Una vez más, esta Vieja Mochila —que ya va pidiendo jubilación anticipada— cuelga el modo montaña y, como hiciera hace un año en tierras niponas (donde aún debe quedar algún calcetín despistado), se metamorfosea en su versión más presumida: modo viaje guay. Sí, sí, has leído bien: nos fuimos... bueno, más bien volamos a Perú.
Veinticuatro días por delante, que dan para mucho: desde perderte por calles imposibles hasta descubrir que el mate de coca no es un simple té. Tantos días dan también para escribir una crónica interminable —de esas que solo leería tu tía la del pueblo—, pero prometo contenerme y resumir lo justo. Primero, compartiré mis impresiones de lo que vimos y vivimos en aquel país fascinante; después, te contaré el día a día de nuestras andanzas, torpes y patosas como siempre, por los caminos del Perú.
En esta ocasión, más que una entrada del blog, te dejo casi una novela por entregas, así que tómatelo con calma. Lee un día, saborea otro, y entre capítulo y capítulo... respira hondo, estírate, o échate un trago —que tampoco todo va a ser viajar con la mente, ¿no?—
¿Listo? Pues abróchate el cinturón (o ajusta las correas de la mochila, según se mire), que despegamos.
😂
Un poco de historia.
Antes de que nuestros antepasados hispanos asomaran por esas tierras con sus armaduras relucientes y su insaciable curiosidad por el oro ajeno, el territorio peruano ya había visto pasar muchas civilizaciones. Cada una con su esplendor, sus misterios y, cómo no, su inevitable caída.
Miles de años atrás, unos cazadores con buen sentido del turismo decidieron instalarse en los Andes y, entre cacerías y fogatas, aprendieron a sembrar papas y criar llamas. Con el tiempo, fundaron Caral, la ciudad más antigua del continente, y Kotosh, donde ya sabían que un buen templo siempre da prestigio.
Luego vino la era del arte: la cultura Chavín se obsesionó con gatos gigantescos (pumas) y drogas rituales, porque la espiritualidad también necesita espectáculo. Más tarde, las regiones se pusieron creativas: los Paracas hacían textiles dignos de pasarela, los Nazca dibujaban geoglifos que nadie podía ver sin dron (o como nosotros, en avioneta), y los Mochicas tallaban cerámica tan realista que podrían haber tenido su propio museo.
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| Andinas |
Y entonces llegaron los Incas, que unificaron el país, inventaron el Tahuantinsuyo y organizaron un imperio más eficiente.
Cuando el emperador inca Huayna Cápac murió sin dejar testamento, sus hijos Huáscar y Atahualpa decidieron resolver el asunto como buenos hermanos: a golpes. Atahualpa ganó la pelea familiar, pero el costo fue dejar el imperio hecho un campo de ruinas y lleno de enemigos resentidos. Así que, cuando Pizarro apareció cinco meses después con su banda de barbudos y caballos exóticos, medio Perú pensó: “Bueno, peor que estos incas no pueden ser”… y así empezó el lío: virreinatos, guerras, independencia, república...
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| Estátua de Atahualpa |
Aun así, ni toda esa maraña logra empañar la belleza abrumadora del país ni la calidez de su gente, que te abre la puerta, te ofrece un mate y te regala una sonrisa como si nada de eso pasara. Porque, entre tanta trifulca, Perú sigue siendo un lugar que te conquista… y no precisamente por la fuerza.
A DIARIO
Día 6.- El viaje
Viaje largo y pesado de Madrid a Lima, de esos en los que el reloj parece burlarse de ti y los aeropuertos se llenan de almas en pena arrastrando maletas como si la vida se les escapara entre conexiones y controles de seguridad.
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| Selfie en las alturas |
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| La Troupe |
Y sin más… zzz zzz.
Día 7.-De Lima a Huaraz
Nos tomamos el día con filosofía y resignación viajera, porque lo que toca hoy no es poca cosa: 400 kilómetros de carretera por delante, primero por la mítica Panamericana y luego hacia el legendario Callejón de Huaylas. Son horas y horas de asfalto, curvas y cabezadas, pero también de paisajes que no veríamos de otra manera, y eso ya lo compensa casi todo.
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| La Panamericana |
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| Casas inacabadas |
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| En un secadero de aji |
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| Laguna de Conococha |
¿Te has quedado con curiosidad?
Día 8.-P.N. de Huascarán
Tras el desayuno —que siempre sabe mejor cuando uno tiene carretera por delante—, emprendemos ruta siguiendo el curso del río Santa, que se abre paso majestuoso entre dos cordilleras rivales y complementarias: a la izquierda, la Cordillera Negra, sobria y sin adornos; a la derecha, la Cordillera Blanca, que luce sus cumbres nevadas como quien presume de joyas familiares. Y dentro del autobús reina la algarabía, tanta que, entre risas y jolgorio, el grupo decide por aclamación —sin urnas ni escrutinio— nombrar a Rosa, madrileña de pura cepa y "más salá" que unas cañas en Lavapiés, como delegada oficial del pelotón viajero. Democracia exprés, pero con estilo.
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| Cordillera Blanca |
Pero el destino está más allá, así que retomamos la carretera que serpentea por el Callejón de Huaylas —también conocido como el Valle del Santa—, para desviarnos hacia el Parque Nacional de Huascarán. Allí, bajo las imponentes paredes de los picos que ya vislumbramos ayer —entre ellos, el Nevado Huascarán Sur, con sus 6.655 metros de pura soberbia—, se esconden las lagunas de Llanganuco.
Primero alcanzamos Chinancocha, la “laguna hembra”, a 3.850 metros sobre el nivel del mar; un poco más arriba espera su pareja, Orconcocha, la “laguna macho”. Ambas se tiñen de un turquesa tan perfecto que parece filtrado, y en sus aguas se reflejan las montañas y las nubes, como si también ellas quisieran rendir homenaje a este rincón celestial.
