domingo, 29 de diciembre de 2019

POR LAS ENTRAÑAS DEL MONCAYO

Día 27 de diciembre de 2019

¡Hala pues, vamos!
                   Me telefonea Toño: 
––José Luis, el viernes salimos al monte, ¿te vienes?–– 
Por eso de desengrasar los excesos navideños contesto:
––vale, ¿"ande vamos"?
––a los barrancos de Morana y Horcajuelo
––leches, Toño, ya lo he hecho un par de veces; la una con el Tapia para su libro y la segunda, leches si bajaba agua, la hice contigo, Piedad y Maite, ¿t´acuerdas?
––sí, iremos con gente guapa, con mucha genética montañera
––vale si es así ¡m´apunto!
              Pues nada, que de temprano nos recoge el mencionado para enfilar camino del Moncayo, eso sí en las cercanías de Bulbuente nos detenemos para encontrarnos con el otro buga y echar un cafecito que a horas tempranas sienta de primera.
            Entre unos y otros, formamos un partida de ocho unidades: Alfredo, Ibón, Héctor, Enrique, Toño, Pilar, María José y José Luis (este soy yo).
¡Ahí estamos!
¡Al ataque!
              Allá que vamos, pronto estamos atravesando la, casi desierta, localidad de Alcalá del Moncayo que colgada sobre un cerro mira con orgullo a un frío río Huecha cuyo cauce, tras abandonar el pueblo por el peiró de San Antón, remontamos hasta alcanzar el parking que se encuentra junto a la central de La Morana, central que se nutre de las aguas procedentes de los barrancos de Picabrero, Horcajuelo y Morana.  Aquí, el Huecha no ha recibido el bautismo, son estas, las aguas del barranco de Morana, las que amamantan el río que, más abajo, se dejará abrazar en las orillas del Ebro. 
Acebo.
             Hace frío, así que pronto estamos "templando gaitas"
         Remontando el Camino de Alberca, observo que las aguas bajan crecidas por lo que se barruntan grandes emociones cuando lleguemos algo más adelante.
           Caminamos con buen humor, los primeros metros lo hacemos por una pista adaptada que alcanza un mirador con vistas hacia... ¡qué sé yo!. Lo que sí puedo asegurar es que somos los únicos humanos que andamos por este bello rincón de las faldas del Moncayo.
              Observo la vegetación que nos rodea: pinos, fresnos, arces, carrascas, encinas y, la especie que protagonizará lo más bello de la jornada de hoy, el acebo, que las recientes lluvias han lavado dándole un brillo espectacular, además la planta femenina de este bello ejemplar aporta sus frutos rojos para completar una hermosa postal navideña. 
Adorno femenino.
Cuidado con los gnomos.
              Pronto estamos disfrutando de la primera de las emociones: vadear el barranco, cosa que haremos una y otra vez a lo largo de la jornada. El segundo vadeo nos echa para atrás, las aguas bajan crecidas y con mala leche. No hay problema que un pequeño rodeo no pueda solucionar, hemos continuado unos metros aguas arriba y aguas abajo del Horcajuelo y de nuevo estamos en nuestro camino.
                Nuestros pies ya van pisando el sendero que discurre por el Barranco de la Morana, uno de los muchos que se alimentan de los poros del Moncayo, de sus cumbres ásperas, de sus huecos senos en los que, como describía Bécquer, viven unos espíritus diabólicos que durante la noche descienden por el bosque poblando estos rincones; entre estos espíritus, lo más peligrosos son los gnomos que deslumbran a las jóvenes insinuándose con dulces palabras y... ––¡cuidado Pilar, cuidado María José!––. Nada tranquilas son tan solo leyendas becquerianas.
