martes, 18 de febrero de 2020

DE ANIÉS AL CASTILLO DE LOARRE POR EL SANTUARIO DE LA VIERGEN DE LA PEÑA (semicircular)

Día 15 de febrero de 2020
Allí estaban el halcón y la perdiz.
              Allá arriba, entre el cielo y la tierra, vive, escondida entre las paredes calizas de la sierra Caballera, la leyenda de aquel caballero, guardián de la fortaleza del Castillo de Loarre, que marchó para la caza con caballo, ballesta y halcón. Avistada una perdiz que se había refugiado en una de las grietas de la pared, lanzo el halcón a por ella. ¡Ah, amigos!, pero halcón y perdiz debieron entablar relaciones pues ni el uno ni la otra regresaron. Debían ser, aquellos, tiempos de apreturas y no estaban las arcas para perder halcones, así que el caballero mandole a uno de sus criados que descendiera por la hendidura ayudado de una soga  y, llegado a los más profundo de la pared (aquí, a la leyenda le añadimos el milagro), se encontró con la Virgen, el halcón y la perdiz en completo estado de serenidad. Montó el caballero en su corcel y, ¡hale!, comunicó al pueblo el hallazgo que, subiendo en procesión, se hicieron con la imagen que colocaron en la hoy desaparecida iglesia de San Pedro, cosa que a la propia Virgen no debió de parecerle de recado, por lo que los lugareños decidieron restituirla en el lugar donde el criado la halló
Ermita de la Virgen de la Peña.
Sin montura.
          Pues allá que, los de Esbarre, vamos a ver si encontramos halcón o buitre. Pero, ¡la virgen!, ¡qué alta se ve la "ermita de la Idem de la Peña!.
          Descabalgamos del autobús, que no ha tenido a bien hacer parada alguna, en Aniés; aquí nos esperan dos caballeros y una doncella de los de la Osca, que refuerzan las filas de la infantería esbarriana. Los de caballería no han tenido a bien sumarse a la juerga pues, saliendo de la villa, vemos los equinos sin montura alguna.
        Abandonamos Aniés, entre almendros en flor, por una pista que, tras cruzar las primeras aguas del río Riel, pronto dejamos para tomar una senda que ataja, una y otra vez, el serpenteante trazado de dicha pista.
Floración.
Vista de Aniés.
Por el sendero.
Bajo el farallón que la sustenta.
         Poco a poco vamos remontando la ladera cubierta de pinos laricios y abundante vegetación mediterránea con abundante coscoja; el pájaro carbonero emite su característico canto a nuestro paso, confirmando que la primavera se está adelantando.
          Allí arriba, cada vez más cerca, vemos la ermita  a la que accedemos, salvando las paredes que la sustentan, por una empinada escalinata construida en la roca que bien podría haber inspirado a Led Zeppelin para componer su canción «Stairway to Heaven».
Stairway to Heaven.
Atendiendo a las explicaciones de Pablo.
        Unos antes y otros después, vamos llegando a la puerta de la ermita de la Virgen de la Peña, en donde nos espera Pablo, guía de la zona que nos va a hablar sobre este templo al que, en el segundo sábado de cada mes de mayo, suben en romería las gentes de Aniés a honrar a la Virgen y otros santos aquí presentes; bueno, y a disfrutar de un buen yantar.
            El templo se erigió sobre la roca, con altos muros de buena piedra sillar que permiten solventar el problema del desnivel del terreno. La actual ermita es al interior obra barroca y recargada en todos los sentidos. Su datación puede acercarse a los siglos XVII o XVIII. Muchos son los elementos formales que atestiguan su origen románico. Además, quedan piezas escultóricas reutilizadas en diversas partes del lugar.
Interior de la ermita.
Casa del santero.
           Desde la puerta de entrada al templo, sobre la que existe una curiosa pintura, por una tosca escalera, siguiendo la pared, alcanzamos la blanca casa del Santero o de los Cofrades, con tres plantas (Pablo dice que si contamos algún desnivel, son cinco), ventanales y una larga balconada. La casa acoge a los romeros durante el tradicional encuentro anual. En uno de los muros observamos un tímpano empotrado sobre él. Aparte de algunos objetos de menaje "estilo mi abuela", y de mesa por aquí, mesa por allí para la juerga de la romería, las plantas superiores disponen de unos magníficos miradores desde los que contemplamos la Hoya de Huesca y el Moncayo que se deja ver por encima de una espesa bruma.