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| Laguna de Chinacocha |
Con el estómago contento y el ánimo más ligero, emprendemos un bello descenso por el sendero “María Josefa”. ¿Y quién fue María Josefa, te preguntarás? Ah… ahí va la leyenda, que bien merece, aunque sean resumidas, unas líneas aparte.
"Cuentan que María Josefa era una joven hermosa y piadosa que vivía cerca de la Quebrada de Llanganuco. Su belleza atrajo a un poderoso hacendado que, encaprichado, no cejó en su intento de conquistarla. Cansada del acoso, ella decidió huir por un antiguo sendero de arrieros que cruzaba la Cordillera Blanca, buscando refugio lejos de su perseguidor.
Pero el destino —y el hacendado— la alcanzaron cerca de la laguna de Llanganuco. Allí, tras rechazar por última vez las promesas de riqueza y posición, el hombre, cegado por la ira, la apuñaló, acabando con su vida. Dicen que María Josefa murió bajo la sombra de los nevados Huascarán y Huandoy, y que su cuerpo descansa en una gruta junto al camino que hoy lleva su nombre, eterno homenaje a su trágica historia".
Y así es: bajo un bosque de quenuales, esos árboles duros de pelar que se pasan el día mudando de corteza como quien cambia de camisa, se esconde la famosa gruta de María Josefa. Misteriosa, sí; reveladora, no tanto, porque del cuerpo de la pobre muchacha… “na de ná”.
Así que, sin más hallazgos ni apariciones, ponemos rumbo de vuelta a Huaraz, dispuestos a encontrar otra gruta, pero de las que sirven buena cena y vino decente.
Y con eso, amigos míos, buenas noches… que ya bastante leyenda hemos tenido por hoy.
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Día 9.-De Huaraz a Trujillo
🎶 “¡Cumpleaños feliz…!” 🎶
Y sin más preámbulos —ni resaca emocional ni digestiva—, como diría el jefe de expedición:
Hoy la protagonista es Pepa, que cumple… pero no cumple (cosas del DNI y de las fechas que se escapan entre papeles y risas). Aun así, nada de excusas: el grupo entero entona su particular versión coral del clásico cumpleaños, con más entusiasmo que afinación, rodeándola entre aplausos y bromas. Una tarta improvisada, una vela que arde en el aire andino, y un deseo que, entre carcajadas, se sopla al vuelo.
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| 🎶 “¡Cumpleaños feliz…!” 🎶 |
“¡Al lío!”
Cuando el mal de altura empieza a hacer de las suyas entre tan ilustres jóvenes aventureros, toca bajar hacia la costa, rumbo a Trujillo, la tercera ciudad del Perú. Eso sí, antes hacemos una parada estratégica para tomar aire —literalmente— en el paso de Punta Callán (4.204 m), donde el oxígeno se cobra a precio de lujo.
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| Parada en Punta Callán |
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| Uno de los muros de Cerro Sechín |
Trujillo nos da la bienvenida con su Plaza de Armas rebosante de vida, iluminada y bulliciosa, como si no conociera el concepto de descanso. Las fachadas coloniales se estiran orgullosas bajo las luces nocturnas, invitándonos a pasear y curiosear… pero no, hoy no.
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| Un paseo por la Plaza de Arma |
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| Pza. de Armas. Edificio de la Sociedad de Beneficiencia |
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Día 10.-Trujillo
Madrugamos, cómo no, que para eso hemos venido —no a dormir, precisamente—, y casi con el desayuno aún de testigo ya estamos en el cercano Moche, dispuestos a empezar la jornada con algo… digamos, peculiar.
Paseamos por el llamado “Parque de la Fertilidad” (también conocido como “Huaco de la Fertilidad”). “Huaco”, por cierto, es el nombre que reciben las piezas de barro cocido creadas por las antiguas culturas preincaicas… aunque estas de aquí, reconstruidas en 2022 tras la destrucción de las originales, tienen una “gran” carga erótica, y lo de “gran” va con todas las comillas del mundo.
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| Parque de la Fertilidad |
Continuamos nuestro recorrido hacia las ruinas de Chan Chan, esa joya del pasado, diseñada a base de barro y aún más paciencia. Allí descansan, imponentes y cubiertas de misterio, las huacas del Sol y de la Luna, dos pirámides preíncas construidas enteramente con adobe, ese glamuroso cóctel de barro, arcilla y arena que ha resistido siglos de sol, lluvia y curiosos con cámara.
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| Zona arqueológica de Chan Chan |
Y por si no bastara con su tamaño, la leyenda nos suelta un dato que haría sudar a cualquier ingeniero moderno: 140 millones de adobes, colocados a mano, uno por uno, por 250 mil hombres. Sí, 250 mil. No sabemos si los contaron o si alguien redondeó la cifra, pero el resultado es igual de impresionante: una gran escultura de barro que, contra todo pronóstico, sigue aquí, desafiando al tiempo y recordándonos que, cuando los moches se proponían algo, ni el sol ni la lluvia se atrevían a interrumpirlos.
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| Otro rincón de Chan Chan en la Huca del Sol |
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| Pescador en barca de totora |
Y hablando de emancipación, la nuestra no se quedó atrás. Parte del grupo decide celebrar la independencia a su manera: con pisco sour, risas, y alguna coreografía que hizo temblar tanto al esqueleto como a los sufridos parroquianos del local.
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Día 11.-De Trujillo a Chiclayo
Ahora que le hemos cogido gusto a la cota cero, el buen Hugo, nuestro chófer de manos finas y nervios templados, pone rumbo norte por la Panamericana, camino de Chiclayo. La excusa —por si alguien necesitaba una— es visitar el Museo de las Tumbas Reales de Sipán, auténtico tesoro de la cultura Moche.
Claro que antes hay que atender a las “necesidades físicas” del grupo, así que hacemos una paradita en Guadalupe, junto a la iglesia dedicada a la Virgen del mismo nombre. Una buena ocasión para estirar las piernas, tomar aire y echarle un vistazo al santuario, reconocido en la región de Lambayeque por custodiar los restos de uno de los grandes hombres del antiguo Perú.
