lunes, 3 de febrero de 2025

VILLALANGUA-FOZ DE SALINAS- LA OSQUETA (circular)

Día 2 de febrero de 2025
        ¡Pues sí, amigos, aun siendo días del sofá y manta, mi otra mitad y yo hemos decidido que lo mejor para despejar la cabeza es coger el buga y echarnos al monte! Que sí, que sí, que también nos gustan la chimenea y el chocolate caliente, pero, ni cortos ni perezosos, hemos puesto rumbo al norte, esquivando las carreteras abarrotadas de esquiadores entusiasmados.
        Y en un visto y no visto, ahí estamos, aparcando en Villalangua con el termómetro del coche marcando la simpática cifra de cuatro grados… ¡Bajo cero! Vamos, que si nos descuidamos, el anticongelante nos pide abrigo.
Buena rosada en Villalangua
        El pueblo, más desierto que la agenda de un político en campaña cuando le hablas de promesas cumplidas. Ni humo en las chimeneas, ni un alma en las calles, ni siquiera el santo Miguel asomándose a su iglesia, que parece que ha decidido quedarse dentro al calorcito. Pero ahí estamos nosotros, mochila a la espalda, bien embutidos en capas de ropa, listos para abrirnos paso por esas calles estrechas con la vista clavada en nuestro objetivo: esa imponente pared de roca con su abertura en forma de W. Solo falta ver si conseguimos llegar sin convertirnos en estatuas de hielo en el intento. ¡Que empiece la función!
Iglesia de San Miguel
          
