Día 26 de enero de 2025
La semana pasada, mientras el amigo Carmelo, desde la atalaya en Valdemadera me comentaba sobre ese pico modesto que se erguía ante nosotros, en lo alto de la Sierra Modorra (no confundir con la Peña Modorra, en Teruel, que la veremos desde arriba), pensé que sería un buen momento para sacarle el jugo a esa ventana climatológica que nos dejan las borrascas Éowyn y Herminia. Así que Maite y este servidor nos pusimos en marcha hacia el pueblo de Codos, decididos a conquistar su pico homónimo.
¡Ah, qué delicia el viaje, que apenas una horica nos regala! Entre bostezo y bostezo, las vides dormilonas, envueltas en su pijama invernal, nos susurran al oído que Cariñena está a tiro de piedra. Esa ilustre capital de la comarca que lleva su apellido, famosa por brindar unos caldos que, como diría el entendido, "te abrazan el gaznate y te ponen la vida en tecnicolor".
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Vides dormilonas |
Pero no, nosotros no caemos en la tentación del primer brindis. Seguimos con valentía hacia el sur, donde el puerto de Codos se retuerce como culebra rabiosa, dispuesto a humillar a cualquier conductor que presuma de manos finas y volante firme.
Finalmente, llegamos al destino y aparcamos el “buga” con una precisión digna de cirujano, justo a los pies de la Iglesia del siglo XVI. Pero que nadie piense que dejamos ahí el coche para que la buena santa —Magdalena, en este caso— se ocupe de velar por él mientras exploramos. ¡Nada de eso! Lo hemos hecho para que quede claro que aquí empieza nuestra odisea.
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Iglesia de Sta. María Magdalena |
Iniciamos la ruta desde la apacible plaza de la Iglesia, comenzando nuestro paseo, calle arriba, por la calle de San Blas, donde ya se asoman las señales blancas y rojas de la GR.90. Entre tanto, contemplamos las típicas casas, algunas adornadas con motivos alegres, como si estuvieran secretamente celebrando nuestra presencia.
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Nos saludan |
Paso a paso, dejamos atrás Codos, mientras abajo se extiende la fértil vega regada por el Río Grío, y a nuestra derecha, el riachuelo Güemil acaricia pequeños huertos.
Y detrás de nosotros, como si nos observara con una arrogancia desmedida, se alza la Sierra de Algairén, testigo de tantos recuerdos escondidos entre sus montes. Así vamos, entre paisajes y memorias, en un camino que parece traer más sorpresas de las que esperamos encontrar.
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Sierra de Algairén |
El camino, que sigue las marcas de la senda GR.90, en dirección sur, también comparte escenario con las verdes y blancas del sendero local Z.60. Vamos, que por señales no será. Poco después, llegamos al punto donde el sendero, con mucho teatro, decide bifurcarse: una opción nos lleva hacia adelante, mientras que la otra, con su nombre rimbombante de "senda vieja hacia el Pico de Codos", nos invita a un viaje al pasado. Nosotros, sin tanto drama, seguimos por la primera, por la vieja es por donde volveremos más tarde. |
Buena señalización |
Así que aquí estamos, ganando altura poco a poco, como si fuéramos los intrépidos protagonistas de una épica montañera. Atrás queda Codos, cada vez más pequeño, mientras nuestros ojos se fijan en el cielo, rogando que Herminia no decida adelantarse a las previsiones meteorológicas. Las nubes que desfilan por encima parecen más bien atrezo teatral, aunque no nos fiamos: sabemos que a veces el decorado se vuelve protagonista. |
Codos |
El sendero, amplio y amable, nos invita a relajarnos, pero no, ¡qué va! Lo abandonamos con valentía para tomar una senda a la izquierda que serpentea entre un encinar de postal. Algunos pinos traviesos han decidido adornar el sendero con sus frutos, desafiando descaradamente a la alfombra de bellotas que yace en el suelo. La naturaleza también tiene su propia competencia.  |
Entre encinas |