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| Iglesia de Guadalupe |
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| Museo de Tumbas Reales de Sipán |
Buenas noches… que mañana será otro día de historia y cansancio bien ganado.
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Día 12.-Bahía de Paracas
Hoy dejamos el asfalto por las nubes: carretera fuera, avión dentro. Volamos hasta Lima, donde —como si tuviera radar— nos espera el incombustible Hugo, dispuesto a recordarnos que la Panamericana, como Teruel, existe… y que todavía nos queda cuerda para rato.
Ponemos rumbo a la bahía de Paracas, donde pasaremos la noche en Puerto El Chaco, punto de partida del lío que nos aguarda mañana. Pero antes de meternos en harina —o mejor dicho, en arena— toca comer algo decente. Solo hay un local abierto, y resulta llamarse “Tía Pyli”, en un guiño curioso (y con licencia ortográfica) a la patrona de nuestra Zaragoza, que justo hoy está de fiesta. Se le perdona la "i griega", por simpatía y por llenar bien el plato.
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| Bahía de Paracas |
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| Playa Roja |
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Día 13.-Islas Ballestas y Huacachina
Con el desayuno aún de viaje por el esófago, y con la idea de llegar antes que las demás hordas turísticas, embarcamos rumbo a las Islas Ballestas, tres joyas —Norte, Centro y Sur— que forman parte de la Reserva Nacional Sistema de Islas, Islotes y Puntas Guaneras (nombre largo, pero con razón).
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| Allá vamos, hacia las islas |
En los documentales de La 2 de RTVE ya habíamos visto estas maravillas, pero una cosa es verlas desde el sofá y otra muy distinta navegar bajo sus arcos de roca, rodeados de lobos marinos que nos miran con cara de “¿y estos qué hacen aquí?”, pingüinos de Humboldt torpemente elegantes, pelícanos pescando con precisión quirúrgica y cormoranes buceando en busca del aperitivo del día. Por si fuera poco, zarcillos, piqueros y guanays completan este espectáculo natural que parece coreografiado.
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| León marino |
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| Pinguinos de Humboldt |
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| Instalaciones guaneras |
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| Obra de la naturaleza |
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| Oasis de Huacachina |
Por hoy, suficiente polvo, sol y emoción.
Hasta mañana.
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Día 14.-Nasca
Nos trasladamos al aeródromo de Nasca, listos para vivir uno de esos momentos que separan al turista del aventurero: volar sobre las misteriosas líneas de Nasca, esas figuras colosales que llevan casi un siglo desconcertando al mundo.
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| ¡A volar! |
Así que, con más ilusión que estómago, algunos del grupo nos subimos a las avionetas, dispuestos a seguir desde el aire los trazos que la cultura Nasca dibujó entre el 200 a.C. y el 700 d.C. sobre las pampas de Ica (las fechas son orientativas, pues hay varias teorías).
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| Líneas y dibujos de Nasca |
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| El colibrí |
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| El puma |
Así que descendemos con la misma sensación que subimos: fascinados, algo mareados y un poco más convencidos de que el misterio —a veces— es lo mejor del viaje.
Bajo un calor infernal, de esos que te hacen dudar si el sombrero sirve para protegerte o para cocinarte a fuego lento, nos dirigimos al sitio arqueológico de Cahuachi —que significa “lugar donde viven los videntes”. Y algo de clarividencia haría falta para imaginar cómo era aquello en su esplendor.
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| Llewgando a Cahuachi |
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| La Gran Pirámide |
Vamos, que aquello era la gran sede del poder nasca, una mezcla de templo, centro administrativo y lugar de conexión con los dioses… aunque hoy, con este calor, uno solo siente conexión con la sombra más cercana.
Rematamos la jornada cultural con una visita al centro subterráneo de Cantalloc, una auténtica obra de ingeniería antigua que deja a cualquiera con la boca abierta. Se trata de un sistema de canales y accesos en espiral, diseñados para ventilar, limpiar y mantener el flujo del agua, una maravilla hidráulica levantada —o más bien excavada— por la cultura Nasca entre los siglos V y VI.
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| Espiral |
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Día 15.-De Nasca a Arequipa
Casi 600 kilómetros nos separan de Arequipa, así que hoy toca día de carretera y paisajes. No faltan motivos para mirar por la ventanilla: la Panamericana se asoma al océano Pacífico con vértigo incluido, serpenteando entre acantilados y curvas que harían sudar a cualquier copiloto.
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| La Panamericana |
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| Una carretera con carácter |
Antes de dejarnos caer en la cama, nos lanzamos a la calle, porque estamos en una de las ciudades más hermosas del Perú, y eso bien merece una vuelta, aunque las piernas protesten y el cuerpo pida tregua.
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Día 16.-Arequipa
Tras el desayuno y el ritual matutino de rigor, Maite y yo salimos a estirar las piernas antes de que arranque la jornada oficial. La Plaza de Armas nos recibe aún medio adormecida, pero imponente, con ese aire colonial que se mezcla con el murmullo de la ciudad que despierta. No hace falta ser geólogo —ni muy avispado— para notar que Arequipa vive a la sombra (y a la gracia) de sus volcanes: el Misti (5.822 m), el Chachani (6.075 m) y el Pichu Pichu (5.664 m), vigilantes eternos y orgullosos guardianes de esta joya blanca.
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| Arequipa y sus volcanes |
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| Plaza de Armas |
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| Celda de lujo |
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| Uno de los claustros |
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| No, no es Sevilla |
La Plaza de Armas, sin duda una de las más bellas del país, nos roba la mirada enseguida. En su centro, una fuente de bronce con tres platos coronados por el célebre “Tuturutu”, un soldadito del siglo XVI que, según cuentan, era el encargado de anunciar las noticias en la ciudad (vamos, el pregonero oficial). La plaza está rodeada de arquerías de sillar blanco que brillan bajo el sol andino y albergan cafés, tiendas y balcones donde uno podría pasar horas viendo la vida pasar con un café o un pisco sour en la mano.