Descendemos cuál intrépidos exploradores hasta las gélidas orillas del Río Asabón, donde desafiamos una pasarela helada con la destreza de un equilibrista en el circo. ¡Claro, con mucho cuidado, no vaya a ser que acabemos patinando sobre el hielo como en una comedia de enredos!
        Los primeros metros nos llevan por una fría pista, hasta llegar a un majestuoso roble donde, convenientemente, una señal nos dice: "¡Adelante, pareja! Tomad la senda marcada como PR-HU 97, alias el 'Camino de Agüero', que nos llevará a las profundidades más sombrías de la sierra". 
Puente sobre el Asabón
        Villalangua queda atrás, arropada en su manto de "blanco nieve", despidiéndonos con la indiferencia de quien sabe que volveremos con los pies helados. Frente a nosotros, la imponente Foz de Salinas nos observa con la seriedad de un viejo guardián de piedra, pero antes de alcanzar su reino, toca avanzar por una senda donde cada paso hace crujir el hielo como si estuviéramos pisando una galleta demasiado congelada. Un zorro huye ante nuestra presencia.
La Foz de Salinas
        Por suerte, la subida nos pone a trabajar, y poco a poco se convierte en un sistema de calefacción natural. Las manos, que hasta ahora se habían estado quejando con el dramatismo de un poeta en invierno, empiezan a entrar en calor, aunque seguro que aún tardarán en perdonarnos la travesía.
        Chino chano, avanzamos bajo la atenta  mirada de los buitres, que desde lo alto escrutan el horizonte con la esperanza de que el día les sirviera en bandeja una buena térmica. Nosotros, más terrenales y con los pies bien plantados, alcanzamos la imponente brecha que el agua, con paciencia de escultor, ha cincelado a lo largo de los siglos. Las paredes de la Foz de Salinas se alzan desafiantes sobre el barranco de Aguacay, rectas como una sentencia y tan altivas que casi parece que nos miran por encima del hombro.
La brecha
        Sin dejar de maravillarnos ante semejante obra de la geología, seguimos adelante, ahora por un tramo algo más puñetero que el cómodo paseo de antes. Pero, amigos, no nos quejamos: estos parajes no regalan sus vistas a cualquiera. Un poco de esfuerzo hay que poner, que la belleza bien vale una pizca de sudor.
        ¿Bellos parajes? ¡Y tanto! Unos metros más adelante damos con la Fuente –o Cascada– de la Rata, que hoy parece estar de lo más generosa, escupiendo un caudal digno de aplauso. El rumor del agua y el frescor del rincón nos invitan a quedarnos un rato, pero, amigos, la belleza así de espectacular no puede irse sin ser capturada. Un par de disparos de cámara y… ¡listo! Momento inmortalizado, que luego nadie diga que no estuvimos aquí.
En la Cascada de la Rata
        Cruzamos el puente sobre el Aguacay, dejando atrás la cascada con esa actitud nuestra tan propia de exploradores de domingo. Nos dirigimos a Salinas Viejo, o mejor dicho, a lo que queda de él: tres paredes de su otrora iglesia y unos cuantos muros que un día vieron pasar a sus habitantes, ahora invadidos por la vegetación. 
Pero, oh sorpresa, el vetusto templo aún guarda algún as bajo la manga: un milagro digno de los viejos tiempos. ¡Asoma el sol! Como dos lagartos recién despertados de la hibernación, nos detenemos a absorber su calor, a descongelarnos los huesos y a convencernos de que aún tenemos energía para lo que queda del camino. Porque sí, todavía queda trecho.
Salinas Viejo
        Lo del sol ha sido un espejismo, un engaño cruel de la naturaleza, porque en menos de lo que canta un gallo nos volvemos a hundir en la umbría, ese rincón del mundo donde el invierno tiene su cuartel general. Ahora viene lo bueno, lo auténtico, lo que nos hará ganarnos la comida: alcanzar lo alto esta muralla.
