miércoles, 22 de mayo de 2019

BIEL, BARRANCOS DE PANIAGUA Y CALISTRO

Día 18 de mayo de 2019
Vista de Biel.
                No hay que irse muy lejos para gozar de rincones como los que nos ofrecen los montes de Biel, que junto a los de Longás y Luesia duermen al amparo de la Sierra de Santo Domingo; montes situados en tierras de transición entre el Valle del Ebro y los Pirineos; montes que no es la primera, ni la segunda vez que nos engulle entre su espesa vegetación, empujándonos a descubrir algunos de sus espectaculares barrancos.
            Hoy, una veintena de lo más selecto de Esbarre (y alguna cara nueva) partimos en un autobús de tamaño medio, en dirección a las Altas Cinco Villas que, pasando por Zuera, nos acerca a Erla con el fin de proceder a la costumbre de hacer un alto en el camino (inmerecido esta vez) y echarle combustible al cuerpo (también inmerecido a estas horas).
Iglesia y Castillo.
              ¡Ah, amigos!, pero, a partir de Luna, las curvas de la carretera, habilidosamente atacadas por la conductora, se encargan agitar los depósitos esbarrianos.
                  Ya estamos en Biel, que da apellido a uno de los nacimientos del bicéfalo río Arba; la otra cabeza del Arba es la de Luesia.
       Llegando a Biel contemplamos una bonita localidad en la que destaca, por encima de todo, su castillo, que al igual que el de Uncastillo, fuera construido por el rey Sancho Ramírez. Su torre, perfectamente rehabilitada, parece que fue construida en el siglo XI, en tiempos de Sancho el Mayor y Ramiro I. Por ser un importante enclave fronterizo, fue de posesión real e incluso está documentada la estancia de Ramiro II en ella, durante la tenencia de Castán de Biel, en el siglo XII. Esta situación continuó hasta el siglo XV en el que Martín I la cedió a Ramón de Mur. 
                          Junto al castillo se encuentra la iglesia de San Martín, gótico- renacentista del XVI. Esta iglesia data del siglo XVI, aunque hay documentos que hablan de su existencia allá por el año 1068....Es de origen románico y al estar anexa al castillo la hace aún más espectacular.
Saliendo de Biel-
         Pero hay algo que, siempre que ando por las calles de Biel me viene al pensamiento. La historia se remonta setenta y dos años atrás. Me lo contaron ellos, mis padres; contaron que recién casados, en luna de miel, marcharon de "crucero" a ¿Varadero?... ¡no! a Biel, hoy punto de salida y regreso de nuestra calcetinada. Siguen felizmente unidos.
           Nos calzamos las botas y las mochilas que hoy, además de lo de costumbre, cargan algo de material impermeable pues este mes de mayo está siendo, afortunadamente, loco, loco. En la madrugada pasada, las nubes descargaron buena cantidad de agua, cosa que nos preocupa, mayormente cuando una señora nos indica que no accedamos a la pista de Longás por la GR.1, que cruza el Arba; nos dice que rodeemos el pueblo si no queremos mojarnos.
El Arba de Biel, abriéndose paso.
            Pues nada, allá que vamos. Poco a poco, contemplando la torre del castillo, vamos alejándonos de Biel,  por la pista que, ahora sí, ahora cruzamos por el puente que salva un Arba encajonado entre las rocas que se resisten a ser talladas por las bravas aguas del río, aguas que, ya remansadas, forman el Pozo Tronco.
                Pronto alcanzamos el cruce que, en otra ocasión, diciembre de 2015, tomamos en dirección a Puy Moné. Inevitablemente nos viene el recuerdo de aquella ocasión; éramos seis componentes entre los que se encontraban nuestros amigos Luis y Lola.  Pero nuestros pasos siguen otro rumbo: el barranco de Paniagua nos va a ofrecer grandes emociones.