Con Maite en el mirador superior de la casa.
En la cocina.
Preparando el vuelo.
         Dejamos tan santo lugar para proseguir nuestro camino y alzarnos a la roca sobre la ermita, lugar en el que, bajo el sol de este febrero primaveral, hacemos una parada para recobrar fuerzas y echar un trago de la "odre de Jaulín". Bajo nosotros, los buitres se lanzan al vacío en pos de alguna corriente térmica que los eleve a los cielos (estos no usan stairway to heaven).
            Seguimos la marcha por un sendero que desciende hacia el barranco Mentiroso, antesala de un hermoso bosque de coníferas. El camino, que se muestra amable con el grupo, se dibuja sobre el terreno que transita por la plana de Nay bajo los farallones que sustentan las laderas de las sierras Caballera y Loarre; tras cruzar el barranco Lecinito alcanzamos una pista que en su trazado descendente, tomaremos al regreso a Aniés. Pero eso será más tarde, nuestro siguiente objetivo es la toma de aquella fortaleza que se erige allí en lo alto de una roca.
Por el bosque de pinos.
              Hacia allá vamos; más adelante, escondida entre plantas de escaramujo y protegida por una valla, alcanzamos la fuente de Petrolanga de la que mana el agua que alimenta la acequia del mismo nombre, encargada de regar los campos de Loarre.
             Más adelante, pasamos ante la ermita de San Juan de construcción muy sencilla del siglo XVII que se encuentra en plena restauración. Me asomo al interior observando su composición de una nave de cabecera recta, elevada sobre mampostería.
Castillo de Loarre.
Extraños buitres.
            Solo nos queda salvar algunos desniveles que nos acerquen hasta el centro de visitantes del Castillo de Loarre, dotado de un bar al que, literalmente, le dejamos sin reservas de cerveza. Algunos, pocos, siguen hasta un mirador que se eleva unos metros por encima, el resto nos quedamos a comer los bocadillos y demás manjares montañeros, con la mirada puesta en una rara especie de buitres que sobrevuelan el lugar (parapentes), mirada que también admira la majestuosidad del castillo, este recinto fortificado considerado como el castillo románico mejor conservado de Europa. Levantado sobre un espolón rocoso está formado por diversas edificaciones, la mayoría en buen estado de conservación, entre las que podemos ver las murallas y torreones, la fortaleza, la torre del homenaje o el mirador de la reina (con espléndidas vistas sobre la sierra y los llanos que se abren a sus pies), además de otras dependencias de origen monástico, como la iglesia o la cripta.  No me voy a extender en la descripción de esta fortaleza pues ya lo hice en otra ocasión que te invito a leer en "este enlace".
Ábside de la iglesia del castillo.
Cosas del buen yantar de los unos y...
...las otras.
Fuente de Petrolanga.
           La campa que nos ha acogido se torna en decorado para la foto del grupo, que con las mochilas en la espalda se dispone a "meter la marcha atrás". De nuevo pasamos ante la ermita de San Juan y la fuente Petrolanga para, en pocos metros, tomar una pista que en tres kilómetros y medio, ante la explosión floral de los frutales, nos deja en Aniés.
             La esbelta torre campanario que nace de planta cuadrada para tornar en octogonal, de la iglesia de San Esteban, nos guía hacia las calles de la localidad que transitamos en dirección al bar, pero ante las necesidades hidratantes de estas hordas, permanece con las puertas cerradas. No importa "siempre nos quedará Huesca".
La Hoya de Huesca desde la campa del castillo.
               No es la primera, ni la segunda, ni la... que el que suscribe transita esta ruta de una u otra forma, no importa: ante la historia de ayer y de hoy que esconden las paredes de la ermita y los muros del castillo, no hay postales ni souvenires, ni selfies, ni videos a vuelo de drone o parapente, capaces de captar la intensidad de un paisaje que, vuelvas una y mil veces, te magnetiza y sucumbes ante él.
               Hasta pronto.