Cauce encajonado.
               El barranco se va cerrando entre grandes rocas de formas caprichosas. Una caseta con pétrea mesa, en el que nos retratamos todo el grupo, nos anuncia que estamos alcanzando la presa que abastece a la central eléctrica de La Morana, cosa que hacemos no sin dificultad pues la humedad que reina en este lugar, complica avanzar con seguridad algunos tramos.
              Seguimos caminando junto al cauce encajonado que lleva las aguas hasta la presa: A partir de aquí, la vegetación se va cerrando tanto que, a falta de machete, Alfredo va despejando con unas tijeras de podar, pues en algunos momentos se hace complicado avanzar entre las zarzas cuyos pinchos se encaprichan con nuestra ropa y nuestra piel. El bello entorno salvaje de este barranco nada tiene que envidiar a otros de macizos montañosos más reconocidos.
A falta de machete, buenas son unas tijeras.
Barranco de La Morana.
            Las aguas, que nos acompañarán durante todo el ascenso, se encaprichan con nuestras emociones; aguas que nos muestran su descender bajo una densa vegetación; aguas que salvan pequeños obstáculos envolviéndolos con su discurrir a base de pequeños saltos y tranquilos (pocos) remansos; aguas cuyo rumor pone la estampa sonora en La Morana; aguas que enamoran a los que contemplamos este hermoso paisaje.
              Cierras los ojos, te tapas los oídos; abres los ojos, te destapas los oídos y¡zas!, si existiera el paraíso estaríamos en él.
Salvando obstáculos.
            ¡Ah, amigos, pero todo tiene su precio!, una y otra vez hemos de vadear el barranco sobre piedras mojadas en algunas ocasiones, y sumergidas en otras; a veces hemos de improvisar algunas ramas para poder asirnos y no caer; en otras hemos de buscar algún paso alternativo, que no fácil, para cruzar a la otra orilla; otras hay que hacer uso de las tijeras de podar, en otras... ¡Uf!, como buenamente podemos, uno a uno, vamos salvando estos obstáculos (calculo que una docena de vadeos) que acompañados de algunos otros, nos van ralentizando el avance. Hay quien no ha podido evitar, cual termómetro, comprobar la temperatura del agua. Se trata del precio que hemos de pagar para recorrer estos impresionantes y bellos senderos, no cabe duda de que los ocho, el agua y la vegetación estamos condenados a entendernos.
Bajan bravas las aguas de La Morana.
Uno a uno, vamos pasando.
Sigue el espectáculo.
              Seguimos remontando el barranco, a nuestra derecha el de Valdealonso, nacido en las faldas del Pico Lobera, nos da un respiro ya que el caudal que aportan sus aguas disminuyen la del que nos queda.
         El Barranco de La Morana va ensanchando sus fauces, a  nuestra izquierda un canchal nos invita a recorrerlo y quitarnos algo de ropa pues el sol ha hecho acto de presencia y presenta un día impropiamente espectacular.
            Descendemos al fondo del barranco para remontarlo y admirar otro espectáculo, esta vez protagonizado por algunos saltos que parecen asemejarse a las Gradas de Soaso (estamos en el Moncayo). Algunos rincones helados aportan una pincelada que nos recuerda que, aunque parezca mentira, estamos en invierno.
Gradas de..."La Morana"
Salto.
"Para el pacharán"
Yo también estaba.