Vadeo en el Paniagua.
              No hace mucho que los de Esbarre pateamos este barranco, veníamos de Longás pasando por el pico de Santo Domingo, pero en aquella ocasión lo hacíamos aguas abajo. Hoy toca remontar el cauce y disfrutar de  rincones verdaderamente hermosos.
               Las aguas del Paniagua, a pesar de las recientes tormentas, bajan limpias; eso sí, con un caudal que nos regala multitud de vadeos, de esos que ponen a prueba dos asuntos: el primero, la impermeabilidad de las botas y el segundo, la habilidad del personal al cruzar de una a otra orilla. Ambas pruebas pasan con buena nota. ¿Que cuántas veces cruzamos?, ¡uf, incontables!. Y es que los saltos, pozas, rápidos, remansos, y los reflejos de las aguas nos transportan a un paraíso alejado de las frías matemáticas.
Poza en el Paniagua.
Avanzando.
              Pero el barranco no solo nos regala el discurrir de sus aguas y la dificultad de su trazado, también nos muestra la vegetación de un bosque de pinos repoblados en el pasado siglo, pero que van dejando paso a una densa masa forestal autóctona formada por quejidos, carracas, boj, algún acebo, nogales, abedules; y no faltan las zarzas y aliagas que nos muestran su bellas flores. ¡Todo un espectáculo!
           Los pájaros, pese al "charreo"* del personal (unos charran más que otros), nos brindan sus conciertos primaverales; son dueños de su vida, son libres. Pese al "charreo", oigo como cantan, lo hacen como un coro; me retraso en silencio, el "murmullo humano se aleja", escucho sus alegres trinos que parecen tocar flautas dulces... ––lo siento, es mi imaginación––
Flores entre flores.
Corral de Melchor.
           Caen unas gotas, nos echamos las prendas impermeables y ¡zas!, "escampa", así que toca proceder a "despemeabilizar". De venir un día antes nos habríamos "chipiao"**
              Poco a poco vamos ganado altura, el barranco Paniagua se queda a la izquierda, nosotros tiramos por el bosque de pinos hasta alcanzar el Corral de Melchor que a sus 1080 metros, nos marca la cota más alta de la jornada. Un buen lugar para descansar y echar algo al cuerpo que ahora sí, ahora nos lo hemos ganado.
             Además, el lugar nos ofrece una bella panorámica de las Peñas de Santo Domingo con sus paredones de roca caliza que dan cobijo a multitud de rapaces. Siguiendo la línea de Malpaso, asoma la cima de Puy Moné y, a su lado un poco más alta, la de Puy Fonguera. Se aprecian también, las Ripas Altas esa obra maestra que la erosión ha esculpido en este frágil terreno.
Atrás, las Peñas de Santo Domingo; delante "lo más..."
Salvando el Calistro.
          Nos hacemos la correspondiente fotografía del grupo, pero aún queda tajo, así que "a cargar las mochilas y p´abajo".                            Llegamos al collado Fayanás, auténtico cruce de caminos (esbarre); nosotros tomamos la pista que tira en dirección S.E. para dejarla y tomar una senda en dirección S., senda que nos debería de introducir en el barranco Calistro, y digo debería porque lo confuso del terreno nos desvía unos metros de nuestro camino. Pero no hay mal que el GPS y la habilidad del "boss Juli" no pueda curar y, salvando algún que otro obstáculo, nos introducimos en lo más profundo del barranco.
Barranco de Calistro
Remanso de paz.
Pescando alevines.
En la Poza de Calistro.
         Si el de Paniagua era espectacular, este de Calistro no lo es menos, además el hecho de que sea poco transitado le da un carácter más salvaje.