        El sendero serpentea entre carrascas, boj y pinos. A medida que subimos, la nieve, dura como una piedra, tapiza el suelo y nos obliga a caminar con más tiento que un equilibrista. ¡Ojito, ojito! No vaya a ser que nos "esbalicemos" y terminemos haciendo un descenso express.
Ganando altura
        Delante de mí va Maite, con su inquebrantable paso diésel, ese que no es rápido, pero tampoco se detiene. Y mientras avanzamos, el paisaje nos regala un espectáculo de lujo: los Pirineos en todo su esplendor, dominando el horizonte con su arrogancia montañera. No me voy a poner a hacer un pase de lista, pero digamos que, desde el Anie hasta las Madaletas, ahí están todos los grandes, presumiendo de cumbres.
El Norte
Espectáculo
        Ya asoma la inconfundible forma en "W" del Achar de la Osqueta, ese guiño geológico que la montaña nos hace para indicarnos que el esfuerzo está a punto de dar sus frutos. Un último empujón y, ¡voilà!, estamos arriba. Y como recompensa, el sur nos recibe con los brazos abiertos y un baño de sol que nos sabe a gloria.
Autorretrato en La Osqueta
        Este rincón es, sin duda, de los más espectaculares que conozco. No porque sea una mole imponente, sino por su ubicación estratégica en plena cresta y su forma de "puerta", esa frontera natural que separa la cara norte, fría como una nevera industrial, de la cara sur, mucho más amable y acogedora. La brecha que atravesamos parece el pasillo de una muralla ciclópea, formada por placas calizas inclinadas y apiladas con una precisión que haría dudar de si la naturaleza lo hizo sola o tuvo ayuda.
La muralla
        Desde aquí, además de todo lo que ya hemos ido viendo en la subida, el paisaje se expande con ganas: la Sierra de Santo Domingo nos saluda desde el horizonte y, si entornamos los ojos con un poco de imaginación (o buena vista), hasta el Moncayo se deja intuir en la lejanía. Un mirador de lujo, sin pagar entrada.
El sur
        Hace un porrón de años, cuando llegamos aquí con los amigos de Esbarre, nos lanzamos cara sur "p´abajo" hasta Agüero. Pero hoy toca ser más formales: descendemos parcialmente sobre nuestros pasos, con la prudencia que da la experiencia. 
Si la subida ya pedía atención, la bajada exige aún más. Cada paso es un pequeño acto de fe, un juego de equilibrio donde la nieve y la pendiente conspiran para ponernos a prueba. Así que, vamos, pasito a pasito y sin prisas, que el suelo está traicionero.
De bajada
        Antes de alcanzar Salinas Viejo, tomamos a nuestra izquierda un sendero que nos deja en una interminable y gélida pista que transita por un denso pinar. Alcanzamos el Campamento de los Juanes, de cuyo nombre no tengo más información de que se encuentra junto al barranco del mismo nombre (¿qué fue primero, el barranco o el campamento?).
Campamento de Los Juanes
        Seguimos el descenso, a nuestra izquierda, el río Asabón nos susurra su murmullo. Un puente nos lleva a la otra orilla, y poco a poco aparecen casetas donde los lugareños guardan sus valiosos aperos hortícolas, señal inequívoca de que el final está cerca. Villalangua nos espera.
El río Asabón
        Lo cierto es que en toda la ruta no hemos visto un alma. Pero hay días en los que esta soledad se convierte en un lujo: solo nosotros, el canto de los pájaros, los buitres, que ya encontraron la térmica, planean majestuosos y aquel zorro, que al vernos, decidió que su plan de la mañana no incluía socializar con humanos congelados.
Planeando
        De vuelta a casa, nuestro fiel buga, que parece tener más instinto de supervivencia que nosotros, detecta otra señal: el rugido de nuestros jugos gástricos, más estruendoso que la cascada de la Rata. Sin dudarlo, nos desvía hacia los imponentes Mallos de Riglos, al refugio y, más importante aún, unos huevos con longaniza de Graus. Ahora sí, ahora podemos decir que la jornada ha llegado a su glorioso final.

