Día 12 de marzo de 2025
Cuando uno está de paso por la comarca alicantina de la Marina Alta y se da algún que otro "rule", es imposible no toparse con ese peñasco de 332 metros de altura, que se planta con toda su chulería sobre el Mediterráneo. Ahí está, desafiando al tiempo y al personal, el Peñón de Ifach, ese pedazo de roca que ni los rascacielos de Calpe (auténticos altares al pelotazo urbanístico) consiguen destronar de su papel estelar.
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El Peñón de Ifach |
Pues nada, Maite y un servidor, viendo que entre borrasca y borrasca se nos abre un resquicio de cielo, decidimos tirar "p'allá", no vaya a ser que el Peñón se nos ofenda.
Dejamos el buga en barbecho y desde nuestro cuartel general en la zona de la playa de la Fossa, nos lanzamos a la aventura.
Tras un placentero paseo, junto al mar, iniciamos nuestros andares por un camino, de esos que engañan: tranquilito, bien empedrado, de postal.
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Buen camino (por ahora) |
En las faldas del peñón encontramos el yacimiento de la Villa Medieval de Ifach, ordenado por Pedro I de Aragón, que mandó construir para la defensa de buena parte de este litoral.
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Yacimiento |
Pero pronto empezamos a subir y el sendero, impecablemente acondicionado, se abre paso entre carrascas y pinos que, a juzgar por sus formas retorcidas, han debido de tener más de un rifirrafe con el viento. Vamos, que más de uno apunta "mirando a Cuenca" en señal de rendición.
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Mirando a Cuenca |
Nosotros, en cambio, ponemos el modo explorador y echamos la vista a otro lado. Arrancamos por el oeste, donde el Parque Natural de la Serra Gelada nos saluda con su silueta, y seguimos el barrido visual hasta toparnos con la calpina Sierra de Oltá, que, dicho sea de paso, conquistamos hace apenas cuatro días (pruebas aquí, por si alguien duda de nuestra heroicidad). A sus pies, Calpe y sus salinas posan como si supieran que las estamos admirando. Giramos la cabeza hacia el este y ahí nos recibe la playa de la Fossa, con su arena dorada y su brisa marina, escoltada a lo lejos por el imponente Parque Natural del Montgó. Y al final de la línea de costa, como un vigía que lleva siglos en su puesto sin moverse ni un milímetro, la punta de Moraira con su torre defensiva D´Or, testigo mudo de navegantes, aventureros y algún que otro turista despistado. Alcanzamos el Centro de Interpretación del Parque Natural, aquí presentamos las correspondientes reservas (necesarias desde el año 2020)
A partir de aquí el camino se encuentra empedrado y asequible a cualquier tipo de visitante, hasta que alcanza un túnel, una oscura boca cavada en la montaña que nos ofrece un suelo irregular con rocas resbaladizas, habilitado con cadenas unidas a las paredes del túnel para facilitar el paso del personal.
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A punto de entrar en el túnel |
A partir de aquí, la senda se pone juguetona y nos sube la dificultad un par de niveles. El suelo, compuesto de rocas calcáreas más pulidas que el mármol de una catedral, nos obliga a andar con más tiento que un gato en una tienda de porcelana. Para sortear el tramo, nos agarramos a unas cuerdas y cadenas ancladas en la piedra. |
¿Midiendo el vacío? |
En este punto, aparece nuestra vieja conocida, "Doña Prudencia", con su cara de circunstancias y su tono de madre preocupada, susurrándonos al oído: "Ojito, que aquí un resbalón y os hacéis un estropicio de campeonato". Así que, obedientes, ponemos los cinco sentidos en cada paso, no vaya a ser que acabemos con más rasguños que un gato callejero. Llegamos al desvío hacia el mirador de los Carabineros, pero lo dejamos para la bajada, que ya habrá tiempo de asomarnos por allí. Ahora lo que toca es seguir subiendo, que el Peñón no se va a conquistar solo.
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Con alegría |
En esas estamos cuando se nos acopla una joven pareja con cara de haber acabado aquí por pura casualidad. Despistados, sí, pero con ganas. Así que, combinando su lozanía con nuestra veteranía (y nuestra tendencia a meternos en estos berenjenales), formamos un equipo improvisado y seguimos tirando para arriba. Después de sortear unos cuantos pasos y marcarnos alguna que otra trepada sin despeinarnos demasiado, alcanzamos la cresta que nos deposita en la cima.