           La vegetación va cambiando, ahora son erizón, retama, sabina rastrera, enebro y, cómo no, el acebo, las especies que engalanan nuestro recorrido que, dicho sea de paso, se ha olvidado de ponernos obstáculos mostrándose más amable con nuestras garras.
              Alcanzada la pradera de la Hoya del Horcajuelo nos desviamos más de noventa grados hacia la izquierda (S.É.) para afrontar los últimos trescientos metros de distancia que nos llevan al Collado del Alto de los Almudejos. A la izquierda tenemos la Muela de Horcajuelo y en el suelo, un atractivo prado que  invita a sentarnos y dar cuenta de la metralla alimenticia que aquí, con este sol, un bello paisaje y la bota de vino de Toño, ¡sabe a gloria!.
Muela del Morrón.
Corrales de Horcajuelo de Arriba.
               Frente a nosotros, hacia el S.E., asoma la Muela del Morrón, cumbre que proyectábamos alcanzar, pero la demora en la subida nos obliga a abortar. Más a lo lejos, asoma la Sierra de la Virgen, un poco más a la izquierda la de Vicor...
            Ahora toca descender por un suave sendero que, tras pasar junto a las ruinas de los Corrales de Horcajuelo de Arriba, nos acerca hasta los Corrales de Horcajuelo de Abajo, recientemente rehabilitado.
         Un pequeño vistazo y seguimos descendiendo, no hay que fiarse estamos en fechas de pocas horas de luz, por lo que seguimos la marcha que ahora discurre por un agradable prado que nos coloca en el sendero PR-Z.3 para adentrarnos en el barranco de Horcajuelo.
Corrales de Horcajuelo de Abajo.
¡Qué habrán comido!
Descendiendo.
           A diferencia del de La Morana, este barranco es más abierto, la vegetación es menos densa pero por eso no menos atractiva. Aquí cobran más protagonismo las formas caprichosas de las grandes rocas que se asoman al sendero  luchando por mantener la verticalidad. Destaca sobre todas, la llamada "Torre de Morana" que, cuentan, flanqueaba el camino que seguían los segadores cuando, desde esta zona, marchaban hacia los campos de Castilla.
          Un poco más abajo, otra roca que el tiempo ha esculpido la llaman "la Esfinge".
Torre de Morana.
La Esfinge.
Atardeciendo.
               Comenzamos a ver como el barranco empieza a filtrar agua y, de nuevo, toca vadear el cauce, cosa que hacemos con la extraordinaria experiencia adquirida a lo largo de la jornada.                 Cuando nos encontramos cerca del abrazo del barranco del Horcajuelo con el de La Morana, la vegetación vuelve a ser abundante. 
             Hemos cerrado el círculo de tan bello y salvaje recorrido, solo queda volver sobre los pasos de la mañana para alcanzar el aparcamiento.
             Una breve parada en Borja para remojar el gaznate y "cada mochuelo a su nido".
         Buena jornada la de hoy, alguna dificultad compensada con este bello y solitario entorno. No es de extrañar que no hayamos visto ni un alma, el barranco de Morana se las trae, máxime en esta ocasión en el que presenta un gran caudal.
            Ya he comentado que han sido varias las veces que he transitado por "aquestos lares", por estos bellos rincones cargados de leyendas, cruzadas sus aguas, probadas las caricias de sus zarzas, mamado de las emociones de sus leyendas, y siempre he tenido la gran fortuna de avanzar por estos senderos con gentes que, como las de hoy,  les une la pasión por la montaña. Gracias amigos.
               Hasta pronto
Datos técnicos (El track, pulsando sobre la palabra wikiloc del mapa)