Datos técnicos
Mapa del recorrido

Perfil:
Distancia, 16,5 Km.
Ascenso total, 700 m.
Descenso total; 700 m.

Track de la ruta

jueves, 6 de febrero de 2020

MORRÓN DE TOLOCHA

Día 2 de febrero de 2019
Cerro de Tolocha
                Hoy nos vamos con las gentes de Montañeros de Aragón, ¿adónde?. La programación decía que debíamos de echar el cuerpo hacia el zaragozano Pico de San Bartolomé, partiendo de la ribera del Huerva, en las cercanías de Cerveruela, pero la reciente crecida del río, no solo ha desecho los senderos, sino que también ha dejado la carretera de acceso intransitable para autobuses. Es el resultado de este loco invierno: unos días, borrasca; otros, calor; otros vendaval; otros... Otra vez será.
             Abortada la ascensión al San Bartolomé, Enrique nos ha preparado un plan "B". Nos vamos al Bajo Aragón turolense, allí hay un pico de curioso nombre, el Morrón, uno de los tres que jalonan el Cerro Tolocha. La ruta, con trazado en forma de ocho, promete ser "espectacular".
Foz Calanda.
              Más de cuarenta almas ocupamos nuestros respectivos asientos del autobús que nos lleva camino de Calanda, aquí hacemos un alto para aliviar estómagos tempraneros y demás menesteres. Al descender del vehículo, a estas horas y en este día de primeros de febrero, me quito las legañas del duermevela viajero y... ¡no!, pese a la alta temperatura, todavía no es primavera.
          Cinco kilómetro más adelante, recalamos en Foz Calanda, pueblo que, a orillas del río Guadalopillo, mira hacia el Cerro Tolocha pues, cuentan, allí se esparcieron las cenizas de Luis Buñuel. Digo cuentan, pues repasando varias fuentes, la cosa no está nada clara; unos dicen que en un parroquia de México, otros que en Estados Unidos, otros... ¡qué sé yo!; lo que sí sé es que están donde Buñuel deseaba que fueran arrojadas: "en cualquier parte".
Ermita de Santa Bárbara.
             Nosotros, los que "aquí hemos venido", vestidos con el look de alta moda montañera, y con guía de lujo, Enrique, comenzamos a caminar recorriendo la calle Eleuterio Blasco Ferrer, escultor nacido en esta villa.
                 Abandonando la población, a nuestra derecha, sobre el monte del Calvario, observamos la ermita de Santa Bárbara. Más adelante, bajo el vuelo de algunos buitres, ya se adivina el cordal sobre el que se asienta nuestro objetivo, el Morrón de Tolocha, del que la tradición dice que era un lugar esotérico en el que en tiempos lejanos de producían encuentros de brujas.
Efectos de la borrasca sobre el olivo.
                 Caminamos por la Val de Foz con buen ritmo, el verdor de las vides alumbra nuestros ojos, el personal vamos charrando de esto y de aquello: que si el Brexit, que si el coronavirus, que ¡vaya día!, que si el s.m.i, que si estuve en Japón, que...
                Nos llama la atención la cantidad de ramas de los olivos que están en el suelo: se trata de los daños que la reciente "borrasca Gloria" causó en esta zona, eminentemente olivarera. Afortunadamente, el olivo es un árbol fuerte y se mantiene firme; como firmes avanzamos por el camino de Tolocha hasta que lo abandonamos para tomar una senda y comenzar a padecer, no aquel de la ermita, sino "otro calvario".
Avanzando por la Val de Foz.
El sendero.
                   El sendero, cuyo trazado, como decía, debería dibujar un ocho, comienza a ascender y zigzaguear hasta que desaparece bajo cientos y cientos de árboles caídos. Y es que, amigos, el pino no es el olivo; la nieve y el fuerte viento de la citada borrasca ha dejado huella en este bosque repoblado de pino carrasco, huella que desde ahora comienza a ponernos las cosas difíciles.
                      Como decía, el sendero se encuentra obstruido por lo que, como buenamente podemos, ascendemos fuertemente unos cien metros "bosque a través" con el fin de alcanzar una senda que discurre más arriba. Lo conseguimos y... ¡está missing! bajo la espesa masa forestal. Pues nada, todos "p´abajo", y ver qué hacemos ahora.
Avanzando como se puede.
Ascendiendo por el cortafuegos.
                 Caminamos entre campos, aliagas y carrascas hasta un cortafuegos dibujado bajo una línea de alta tensión que se extiende hasta la cresta de la sierra. Aquí, al menos, no hay pinos que la "Gloria" haya podido derribar, así que atacamos una fuerte subida, cada uno con las fuerzas que puede, que salva más de 100 metros de desnivel en unos 200 metros de distancia (saquen la cuenta).
