martes, 24 de septiembre de 2024

IBONES DE PECICO

Día 23 de septiembre de 2024
        Ah, sí, ya lo sé, en mi entrada anterior terminé diciendo con mucha solemnidad que me disponía a hacer un alto en el camino. Lo sé, lo sé, suena todo muy ceremonioso y definitivo. Pero, ¿qué te voy a decir? No me queda más remedio que tragarme esas palabras, porque este cuerpo viejo, pero con más salero que una playa en agosto, no entiende de descansos ni parones. ¡El show debe continuar, aunque las articulaciones chirríen como puertas oxidadas!
Tierra de ibones
    
        Se trata de que el buen amigo Jesús, aquel que en sus tiempos mozos fuera comandante de las gloriosas tropas esbarristas (que a estas alturas bien podría ser general), me propuso salir al monte. ¿A dónde? Pues esa es la pregunta que uno se hace cuando un tipo así te invita: ¿al monte o a una expedición épica en busca de la Fuente de la Juventud? Lo del monte está claro lo de esa expedición, más bien imposible.
            Hemos quedado en Yéqueda, aquí decidimos hacia qué destino dirigirnos. Pues bien, charrada tras charrada, kilómetro tras kilómetro, el buga oscense está atacando las curvas que nos dejan en el Ibón de Baños, o Balneario de Panticosa, en las mismas puertas del entrañable refugio de la Casa de Piedra (1636 m.)
Balneario de Panticosa, desde el Mirador de la Reina
        La mañana está fresca, no fría, así que nos abrigamos lo justo y nos ponemos en marcha. El sendero que seguimos es el mismo que, hace mes y medio, recorrí con Maite: la GR-11, rumbo a los Ibones de Azules
        El camino avanza por la margen derecha del Río Caldarés acompañándonos con el murmullo del agua, como si también él tuviera algo que contar. Lo del “murmullo” es un chiste malo, la verdad. Las lluvias torrenciales de los últimos días han hecho que ese supuesto “dulce sonido” se transforme en un rugido digno de película de acción, sobre todo cuando las aguas se lanzan con furia por las cascadas del Pino y  de la Reina. Casi dan ganas de ponerle subtítulos al río, porque si viene con tanta energía, seguro que está gritando algo importante. Lo iremos viendo
Cascada de la Reina
        Ya hemos salvado la primera de las cuestas, nos hemos asomado al Mirador de la Reina, hemos pasado por un pequeño tramo dotado con una sirga y escuchado los chillidos de las marmotas. 
Paso con sirga
            Seguimos subiendo hasta dar con la Plana de o’Bozuelo, un prado donde el río, que hasta ahora venía alborotado, de repente se comporta como un corderillo manso. A sus orillas, unos sarrios se esconden de nuestra presencia. Pero no estamos aquí para echar la siesta ni para deleitarnos con su calma bucólica; la montaña nos llama, y a esa no se le puede hacer esperar. 
Entre helechos
        Desde este punto, el sendero se vuelve un poco más aéreo, pero sin dramas, ya que hay cadenas en algunos tramos para echarnos una mano. Recuerdo, hace unos cuantos años, cuando de sirgas nada: bajábamos este mismo paso cubierto de nieve helada solo con nuestros crampones, y tan contentos. ¡Quién nos iba a decir que un día lo llamaríamos “paso sencillo”!
        Continuamos ascendiendo por un terreno de tierra y roca, alejándonos cada vez más del cauce del río Caldarés. Tras unas cuantas curvas, como si el sendero estuviera jugando al despiste, volvemos a descender hasta su orilla, bordeándolo unos doscientos metros. 
Una buena pose
        El sol empieza a despuntar, y claro, es la señal inequívoca de que toca cubrir mi azotea —que ya brilla más que un faro en mitad del mar— con la gorra. Acto seguido, me embadurno la piña con una capa de crema protectora digna de un pastel bien glaseado, mientras ambos nos quitamos alguna capa de abrigo.
        Un vistazo atrás y el Valle del Caldarés se muestra en todo su esplendor, una postal tan bonita que casi dan ganas de quedarse… pero la montaña sigue llamando.
Valle del Caldarés