jueves, 19 de diciembre de 2019

BARRANCO DE LAS ALMUNIAS (Circular)

Día 14 de diciembre de 2019
Tierras abruptas.
            Ahora que se acercan días de celebraciones con mesa, mantel y colesterol como protagonistas, nada mejor que hacerle sitio al cuerpo en esa especie de competición entre la báscula y quienes osamos subir sobre esta cruel máquina. ¿Cómo?: mochila, botas y una dosis de buen humor, cosa que con las gentes de Esbarre cuesta bien poco llevar a cabo.
            Hoy no toca ir al Pirineo, ni vamos a sierras turolenses, tampoco toca viaje de largo kilometraje ni cabezada viajera. Nos vamos, como aquel que dice, a la vuelta de la esquina a recorrer un árido camino en los alrededores de zaragozanos.
Monasterio de Santa María de Santa Fe.
                La oferta esbarriana nos lleva a remontar el barranco de Las Almunias y alcanzar las Planas de María (o de Zaragoza) para descender por crestas y barrancos al mismo lugar de arranque.
        Somos veintitrés almas caminito del barrio de Santa Fe, cuyo monasterio ha sido engullido por las urbanizaciones. Este Real Monasterio de Santa María de Santa Fe fue fundado en el siglo XIV junto a un antiguo eremitorio. En el último tercio del siglo XVIII, el complejo vivió un importante periodo del que es fruto la gran iglesia barroca. Como hacían falta los dinericos para menesteres urbanísticos, el monasterio quedó en un estado de semiabandono que dura hasta la actualidad.
Nos observa.
           A lo que vamos: allá donde termina la locura urbanística comienza el camino que pronto recorremos para introducirnos en el barranco de Las Almunias. Nuestros primeros pasos los contemplan unas cabras montés; allá arriba, desde lo alto de la atalaya, dibujan un bonito perfil sobre un cielo completamente azul.
            El sendero es cómodo de andar, en el suelo crecen romeros y tomillos; abajo, la humedad del barranco ayuda a que crezcan plantas propias como el junco. Las frágiles paredes que encañonan el recorrido nos muestran las afloraciones yesíferas abundantes en el entorno estepario del Valle del Ebro.
Inicio del Barranco de Las Almunias.
El arco y las huestes esbarrianas.
            Alcanzamos un arco natural horadado por el barranco de Los Fantasmas, un buen lugar para el último pose fotográfico del año a cargo del grupo.
          El sendero sigue remontando el barranco de Las Almunias, unas veces por su lateral y otras por su mismo centro que, obstaculizados por la vegetación, debemos abandonar.    
                 Ya se ven (y se oyen) los aerogeneradores de la Plana cual molinos de viento que para sí hubiera querido tener Don Quijote, solo que estos en vez de parecer gigantes, están en manos de otros gigantes, algo más especuladores que aquellos que dio vida Miguel de Cervantes.
                 Seguimos remontando el barranco, comienza a aparecer un singular bosque mixto mediterráneo en el que crecen el pino carrasco, la sabina negral, el enebro, la coscoja y aquellas otras especies que se atreven a sobrevivir en suelos y climas tan duros como estos.
Sobreviviendo al entorno.
Molinos y el Moncayo.
              Un último repecho nos deja en la Plana de María (o de Zaragoza), un verdadero ejército de molinos voltean sus aspas ayudadas por el fuerte viento que sopla aquí arriba. Entre estos "neogigantes cervantinos", allá en el horizonte, asoma el Moncayo (monte cano) que en estos últimos días de otoño, ahora sí, nos muestra su cima encanada por unas nieves que nos auguran un buen invierno. Para quienes no conocéis la Plana, decir que se trata de una meseta ubicada en la depresión del Ebro, con barrancos excavados en los yesos, un enclave natural representativo de la geología de esta depresión. El nombre de María es debido a población que está enclavada al pie de esta meseta, María de Huerva, que su vez tomó el nombre del antiguo Castillo al-Marya que controlaba la vega del río Huerva en época musulmana.
Un descanso.