––––––––––––––––––––––––––––

Nota.- Si has conseguido llegar hasta aquí, si has caminado en esta página junto a nosotros, si te ha agradado o te ha parecido un coñazo de crónica y si finalmente te apetece realizar un comentario, me gustaría identificar de quien viene, pues muchos, al no pulsar sobre el correspondiente botón, aparecen como anónimos. Gracias, amigo; gracias, amiga.

–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––


Datos técnicos
Powered by Wikiloc

lunes, 27 de enero de 2025

PICO DE CODOS

 Día 26 de enero de 2025
            La semana pasada, mientras el amigo Carmelo, desde la atalaya en Valdemadera me comentaba sobre ese pico modesto que se erguía ante nosotros, en lo alto de la Sierra Modorra (no confundir con la Peña Modorra, en Teruel, que la veremos desde arriba), pensé que sería un buen momento para sacarle el jugo a esa ventana climatológica que nos dejan las borrascas Éowyn y Herminia. Así que Maite y este servidor nos pusimos en marcha hacia el pueblo de Codos, decididos a conquistar su pico homónimo. 
        ¡Ah, qué delicia el viaje, que apenas una horica nos regala! Entre bostezo y bostezo, las vides dormilonas, envueltas en su pijama invernal, nos susurran al oído que Cariñena está a tiro de piedra. Esa ilustre capital de la comarca que lleva su apellido, famosa por brindar unos caldos que, como diría el entendido, "te abrazan el gaznate y te ponen la vida en tecnicolor". 
Vides dormilonas
        Pero no, nosotros no caemos en la tentación del primer brindis. Seguimos con valentía hacia el sur, donde el puerto de Codos se retuerce como culebra rabiosa, dispuesto a humillar a cualquier conductor que presuma de manos finas y volante firme.
        Finalmente, llegamos al destino y aparcamos el “buga” con una precisión digna de cirujano, justo a los pies de la Iglesia del siglo XVI. Pero que nadie piense que dejamos ahí el coche para que la buena santa —Magdalena, en este caso— se ocupe de velar por él mientras exploramos. ¡Nada de eso! Lo hemos hecho para que quede claro que aquí empieza nuestra odisea. 
Iglesia de Sta. María Magdalena
        Iniciamos la ruta desde la apacible plaza de la Iglesia, comenzando nuestro paseo, calle arriba, por la calle de San Blas, donde ya se asoman las señales blancas y rojas de la GR.90. Entre tanto, contemplamos las típicas casas, algunas adornadas con motivos alegres, como si estuvieran secretamente celebrando nuestra presencia. 
Nos saludan
        Paso a paso, dejamos atrás Codos, mientras abajo se extiende la fértil vega regada por el Río Grío, y a nuestra derecha, el riachuelo Güemil acaricia pequeños huertos.
        Y detrás de nosotros, como si nos observara con una arrogancia desmedida, se alza la Sierra de Algairén, testigo de tantos recuerdos escondidos entre sus montes. Así vamos, entre paisajes y memorias, en un camino que parece traer más sorpresas de las que esperamos encontrar.
Sierra de Algairén
        El camino,  que sigue las marcas de la senda GR.90, en dirección sur, también comparte escenario con las verdes y blancas del sendero local Z.60. Vamos, que por señales no será. Poco después, llegamos al punto donde el sendero, con mucho teatro, decide bifurcarse: una opción nos lleva hacia adelante, mientras que la otra, con su nombre rimbombante de "senda vieja hacia el Pico de Codos", nos invita a un viaje al pasado. Nosotros, sin tanto drama, seguimos por la primera, por la vieja es por donde volveremos más tarde.
Buena señalización
        Así que aquí estamos, ganando altura poco a poco, como si fuéramos los intrépidos protagonistas de una épica montañera. Atrás queda Codos, cada vez más pequeño, mientras nuestros ojos se fijan en el cielo, rogando que Herminia no decida adelantarse a las previsiones meteorológicas. Las nubes que desfilan por encima parecen más bien atrezo teatral, aunque no nos fiamos: sabemos que a veces el decorado se vuelve protagonista.
Codos