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| Otra imagen de la plaza de Armas |
A un paso, la iglesia de la Compañía de Jesús nos invita a admirar su portada barroca arequipeña, una filigrana de piedra que encierra símbolos del mundo inca: el cóndor, mensajero del cielo; el puma, guardián del mundo terrenal; y la serpiente, símbolo del inframundo y la sabiduría eterna. Una lección de mitología andina esculpida en roca volcánica.
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| Iglesia de la Compañía |
La tarde la dedicamos a callejear sin rumbo, disfrutando del pulso de la ciudad. Y para cerrar el día, cena. Yo me decanto por el plato nacional: el cuy. Sí, ese conejillo de indias que en Europa es mascota, pero que en los Andes es manjar ancestral. Lo pedí por curiosidad... y terminé relamiéndome.
Cuy y vino. Fin del día. Zzz...
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Día 17.-De Arequipa a Coporaque
Hace un par de días ya comentaba que empezábamos a ganar altura, con sus pros (paisajes de postal) y sus contras (esas molestias físicas que te recuerdan que no eres un sherpa). Pero bueno, ya lo sabíamos, así que... ¡vamos p’allá!
Por un par de días, se nos une Jessica, la que será guía, gran comunicadora. arequipeña, simpática y con más tablas que Lola Flores.
Antes de dejar Arequipa, hacemos una última parada en un mirador desde el que se divisan la ciudad y sus imponentes volcanes. Una vista para grabar en la retina antes de cambiar el bullicio urbano por el silencio de las alturas.
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| Una última mirada, desde Arequipa |
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| Cantera de Añashuacos |
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| Vicuña |
Con una inesperada nevada que convierte el altiplano en postal navideña, alcanzamos el punto más alto de la jornada: el Mirador de los Andes (4.910 m). Desde aquí se deberían ver los nevados Ampato, Sabancaya, Hualca Hualca, Misti, Chachani y Mismi… pero las nubes deciden reservarnos el espectáculo para otro día. Que sí, que volveremos por aquí.
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| Nevada a destiempo |
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| En el Mirador de los Andes |
Antes de que anochezca, damos un paseo hasta el mirador de San Antonio, desde donde se dominan el valle, los andenes agrícolas (terrazas) y los nevados a lo lejos. En realidad lo del santo es nuevo, pues estamos enlo que fue el primitivo Coporaque, Chura, una aldea prehispánica dispersa, con cementerios, andenes, canales y reservorios en uso.
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| Vamos de paseo |
Vuelta al alojamiento, cena calentita (sopa, claro) y directos a la cama. Mañana promete… y a este paso, los pulmones también lo notarán.
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Día 18.-Valle del Colca
Como las actividades del día se desarrollan en uno de esos valles que parecen (bueno, que lo es) un parque temático del turismo, decidimos madrugar —y de qué manera— para llegar antes de que los autobuses espanten hasta los cóndores.
El bus arranca rumbo al célebre Valle del Colca, atravesando pueblos tan vivos como Chivay, Yanque y Maca, donde la vida empieza temprano y los colores parecen tener brillo propio.
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| Bonito amanecer |
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| Cañón del Colca |
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| Despegando el vuelo |
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| El vuelo del cóndor |
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| Caminando haci la Cruz del Cura |
De regreso, hacemos una parada en Maca, donde la fiesta de San Lucas está en pleno apogeo. Los toros lucen galas andinas, las mujeres visten de espectáculo, y los hombres... bueno, los hombres presumen de sombrero y cerveza en mano. Tradición, música y un punto de caos alegre.
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| Fiesta en Maca |
Y cuando parece que el día no da más de sí, Coporaque también anda de fiesta. Así que, entre bailes en corro, pasos improvisados y risas compartidas, terminamos por integrarnos en ese espíritu de comunidad que los peruanos llevan en la sangre.
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| Baile en Coporaque |
Buenas noches... y que los cóndores nos inspiren los sueños.
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Día 19.-De Coporaque a Puno
Desayuno y… ¡al lío!
Nuestra ya inseparable alpaca Santi sale a despedirnos, y no sé si en su idioma nos desea buen viaje o nos está diciendo que nos echemos otra manta, pero el gesto vale más que las palabras. Volvemos sobre nuestros pasos por la misma carretera que nos trajo hasta el valle, aunque esta vez con la mirada más entrenada y el corazón un poco más lleno.
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| Con la joven "Santi" |
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| Yanque |
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| De vuelta, mejor día que en la ida |
Continuamos hasta Patahuasi, donde hacemos una parada técnica —y espiritual— con una buena infusión de coca o muña, y de paso compramos unos bocatas para más tarde. El lugar, además, es un mirador espectacular sobre el volcán Misti, aquel que desde Arequipa veíamos por su otra cara.
En este punto tomamos el desvío hacia Puno, nuestro próximo destino. La carretera se llena de camiones mineros, recordándonos que incluso en estos paisajes remotos, la modernidad y la economía nunca descansan.
Nos desviamos de nuevo, esta vez hacia el Bosque de Piedras de Pillones, un rincón que parece de otro planeta. Las rocas volcánicas, moldeadas por siglos de viento y agua, adoptan formas caprichosas: animales, rostros, figuras humanas… y, bueno, alguna más “creativa” según las imaginaciones calenturientas del grupo. Paseamos entre ellas con calma, rodeados solo de plantas litófitas que sobreviven entre las grietas de la piedra.
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| Bosque de piedras de Pillones |
La ruta sigue entre llanuras fértiles donde vacas y ovejas comparten la merienda. Ya se siente que Puno (3.827 m) está cerca. Pero antes de llegar, nos detenemos en un mirador que nos deja sin aliento: ante nosotros, una ciudad que se descuelga desde la montaña hasta besar las orillas del Lago Titicaca, el lago navegable más alto del mundo.
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| Puno y el Titicaca |
Otra jornada que hemos vivido, disfrutado y salvado con dignidad.
Mañana, más.