Y entre árboles y alfombras, crecen algunas matas como por ejemplo la gayuba, la jara laurifolia, la lavándula, etc. Y para completar la estampa, el musgo pone su tono verde. En primavera, esto seguro se convertirá en un espectáculo floral de esos que hacen suspirar a los más sensibles. Nada que ver con la versión de andar por casa que nos planta el consistorio de mi ciudad cada año, como si con petunias y geranios pudieran competir con la madre naturaleza. |
Estampa |
La calma dura poco, porque al llegar a una bifurcación decidimos dejar atrás la GR.11 y seguir el sendero local. Es aquí cuando el camino, tan pintoresco como cruel, se inclina "p´arriba" sin piedad alguna, como si quisiera recordarnos que lo de "jóvenes senderistas" es una etiqueta que llevamos con más optimismo que realismo. |
"P´arriba" |
¡Chino chano, que no hay prisa, pero tampoco pausa! Vamos ganando altura, y el monte se aclara ante nosotros. Llegamos a una especie de collado que, más que un paso, parece una antesala para lo que está por venir: el cordal que nos llevará a la cima. Y ahí está Herminia, infalible como siempre, que no se pierde una. El "viento fagüeño" sopla con la suficiente mala leche como para hacernos titubear en nuestra verticalidad, pero no hemos venido hasta aquí para dejar que una miaja de aire nos tumbe. |
La antecima |
Así que nos lanzamos, con más voluntad que elegancia, al último tramo que discurre por un amplio cordal. A cada paso, el objetivo se acerca: el mítico Pico de Codos. Vale, de "mítico" tiene lo justo y de altura, más bien modesta (1272 metros), pero no le vamos a quitar méritos. Este pico, de esos que no hacen ruido, es un mirador excepcional que te deja boquiabierto con sus paisajes. |
En la cima |
El viento, eso sí, no da tregua. Sopla con tal fuerza que a Maite, la intrépida de la pareja, no le queda otra que posar para la foto del recuerdo con el pelo al viento, sujeta al pilón geodesico, cuál heroína en pleno épico combate contra los elementos. Y ahí queda inmortalizada, desafiando al mismísimo Eolo. |
¡Agárrate fuerte! |
Hay que irse de aquí, pues resulta que más que bajarnos de la cima, parece que la cima nos echa del lugar como si fuéramos turistas que se quedan demasiado en el bar. ¡Qué cosa más insufrible estar un minuto más de lo necesario en ese ventisquero! Así que, "tocata y fuga", bajamos un poquito por el cordal de subida hasta donde juraban que había una cruz, pero solo encontramos un montón de piedras apiladas indicándonos por dónde tirar. |
Huyendo del fagüeño |
Menos mal que estamos en el lado este, resguardados del viento. ¡Qué alivio volver a sentirnos humanos! La senda, como en la subida, se abre paso entre un bosquecillo de encinas muy majo y, ¡vaya!, justo a los 1030 metros nos topamos con una cruz hecha de hierros viejos. ¿Será la de arriba que ha decidido bajar para escapar del "fagüeño"? Y para rematar, un poco más adelante, encontramos una chabola metálica que parece un garito de feria plantado en medio del campo. ¡Dos pistolas a un santo, quedan mejor! |
¡Qué cruz! |
La primera viña asoma coqueta, como quien avisa sin mucha prisa que el camino ya se va terminando. No hay lugar para lamentos, porque a un par de curvas la pista nos adentra en las callejuelas de Codos. Santa Magdalena, en un gesto digno de aplauso, ha hecho su trabajo celestial y el buga sigue donde lo dejamos, impoluto, listo para llevarnos a otro pueblo que, si hacemos caso a las recomendaciones de Carmelo, promete grandes alegrías culinarias. Allí, el cerdo, tratado con el mimo y con el arte que lo haría el mismísimo Arguiñano, nos devuelve las fuerzas gastadas en esta hermosa mañana de enero.
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Bonita excursión a pesar del aire, para esa pareja de valientes.
ResponderEliminarPues nosotros, la pareja de la calle Sevilla, sentados enfrente del pc, sin zagüeño... mu biennn. Gracias por contarlo.
ResponderEliminarComo siempre estupenda descripción del " paseo " . Muchas gracias.
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