               Protegidos del viento y a mitad de jornada, hacemos un breve descanso para reponer fuerzas y tomar algún que otro tentempié en el que el plátano es el rey, eso sí, no dejamos las pieles en el suelo pues nos consta que "esta acción afecta al comportamiento de los animales salvajes ya que dejan de ser huidizos con los humanos y, el encontrar alimento sin esfuerzo, hace que sean menos independientes, amén de los problemas digestivos que les puede afectar".
       Tras descanso, avituallamiento, y "mensaje" reanudamos la marcha por la pista que transita sobre la Vereda de la Plana del Corral de Montañes, camino por el que transitamos durante cerca de tres kilómetros ante un paisaje estepario dominado por los molinos, muy animados por el fuerte viento que sopla y que pone a prueba a los muchos bikers que le hacen frente.
Por la Vereda.
Los daños de la actividad motorizada.
           Echando un vistazo, la Plana parece continua e inmensa. Abajo emergen las copas de los pinos más altos que crecen por las laderas de los barrancos de Las Almunias, La Balsa, Montañés, etc.
           Una balsa ha recogido algo de agua de la reciente lluvia, más adelante vemos la Caseta de Acampo, vacía de personal pero llena de mensaje, en el exterior un cartel informativo, además de explicar lo relacionado con la geología, fauna y flora del entorno, advierte sobre el problema que está generando en el medio el impacto del humano, especialmente cuando este, cual jinete del oeste, monta en su máquina de dos ruedas, en busca de emociones trialeras.
Avanzando.
             Antes de abandonar la vereda, la curiosa forma de una roca, esculpida por el viento, nos llama la atención mostrándonos los caprichos de la naturaleza.
          Dejamos la pista para emprender el descenso de vuelta. Ahora transitamos por sendas castigadas por los "John Wayne", sendas que recorren lomas y crestas, sendas tan yermas que nos abren un paisaje excepcional: allá abajo "La Huerva" alimentando huertas y urbanizaciones; más allá se describe el Ebro que anda crecido  enseñando los dientes al personal recordando cual es su sitio; más allá la otra estepa, la del Castellar; un pequeño giro de testa nos muestra las sierra de Guara y Alcubierre sobre las que se alzan de forma exultante las más altas cumbres pirenaicas.
El Valle, sierra de Alcubirre y el Pirineo (Macizo de Cotiella).
Por el Barranco de las Cabras.
                 El sendero va sorteando lomas y barrancos en un entorno semilunar, la orografía está marcada por la erosión de los barrancos sobre este frágil suelo. Así ha sido hasta ahora, pues hoy dicha erosión la están produciendo los mencionados jinetes a los que alguien tiene que echarles el lazo. Además, a los que no llevamos más motor que un par de botas (además de la de vino), el estado en que quedan las sendas, nos pone el camino algo complicado.
             Salvado este obstáculo, el sendero se descuelga para adentrarse en el Barranco de las Cabras, sendero que aquí se estrecha y se torna escondido entre las hierbas, lo que nos pone más enfilados que las huestes del Cesar.
Pasando ante una escombrera.
              Es fácil de olfatear que ya queda poco para alcanzar el final en Santa Fe, se adivina por las "huellas deshumanizadas del humano": varias escombreras adornan el final del camino. Se ve que en la construcción de las chalecitos, no se supo calcular el material necesario y ––¡hale! el sobrante al monte––
             Ya hemos llegado, hemos caminado por un entorno diferente, estepario, duro y frágil a la vez, que los de la gran urbe debemos cuidar y respetar. No pretendo, comparar este paisaje con otros de densos bosques ni de caudalosos ríos, de hacerlo se me podría, con razón, calificar de ignorante pues, me consta, detrás de cada medio natural hay mucho que descubrir y valorar.
             Sí, hoy ha sido una excursión diferente, varias razones lo demuestran:  a estos zagales y zagalas de Esbarre, no hay molino, ni vaquero, ni estepa, ni gente guarra... ¡ni salida sin desayuno ni cerveza! que nos haga reblar y preparar las tabas para la próxima temporada que, seguro, nos deparará grandes emociones.
           Hasta pronto