          De nuevo vadeamos "montón de veces" el curso del agua, vadeos que hay que cruzar por los sitios más insólitos, buscando qué piedra pisar sin resbalar. Algunos pasos se encuentran ubicados sobre grandes losas de la roca que se resiste a ser engullida por la erosión del arroyo.
            Nos desviamos unos metros para alcanzar uno de los sitios más bellos de esta especie de paraíso: se trata de la Poza de Calistro, un rincón sobrecogedor. El arroyo que fue serpiente, aquí se desliza por una roca que algunos la nominan "tobogán" y los de más aquí, los de Aragón, llamamos "esbarizaculos"; se remansa para reflejar en sus aguas todo aquello que le rodea, incluyendo a estas gentes amantes de la naturaleza en su estado más puro. Las cámaras fotográficas echan humo, incluso yo me dejo capturar.
"El murmullo" del agua.
Refugio de los Estrechos.
           Alcanzamos ese lugar en que el Calistro da de beber al Arba de Biel en sus primeros metros de vida. Seguimos su curso, la fuente de Pompillo nos recuerda que es la hora de comer, pero el "boss" de turno, unos metros más adelante, nos ha preparado "mesa y mantel" en el acogedor rincón "Refugio de los Estrechos". Bueno, lo de mesa, es cierto, pues la hay de piedra, pero el mantel... Los que hemos pillado la mesa y posado las nalgas sobre los duros petrobancos, tenemos el premio de "bota de vino". ¡Qué bien entra la tortilla con un buen trago!.
            El postre lo pone el "boss", postre de senda y cuesta, cuesta que cuesta, cuesta de esas que te ayudan a digerir tortilla, vino y lo que fuere menester. Y la cuesta acaba en collado, detrás del collado ¡otro collado! y detrás...
Uno, dos, tres... y el ¡último!.
De nuevo, en Biel.
            Descendemos hasta alcanzar el Barranco de los Asnos en el que, ¡eureka!, realizamos el último de los tropecientos vadeos del día (en el interior de algunas botas, seguro que nada algún alevín).
                  Pasando por la Fuente de los Asnos, alcanzamos a ver las primeras casas de Biel. Entramos en el pueblo por lo más alto de su calle Mayor que recorremos en toda su longitud, lo que nos permite admirar algunas de sus viviendas de arquitectura tradicional como Casa Manolete, edificación de mampostería con refuerzos de sillería en las esquinas; la vista se nos va hacia su bonito pórtico formado por dos arcos que protegen una puerta adentellada, una solana volada de madera en la segunda planta y, en la planta superior, una estructura vista de madera rellenada con adobe.
Casa Manolete.
          Alcanzado el autobús, nos "escoscamos una miaja" para acercarnos al bar que, de costumbre, visitamos cuando pisamos estos pagos con la sana intención de dejar el barril más seco que "el boss". Dicen de la cerveza que su consumo moderado tras un gran esfuerzo resulta más que recomendable, puede ser. Puede que esta afirmación sea más o menos científica, pero de lo que sí estoy convencido de que el más grande invento en la historia de la humanidad es la cerveza. Estoy seguro de que la rueda también fue un gran invento, pero la rueda no va tan bien con la pizza.
                  El regreso a casa es placentero y entretenido, unos nos sumergimos en profundos sueños, otros desarrollamos animadas charradas, otros escuchan música y todos: pensando en la próxima que ––ya toca–– nos iremos a los Pirineos: pero antes, algunos tenemos otros planes, ¿cuales?. Habrá que estar atentos a esta "Vieja Mochila".
          Hasta pronto.

