el monumento dedicado a las "Panchoneras". Las Panchoneras llegaban de madrugada al puerto de Laredo a recibir a los barcos que traían la captura. Compraban pescado, muchas veces mientras amamantaban a sus hijos, y lo cargaban en sus cestos. A pie, siguiendo el trazado del ferrocarril, llegaban a pueblos del interior como Liendo, Ampuero, Ramales, e incluso, hasta Solares, para revenderlo. En el mejor de los casos por dinero, aunque la mayoría de las veces intercambiaban los chicharros o las sardinas por alubias, harina de maíz, leche o mantequilla. Al pie del monumento, una inscripción: "¡Vaya vida dura que vivieron nuestros abuelos! Las panchoneras de Laredo son solo un ejemplo del carácter y la valentía de muchas mujeres cántabras que trabajaron muy duro para sacar adelante a la familia".
Panchoneras de Laredo.
         Cena ligera, vuelta al hotel y "a dormir que mañana, esto sigue". Buenas noches

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Día 5 de septiembre de 2019 (De Laredo a San Miguel de Meruelo)
Hacia el Puntal.
                El Nuevo Laredo ocupa una larga extensión a lo largo de la playa La Salvé, que en sus 4250 metros alberga un interesante patrimonio dunal. Pues bien, son todos esos metros los que recorremos para alcanzar El Puntal.
             Una barca nos acerca hasta Santoña; en el corto viaje, bajo el monte Buciero, divisamos un conjunto de estructuras militares que evidencian la importancia estratégica del puerto de Santoña, como los fuertes de San Martín y  San Carlos.
             Eran tiempos en que Francia anhelaba conquistar estos territorios, ¿sería por sus anchoas?
Esperando la barca.
Embarcando.
Penal El Dueso.
           Dejamos la ciudad, famosa por la industria de la anchoa (uuuuum), saliendo por el penal del Dueso. Confieso que caminar bajo sus muros me produce cierta sensación de horror; dentro de ellos no solo fueron encarcelados muchos luchadores, sino que también fusilados como en octubre de 1937. Eran "peregrinos de la democracia".
             En la playa de Berria nos detenemos a aligerar la mochila de plátanos; algunos surfistas esperan su ola preferida. Comienza a llover y toca protegerse con las capas.
           Bajo un buen chaparrón seguimos la ruta, ahora nos toca lo más delicado, no solo de la etapa sino también de todo el "Camino": el camino se torna en un sendero de fuerte pendiente con el firme de roca y tierra limosa que convierte el suelo en pista de patinaje. Es el paso del Brusco, paso con mucha maleza que en seco no debe de ocasionar ningún problema pero en mojado y con el mar allá abajo ¡uff!.
Salvando el Brusco.
Playa de Berria desde El Brusco.
Por la playa de Noja.
        Respiramos cuando descendemos hasta la playa de Noja, playa que recorremos en toda su longitud observando las caprichosas formas de las rocas que la bajamar ha dejado al descubierto.
              Noja nos recibe con unas cañas y unas raciones de tortilla española, no es la hora de comer pero, ¡leches!, el Brusco nos ha abierto la gana.
            Dejamos el "Camino" por un momento para acercarnos a la iglesia de San Pedro (S. XVI), que en plena plaza de la Villa contempla como, entre gota y gota, estos cuatro caminantes siguen hacia... ¡oh! ––mirad, unos peregrinos––. Hasta la fecha pensábamos que nos habíamos equivocado de ruta, dudábamos de si esas flechas amarillas eran obra de Robin Hood.
San Pedro en Noja.
Si las cañas de panizo, fueran...
             En Castillo de las Siete Villas, pasamos junto a la iglesia de San Pedro (santo con muchas iglesias) construida en el siglo XVI, con algunos elementos góticos aunque el ábside presenta un estilo renacentista.
          Por unas rodadas que discurren por un panizal (maizal) alcanzamos nuestro destino: San Miguel de Meruelo, capital del municipio de Meruelo.
          No hay mucho que ver; pues nada, echamos una partida al rummy, nos metemos al cuerpo unas raciones de pizza, elaboradas por Javier de la Hostería Sol, de reconocida calidad.
               Después... zzzzzzzzz