           Poco a poco, vamos alcanzando la cresta en la que se abre el paisaje hacia tierras del sur aragonés. Pero aún "queda tajo que cortar", seguimos el sendero que discurre, de oeste a este, por la cresta y dientes calizos que emergen en las paredes del cerro.
¡Uf! qué cuestas.
Ester en la cresta.
Cima del Morrón de Tolocha.
               Unos antes y otros después, vamos alcanzando la cima del Morrón de Tolocha. Estamos sobre el embalse de Calanda que, allá abajo, recoge las aguas del río Guadalope
               Hace un día espléndido, lo que facilita disfrutar del paisaje que dibuja el río Guadalope y muchos pueblos de la comarca como  Foz Calanda, Calanda, Alcañiz y su Estanca, Castelserás, La Codoñera, Torrecilla de Alcañiz, Mas de las Matas y Aguaviva. A lo lejos, recortados en el horizonte, los Puertos de Beceite, el Maestrazgo, Sierra Palomera, Ginebrosa; incluso, al norte, los Pirineos nos ofrecen la vista de su vestido nevado. En el oeste asoman las chimeneas de la central térmica de Andorra echando al cielo sus últimos humos.
Con Maite en la cima. Abajo, la Val de Foz.
Embalse de Calanda.
Río Guadalope.
               El Morrón, es un auténtico balcón engalanado con banderas, belén, espumillón... Es esa costumbre que se ha implantado en las cimas de montes y montañas, costumbre de "decorar" estos bellos y limpios parajes dotándoles de  símbolos de los unos y de los otros, que finalmente terminan de convertirse en restos ajenos a estos limpios entornos.
                 La ruta debe continuar, el descenso lo vamos a realizar siguiendo la dirección hacia el este. Esperamos unos minutos, alguien se ha adelantado a explorar, y comenzamos a bajar.                  Más de lo mismo, la senda desparece bajo la espesa masa vegetal que debemos salvar una y otra vez hasta descender los aproximadamente 300 metros de desnivel que nos dejan en la ermita de las Nieves, construida en 1979 para sustituir a la que quedó sumergida bajo las aguas del pantano.
Ermita de las Nieves.
                   Finalmente, como si de un oasis se tratara, alcanzamos un merendero equipado con mesas y bancos que se encuentra en las orillas del pantano de Calanda.                 Pese a encontrarnos en pleno invierno, buscamos una sombra que nos proteja del sol, ¿para qué?: La tensión acumulada para avanzar por la ¿senda?, y la hora (son las 15 h.), ha producido en el estómago una concierto de sonidos gástricos que urge acallar. Bocadillos, fiambreras, chocolates, frutos secos y la bota de vino del de Jaulín. Para concierto el que nos ofrecen unos "turistas de domingo con altavoces de alta gama", a base de obras del más puro estilo "reguetón" (sin comentarios).
De nuevo se pierde la senda.
Iglesia de Foz Calanda.
                Como es lógico, el regreso lo realizamos por senderos y caminos que discurren fuera del castigado (y castigador) pinar del Cerro de Tolocha, para volver al punto de inicio en Foz Calanda.
            Al acercarnos a la villa vemos como, de entre sus construcciones, sobresale la iglesia parroquial de San Juan Bautista, elegante templo barroco con su torre octogonal.
                   Ya en el pueblo, pasamos junto a un antiguo y recuperado horno alfarero, cuyo origen se relaciona con la producción de grandes piezas de barro  conocidas tradicionalmente como "tipo Calanda" que tuvieron un gran desarrollo en este territorio entre los siglos XVIII y XX. Estuvo en funcionamiento hasta los inicios de la última guerra civil: 1937.
Horno alfarero.
Las calles de Foz.
El Garito.
                Finalizamos la jornada el "El Garito" de Foz, aquí la merecida cerveza  es acompañada por las charradas y su tema principal: ––¡cagüenla, cómo estaba el monte!––
            No cierro esta página sin reconocer el trabajo de quienes se han esforzado en que las cosas salieran bien, me consta que Enrique y José Antonio estuvieron la víspera reconociendo la ruta prevista y, ante la imposibilidad de realizarla, optaron por sustituirla por esta de Tolocha, pero contra las adversidades de la naturaleza no se puede luchar, naturaleza que, por otro lado, cada vez se rebela contra quienes, día a día, la alteran. No sé, no sé, igual estoy equivocado pero me da la sensación de que algo estamos haciendo mal.
                            Hasta pronto