  *Charrar: hablar
** Chipiar: mojar


Datos técnicos
Recorrido
Perfil:
Distancia, 14,7 Km.
Desnivel de ascenso, 527 m.
Desnivel de descenso, 527 m

viernes, 10 de mayo de 2019

RIBERA DEL EBRO Y DESEMBOCADURA DEL JALÓN

Día 8 de mayo de 2018
Añadir leyenda
              En una de sus ocurrencias, Jaume Perich (El Perich) fraseaba: “aunque la mayoría de los ríos españoles no son navegables, en compensación casi todos son andables.”.
             Es cierto, quienes nos dejamos seducir por las riberas de nuestros ríos, esos que riegan nuestros campos, nuestros sentidos, encontramos en sus caminos y sendas la excusa perfecta para sumergirnos, no en el agua, sino en la profundidad de la naturaleza que los envuelve.
                    En esta ocasión, con las gentes definitivamente liberadas de obligaciones laborales del Stadium Casablanca nos vamos por la ribera del Ebro hacia la desembocadura del río Jalón.
Camino de Casetas
              Montamos en el tren de cercanías que nos acerca al barrio rural de Casetas. Aquí se nos suman algunos ilustres que han llegado en coche. Y... ––¡hale! a gastar calcetín.
            Cruzamos las vías por el paso a distinto nivel, toda una trampa para algún miembro rezagado que, víctima del alba, desvía su trayecto en dirección opuesta (nada que el "boss Armando" no pueda solucionar).
           Caminamos unos metros entre naves y otros por asfalto, hasta coger una pista de tierra y alcanzar el Soto de la Alameda, que dejamos a nuestra derecha. 
Por las orillas del Ebro.
l río y sus sotos.
                Llevamos buen ritmo, lo que no es obstáculo para echar alguna charrada y cuatro risas, y eso que hemos madrugado algo más que de costumbre.
              Unas veces por pista, otras por sendero pero siempre lo más posible pegados al río que, a la altura de la Mejana del Chopar, nos muestra, bajo los reflejos de un tímido sol, algunas aves como las gaviotas, cigüeñas, milanos, tórtolas, algún cormorán y otras que mi ignorancia en asuntos ornitológicos me obliga a omitir.
           El río nos muestra su vegetación, nos regala su paisaje, acoge a las aves, riega las huertas, pero también nos enseña un poco de la historia de estos lugares, de cómo vivían sus gentes, cosa que atestigua la barca de Candespina que actualmente sigue en uso.
En el embarcadero de Candespina.

Eterna juventud.
Por el Soto del Rompedizo.
              Seguimos caminando entre juncos, carrizos, sauces, álamos, fresnos, alisos, olmos... y, escondidos entre su denso follaje, un coro de pájaros, atrapados por su plenitud primaveral, interpretan bellas melodías. Me retraso para quedarme a escuchar, en la soledad del bosque, a uno de los solistas: es el ruiseñor dedicando una bella canción a su amada.
                Vuelvo en mí y ¡a correr!, el grupo me ha sacado un buen trecho de distancia. Nos hemos separado unos metros del Ebro, pero una bifurcación nos devuelve a las orillas del río para, de nuevo, adentrarnos en otro bosque, esta vez se trata del soto de Rompedizo, que recorremos por un camino paralelo a una pequeña acequia. El suelo se encuentra cubierto de las típicas pelusas del chopo, el aspecto es de un camino nevado.
Aquí el vergel, más allá el Ebro, y más allá la estepa.


Subida hacia El Castellar.
             