Buenas noches.
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Día 20.-Lago Titicaca
A Perú no se va todos los días, y si ya se está aquí, hay que exprimir cada minuto. Por eso madrugamos —como casi siempre— y bajamos a desayunar pronto. Nuestro “Ángel de la guarda” lo tiene todo previsto: para llevarnos hasta el puerto ha contratado unas auténticas “limusinas peruanas”, una decena de triciclos a pedales de dos plazas que nos esperan frente al hotel. Y allá vamos, recorriendo las calles de Puno en una alegre “tricicaravana” que levanta sonrisas a su paso.
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| A bordo de las limusinas |
¡Sí, pero llegué!
El Lago Titicaca nos recibe brillante y sereno. Es el escenario mítico donde —según la leyenda— surgieron los fundadores del Imperio Inca, Manco Cápac y Mama Ocllo. Se trata del lago navegable más alto del planeta y el más grande de Sudamérica, un espejo de agua que parece tocar el cielo.
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| Lago Titicaca |
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| El capitán |
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| Islas flotantes de los Uros |
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| En la tarea |
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| Los Uros |
Y ya lo dice el refrán: el mundo es un pañuelo. Al poner pie en tierra, escucho mi nombre —“¡José Luis!”—. Me giro y ahí está Carmen, una vieja amiga que, casualidades del destino, anda también por estos lares. Abrazos, risas y la sorpresa compartida. Luego, cada uno a lo suyo.
Nosotros emprendemos la subida, despacio, muy despacio. A pesar de las pastillas contra el mal de altura, los motores van a ralentí. En una de las plazas, un grupo local interpreta la danza de los sicuris, acompañada de quenas, sikus y tambores. Es un homenaje a la Pachamama y al lago Titicaca, lleno de ritmo y color. Y sí, acabamos bailando con ellos, porque resistirse sería pecado.
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| Baile en Taquile |
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| Nevados sobre el lago |
Tras la comida, descendemos lentamente hacia el embarcadero. Y entonces, una de nuestras compañeras —energía pura, dinamita andante— decide darse un baño en el lago más alto del mundo. El agua está helada, ella se ha mojado… pero la dinamita sigue seca.
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| Me sienta de pena |
🎶 “¡Cumpleaños feliz…!” 🎶
Mis compañeros que navegaban en la terraza me sorprenden cantándome la famosa melodía. No lo esperaba, y la emoción me gana. Gracias, amigos.
Ya en tierra, regresamos al hotel y salimos a buscar un lugar donde cenar. Como cada día, la gastronomía peruana no falla: sabrosa, variada y a precios que invitan a repetir.
Y así, entre el sabor de una buena comida y el cansancio dulce del día vivido, cerramos los ojos.
A dormir.
Mañana, más.
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Día 21.-De Puno a Cusco
🎶 “¡Cumpleaños feliz…!” 🎶 Como ayer era día 21 en España y hoy lo es aquí, ¡pues hale!, repetimos celebración. Esta vez con tarta, vela y deseo incluido. Y ya que estamos, lo confieso: “Deseo que quienes administran las comunidades autónomas de España lo hagan con la comprensión, seriedad, simpatía y empatía con la que convivimos este grupo de viajeros venidos de tantas de ellas.”
El día no da tregua, porque hoy nos espera un viaje largo: nada menos que 350 kilómetros hasta Cusco. Y no son kilómetros europeos, no: son kilómetros peruanos, de esos que se saborean despacio, a ritmo de curva y altitud. Todo el trayecto discurre por encima de los 4.000 metros, así que… ¡más pastillas! (porque lo de la hoja de coca les funciona a ellos, pero a nosotros…)
Salimos de Puno temprano, con el sol apenas despuntando, y poco a poco el paisaje se abre en una sucesión de llanuras altiplánicas, aldeas diminutas y montañas que parecen rozar el cielo. Entre las paradas obligadas, hacemos una muy especial en La Raya (4.335 m), divisoria natural entre las provincias de Puno y Cusco. Aquí el aire es limpio y fino, y desde el mirador se aprecia el imponente nevado Chimboya (5.489 m). Perfecto para estirar las piernas, hacerse la foto de rigor y llenar los pulmones de altura.
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| Al fondo, el Chimboya |
Raqchi fue capital de la nación Kanchis y está presidido por el Templo de Wiracocha, una impresionante construcción levantada sobre lava volcánica. Este templo dedicado al dios creador es de una majestuosidad singular, con sus muros de piedra y adobe que alguna vez alcanzaron más de 14 metros de altura. El complejo incluye también colcas, 152 construcciones circulares que servían de almacenes para grano y alimentos, además de tambos reales y áreas ceremoniales. Se levanta en una zona de colinas formadas por antiguas erupciones del volcán Quinsachata, considerado una huaca (lugar sagrado) principal.
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| Raqchi |
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| Una de las colcas |
Ya avanzada la tarde, hacemos la última parada antes del destino: Andahuaylillas, donde se alza la célebre Iglesia de San Pedro, conocida como la “Capilla Sixtina de los Andes” (o de “Parú”, según dicen por aquí).
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| Exterior de la iglesia de S. Pedro |
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| Nave de la iglesia |
Con el atardecer ya encima, retomamos el camino. A lo lejos aparece Cusco, la antigua capital del Imperio Inca. A “solo” 3.400 metros sobre el nivel del mar, el cuerpo parece agradecer el descenso: ¡como si estuviéramos a nivel del mar! (Bueno, es un decir, porque con nuestra llegada las farmacias locales hacen su agosto).
Con mucha pena, nos despedimos de Hugo y su autobús, a partir de ahora usaremos otros más pequeños, pues el tamaño para acceder al resto del viaje está más limitado. Gracias, señor conductor
Nos instalamos, dejamos el equipaje y salimos a dar un paseo por la hermosa Plaza de Armas, iluminada y viva, llena de historia, música y turistas que, como nosotros, sonríen pese al cansancio.
Cumpleaños, altura, templos, arte y un nuevo destino conquistado.