Datos técnicos

jueves, 21 de noviembre de 2019

DE ORÓS BAJO A LARREDE

Día 16 de noviembre de 2019
Temporal en el norte.
              Así como el que no quiere, con algo de anticipación, tras un reciente y caluroso verano, ha llegado el invierno. La piel de toro hispana, prematuramente, se ha teñido de blanco, las costas del norte son sacudidas por enormes olas; Venecia, la llamada "Reina del Adriático, se hunde bajo las aguas de sus canales; en las antípodas arden los bosques... ¿qué está pasando?.
                Lo que sí pasa es que los de Esbarre, un año más, nos reunimos en torno a unas mesas bien surtidas de viandas y renombrados caldos de las viñas del Somontano, para celebrar la "fiesta anual" del grupo.
"Guerrilleros de Esbarre".
Iglesia de Santa Eulalia.
             Pero como no hay fiesta sin aperitivo, los jefes de la banda nos han preparado una ruta cuya senda recorre una buena porción del patrimonio natural y arte románico del Serrablo.
              Entre los que salimos de Zaragoza, recogemos en Huesca, y se nos juntan en Senegüé, somos casi cuarenta personajes los que aterrizamos en Orós Bajo, esa pequeña localidad asentada en la margen izquierda del río Gállego en la que se pueden ver ejemplos de la arquitectura popular. Este pueblo alberga una de las varias joyas del románico serrablés: la iglesia de Santa Eulalia del siglo XI, que presenta la nave rectangular con el clásico ábside semicircular.
Remontando el barranco.
            Como el tiempo amenaza borrasca, no perdemos ni un minuto en contemplaciones y comenzamos a caminar pero no, no vamos hacia nuestro destino, hay por aquestas tierras otro monumento, este natural, que vamos a visitar: la cascada "d´os Lucas".
           Remontamos el barranco del mismo nombre por una senda cubierta de nieve que asciende en paralelo hasta que llegamos a una presa que sorteamos por la izquierda. No tardamos en alcanzar la cascada, en realidad son dos cascadas unidas por una poza que el agua se ha encargado de crear, agua que trae el barranco, que corre entre piedras, que sabe adonde va, y que en su camino esculpe bellos rincones como este d´os Lucas. El resto lo ponen los carámbanos que descuelgan en las paredes del desfiladero. Un hermoso lugar para darse un baño (¡en verano!).
Cascada d´os Lucas a la que...
...yo también llegué, bueno...
...¡todos llegamos! aunque algunos se quedaban como...
...¡carámbanos!
Ermita de la Virgen de las Canales
          Con la prudencia que requiere el estado del camino volvemos "de propio" sobre nuestras  huellas hasta Oros Bajo con el fin de tomar el sendero GR.16 en dirección sur. A nuestra derecha corre el río Gállego, en su vereda se adivinan los campos de cultivo gracias a los linderos dibujados sobre la nieve; al otro lado, en lo más alto de una montaña teñida de blanco, observamos la cima de Punta Güé, coronada por Esbarre hace un año en la fiesta del 2018.
                 La senda discurre entre robles cuyas hojas, pintadas de rojo, se debaten entre caer o resistir el peso de la nieve. En el camino nos encontramos con la ermita de la Virgen de las Canales (o de los Condes) de reciente rehabilitación.
Punta Güé.
Oliván.
         No tardamos en alcanzar la localidad de Oliván que nos ofrece visitar su iglesia de San Martín, de estilo románico, construida en el siglo XI. Afortunadamente las puertas del templo se encuentran abiertas y la introducción de una moneda ilumina el ábside decorado por cinco arcadas ciegas que descansan en seis lesenas. Encima de esta arquería ciega, se encuentra el típico friso que aparece en la mayoría de iglesias del Serrablo. Dicho friso está ornamentado por baquetones verticales. En el S. XVI se amplió la iglesia con una nave más en el muro meridional. En el exterior la torre de planta cuadrada,está adosada al muro septentrional. Parte de la torre se restauró en el S. XVI coincidiendo con la época renacentista.
Ábside y Torre de San Martín de Oliván.
Siguiendo el camino.
             Abandonamos esta joya del arte románico por el mismo sitio por el que hemos accedido, por el cementerio ubicado, como era habitual en estos templos, en el exterior de la iglesia.
          Tomamos el camino que lleva a Ainielle, uno de los pueblos abandonados del Sobrepuerto, conocido por la novela "La lluvia amarilla" de Julio Llamazares, triste monólogo del último habitante de la población.
          Pero hoy no vamos a Ainielle, nuestro próximo objetivo está más cerca, así que caminamos por una pista que cruza el puente sobre el arroyo del barranco de Oliván, camino que pronto abandonamos para introducirnos en un agradable bosque de pinos y robles, con algún ejemplar de gran porte.
Estampa navideña.
Susín.
           Bajo nuestros pies, la nieve va cubriendo el suelo; arriba, las ramas de los árboles teñidas de blanco, nos trasladan a ambientes navideños, imposibles de imitar en las ciudades por muchas bombillas que adornen calles y paseos.
         El sendero, que no ha dejado de ascender, nos coloca en Susín, uno más de los pueblos abandonados del Serrablo, que si bien no tiene novela (que yo sepa) como Ainielle, en sus calles se siente la presencia de la última habitante, Angelines Villacampa, fallecida hace casi siete años, quien asumió la labor de contar la historia de Susín.
Santa Eulalia de Mérida.
          Este pequeño pueblo se emplaza en un lugar elevado, rodeado de prados y bosques, con unas impresionantes vistas de Tierra de Biescas, surcada por el río Gállego. Una pequeña calle empedrada alberga algunas casas: Casa Mallau, Casa Ramón y Casa Canales. Y a su alrededor hay varias bordas, con la ferrería y el resto de edificios secundarios. A todo esto se añade la iglesia de Santa Eulalia de Mérida, perteneciente al conjunto de iglesias del Serrablo. Del románico inicial bajo influencia lombarda, conserva elementos prerrománicos en su ábside y junto a él, una preciosa ventana de dos vanos con falsos arcos de herradura.
         