              Caminamos por la margen derecha del río, margen fertilizada por los aportes que sus aguas arrastran; la otra margen, la izquierda, nada tiene que ver con la fertilidad; los escarpes que emergen desde la orilla nos adentran en la realidad de buena parte de la geografía del Valle del Ebro: sus áridas estepas que en este lugar adquiere el nombre de "El Castellar", originado por las ruinas del castillo que se encuentra en lo alto del escarpe.
         Del Castillo del Castellar, cuentan que en el 1080, el rey aragonés Sancho Ramírez lo pobló y fortificó, por considerarlo lugar idóneo para luchar contra los musulmanes asentados en Zaragoza. En 1085 lo donó a su hijo Pedro, que estableció la villa de El Castellar, otorgando Sancho Ramírez la Carta Puebla en 1091 y construyendo la iglesia de San Pedro. A Pedro I de Aragón le sucedió su hermano Alfonso I el Batallador.
Ruinas de El Castellar.
Según la Crónica de San Juan de la Peña en el año 1110: “En seguida pobló el Castellar con ciertos hombres llamados Almugávares por la mayoría de la gente, éste lugar ya había sido poblado por su padre. Ese mismo año sitió Zaragoza con sus aragoneses y navarros, y con Centulo de Bearne y sus gascones que hicieron maravillas, y con el conde de Alperche que había venido de Francia á su servicio y a..."
Ermita de El Castellar.
              Bueno, dejemos la historia para los historiadores y ¡a lo nuestro!, pues esta queda en la otra orilla del río Ebro, aunque "casualidad", hoy se celebra la romería a la Ermita de la Virgen del Castellar, que se encuentra allí arriba, en lo alto de los escarpes. Divisamos un camino que se abre paso entre rocas de yeso, por él suben los romeros, devotos de asuntos espirituales y de copiosos almuerzos. Para alcanzar la otra orilla, una barca asida a una sirga acerca al personal. Aunque es intención nuestra cruzar a la otra orilla, el horario de vuelta no se ajusta a nuestros deseos, por lo que desistimos de la navegación y... ¡oh no!, como magnetizada por fuerzas extrañas, una miembro del grupo monta en la nave, eleva su ser por el vertiginoso camino en dirección al templo ermitaño, y...
Se va... ¡adios!
"Abocadero de lo Xalón en l´Ebro".
             El resto nos acercamos hasta la desembocadura del río Jalón en el Ebro (abocadero de lo Xalón en l´Ebro, le dicen por aquí) donde deposita las aguas que, no hace mucho, Maite y yo, vimos nacer allá en tierras de Soria.
             Es un buen lugar para echar un bocado, llevamos la mitad de un largo camino y los engranajes humanos requieren ser engrasados.
      Volvemos hasta el embarcadero (la barca permanece en la otra orilla) para abandonar el río y adentrarnos entre huertas, camino de Torres de Berrellén, coqueto pueblo que hoy presenta un aspecto festivo y desértico, pues sus gentes andan por El Castellar. A sus lugareños les dicen “Franceses” y además, “Cagamontones”, como lo muestra esta popular copla:
“Los gatos son de Casetas,
En Alagón hay melones
Y en Torres de Berrellén
Todos cagan a montones”.
Torres de Berrellén, al fondo la iglesia.
             Recorremos sus calles observando algunas de sus construcciones como el Palacio de los Duques de Villahermosa, hoy sede del Ayuntamiento, de estilo renacentista del siglo XVII. Nos adentramos en la iglesia parroquial de San Andrés, obra gótico-renacentista del siglo XVI, construida en ladrillo, ampliada en los siglos posteriores. Consta de una nave, con capillas entre los contrafuertes, abiertas en el siglo XVIII y torre neo-mudéjar sobre un basamento originalmente mudéjar. Parece que se conserva el antiguo artesonado mudéjar policromado sobre la bóveda de crucería estrellada.
Hacia Sobradiel.
          Abandonando las calles de Torre de Berrellén, contemplamos algunas casas cuyas puertas se encuentran protegidas por burladeros, pues esta noche y mañana ¡hay vaquillas!.
            Seguimos el camino a buen ritmo, transitamos entre campos, acequias, torres; eso sí, los ababoles (amapolas en Aragón) adornan el paso de este grupo que, pese a haber perdido un miembro, caminan con gracia y con la gran duda de ––¿ande cairá l´Ambar?.
        Será en Sobradiel, pero ¿donde hay un bar?: una buena señora nos indica que allí, al volver la esquina, no sé si a la izquierda, no sé si a la derecha, hay un garito que puede que este abierto.
 ––¿Y el hogar del jubilado, más acorde con nuestra condición?.
 ¡Ah! ––dice la señora–– ese está aquí cerca, en la plaza.
El más joven de la cuadrilla, ¿quién es?.
Ababol.
           Pues allá que vamos: San Marcos titular indiscutible del "Centro de la Tercera  Edad", por un precio acorde con nuestra condición, tiene a bien aplacar nuestra sed e hidratarnos para acometer los últimos tres kilómetros que nos separan de la estación del ferrocarril de Casetas.
          Sentado en el tren de cercanías, algo cansado, echo un vistazo al GPS y veo que la cosa no ha estado nada mal: 19,1 Km. pateados con un desnivel acumulado (pasarela, cuestecicas, ribazos, etc) de unos 100 m. Caminos marcados, en algunos tramos, como GR.99 que recorre el Ebro de principio a fin, y otros como el Jacobeo o el Cervantino que discurren entre campos y sotos, bajo la mirada de unos montes, los de El Castellar, que hoy andan de jarana.
                 De lo que no informan los modernos dispositivos de navegación es del buen rato que hemos pasado, no graban esos momentos que los sentidos captan en un bosque que lo tenemos aquí, al lado de casa, ni graban el buen rollo de las gentes con que compartes una mañana del miércoles de cualquier semana, de cualquier mes, de cualquier año.
                   Hasta pronto.