Ahora sí… a ñoñón, que mañana toca seguir soñando. Además, tengo un año más ¡uf!
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Día 22.-Cusco
Hoy dedicamos el día a descubrir Cusco (o Cuzco), la que fuera capital del Imperio Inca. Su Plaza de Armas, como todas las de Perú, es un hervidero constante de vida: vendedores, turistas, lugareños, música, colores… y presidiéndolo todo, la majestuosa catedral.
Pero antes de perdernos por sus calles, nos lanzamos a visitar algunos centros arqueológicos que quitan el aliento. Empezamos por Sacsayhuamán, una verdadera fortaleza inca famosa por sus enormes muros de piedra, ensamblados con una precisión milimétrica, sin una gota de mortero. Dicen que algunas de esas piedras pesan hasta 125 toneladas, y aún cuesta creer cómo las movieron desde las canteras cercanas.
No muy lejos, nos acercamos a Tambomachay, otro prodigio de ingeniería inca. Aquí el agua manda: acueductos, fuentes y cascadas se combinan con muros y nichos trapezoidales en una clara muestra del culto al agua que rendían los Incas.
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| Detalle de la perfección constructiva inca, en Sacsayhuamán |
Después, Maite y yo, emancipados del grupo, decidimos entrar al Museo Inka, ubicado en la llamada Casa del Almirante. Exhibe herramientas, textiles, cerámicas y objetos de la vida cotidiana de distintas regiones del antiguo imperio. Interesante, sí, aunque —siendo sinceros— esperábamos algo más.
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| Museo Inca |
Por la tarde, nos dejamos llevar sin rumbo por las calles de Cusco, donde se mezclan las piedras incas con las fachadas coloniales, el pasado imperial con el barroco andino. La Plaza de Armas vibra sin descanso: música, procesiones, fuegos artificiales… Resulta que están celebrando la festividad del Señor de los Milagros —oficialmente el 18 de octubre—, pero aquí el mes entero es fiesta.
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| La plaza de Armas vibra |
Buenas noches, “allin tuta” 🌙
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Día 23.-Valle Sagrado de los Incas
🎶 “¡Cumpleaños feliz…!” 🎶
Hoy le toca a Maite soplar velas imaginarias, porque la tarta, entre tanta altura y apuro, tendrá que esperar a un escenario menos improvisado que el comedor del hotel, falto de la intimidad que requiere el asunto.
Maletas aparcadas por un par de días, mochilas con mudas para otros tantos, al hombro, y allá vamos, llenos de entusiasmo rumbo al Valle Sagrado de los Incas en unos minibuses que conocen más baches que rectas. Primera parada: Pisac, donde los incas demostraron que sabían más de astronomía que de comodidad en los descensos. Subir no cuesta tanto, pero esos 500 metros bajando dejan las piernas temblando y la dignidad colgando.
Entre Torreones, Andenes y Relojes del Sol, nos asombra la precisión inca y nos preguntamos si el Inti Huatana servía también para calcular cuánto faltaba para la hora del almuerzo. Al llegar al pueblo, el olor manda: empanadas recién hechas y las inseparables birras Cusqueñas nos devuelven el alma al cuerpo. El mercado, por supuesto, lo recorremos en “modo rayo”, que el tiempo apremia y las artesanías no se van a comprar solas.
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| Una cuestecica en el camino |
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| Sitio arqueológico de Ollantaytambo |
Y así, una vez más, nos rendimos ante el verdadero dios del viaje: Morfeo, que nos acoge sin discusión en su mullida cuna del cansado.
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Día 24.- Machupicchu (montaña vieja en quechua)
🎶 “¡Cumpleaños feliz…!” 🎶 suena por segunda vez, porque Maite no se libra tan fácil de su homenaje. Esta vez hay vela, tarta y toda la parafernalia, aunque las legañas aún están presentes y el café hace de despertador oficial del grupo.
Cargados de ilusión, caminamos hacia la estación de Ollantaytambo para tomar el tren rumbo a Aguas Calientes, (o Machupicchu pueblo). El viaje es de postal: el tren serpentea por el Valle Sagrado, con el río Vilcanota de compañero y paisajes que hacen que uno olvide (momentáneamente) el madrugón.
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| Desde el tren |
Ya en destino, soltamos los trastos de noche en el hotel con la misma devoción con la que un peregrino deja ofrendas a un santo, y sin perder tiempo nos lanzamos a la colosal fila de autobuses rumbo a la ciudad sagrada. La cola parece eterna, una serpiente humana de mochilas, sombreros y resignación, pero funciona como un reloj suizo: buses entrando y saliendo con la precisión de una coreografía mística, transportando a los peregrinos modernos al paraíso… o al menos al paraíso con escaleras.
La subida es vertiginosa: la carretera se enrosca entre las montañas con una fe ciega en las leyes de la física y una cierta tendencia al suicidio colectivo. Desde la ventanilla se alternan los “¡oh, qué vista!” con los “¡madre mía, qué curva!”, mientras el conductor, imperturbable, parece haber nacido girando en zigzag.
Y entonces, como si la montaña se abriera en un acto de magia, Machu Picchu se despliega ante nosotros: majestuoso, sereno, suspendido en el tiempo a 2.430 metros de altitud y a varios siglos de nuestra rutina mundana. La postal perfecta cobra vida, lista para recibir a otra horda de visitantes armados con cámaras, palos de selfie y la ilusión de captar el misterio en formato panorámico.
Nuestra guía —sabia, paciente y con la autoridad moral de quien ya ha visto veinte mil turistas tropezar en el mismo escalón— nos agrupa como a una clase revoltosa en excursión. Escalón arriba, escalón abajo, nos conduce entre piedras milenarias, ruinas enigmáticas y llamas fotogénicas, todo con la misión sagrada de conseguir la foto: esa en la que el Huayna Picchu asoma justo detrás, el sol cae en el ángulo perfecto y nosotros posamos con la cara de quien, modestamente, acaba de descubrir el lugar por primera vez en la historia de la humanidad.