        Frente a nosotros, el río decide presumir de carácter bravío, despeñándose fuertemente por la Cascada del Fraile, y de paso nos avisa, con toda la sutileza de un martillazo, que nos toca encarar la famosa “Cuesta del Fraile”. Una “cuestecica” que en apenas un kilómetro nos regala unos doscientos metros de desnivel, muy “llevaderos” gracias a las innumerables lazadas del sendero. ¡Ánimo, que esto es pan comido! 
Cascada del Fraile
        Sin habernos encontrado con fraile alguno, avistamos la presa del ibón Bajo de Bachimaña, que se encuentra a un paso de nosotros. Allí está, con el agua en perfecto reposo, reflejando la calma del entorno, y junto a ella, el puente que nos conecta al lado opuesto de la presa, donde se encuentra el Refugio de los Ibones de Bachimaña 2200 m.), pero hemos de seguir, no sin antes disfrutar de la belleza del entorno, reflejada en la Agus del ibón.
Ibón Bajo de Bachimaña
       Continuamos por el sendero, que nos lleva por la margen oeste del Ibón Alto de Bachimaña, el hermano mayor y más orgulloso de los dos. Este sencillo tramo no presenta más desafío que algunos suaves "sube y baja" que afrontamos con la dignidad de nobles caballeros montados en sus corceles. Cada paso es un deleite, como si el paisaje mismo animara a seguir adelante en esta hermosa subida.
Ibón Alto de Bachimaña
        Alcanzamos la cola del ibón; aquí vadeamos el barranco que desciende desde los Azules. Un buen momento para hacer un pequeño descanso y tomar un tentempié
        Un poste señala, a la izquierda, la continuación de la GR.11, que es la que nos ha traído hasta aquí. A la derecha, nos indica la GR.10 en dirección al Puerto de Marcadau, la dirección que hemos de tomar.
Allá que vamos
        El descanso y un plátano me han aportado nuevas energías (inmensamente importantes si no quiero que mi compañero me saque de punto) para acometer las primeras cuestas que ascienden paulatinamente hacia el Puerto de Marcadau, no sin antes echar un vistazo hacia los imponentes Infiernos y Tebarray.
Al fondo, los Infiernos
        El sendero bordea la vertiente septentrional del Embalse Superior de Bachimaña. Con determinación, toma rumbo norte y comienza su ascenso, como si fuera en busca de una antigua promesa, adentrándose en el recóndito Barranco de la Canal. Allí, el camino se torna juguetón, serpenteando con elegancia a través del barranco, hasta que finalmente desemboca, con aire de haber completado su misión, en el Ibón Bajo de Pecico (2460 m.).
En el Ibón Bajo de Pecico
        Bordeamos el ibón por el sendero que transita por su orilla norte, para alcanzar el Alto de Pecico (2480 m.), cuyas aguas alimentan a su pequeño y bajito hijo.
En el Pecico Alto
        Aquí, junto a las tranquilas aguas del Pecico, uno no puede evitar sentirse pequeñito bajo el imponente abrazo de las cumbres que nos rodean, con la Gran Facha (3005 m) presumiendo descaradamente de su altura. Aunque algo más modesto el pico Marcadau no se queda atrás, tiene la cortesía de hacernos girar la cabeza hacia el Vignemale, que ya ha empezado a vestirse de gala con las primeras nieves. Así es la magia del Pirineo: sus cumbres altivas, sus lagos y sus valles.
La Gran Facha
Asoma el Vignemalle
            Unas nubes, más empeñadas en amenazar que en aclarar, y el implacable tic-tac del reloj deciden por nosotros: mejor no tentar a la suerte, así que toca desandar lo andado. El sentido de la marcha, eso sí, nos permite echar un vistazo al panorama que antes nos desafiaba. Las aguas de los ibones, incluidos los de Bramatuero, han cambiado de humor, ahora lucen oscuras, como si estuvieran de mal café, cortesía de un cielo más melancólico que el de la subida. 
Ibones Bajo de Bramatuero y Alto de Bachimaña
        Al llegar a la presa de Bachimaña Bajo, cruzamos el puente con la elegancia de quien se sabe a pocos pasos del refugio de los Ibones de Bachimaña. Aquí, más que estirar las piernas, nos preparamos para el ritual sagrado de vaciar las mochilas del “lastre alimentario” que, aunque no nos haría sobrevivir a un asedio, nos cae de maravilla.
 