        El sendero, amplio y amable, nos invita a relajarnos, pero no, ¡qué va! Lo abandonamos con valentía para tomar una senda a la izquierda que serpentea entre un encinar de postal. 
Algunos pinos traviesos han decidido adornar el sendero con sus frutos, desafiando descaradamente a la alfombra de bellotas que yace en el suelo. La naturaleza también tiene su propia competencia. 
Entre encinas
        Y entre árboles y alfombras, crecen algunas matas como por ejemplo la gayuba, la jara laurifolia, la lavándula, etc. Y para completar la estampa, el musgo pone su tono verde. 
En primavera, esto seguro se convertirá en un espectáculo floral de esos que hacen suspirar a los más sensibles. Nada que ver con la versión de andar por casa que nos planta el consistorio de mi ciudad cada año, como si con petunias y geranios pudieran competir con la madre naturaleza.
Estampa
        La calma dura poco, porque al llegar a una bifurcación decidimos dejar atrás la GR.11 y seguir el sendero local. Es aquí cuando el camino, tan pintoresco como cruel, se inclina "p´arriba" sin piedad alguna, como si quisiera recordarnos que lo de "jóvenes senderistas" es una etiqueta que llevamos con más optimismo que realismo.
"P´arriba"
        ¡Chino chano, que no hay prisa, pero tampoco pausa! Vamos ganando altura, y el monte se aclara ante nosotros. Llegamos a una especie de collado que, más que un paso, parece una antesala para lo que está por venir: el cordal que nos llevará a la cima. Y ahí está Herminia, infalible como siempre, que no se pierde una. El "viento fagüeño" sopla con la suficiente mala leche como para hacernos titubear en nuestra verticalidad, pero no hemos venido hasta aquí para dejar que una miaja de aire nos tumbe.
La antecima
        Así que nos lanzamos, con más voluntad que elegancia, al último tramo que discurre por un amplio cordal. A cada paso, el objetivo se acerca: el mítico Pico de Codos. Vale, de "mítico" tiene lo justo y de altura, más bien modesta (1272 metros), pero no le vamos a quitar méritos. Este pico, de esos que no hacen ruido, es un mirador excepcional que te deja boquiabierto con sus paisajes.
En la cima
        El viento, eso sí, no da tregua. Sopla con tal fuerza que a Maite, la intrépida de la pareja, no le queda otra que posar para la foto del recuerdo con el pelo al viento, sujeta al pilón geodesico, cuál heroína en pleno épico combate contra los elementos. Y ahí queda inmortalizada, desafiando al mismísimo Eolo.
¡Agárrate fuerte!
            Hay que irse de aquí, pues resulta que más que bajarnos de la cima, parece que la cima nos echa del lugar como si fuéramos turistas que se quedan demasiado en el bar. ¡Qué cosa más insufrible estar un minuto más de lo necesario en ese ventisquero! Así que, "tocata y fuga", bajamos un poquito por el cordal de subida hasta donde juraban que había una cruz, pero solo encontramos un montón de piedras apiladas indicándonos por dónde tirar.
Huyendo del fagüeño
            Menos mal que estamos en el lado este, resguardados del viento. ¡Qué alivio volver a sentirnos humanos! La senda, como en la subida, se abre paso entre un bosquecillo de encinas muy majo y, ¡vaya!, justo a los 1030 metros nos topamos con una cruz hecha de hierros viejos. ¿Será la de arriba que ha decidido bajar para escapar del "fagüeño"? Y para rematar, un poco más adelante, encontramos una chabola metálica que parece un garito de feria plantado en medio del campo. ¡Dos pistolas a un santo, quedan mejor!
¡Qué cruz!
            La primera viña asoma coqueta, como quien avisa sin mucha prisa que el camino ya se va terminando. No hay lugar para lamentos, porque a un par de curvas la pista nos adentra en las callejuelas de Codos. Santa Magdalena, en un gesto digno de aplauso, ha hecho su trabajo celestial y el buga sigue donde lo dejamos, impoluto, listo para llevarnos a otro pueblo que, si hacemos caso a las recomendaciones de Carmelo, promete grandes alegrías culinarias. Allí, el cerdo, tratado con el mimo y con el arte que lo haría el mismísimo Arguiñano, nos devuelve las fuerzas gastadas en esta hermosa mañana de enero. 



