Día 15 de noviembre de 2025
Allá quedó el Perú, distante en la geografía, pero siempre cercano en la memoria y en el corazón, como un rincón que permanece vivo en cada recuerdo.
Pero hoy toca volver a la rutina, esa hermosa rutina que ya casi nos pide ella misma la tarjeta de fidelidad. Noviembre tras noviembre, los amigos de Esbarre nos organizan una salida al monte “para todos los públicos”, sencilla, manejable y calculada para terminar a una hora decente, no vaya a ser que lleguemos tarde a lo realmente importante: la celebración anual. Pero de eso ya rajaremos luego; ahora, al lío.
Aunque las previsiones meteorológicas prometen “chipiarnos hasta l’ombligo” —como si no nos hubiera llovido nunca—, ahí vamos unos cuarenta valientes subiéndose al bus al mando de Pablo, que ya es más capitán que conductor, visto lo bien que nos lleva siempre a buen puerto. Esta vez ponemos rumbo al norte, por la siempre entrañable autopista mudéjar, esa obra “semper imperfectus” que parece tener vocación de eterno borrador.
Paramos en Huesca para recoger a los oscenses, cuya heroicidad consiste en madrugar menos que nosotros, y seguimos hasta Senegüé a por un café con lo-que-sea, imprescindible para despejar cabezas y aliviar vejigas.
Antes de reemprender la marcha nos reparten los dos tomos de “Toda una Historia”, donde se recogen las primeras 300 salidas de Esbarre, por si alguien necesitaba pruebas documentales de que ya llevamos muchos kilómetros en las piernas.
Pablo nos deja en El Pueyo de Jaca, a orillas del embalse de Bubal, un poco escaso de agua, como si estuviera a dieta. Seguro que las lluvias y nieves que vienen lo animan y le devuelven un poco del líquido elemento.
Efectivamente, está lloviendo. Qué sorpresa, ¿verdad? Así que no queda otra que enfundarnos el modo “impermeable integral” antes de arrancar… y, por supuesto, posar para el selfi de grupo de rigor, ese que la supercámara de Ricardo siempre consigue sacar impecable. No la cambies nunca, Richi, que luego nos descolocas el ecosistema.
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| El selfi grupal |
Pasamos bajo unas rocas y Valentín —que ha vuelto a dejarse caer con esta banda— me comenta que por ahí entrenan los equipos de rescates. Zona de escalada, dice. A nosotros, por suerte, nadie nos ha pedido trepar hoy.
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| Primeros pasos sobre la alfombra |
A medida que ganamos altura, al roble se le van sumando el haya, el boj… todo ello decorado con su imprescindible vestidito de musgo verde, que aquí nadie sale sin arreglar.
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| Hermoso sendero |
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| Paleta de colores |
Seguimos el camino, que ahora nos pide vadear el barranco Yanel. Nada que temer: lo cruzamos con la soltura que caracteriza a este grupo, mezcla precisa de experiencia, equilibrio y fe ciega en no acabar con el calcetín empapado.
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| Barranco Yanel |
Y sí, ya empiezan a aparecer las instalaciones de las pistas de Panticosa. Así que, fingiendo que hay nieve —que no la hay, aunque se la espera—, nos dejamos caer campo a través por una de las pistas, que nos deposita unos metros más abajo sin pedir explicaciones, eso sí, nos permite disfrutar más, si cabe, del paisaje que nos rodea.
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| Otra mirada |
Entre claros que se abren en el bosque empezamos a distinguir algunas construcciones de Panticosa, ese pueblo que un día vendió su belleza a cambio de hierro y ladrillo. Caballero es don dinero, y ya sabemos cómo negocia.
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| Panticosa |
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| Río Caldarés |
Pasamos a la margen derecha cruzando el puente de Las Palizas: madera, estrecho, largo y con el río muy por debajo de nuestros pinreles, lo justo para que alguno piense “mira que si resbalo ahora”.
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| El Caldarés, visto desde el puente de Las Palizas |
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| Un ayudita |
Aquí nos espera el buen Pablo, nuestro piloto oficial, listo para llevarnos a Larrés. Eso sí, antes hace una parada técnica en Senegüé, donde algunos habían dejado el buga y otros necesitaban remojar el gaznate, no fuese a ser que la deshidratación hiciera estragos en plena celebración.
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| Final de etapa |
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| En el comedor |
Hay también un reconocimiento para la Hermandad de antiguos empleados de la CAI, que, dicho sea de paso, cumple 70 añazos. Y un último agradecimiento para quienes se han dejado las pestañas preparando esos dos tomos que recogen las 300 primeras salidas de Esbarre, en especial Jesús Ruiz, cabeza pensante e impulsor de la idea. Un aplauso para él, que se lo ha ganado más que de sobra.
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| Unas palabras |
Y así, entre senderos que nos mojan las botas y momentos que nos calientan el alma, cerramos otra jornada para guardar en la mochila de los buenos recuerdos. No importa si llueve, si hay cuestecicas de más o si el camino se empeña en ponernos a prueba: lo que de verdad sostiene cada paso es la compañía, la risa compartida, el “¿cómo vas?” sincero y ese cariño silencioso que se teje sin proponérselo. Un año más hemos caminado juntos, y un año más comprobamos que Esbarre no es solo un grupo: es una forma de estar, de acompañar y de celebrar. Que nunca nos falten rutas por descubrir, historias que contar ni amigos con los que seguir llenando páginas. Porque al final, lo que importa no es llegar lejos, sino llegar juntos.
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