Datos técnicos 
(Lógicamente, en esta ocasión no cuelgo el track en wikiloc)
Recorrido.
Perfil:
Distancia, 13,1 Km.
Desnivel de ascenso, 596 m.
Desnivel de descenso, 596 m.

sábado, 1 de febrero de 2020

TALAMANTES Y PEÑAS DE HERRERA

Día 29 de enero de 2020
Las nubes sobre las Peñas de Herrera.
            Zaragoza despierta tranquila, la ciudad se quita las legañas de unos ojos que hoy miran a su patrón. Es un día festivo, fuera de lo común, pues aquí, en la inmortal, lo de "San Valero ventolero", en esta ocasión no se da, incluso la temperatura del alba del santo es inusualmente templada. ––No sé, no sé, habrá que tomarse en serio lo del cambio climático.
          Pues ¡hale!, vayámonos al monte a ver si es verdad que el Moncayo está tan tranquilo como el despertar de la capital y disfrutamos de una plácida jornada.
          Los cuatro del "Camino", pronto estamos montados en el "buga" viajando hacia Talamantes, no sin antes realizar una breve e inmerecida parada en Borja. Se nota que tan solo es fiesta en Zaragoza, en la carretera de Soria se ve mucho tráfico de vehículos de transporte.
                  Aparcamos en la entrada de Talamantes, pueblo dominado por los restos del castillo atalaya construido en 1177. El Castillo de Talamantes perteneció desde 1209 a los Templarios, quienes controlaban desde allí las cercanas minas de plata de Calcena, donde tenían otro pequeño castillo. Tras la desaparición de la Orden del Temple, pasó a los Hospitalarios, permaneciendo bajo su control hasta 1785.
              Al pie del castillo, se agrupa esta pintoresca villa con calles empinadas y edificios que se corresponden con la tradición popular. Dentro de la misma, se encuentra la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol, un monumento del siglo XVI. Al otro lado del barranco de Valdetreviño, la ermita románica de San Miguel se asienta enclavada en un bello paraje, es un edificio del siglo XIII.
Iglesia de San Pedro.
Barranco de Valdeherrera.
                 Con las botas en su sitio (una en cada pie) y algo abrigados (hace fresco) comenzamos a caminar recorriendo las calles de Talamantes, no se ve ni un alma; ––corrijo–– a la salida de la población nos recibe un perro, propiedad de una señora que anda currando la miel, no en vano estamos en un pueblo en el que se produce en cantidad y calidad.                    Salimos a un agradable camino que discurre entre algunos campos en los que predominan los almendros que, de seguir este tiempo, pronto florecerán.
           Transitamos el sendero GR.90-1, pronto estamos cruzando una pasarela del Barranco de Valdeherrera; junto a sus aguas crece un acebo, junto a él, alguien ha escrito: "Cierra los ojos y escucha, soy el agua. Abre los ojos y mírame, soy el acebo"
"Cierra los ojos y escucha, soy el agua. Abre los ojos y mírame, soy el acebo".
Prohibido mojarse.
              Fruto de la reciente nevada y del actual deshielo, el barranco baja algo crecido; cruzarlo en varias ocasiones, sin mojarse, requiere de algún que otro esfuerzo extra.
                 Poco a poco, con paso firme y una dosis de precaución al salvar algunas rocas mojadas por la lluvia de la noche, vamos remontando las aguas de Valdeherrera; su sonido, como decía el escrito (pero con los ojos abiertos), lo sentimos como si fuera una interpretación coral. 
                Curiosidad: A la salida de Talamantes, un cartel indica 3,5 kilómetros hasta las Peñas, media hora después, otro indica 4 kilómetros, ¿estaremos andando de espaldas? (sin comentarios).
Por la GR.90-1
               Además de algún que otro ejemplar de acebo, el sendero se encuentra jalonado por encinas, robles, carrasca y guillomo; en las orillas: juncos, sauces, y chopos (varios ejemplares no han soportado la fuerza de algún temporal, yaciendo junto a los más fuertes).
            Hablando de temporal, conforme vamos ganando altura, vamos sintiendo las hazañas del dios Eolo, el amigo anda soplando con ganas, lo que nos advierte que allá arriba la cosa será más intensa.
               Ya divisamos nuestro objetivo: "Las Peñas de Herrera", esos impresionantes colmillos calizos que, a más de 1500 metros, se muestran en el cordal, esa espina dorsal de la muchas que acoge el Sistema Ibérico. Destacan Peña Gotera, Peña de Enmedio, Peña del Camino y Alto del Picarrón en el que existió el Castillo de Herrera que, enclavado en la cima, dio nombre a las peñas. Solo se conserva el pasillo de acceso tallado en la roca y una pequeña fosa sobre la que debió erigirse.