La ferrería.
Angelines Villacampa.
            Un pueblo muy mejorado en los últimos años (tras su abandono en la década de los sesenta) gracias a Angelines y a toda la gente que  colaboró en torno a la asociación Mallau - Amigos de Susín para mantener el pueblo vivo. 
        Así es, al pasar por sus calles da la sensación de encontrarse en un pueblo deshabitado del Sobrepuerto, pero no abandonado; un pueblo, Susín, como los otros que salpican el territorio de la Tierra de Biescas que nos hablan de la apasionante historia de unas personas que convirtieron estas duras y bellas tierras en su hogar. De Angelines, el poeta Antonio Pérez Morte escribía: 
Hablar contigo, al lado del fuego,
de todas esas cosas importantes
que no pueden comprarse
y que tú encontraste muy cerca de aquí,
en Susín, en Sobrepuerto,
muy cerca del cielo.
Bella instantánea.
            Abandonamos esta porción de la triste historia del abandono de muchos pueblos cuya vida han engullido y siguen engullendo las grandes ciudades, para retornar a la GR.16, senda que ahora discurre bajo las faldas del Oturia.
              Comienza a nevar, echando la vista al cielo concluyo "q´esto va p´a cutio", así que toca impermeabilizar cuerpos y mochilas y caminar con más "rasmia".
            Los primeros de la comitiva ya han llegado a la Torraza de Larrede (o Torre del Moro) que se dice fue levantada en el siglo XI. En los últimos años del siglo XV se construyó, sobre la base de la primitiva torre, la fortificación que hoy podemos ver.
La Torraza.
Larrede.
            Se trata de una torre defensiva que pudo formar parte de un castillo. Domina el valle del río Gállego y estuvo integrada en el sistema defensivo del Campo de Jaca con el también castillo de Larrés y las torres de Boalar y Escuer, en la orilla opuesta del río.
             Pero la nevada arrecia y no es cosa de seguir admirando la Torraza, así que toca descender unos metros para alcanzar la población de Larrede, cuyo "Centro de Interpretación de las Iglesias del Serrablo", ubicado en una antigua herrería, nos sirve de refugio.
          Al lado se encuentra la iglesia de San Pedro, construida en el siglo X. 
Herrería y San Pedro de Larrede.
         El tiempo no está para contemplaciones, San Pedro habrá de esperar. No obstante en el centro de interpretación, uno de los murales informa que se trata de otra de las joyas del románico serrablés con la nave en forma de cruz latina y ábside semicircular. La torre-campanario le confiere a la iglesia personalidad propia, una imagen que la cámara fotográfica no consigue plasmar tras la nevada que está cayendo.
             Nuestro objetivo es Javierre del Obispo del que nos separan unos cuatro kilómetros pero... no sé si San Pedro o algún otro santo de los que abundan en Esbarre, ha telefoneado a nuestra conductora, pues nos tiene aparcado el bus en las mismas puertas de la iglesia (¿milagro?).
Imagen del camping.
            Como la nevada no cesa nos trasladamos a Sengüe, el cobertizo del restaurante Casbas se tornará en improvisado vestuario y el bar en "punto de hidratación" (todo un lujo). 
            Hidratados y acicalados nos vamos a la ¡Fiesta de Esbarre´19! que, un año más, se desarrolla en el concurrido restaurante del camping Valle de Tena.
         Viandas, caldos, licores, bromas, alegrías... corren por las mesas. La "gacela de Ordesa" se estrena en estas juergas, saludables en su justa mediada, en las que un año más el "boss de bosses" Julián dedica unas palabras a la concurrencia, palabras que se pierden entre el ensordecedor murmullo de mesas ajenas. No obstante "gracias Julián". Finalmente, como de costumbre, se procede al sorteo de material montañero.
Esperando llenar mesas y mentes.
              El regreso a casa es placentero: camino, nieve, comida y algún exceso mal digerido, hacen del viaje un camino de paz y gloria. Da la sensación que en el autobús hubieran cogido billete de vuelta, tanto el santo Pedro como los dioses Baco y Morfeo.
                Hasta pronto

El ratón de Vieja Mochila 
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Diapositivas



Resto de fotografías

 



Datos técnicos
Recorrido
Distancia, 9,5 Km.
Desnivel de ascenso, 370 m.
Desnivel de descenso, 417 m.