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martes, 6 de octubre de 2015

LAS ENAGUAS DEL MONCAYO (Morana-Horcajuelo-Muela-Morrón-Los Moros)

Día 3 de Octubre de 2015
      En el punto de mira, eran otras cotas más altas las previstas para hoy, pero la climatología y la "señora prudencia", nos han llevado a cambiar los planes y echar los cuerpos a una zona que en otra ocasión, (la puedes consultar haciendo clic aquí) no pudimos completar por la fuerte corriente de las aguas del barranco, eran y son tierras de la  Huecha del Moncayo, 
       Partimos de Zaragoza media docena (o tres pares, según como lo mires) de "jóvenes" entusiastas dispuestos a "comernos" la sendas que se nos pongan en el camino. Realmente, lo primero que un servidor se "come", es un torrezno recién sacado de la cocina, en el establecimiento en que paramos a desayunar.
Barranco de Horcajuelo.
    Tras atravesar las estrechas calles de Alcalá de Moncayo, los dos "Luises", Lola, Piedad, Maite y yo, nos calzamos las botas en el parking que se encuentra junto al Centro de Recuperación de la Cabra Moncaína.
       El cielo está despejado, tan solo el de San Miguel, como de costumbre, nos muestra la cabeza tapada con la boina.
     Comenzamos a patear el camino de la Alberca, a nuestra derecha quedan las primeras aguas del río Huecha, que aquí recoge las de varios de los barrancos que lo alimentan. Como de momento el sendero es bastante amable, pronto alcanzamos la zona del Horcajo, lugar en el que confluyen los barrancos de Morana y Horcajuelo. Es el segundo el que tomamos, "la Morana" la dejamos para otra ocasión.
La selva moncaína.
      Nada que ver el paisaje con el que disfrutamos en la primavera del 2013, el otoño nos muestra la otra cara, no menos bella, la de lo tonos pardos. Abedules, castaños, avellanos, junto con los sauces que flanquean el arroyo, ya muestran sus tonos amarillos y rojizos en contraste con el verde encinar. Mientras, el abundante acebo con sus hojas brillantes y el rojo fruto de sus ejemplares femeninos, nos recuerdan lo avanzado del año. Por otro lado, la zarzamora es atacada por estos caminantes para hurtarle su dulce fruto.
Al fondo, La Torre de Morana.
     Arriba, un buitre asciende en continuos círculos, aprovechando, supongo, una corriente térmica. Nuestro ascenso va por el sendero que ahora comienza a ganar altura, entre curiosas formaciones rocosas que flanquean el camino. Destaca, entre el resto La Torre de Morana, mole que tiene hasta una leyenda: "así cuentan que dicha roca estaba cubierta por abundante hiedra y que un pastor subió por ella para coger un nido de halcones que había arriba, y parece ser que en castigo ya no pudo bajar nunca más de la roca".
        Cruzamos las aguas del barranco en varias ocasiones, esta vez sí podemos, esta vez no ha habido obstáculo alguno que nos impediera continuar nuestro camino. El barranco,.poco a poco, se va abriendo por lo que el sol penetra y acaricia nuestra delicada piel aunque, afortunadamente,  el viento zagüeño refresca esta espléndida mañana.
        Llegamos a la Pradera de Horcajuelo, lugar en el que nos detenemos a descansar y tomar algún alimento que nos proporcione la energía necesaria para acometer lo que nos queda de ascenso.
      No hemos terminado de mover el bigote, cuando en dirección opuesta a la nuestra, aparece un grupo, digo, un ejército de senderistas de la zona con los que establecemos un a ligera charla. Ellos han subido temprano por el barranco de Morana para bajar por el de Horcajuelo.
Luces de otoño.
Subiendo hacia La Muela.
      Aún no se han marchado, que ya estamos cargando las mochilas en nuestras espaldas para, por este pastizal, dirigirnos al comienzo de una confusa subida a La Muela, ascensión que discurre entre piedras, sabina rastrera y erizón, que salvamos poco a poco, disfrutando del paisaje que se nos va abriendo conforme ganamos altura.
     Con el viento por montera, alcanzamos la cima de La Muela (1665 m.) desde donde ya divisamos Las Peñas de Herrera.
Las Peñas de Herrera desde el Cerro Morrón.
Cerro Morrón.
      Las dos más bajas: la Gotera y la del Medio llaman menos la atención, que tiende a concentrarse en la Picarrón y la del Camino, siendo esta la más espectacular. También observamos, esta vez en el suelo, varios y potentes ejemplares de "Lycoperdom maximun", popularmente conocidos como "Pedo de lobo". Alguien pisa uno de ellos y en la bota queda adherida la "carnosidad" de este hongo.
       Observamos el paisaje, pero pronto nos vamos en dirección a otro mirador un poco más alto, se trata del Cerro Morrón (1731 m.) al que accedemos, de nuevo, entre lajas de piedra caliza y erizón.
El fotógrafo de la anterior.
        El vértice geodésico, por esta vez, cumple funciones de decorado para los varios retratos que realizamos en la cima. Es, también, balcón inmejorable para observar la vista panorámica que desde aquí se contempla. La Muela de Horcajuelo, tras de esta, el Collado de Bellido, Peñas de Herrera, alrededores de Beratón, lástima que la bruma nos lo impida ver, aunque se adivinan los Pirineos tras la sierra de Guara. 
    Un toque de atención por parte de nuestros intestinos, nos recuerda que ya es hora de comer, acontecimiento este, que nos lleva a comenzar la incómoda bajada hasta el Collado de la Estaca e iniciar unos metros por el Barranco de los Moros, para, protegidos del viento, sacar los bocadillos y dar cuenta de ellos, bien regados con un buen vino joven de Longares.
Barranco de los Moros.
      Levantamos el campamento y continuamos el descenso por este seco y poco transitado barranco. Durante toda la bajada, a nuestra derecha, siempre nos contemplan las omnipresentes Peñas de Herrera, viendo como la recogida del fruto de la zarzamora ralentiza nuestra marcha pero como se trata de disfrutar del monte, estas cosas resultan, incluso relajantes.
       Abajo divisamos la paridera de Valdeavellano, pero antes de llegar a ella, tomamos una pista a la izquierda que sube sin compasión para con esta media docena de benditos. Además, por estos lares, ha dejado de soplar el amigo Eolo y la tarde apunta a "bochorno de otoño".
Las Peñas de Herrera desde el barranco de los Moros.
Cabra moncaína
   Con ayuda del GPS, encontramos una escondida senda, la que nos tiene que devolver a nuestro punto de partida en el Centro de Recuperación de la Cabra Moncaína.
        Descendemos fuertemente por el sendero que en alguno de sus puntos desaparece y debemos de buscar su trazado en varias ocasiones, además en esta ladera el brezo crece con ganas, cubriendo y escondiendo la senda y me da la sensación de que por aquí no ha pasado nadie desde antes de la II República. Como ya se sabe, el brezo era fundamental para la fabricación artesanal de las escobas en las que las brujas, muy abundantes por aquí, según las leyendas, montaban para desplazarse por los bosques moncaínos.
        Pero nosotros no somos protagonistas de leyendas brujeriles y son las piernas las que sufren este último descenso que nos deja en el parking en donde hemos dejado nuestros vehículos.
      En el regreso a Zaragoza, realizamos, de nuevo, una parada en el mismo lugar de por la mañana para hidratarnos, unos más que otros pues algunos conducimos y, como he comentado al principio, nos ha visitado "doña prudencia".