Recorrido
                                                 Si deseas acceder al track haz clic aquí

viernes, 3 de mayo de 2019

NACEDERO DEL UREDERRA Y BALCÓN DE PILATOS

Día 27 de abril de 2019
Lago en el balneario.
             Lo confieso, estoy convencido de que, de vez en cuando, un descanso no viene mal; es que haber nacido con "carácter retroactivo" (mucho) ha tenido su premio de estancia, junto con Maite, en un balneario de la aragonesa población de Alhama de Aragón. Descanso extensivo a quienes acostumbráis a hojear estas páginas, ¡os lo habéis ganado!. El dulce reposo no solo da vigor al cuerpo, sino también al espíritu.
            Aunque, entre agua y agua, nos dimos uno garbeos, no voy a relatar los placeres termales aunque sí que, para curiosos y gentes pacientes, he colgado un reportaje aquí.
Aquel cuadro otoñal.
            ¿El Nacedero del Urederra?. Ya habíamos visitado este hermoso rincón de la Sierra de Urbasa en el otoño del 2015; los colores del bosque y el azul esmeralda de las aguas del río, formando parte de una imaginativa acuarela, quedaron en un recuerdo que hoy intentamos rememorar, en versión primaveral, con las mozas y los mozos de Esbarre.
             El autobús, por esta vez, no camina en dirección norte, en busca de los Pirineos; tampoco lo hace hacia el sur, caminito de Teruel que, digan lo que digan, va desperezándose de su largo letargo. Camina el cacharro por la autopista que recorre el Valle del Ebro, aguas arriba del río, en cuyas orillas vio  la luz el que suscribe, hace ses... años.
La tropa.
               El viaje es entretenido: Maite observa la gran cantidad de conejos que en esta fresca mañana lamen las hojas de la mies; yo observo el vestido blanco que, en esta jornada de reflexión electoral, luce el Moncayo. Veo, también, las modernas plantaciones de aereogeneradores que, más adelante, van dando paso a las vides que nos aportarán los afamados caldos riojanos.                                
               Abandonamos la autovía cerca de Lodosa, sus huertas están que revientan (literalmente hablando), los hortelanos andan en plena faena de la recolección del rico espárrago navarro.
            En Irache, bajo las faldas del Montejurra, hacemos una breve parada para estirar las garras, tomar, los unos café y los otros bocata, y aliviar contenciones viajeras.
Baquedano.
                 Pronto estamos en Baquedano, hay que abandonar el bus y, ¡hale!, a caminar.
          Atravesando la población, los lugareños nos saludan, ya imaginan "ande vamos"; sus calles nos enseñan algunas casas de más de cuatrocientos años, sobre cuyos portales lucen escudos y blasones de los nobles que las construyeron, como los Andueza, Baquedano y Urra. Sobre los tejados asoma la torre de la iglesia parroquial de S. Juan Bautista (S. XVI). El agua de la fuente que colma un abrevadero, que en sus tiempos quitaría la sed a los mulos, llena el viejo lavadero que las mujeres del lugar usaban para la colada. 
El río Urederra.
            La senda discurre por las orillas del río Urederra. El camino no es largo y, pese a que al entorno le faltan los colores del otoño, los momentos son para vivirlos con toda la intensidad posible, así que lo tomamos con calma recogiendo en nuestras retinas (y cámaras) la belleza que este rincón nos muestra.
             Tras atravesar un valla, con paso de " a uno", nos sumergimos en un escenario cuasi mágico. En el bosque, las hayas se empachan de la luz solar para rendir culto al cielo dejándose brotar las primeras hojas de la primavera; no tardarán en cubrir por completo el sendero por el que caminamos. Recuerdo aquel otoño por este mismo camino cuando el contraste cromático pintaba un cuadro verdaderamente hermoso con los colores de los tilos, robles, serbales, arces, hayas, fresnos, olmos, sauces, avellanos, espinos, tejos, bojes y enebros.