––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––


Datos técnicos

domingo, 19 de enero de 2025

DE TOBED A AGUARÓN, POR VALDEMADERA O PICO EL PELAO

Día18 de enero de 2025
       Arrancamos las aventuras 'esbarrianas' del flamante año nuevo lanzándonos a la cercana Sierra de Algairén. Bueno, lo de 'cercana' está bien para quienes disfrutamos del privilegio de habitar en la 'Inmortal Caesaraugusta'. Ahora, si hablamos del que fuera comandante de este ejército montañero y su siempre entrañable pareja, la cosa cambia. Sorprendentemente, han abandonado su uniforme oficial de conquistadores del Pirineo y Guara, para enfundarse en el más relajado atuendo de montañeros en tierras del 'vino de las piedras', a aquellas que duermen bajo las sierras de Algairén y Vicort. ¡Qué sorpresa!
 
         Hoy el bus está en manos de un viejo conocido: el experimentado y siempre amable Pablo, maestro del volante y de la paciencia. Nos deposita, como quien entrega un paquete frágil, en Tobed, esa joya escondida donde el barranco de Valdeoilivos se lanzaría emocionado a verter sus aguas en el Río Grío... si es que las tuviera, claro. Por suerte para nosotros, la sequía ha decidido colaborar, y los arroyos fantasma nos ahorran chapotear en lodos imaginarios. 
Tobed
        Antes de arrancar la travesía, nos acercamos al centro de Tobed para rendir homenaje a su impresionante iglesia-fortaleza de Santa María (s. XIV), esa obra maestra del mudéjar aragonés que presume, con toda razón, de estar entre los diez monumentos más destacados de su estilo. Un escenario tan espectacular no podía desaprovecharse, así que inauguramos la jornada fotográfica: planos detallados y, cómo no, la obligada foto de grupo, esa en la que todos intentamos parecer intrépidos exploradores mientras la iglesia nos roba el protagonismo.
Homenaje al Mudéjar
        Abandonamos la villa y nos ponemos en marcha, sintiendo cómo el frío de una mañana heladora nos da la bienvenida. Por suerte, el asunto queda rápidamente solucionado, gracias al cálido abrazo de las primeras cuestas, que empiezan nada más cruzar el puente que salva al río Grío. Salimos del pueblo por el Barrio de los Obradores, donde todavía se percibe el eco de otros tiempos, cuando los alfares eran el alma de este lugar. Se dice que, allá por finales del siglo XIX, llegó a haber hasta cuarenta talleres dedicados a la noble tarea de moldear ollas de barro. ¡Cuarenta! No cabe duda de que aquí las manos trabajaban tanto como el fuego.
Dejamos un frío Tobed
        Una ancha y ascendente pista nos lleva hasta la humilde ermita de San Valentín. A su lado se eleva torreón medieval, al que el ingenio popular rebautizo como "el palomar". Este último, una curiosa construcción encajada dentro de lo que queda de la muralla del antiguo Castillo de Tobed, nos invita a subir hasta su cima. 
Torreón
        La recompensa no decepciona: desde lo alto se despliega una magnífica panorámica del valle del río Grío. A nuestros pies, Tobed comienza a desperezarse tras la fría noche, con las torres de sus dos iglesias alzándose majestuosas entre las casas. Al fondo, la Bicora (sierra de Vicort) presume de sus cimas más conocidas, como el pico del Rayo y el cerro de Santa Brígida. 
Sierra de Vicort
        En un último vistazo, a los pies de la fortaleza vemos a Ricardo que no puede acompañarnos, pues sigue en proceso de recuperación de su lesión. En esta ocasión le acompaña Ana Cris. Los veremos al final de la travesía.
        Antes de retomar la marcha, dedicamos unos momentos a admirar una obra maestra de la naturaleza: Los Abuelos. Este singular paraje en el barranco de Trascastillo, justo a espaldas de lo que fue una imponente fortaleza, parece una ciudad encantada esculpida por el tiempo y los elementos. Sin duda, un espectáculo que nos deja fascinados.
Los Abuelos
        La pista que nos trajo hasta aquí cede su protagonismo a un sendero, perfectamente señalizado (GR.90), que se abre paso con elegancia entre una explosión de jaras, romeros, tomillos, aliagas, quejigos, carrascas, enebros, alcornoques y un sinfín de vegetación que parece querer presumir de su riqueza botánica.
        El sendero, algo maltrecho por los caprichos del mundo del trial, asciende por un cordal que actúa como frontera natural: a nuestra derecha (sur), el valle del Grío despliega su amplitud; a nuestra izquierda (norte), el barranco de Valvillano se muestra sombrío y helador, escondido en una profunda umbría que hace honor a su fama.
Barranco Valvillano
        Llevamos ya unos cuatro kilómetros de marcha cuando la vegetación, en un cambio de registro, se transforma en un pinar de repoblación. Es entonces cuando alcanzamos la Fuente del Collarte, un lugar que parece pensado para el descanso, con un refugio bandalizado (porque nunca falta quien deja su 'huella artística') y unas mesas que, al menos, aún invitan a sentarse, aunque preferimos asentar nuestras posaderas en cojines menos fríos que el helado hormigón de los bancos del lugar. Un buen lugar para tomar un tentempié, en el que, como de costumbre, triunfa el plátano canario y los variados frutos secos.