¡Aun quedaban torreznos!.

Hasta pronto

Datos técnicos:
Recorrido
Perfil.
Distancia:15,3 Km
Desnivel de ascenso: 1040 m.
Desnivel de descenso: 1040 m.

lunes, 4 de noviembre de 2013

EL MONCAYO (De nuevo, otra vez)

Día 3 de Noviembre de 2013

Fuera de programa y en atención al hermano de Maite, Jesús, que nunca había ascendido a este atrayente pico, organizamos una salida en el único día que teníamos libre. Nos acompañan, también, Lola, Piedad y Luis Lasala (un lujo).
Niebla por el pinar.
Arrancamos los bólidos a buena hora, los días van acortando y por si las moscas, hay que madrugar.
Bueno, moscas ni una, la mañana no anima a estos pesados insectos a volar por las llanuras que atraviesa la fatídica N-232. Es curioso, se realizan grandes inversiones en autovías en la montaña para acceder a las pistas de esquí, y vías como esta, de las más transitadas del país y que tantas vidas se está tragando, siguen siendo tercermundistas.
Tomamos la que conduce a Soria y más de los mismo, menos mal que el paso por algunas poblaciones como Magallón, Borja y Bulbuente, compensan con creces la desidia de los responsables que tenemos en las altas esferas de gobierno. También hemos pasado cerca de Alberite de San Juan, encantadora localidad en que la pareja José Luis y Mª Jesús Escuer, cultivan un pequeño huerto y grandes cantidades de entusiasmo.
El sol luchando con la niebla.
La verdad es que la mañana no invita a andar por los montes, llueve y la sierra está totalmente cubierta de nubes. Se ve poco personal por la zona, solo algunos amigos de las setas y algunos "estalentaos", andamos por el camino. Decidimos subir hasta el aparcamiento de las hayas y decidir que hacer con nuestros cuerpos. Pues nada, que lo que abajo era lluvia, aquí es nube y con las botas calzadas, a través de la niebla, comenzamos a subir la primera cuesta. Analizado el tiempo, la idea es subir por la ruta clásica y bajar por el collado de Castilla.