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En la cima del Peñón de Ifach |
En condiciones normales, aquí nos sentiríamos los auténticos reyes del pedrusco… pero no. Porque las verdaderas dueñas del cotarro son las gaviotas patiamarillas, que nos miran con cara de pocos amigos, como si fuéramos okupas en su territorio. Y ojo, que en los meses de abril, mayo y junio, cuando andan en plena nidificación, la cosa se pone seria: dicen que por aquí se pueden ver los nidos con sus polluelos y a las madres en modo ninja, listas para defender a su prole de cualquier intruso. Que algún que otro curioso ha acabado bajando a destiempo, por subestimar el mal genio de estas señoritas aladas. |
Gaviota patiamarilla |
Alcanzamos la cima y, de repente, los ojos se nos vuelven pajaritos, casi en sintonía con las gaviotas que nos vigilan de reojo. El paisaje es de esos que dejan sin palabras (y eso en nosotros es raro): mar, hermoso mar, hasta donde alcanza la vista, montañas que se pierden en el horizonte, y unos rascacielos que, desde aquí arriba, parecen de juguete, como sacados de Lilliput. |
Lilliput |
Para rematar la jugada, el cielo está tan limpio que hasta nos regala una vista inesperada: allá, en la lejanía, asoma la silueta de Ibiza, como un guiño para recordarnos que el Mediterráneo siempre tiene algo más que enseñarnos. Toca bajar, y lo hacemos con cuidadín, que entre la lluvia de anoche, lo traicionero de la roca y nuestras articulaciones, con más kilómetros que un taxi, la broma podría salirnos cara. Así que paso firme, manos listas para cualquier apoyo estratégico y, por si acaso, alguna que otra súplica a los santos del equilibrio.
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¡Cuidadín! |
Aun así, llegamos sanos y salvos al desvío antes mencionado, para acercamos al mirador de los Carabineros. En su día, este era un punto de vigilancia de aquellos agentes encargados de poner freno al contrabando. Hoy, en cambio, solo vigila el mar… y a unos cuantos senderistas que, como nosotros, vienen a curiosear y a imaginar historias de lanchas furtivas y negocios en la sombra.  |
En el mirador de los Carabineros |
Un último vistazo al Mediterráneo, ese mar eterno, tantas veces contado y cantado, que hoy se nos muestra como un inmenso cementerio azul. Aguas que antes fueron cuna de civilizaciones y ahora son fosa de quienes huyen del horror, aferrándose a la esperanza de una libertad que, cruelmente, sigue siendo solo una promesa incierta. |
Sin palabras |
Poco a poco seguimos bajando, desandando lo andado, con ese aire de quien ya ha conquistado la cima y ahora solo quiere llegar abajo sin estrenar el seguro. Mientras tanto, la memoria nos juega malas pasadas y nos lleva a la última vez que hicimos esta ascensión. Comentamos, con cierto recochineo, que hoy nos ha parecido más difícil. ¿Será la lluvia de anoche, que ha dejado la roca más resbaladiza? ¿Será que la dichosa piedra, con tanto trote, se ha pulido aún más? ¿O será, ejem, que ahora somos seis años menos jóvenes? Será, será… pero mejor no insistir demasiado en esa última opción, que ya duele bastante sin necesidad de repetirlo. ¡Je, je!
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Me encanta la descripción. No lo recordaba tan equipado.
ResponderEliminarSe que recopilar ordenar y seleccionar todo lo publicado sobre tus "visitas" por la geografía española, sería un trabajo de titanes. Pero el resultado, de un gran interés general para muchos de los españoles que aman la naturaleza y disfrutan el conocimiento exhaustivo de esos parajes a los que nos acercas, sería un regalo inapreciable.
ResponderEliminar¿ Habrá alguien, que con conocimientos técnicos y enorme paciencia, ponga manos a la obra ?
Saludos.
¡Ufff!
ResponderEliminarMadre mia....he tenido vértigo y miedo solo leer tu crónica....sois unos campeones y tu jose Luis un genio haciendo crónicas
ResponderEliminarApoyo el mensaje anónimo totalmente
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