Fuente del Collarte
        De postre, las rampas que nos esperan, zigzagueando bajo la sombra solemne de gigantescos pinos piñoneros (pinus pinea), nos sorprenden con un espectáculo insólito ––¡pero bueno!––. ¿Cómo demonios llegó aquí este coche viejuno? ¿Qué genio tuvo la brillante idea de aparcarlo en un lugar donde ni caminos hay? En fin, no estamos como para montar CSI-Esbarre. 
Por el pinar
¿Monumento al viejo R-6?
        Seguimos ascendiendo por un sendero que no tiene la más mínima cortesía con estas curtidas gentes, mientras allá arriba, en el cielo, los buitres leonados planean con una elegancia insultante ––¡malditos pajarracos, qué envidia dais!––.
        No tarda en aparecer otro bosque, esta vez poblado de la especie 'ferrum antennae', que se cría en lo más alto del pico 'El Pelao' o Valdemadera (1276 m.), cuya cima conquistamos en un suspiro. Lo del 'ferro' es el peaje que nos toca pagar en este lío de las comunicaciones, ya se sabe.
Valdemadera
        Estamos, literalmente, en el techo de la Sierra de Algairén; ya habíamos subido por su cara norte en alguna que otra ocasión, también por esta vertiente, por la solana, en la que el sol nos ha regalado un calorcito que en estas fechas es de agradecer.
En la cima (foto de Pedro Rovira)
        Y, ¿qué decir de las vistas? Hacia el noreste, la bruma como un océano perezoso, no nos impide divisar los valles de la cuenca del Ebro. Y al frente, hacia el norte, aparece nítidamente la caseta forestal del Alto de la Nevera o Cerro de La Falaguera, como un faro perdido en este paisaje de ensueño. A lo lejos, el Moncayo se erige como el 'gran pater' que observa y guía otras sierras, como la de La Virgen.
Cerro de La Falaguera (al fondo, el Moncayo)
        Allá, un poco más lejos, los aerogeneradores de La Muela han decidido formar su propio 'bosque', uno aún más denso de 'ferro' que este de 'El Pelao'. Más al sur, nos rememora tiempos pasados en buena compañía, de amigos ausentes y hasta de estos mismos, que hoy nos acompañan. Entre ellas, la sierra de Vicort, conocida como 'La Bicora' por los lugareños, nos trae a la memoria risas y aventuras compartidas." Al otro lado del Valle del Grío, se encuentran Santa Cruz de Grío, su pedanía deshabitada de La Aldehuela de Santa Cruz e Inogés. Hacia el sur, la imagen de varias sierras recortadas en la bruma nos regala la figura de Peña Modorra, mientras que justo debajo, el pueblo de Codos y su pico se asoman, como un pequeño detalle que cierra con broche de oro esta estampa tan generosa que nos ofrece el Monte Pelao."
Pico y pueblo de Codos
        Foto va, foto viene, pero el camino no se va a recorrer solo, así que seguimos, descendiendo con la calma de quien sabe que lo mejor está por llegar, hasta el mirador de "El Cerro Val de Cerezo". Y ahí, ante nosotros, se despliega el Campo de Cariñena, un lienzo infinito pintado por sus viñas. Ahora las vides están dormidas, tranquilas, esperando a que llegue el momento de arrancar el ciclo de nuevo y regalar al mundo ese caldo tan altamente valorado por los expertos: "la garnacha".
Con Maite, en el mirador
        Desandamos unos metros, porque claro, no todo es fácil en esta vida, y comenzamos un descenso incómodo, de esos que ponen a prueba nuestra concentración. El suelo resbaladizo del sendero exige toda nuestra atención, porque hoy es uno de esos días en los que lo único que queremos es llegar al final con todos los huesos en su sitio, enteritos, por favor. Pero no todo es sufrimiento; poco a poco, el camino se va suavizando, especialmente cuando se adentra en un denso bosque de carrascas. Bajo su sombra, crecen la jara, la gayuba y alguna planta de ruscus, entre otras. Veo a P. Rovira, fotógrafo de lujo del grupo, agachado, con el objetivo apuntando a una seta: se trata de la sarcoscypha coccinea, comúnmente conocida como "copica escarlata".
Copica escarlata
Una pausa, bajo las carrascas
        Poco a poco vamos perdiendo altura, atrás queda El Pelao, que ya se desdibuja en la distancia como un antiguo desafío superado. Y abajo, a un tiro de piedra, nos aguarda nuestro destino: el "Santo de Aguarón". No hay prisa, el flamante bus de Pablo nos espera con el maletero abierto, ofreciéndonos la oportunidad de asearnos (lo que puede llamarse aseo en estas circunstancias), antes de tomar rumbo a Cosuenda, uno de esos pequeños pueblos del campo de Cariñena que, al igual que muchos otros, nos recibe con los brazos abiertos. El Centro Social nos espera con una comida preparada, para concluir una jornada más en la que el "Grupo Esbarre" nos ha ofrecido como regalo del nuevo año.


––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––




Datos técnicos

  Algunas otras rutas por esta sierra