Las Peñas de Herrera.
Avanzando con paso firme.
             Echar la vista sobre las Peñas es gratificante, pero una cosa es verlas y otra llegar a ellas; además, de vez en cuando, algunas nubes se agarran al Castillo como lapas.
             Alcanzamos la cabecera del Barranco de Valdeherrera que nos lleva hacia el Collado de Valdelinares. Durante este tramo observamos una zona de erosión de margas arcillosas que nos ofrecen un bello espectáculo de cromatismo geológico con sus estratos de colores grises, amarillentos y morados.
              Seguimos el sendero en el que aparecen algunos pequeños neveros. Posteriormente pasamos junto al desvío de la senda que lleva a la fuente de Fuendeherrera.
Un regalo para la vista.
Hay que seguir.
              Nos queda encarar el último repecho que nos eleve hasta las Peñas, el viento ha arreciado y en algunos momentos cuesta mantener la verticalidad, viento que, por otra parte, es frecuente en esta zona por lo que el paisaje se vuelve más agreste, paisaje que se dibuja sobre un pastizal pedregoso en el que crecen el erizón de flores azules y algunas diminutas gramíneas.
          Las paredes de las Peñas de Herrera albergan un buen número de buitreras, observamos cómo varios ejemplares intentan elevar el vuelo luchando contra el fuerte viento que San Valero ha trasladado a tierras moncaínas.
Esto se empina.
Alcanzando el Collado de Herrera.
             En su último tramo, el sendero dibuja varias lazadas que facilitan atacar el desnivel que nos separa de un collado jalonado por las Peñas de Enmedio y El Camino. 
          Ya estamos arriba, nos refugiamos junto a una roca en la que, al abrigo del viento, hacemos un descanso y tomamos un tentempié que, ¡leches, nos lo hemos currado!.
              La vista del Somontano del Moncayo, desde estas alturas, se amplía considerablemente alcanzando la Depresión del Ebro en la que sobresalen las pequeñas, pero no por eso menos dignas, elevaciones del Cerro de la Diezma y la Muela de Borja. Alcanzamos divisar las sierras de Alcubierre y Guara, el Pirineo queda escondido bajo las nubes. Talamantes, desde aquí, se ve diminuto.
Pese a estar en un abrigo, el pelo de Maite delata que sopla de lo lindo.
Talamantes (zoom).
                Nos asomamos a la cara norte en el que, majestuoso, se encuentra el Moncayo. Lo cuento porque sé que está allí, como lo están otras alturas como el Pico Lobera, Muela del Morron, Picabrero, Cerro de las Pilas, etc., pero nuestra vista tan solo alcanza a ver las faldas nevadas y el fondo del Barranco de los Moros; el fuerte viento se encarga de poner una cortina de nubes en sus sitios, o sea en las caras norte.
             Debemos de seguir nuestro camino en dirección hacia el Barranco de Valdetreviño, pero echando un vistazo hacia el sendero que rodea las Peñas, sendero que discurre por la umbría de la ladera norte, sendero que presenta bastante nieve, sendero azotado por el fuerte viento que, a lo lejos, se esconde entre la niebla, nos invita a replantearnos el regreso y "tomar las de Villadiego" para descender sobre nuestros pasos.
Sendero cara norte de las Peñas (para otra ocasión).
Callejeando.
           De vuelta, en Talamantes, vuelve a recibirnos el perro de la mielera, mujer que tiene a bien vendernos un frasco de fresca miel cuyo color dorado y la explicación de la dama delatan que aquellas abejas volaban entre tomillo y romero.
             Antes de volver al coche nos damos un paseo por las desiertas calles de la población, los lugareños (unos 63 en 2018) están recogidos, el humo de algunas chimeneas lo atestiguan.
              Nos sentamos en unas gradas, junto al parking, para dar cuenta de los bocatas o de lo que queda de ellos, además hoy de postre tenemos roscón pues "San Valero no solo es ventolero, también es ¡rosconero!".
San Valero rosconero.
                 Volvemos a casa, echamos un vistazo al Moncayo, hoy se cubre con blanca boina de nieve y nubes, mirando su estampa nos perdemos en sueños y proyectos de futuro; volvemos, sí, volvemos que de eso se trata.
Allí queda el Moncayo.
                                 Hasta pronto.

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Datos técnicos (El track para GPS, pulsando aquí)
Recorrido 

Perfil:
Distancia, 10,09 Km.
Desnivel de ascenso, 600 m.
Desnivel de descenso, 600 m.