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Día 6 de septiembre de 2019 (De San Miguel de Meruelo a Santander)
Santa María de Bareyo.
                El día sale nublado, unas gotas mojan el camino, camino que pronto dejamos para acercarnos a ver la iglesia románica de Santa María de Bareyo (S. XII). Un vistazo a su exterior nos muestra el ábside con doble ventana en el cuerpo central y la hilera de canecillos, entre cuya temática destacan los animales de significado negativo y las figuras humanas en actitudes indecorosas, dicen que símbolo del pecado del que hay que purificarse para entrar en el templo (excusas).
        En el interior, arcos sustentados por capiteles decorados con diversos temas vegetales, históricos, geométricos.
Detalle de canecillos.
              Pero la joya del templo es la impresionante pila bautismal. Presenta un cuenco de forma tetralobulada, con interior cóncavo, cuyos frentes se decoran con temas vegetales, como entrelazos, palmetas y tallos entrelazados y entrelazos de cestería, símbolo acuático que se refiere a la regeneración y a la vida, asunto que se enfatiza en el propio pedestal, con dos leones que tienen un brazo humano entre sus fauces y una cabeza entre ambos, es decir, el león andrófago que devora al hombre viejo y le devuelve a la vida.
Pila bautismal.
Mirando al pasado.
           Retornados al "Camino", observamos como la casi totalidad de peregrinos, que no son muchos, pasan de largo sin admirar estas maravillas ¿será su único objetivo "la compostela"?.
        Sin objetivo definido, seguimos nuestra particular peregrinación. Pasamos junto a un camping; un poco más adelante, faltos de señalización, media docena de "mochilas con vieira", andan despistadas de si seguir por la derecha, por la izquierda o por... Nuestro firme caminar los arrastra por el correcto camino, pero pronto los perdemos. No veremos más peregrinos en todo el día.
En La Pedreñera.
           En Güemes observamos el exterior de la iglesia de San Vicente (S. XVII) de estilo renacentista.
              El resto del camino hasta Somo, discurre por carreteras interminables con denso tráfico y con un sol que cae a plomo; incluso nos detenemos a dar cuenta del pic-nic en un garito de carretera, so sí, con unas buenas dosis de "Estrella".
              Solo nos resta cruzar la bahía de Santander; pues nada, nos montamos en el transbordador, "La Pedreñera",  para desembarcar en la capital cántabra. Desde el agua contemplamos la rocosa península de la Magdalena coronada con el palacio, garito vacacional de las realezas.
Palacio de la Magdalena, desde La Pedreñera (zoom).
En Santander.
               Descansamos en el alojamiento y, aseados y animados, nos damos una vuelta por el centro de la ciudad con un intento de ver la catedral (son ya tres los intentos y todavía no hemos podido acceder al interior del templo, había culto).
              No importa, la próxima vez que volvamos a Santander seguiremos insistiendo ––¡somos tozudos los aragoneses––.
          Como si fuéramos ciclistas en el Tour de France, mañana toca descanso y, tiempo habrá de patear.
           Pues nada, a dormir.


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Día 7 de septiembre de 2019 (Descanso en Santander)
Mañana de "paseo".
       Lo de descanso hay que entrecomillarlo pues, al final del día, el podómetro del smartphone marcará 28600 pasos (18 Km).
––¿Qué hacemos hoy para descansar?
––hace buen día
––¿paseamos?
––pues vale
––lo que pasa es que el centro ya lo conocemos los cuatro
––¿ándevamos?
––¡al Cabo Mayor!
––me suena a la mili
––no, es un cabo en el mar
––¿un marinero que se ahogó?
––¡no!, un cacho de tierra que se    mete en el mar
––¡ah!
––¿vamos?
––hala pues, vamos.
Por los jardines de Pereda.
         Chino, chano, vamos recorriendo un animado paseo marítimo mirando al mar y observando algunas esculturas de hierro y bronce que adornan este agradable recorrido. Nos llaman la atención, junto al Muelle de Calderón, unas esculturas que representan un grupo de chavales echándose al agua. Son los llamados "raqueros", niños que, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, vagabundeaban entre las machinas de Puerto Chico, a la espera de que un tripulante desocupado o un turista adinerado lanzase al agua una moneda que ellos pudieran recuperar buceando.
Los raqueros.
José Hierro.
         Más adelante, descubrimos un escultura dedicada a José Hierro formada por siete paneles de láminas de acero. En su interior se puede ver en perspectiva el rostro del poeta. Además se leen varios versos suyos como “Si muero, que me pongan desnudo junto al mar”.
                Continuamos por el Paseo de la Reina Victoria recorriendo el camino que pasa por varias playas hasta llegar a la Península de la Magdalena con su palacio. Pasamos de largo, ya lo habíamos visitado en otras ocasiones.
Vista del Faro del Cabo Mayor.
           El impresionante edificio del Gran Casino, con la majestuosidad que refleja su presencia, nos anuncia que estamos sobre la playa del Sardinero. Más adelante, junto a un campo de golf, se encuentra el Parque de Mataleñas, abarrotado de gente, desde el que alcanzamos a divisar el Cabo Mayor, último hito en nuestra ruta ("de descanso") por el paseo marítimo de Santander. Su faro tiene más de treinta metros de altura y, dicen, es el más importante de Cantabria. Además es un lugar que proporciona unas vistas magníficas del mar Cantábrico (que disfrutamos con una birra en la mano) y por ese motivo también es conocido como Faro de Bellavista.
Se alegra el mar, dos flores han crecido en sus orillas; se alegra el mar, lo guarda el faro y esas hermosas maravillas.
Faro de Bellavista.
Centro Botín.
         Volvemos al centro (parcialmente en bus) para comer en un garito de esos que te dejan "buen sabor de boca" y, también, con los huesos en la cama para echar una buena siesta.
              Pero, amigos, la jornada no se ha terminado. Por la tarde visitamos el Centro Botín en el que recorremos algunas exposiciones y sus terrazas voladas sobre el mar.
           Un mar que recoge en la bahía de Santander mil y una historias de aquellos hombres y mujeres que vivían de él.
          Más paseo, unos pinchos y "pal catre", que estoy más cansado que pateando el "Camino".
             Buenas noches.

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          Son muchas cosas que contar, muchos caminos que recorrer, muchas experiencias que vivir; contártelas en una única entrega puede llevarte al cansancio. Un poco de descanso, al que me apunto, nos animará a seguir con esta historia del "Camino de Santiago del Norte" con más ansias.
          Así que ¡hasta pronto!


2 comentarios:

  1. Hola José Luis me gusta Mucho, tú forma de Redactar.
    Eres muy Ameno e Instructivo. No eres nada pedante.
    Un saludo.-

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  2. Gracias amigo o amiga desconocida, la pedantería la dejo para otros, a mí m gusta contar mis sentimientos.

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