Luis, Lola y Jesús.
Dejamos el santuario del Moncayo y por el bosque de pinar, andamos la agradable senda que por él transcurre. Nos mojamos, no de lluvia, sino de las gotas que los árboles recogen de la espesa niebla.
La intervención humana sobre la vegetación (carboneo, pastoreo, etc.) ha dado lugar a la aparición de extensos matorrales, destacando los acebedos de la umbría de la Pedrisca. Así, el mosaico de vegetación natural se ha enriquecido con la existencia de bosques de pino silvestre, pino pinaster, pino laricio y pino negro. La evolución de estos bosques artificiales está favoreciendo la instalación de las masas naturales de haya, roble, rebollo y encina, que regeneran bajo la cubierta de los pinares, volviendo a ocupar los terrenos de los que las eliminó el uso humano.
Hay que abrigarse.
En poco tiempo, dejamos el bosque y la piedra (caliza, cuarcita y pizarra), pasa a ser la protagonista del paisaje. Volvemos la vista hacia el somontano del Moncayo y nada, no vemos nada, la visibilidad está cada vez mas ausente.
Conforme vamos ganado altura, la temperatura disminuye y el viento aumenta. El desnivel, también aumenta, yo miro hacia el Circo de San Miguel, intentando adivinar, entre la niebla,  la presencia de algún gnomo de los que comentaba en la entrada anterior y que con gran maestría, Bécquer escribe. 

Lucha contra la adversidad.
Maite, Jesús, yo y Piedad.
Tras unas cuantas lazadas, alcanzamos el collado de S. Miguel y aquello es un infierno. Las nubes nos atraviesan a gran velocidad, impulsadas por un fuerte y gélido viento de norte que nos invita a volver, cosa que inteligentemente hacen Lola y Luis. El resto seguimos por el cordal que nos separa de las tierras de Machado y que nuestra querida amiga soriana, Piedad, no puede divisar. Adivinamos que estamos pasando por el cerro de S. Juan (2274 m.) y manteniendo como podemos nuestros cuerpos en posición vertical, llegamos al Pico del Moncayo o S. Miguel(2315 m)

Lo primero que hacemos, es resguardarnos al abrigo de uno de los varios refugios ventisqueros que se encuentran en el lugar. Luego, una sesión de fotos, que pronto concluimos, las manos del fotógrafo se quejan de frío. Dado que el clima no es nada favorable, decidimos volver por el camino que hemos subido, nos cruzamos con algún montañero, hoy hay ausencia de turistas de zapatilla y short.
Vamos rápidos, se diría que con ganas de alcanzar el punto de descenso  y poco a poco, ir recuperando temperatura.
Desandando.
De vez en cuando, entre nube y nube, el sol deja pasar algún tímido rayo de luz y adivinamos parte del paisaje que, por otro lado, ya conocemos.
Así es el Moncayo. Te atrae hacia él como poseído de una extraña fuerza magnética y de la misma manera, te invita a dejarlo en paz, necesita de su soledad para conservar esa belleza propia de una de las montañas más bellas que uno puede visitar y disfrutar.
Hemos alcanzado la cima, pero Jesús no ha podido disfrutar del paisaje que desde este inmejorable mirador, se puede disfrutar: desde los Pirineos hasta Urbión, desde el somontano del Moncayo hasta el de Barbastro, desde las áridas tierras monegrinas hasta los bosques de la cordillera Ibérica, desde...
Pues eso, a nuestro pesar volvemos hacia nuestro origen, la ciudad, no sin antes hacer un alto en el camino y mezclar las provisiones que arriba no hemos sacado, con unos huevos y su acompañamiento, que nos sirven en un establecimiento hostelero de Bulbuente.
Por no hacer pesada la lectura de esta enésima experiencia por el Moncayo, invito a quien lo desee, a  echar un vistazo a alguna de las varias referencias, que de esta sierra he descrito en otras ocasiones.
Hasta pronto.
FOTOS.