Saltos, pozas...
            ¿Y el río?: al contrario de aquel otoño, hoy presenta un caudal de esos que te quitan el hipo, inundando retinas, regalando sonidos, elevando emociones y, como no, agotando las pilas de las cámaras fotográficas. Pozas, saltos y rápidos jalonan el curso de este río que rendirá sus aguas al Ega, afluente del Ebro, unos kilómetros más abajo.
            Al bosque, al río y a los de Esbarre le rinden honores los pájaros ejecutando las más afamadas obras del panorama ornitológico ––me parece escuchar "La Primavera" de Vivaldi. Así es mi imaginación–– Hasta el cielo se ha cubierto con nubes, cuyas formas se asemejan al telón de L´Scala.
Unas veces, remanso; otras bravo.
"Soy río".
Gozosos mozos y mozas.
Con mi amigo Luis.
          Al personal se nos ve ese rostro, mitad admiración, mitad satisfacción. Mientras, vamos remontando las aguas del río cuya surgencia debe de estar cerca, el sonido de su gran cascada la delata, y... ¡oh!, una barrera nos impide acceder al espectáculo del "Nacedero del Urederra". Parece ser que la abundancia de agua, por precaución, no aconseja ir más allá. Comprendo y apruebo la decisión de los responsables del parque de velar por la seguridad de los visitantes, pero no tanto el que, tras haber pasado por taquilla, no informen de la situación (compenso esta "pena-penita", con el enlace a las fotos otoñales aquí y al video otoñal aquí).
El nacedero desde arriba.
              Volvemos por el camino, que discurre  más al interior del bosque, hasta casi el principio del valle con el fin de tomar un sendero girando casi 180 grados a la izquierda. Son trescientos metros de desnivel que a más de uno le saca la lengua, y es que hasta aquí la cosa iba de dulce paseo.
            Salvada la pechugada, desde la que podemos divisar la cascada del nacedero, alcanzamos la planicie de la meseta que el río, a lo largo de muchos años, ha sajado sin ninguna compasión. El acantilado está vallado para impedir que el ganado "s´escoñe", pero existen unos pasos para el "ganado humano" que cada cual salva como puede.
Luis, Maite y Fernando sobre el acantilado. Dos metros más atrás y...
            Recorremos el sendero que, en forma de U invertida, transita sobre vertiginosas paredes en las que alguno de los miradores, principalmente el Balcón de Ubaba, popularmente llamado de Pilatos,  permiten a los más atrevidos asomarse a observar el nacedero desde lo más alto de este acantilado de una caída de 300 metros. El Balcón de Pilatos es un mirador desde el que se ve todo el valle de las Ameskoas. Y bajo las rocas calizas, entre la vegetación, esconde ese secreto de enorme belleza que hoy, desde abajo, no hemos podido disfrutar: el "Nacedero del Urederra".
Con los deberes cumplidos, paseando por los llanos de Ubaba, alcanzamos el autobús que espera a la tropa esbarrista.
Entre haya y valla.
          Ahora toca trasladarnos hasta Irache, hoy comemos con mesa y mantel; en el corto viaje hasta el restaurante hay quien intenta echar una cabezada pero las curvas ponen a cada cual en su sitio.
       Variado menú, buen vino, café, copa, autobús y... zzzzzzzzzzzz
          Ya en Zaragoza, despertamos, volvemos a la realidad. Mañana hay que pasar por las urnas a ejercer el derecho de elegir a quienes administrarán el país durante cuatro años, ¿quien, cómo, cuanto...?. Algunos, la mayoría, de los candidatos deberían visitar este rincón del Nacedero del Urederra, quizás se mostraran más sensibles con la naturaleza, con los hombres y mujeres que forman parte de ella, incluso con ellos mismos para, así, apaciguar sus bilis; quizás, entre la espesura del bosque, se encontrarían con el duende del lugar y les regalaría un poco de sentido común.
            Hasta pronto.


Datos técnicos
(El track para GPS se encuentra pulsando sobre la palabra wikiloc del mapa)