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| Machupicchu y el Huayna |
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| Imágen del pueblo inca |
Así que entre risas, eructos discretos y promesas de “mañana estaremos mejor”, nos despedimos del día: buenas noches desde el ombligo del Imperio Inca, donde hasta el pisco tiene carácter.
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Día 25.-Huayna Picchu (montaña joven en quechua)
Amanece en Aguas Calientes y el parte médico del grupo no pinta bien: Maite, que ayer soplaba velas, hoy sopla suspiros desde la cama. Yo tampoco estoy para maratones, pero lo mío parece más leve. Con el paso de las horas descubrimos que el mal no viene de los dioses andinos, sino del temido “mal de pisco”, que nos ha dejado a medio grupo haciendo penitencia... por arriba o por abajo.
Aun así, los más valientes —o inconscientes— decidimos repetir la hazaña: subir de nuevo a Machu Picchu con Carmen, nuestra guía de paciencia infinita. Antes del gran reto, echamos un vistazo a rincones que ayer quedaron en el tintero, y luego… toca Huayna Picchu, esa montaña que desde abajo parece decir “a ver si te atreves”.
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| El Huayna Picchu entre nubes |
El cielo anda caprichoso y las nubes juegan al escondite, pero empezamos la subida con ánimo y algo de ingenuidad.
El sendero arranca entre árboles y humedad, como si la montaña quisiera ponernos a prueba desde el primer paso. Pronto las escaleras se empinan con ganas de venganza, cada peldaño un recordatorio de que la repostería del desayuno no fue buena idea. Hay sirgas para no despeñarse —benditas sirgas, amigas de los que sobran equilibrio y les falta prudencia—, y precipicios que dejan claro que uno no es Spiderman, por mucho que se vista con mallas técnicas y gafas de espejo.
Las vistas, eso sí, perdonan todos los pecados: horizontes infinitos, nubes al alcance de la mano y un silencio tan solemne que hasta los pájaros parecen andar de puntillas. Cada foto es una excusa para disimular el ahogo, cada parada un pacto tácito con las rodillas.
Y al fin, la cima. Ángel, Virtudes, Itziar, Pepa y servidor: un equipo de campeones, cada cual con su estilo —unos posan como héroes de anuncio de agua mineral, otros se abrazan al bastón como si fuera un miembro de la familia—. Las piernas tiemblan, el alma se desborda, y en la cara llevamos esa mezcla gloriosa de sudor, orgullo y una ligera sospecha de locura. Porque sí, subir ha sido duro… pero bajar promete ser toda una epopeya.
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| Con Itziar, cerca de la cima |
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| Virtudes, Pepa y Ángel, en la cima |
Desde allí arriba, rodeados por la majestuosidad impertinente de los Andes y con Machu Picchu desplegado a nuestros pies como una maqueta divina, entendemos por qué esto se cuenta entre las siete Maravillas del Mundo. Espectacular, sublime… y, sobre todo, merecido después del vía crucis de escalones, jadeos y promesas de “ya falta poco”.
La vista lo compensa todo: el aire parece más puro, el ego más grande, y las fotos, por supuesto, infinitamente más heroicas. Uno casi espera que suene música épica de fondo, o que aparezca un dron filmando la escena en cámara lenta.
Pero como todo lo que sube —y no siempre con elegancia—, también baja, iniciamos el descenso. Y claro, no podía ser un descenso cualquiera: pasamos incluso por una cueva, porque aquí nada es sencillo ni lógico.
Durante un buen tramo creemos que el resto del grupo se ha rendido, devorado por la selva o abducido por alguna llama mística. Error: también llegaron, solo que por el camino que no coincidía con el nuestro. Que cada cual viva su aventura, pensamos, mientras comprobamos que, efectivamente, la gravedad es una fuerza más traicionera bajando que subiendo.
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| Paisajes desde la cima |
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| Descenso |
Cusco sigue a lo suyo, los fuegos artificiales iluminan la plaza de Armas y para nosotros, el día termina en calma. Sin brindis ni piscos esta vez, por si acaso. Solo el dulce placer de volver a respirar (literalmente) y dormir como incas satisfechos.
Día 26.-De nuevo en Cusco
Después de tantos días de trote andino, el simple hecho de no tener que saltar de la cama al amanecer nos parece un lujo digno de emperadores incas. Cusco sigue de fiesta con el “Señor de los Temblores”, ese santo que, según cuentan, detuvo un terremoto en 1650… aunque, viendo la lista de seísmos posteriores, parece que el hombre se tomó unas largas vacaciones.
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| Sigue la fiesta |
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| Barrio de San Blas |
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| La paz regresa a Cusco |
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Día 27.- Lima
Tras el desayuno, un par de minibuses nos llevan al aeropuerto de Cusco, que, dicho sea de paso, está tan cerca que casi podríamos haber ido andando… si no fuera por el pesado equipaje, el cansancio y la pereza acumulada.
Y claro, en estos últimos días todo no podía salir rodado: ¡overbooking! Algunos del grupo se quedan en tierra y los de la compañía prometen que volarán “en el siguiente” (frase que suena tan tranquilizadora como “enseguida sale el jefe”). Ya sentados en el avión, vemos aparecer a los rezagados: aplausos, vítores, ovaciones… ¡solo falta la banda! Eso sí, Virtudes e Itziar siguen sin subir: volarán algo más tarde, pero llegarán, que de eso no hay duda.
Aterrizamos en Lima en poco más de una hora. Primera misión: soltar el equipaje en el hotel, situado en Miraflores.
Entre bocinazos, caos y filosofía peruana al volante, llegamos a media mañana. Desde allí, el mismo bus nos lleva al centro histórico, avanzando metro a metro entre coches, motos y algún turista despistado.
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| Edificio en Lima |
Los “supervivientes” nos vamos a la Plaza Mayor (o de Armas), el mismísimo corazón de Lima, donde Pizarro fundó la ciudad en 1535. La plaza impone: el Palacio de Gobierno, el Palacio Arzobispal, la Catedral… y nosotros, que intentamos entrar en esta última, pero justo están celebrando. El museo queda descartado: entre el vuelo y el hambre, no estamos para mucho arte sacro.
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| En la Plaza Mayor. Detrás, la Catedral |
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| Palacio del Gobierno |
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| El cambio de guardía |
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| Buen provecho |
La jornada culmina con La Cena, en mayúsculas y con emoción. La cena de despedida. Postres, brindis y discursos sentidos. Hay quien se emociona, quien improvisa, y quien aprovecha para recordar que Ángel, nuestro guía de Banoa, se ha ganado el cielo: ha lidiado con madrugones, carreteras imposibles, overbooking, pasaportes fugados y dieciocho almas con distinto humor y altitud.
Finalmente, Ángel toma la palabra. Agradece la paciencia, la alegría, los madrugones y los tragos de mate de coca. Su discurso es tan sincero que terminamos brindando con la última gota de...
Mañana toca volver a casa… aunque, conociendo al grupo, seguro que aún nos da tiempo para un último garbeo o, quién sabe, para otro overbooking.
Buenas noches.
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Día 28.- Barrio Barranco y vuelta a casa
El equipaje ya está en modo “vuelo internacional”, es decir: cerrado a presión, con la cremallera a punto de rendirse y con los recuerdos de Perú haciendo equilibrio entre las camisas. Lo dejamos en el maletero del hotel y, en armoniosa procesión turística, seguimos los pasos de nuestro infatigable Ángel rumbo al barrio de Barranco, ese pedacito bohemio de Lima donde el arte, el color y la nostalgia conviven con el salitre del Pacífico.
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| Playa en Barranco |
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| Por el barrio de Barranco |
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| Puente de los Suspiros |
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| Oroya |
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| Arte callejero |
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| Ángel con alas |
Pero el reloj no perdona. Regresamos al hotel, recogemos las maletas y nos dirigimos al aeropuerto. Facturamos sin sobresaltos —ya era hora— y subimos al avión con esa mezcla de cansancio, satisfacción y nostalgia que solo dejan los grandes viajes.
Doce horas de vuelo por delante. Entre sueño y sueño, alguna película y el menú de abordo (que siempre parece mejor cuando estás sentimental), el tiempo pasa volando —o eso queremos creer—.
Y al fin, Madrid. Día 29. El viaje termina, pero el recuerdo se queda. En la terminal nos abrazamos, unos siguen al norte, otros al sur, otros a donde el destino nos llame. Son abrazos largos, de esos que dicen “nos vemos pronto” aunque todos sabemos que no será tan fácil.
Pero algo queda: las risas, las anécdotas, los paisajes, los amigos nuevos y ese guiño cómplice que te deja un buen viaje.
Hasta siempre, amigos y amigas.
¿Nos vemos en el próximo destino… o en el próximo deseo del Puente de los Suspiros? ✈️✨
En el baile de la jota aragonesa, que de joven practiqué, la última copla que entonan los cantadores comienza con:
🎶🎶Allá va la despedida...🎶🎶
Y así, con el corazón aún latiendo al ritmo de la quena y el tambor, y los recuerdos mezclándose con el aroma del café peruano, llegamos al final de este viaje. Han sido días intensos, de paisajes que cortan la respiración —y no solo por la altura—, de risas compartidas, de madrugones que se olvidaban en cuanto el sol asomaba tras los Andes, de historias que aún resonarán cuando el tiempo las cubra de nostalgia.
Hemos recorrido un país inmenso y diverso, desde los desiertos de Nazca hasta los picos nevados de la Cordillera Blanca, desde la blancura luminosa de Arequipa hasta la solemnidad de Cusco, desde el misterio de los templos incas hasta el azul sereno del Titicaca. En cada rincón, el Perú nos ha ofrecido su alma: sus gentes amables, su historia profunda, su cocina que reconcilia el cuerpo con el espíritu, su mezcla perfecta entre lo sagrado y lo cotidiano.
Pero más allá de los lugares —que son muchos y hermosos—, lo que de verdad ha hecho grande este viaje han sido las personas. El grupo: dieciocho almas que, venidas de distintas tierras, supieron convertirse en una sola familia viajera. Compartimos la sorpresa, el cansancio, el humor, las canciones improvisadas y hasta las pastillas contra el mal de altura. Cada uno aportó algo: una sonrisa, una ocurrencia, una mano cuando el camino se empinaba.
Y, por supuesto, Ángel. Nuestro guía, nuestro cómplice, nuestro "ángel de la guarda". Con su serenidad, su paciencia infinita y su capacidad para convertir cada imprevisto en una anécdota, ha conseguido que todo fluyera, incluso cuando el destino (o las aerolíneas) parecían conspirar. Su entusiasmo y profesionalidad han sido el hilo invisible que ha tejido este viaje de principio a fin.
Regresamos a casa con el alma más ancha, con los ojos llenos de paisajes y el corazón repleto de nombres, de voces, de momentos. Soy consciente de que un viaje no termina cuando el avión aterriza, sino cuando la memoria deja de recordarlo… y este, lo sabemos, no se olvidará fácilmente.
Así que, mientras el autobús, de vuelta a casa, recorre la carretera, cierro los ojos y pienso que el verdadero tesoro del Perú no está solo en sus montañas o sus templos, sino en lo que deja dentro de cada uno de nosotros: una huella profunda, luminosa, humana.
Gracias, compañeros, gracias compañeras. Gracias, Ángel. Gracias Perú.
Nos encontraremos de nuevo… en algún camino, bajo otro cielo, con el mismo espíritu de quienes saben que viajar no es solo moverse, sino vivir. ✨

























































































































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