Refugio de los Ibones de Bachimaña
        Terminada la función decidimos buscar un sendero que nos permita alcanzar la Senda de los Machos, por aquello de regresar por otro camino. Una vez descubierto el trazado lo recorremos en unos doscientos metros, pero como lo desconocemos y "el tiempo es oro" decidimos regresar al refugio y descender por la GR.11 hasta la Casa de Piedra.
Vamos p´abajo
            Nos damos una aseadita rápida, lo justo para no espantar al escaso personal que anda por aquí, y ¡halaaa!, en cuestión de un minuto, Jesús, como si fuera un mago de carretera, saca del maletero lo que parece una chistera con ruedas: de pronto aparecen un par de sillas y una mesa como por arte de magia. Y no contento con eso, ahí están, bien plantadas, un par de botellas de cerveza bien frías y unos aperitivitos. ¡Vaya nivelazo el del comandante! Me embarga la duda de si habíamos venido a una ascensión o a un cinco estrellas con ruedas.
Ritual mágico
        Ha sido una de esas jornadas inolvidables, digna de ser enmarcada en un cuadro lleno de paisajes de ensueño: cascadas bravas y cristalinas, cumbres majestuosas, lagos serenos, marmotas curiosas y sarrios que parecen salidos de un cuento. Y, por supuesto, la compañía de Jesús, que termina de completar esta escena perfecta, lista para llevarla a casa y colgarla en lo más alto de la pared de los recuerdos.
        Hasta otra

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Datos técnicos




jueves, 12 de septiembre de 2024

UN PASEO POR EL CABO DE NORFEU (y algo más)

 Día 10 de septiembre de 2024
        Finalizamos un verano raro, de esos que no sabes si recordarás por la tranquilidad o por la falta de ella. Pero en estos últimos días del estío descendemos, con calma y cierta pachorra, hasta la cota cero, ese punto mágico donde las últimas montañas pirenaicas deciden darse un chapuzón en el Mediterráneo, y las gaviotas, listas como siempre, encuentran refugio en las paredes de los acantilados, cuál inquilinas sin contrato.
Gaviota patiamarilla
        Desde nuestra base de operaciones, en una cala de postal, escondida en plena península del Cabo de Creus, por donde se estira el sendero de la GR.92, el panorama se nos abre de par en par, invitándonos a mirar en todas direcciones. Y ahí, al norte, algo asoma, nos llama, nos hipnotiza con su nombre que parece salido de un cuento mal contado: el Cabo Norfeu, o Norfeo para los que quieran ponerle un toque español al asunto.
Cabo Norfeu
        Cuenta la fábula que este bonito lugar le debe su nombre a Orfeo, héroe de la mitología griega que, con su dulce lira, consiguió que las montañas cercanas a la costa se aproximaran para escuchar tan bella música… Una hermosa leyenda tras la que se esconde el nacimiento del “
Cap Norfeu”. 
        Fábulas aparte, se trata un paraje en el quel viento y el agua han pasado miles de años esculpiendo las rocas, creando formas que, dependiendo de la imaginación, pueden parecerse a cualquier cosa. Además, la diversidad vegetal y faunística del lugar es tan rica que ni los más despistados podrán ignorarla. Con su máximo grado de protección, el Cabo de Norfeu no es solo un lugar de postal, sino uno de los tesoros medioambientales del parque. 
Acantilado
        Pues nada, con una mañana en que sopla la “tramontana”, como sopla el “cierzo” allá en nuestro valle, vamos a darnos un paseo por un itinerario bien señalizado, lo que siempre es un alivio cuando uno tiende a perderse hasta en la esquina de su propia casa (es broma).
        Nos subimos al buga, ese, nuestro fiel corcel motorizado, y lo llevamos hasta el Coll del Canadell, donde comienza la aventura. Allí, enganchamos el sendero que, con más calma que prisa (y un par de resoplidos), nos va subiendo hasta la Torre de Norfeu. Esta atalaya, levantada en 1604, no es cualquier cosa; formaba parte del sistema defensivo del golfo de Rosas, cuando lo más emocionante del día a día, eran las incursiones piratas. Esos sí que eran piratas de los de verdad, con parche y todo. Hoy, en cambio, los únicos piratas que rondan estas aguas son los que pasean en yate, copa en mano y playlist veraniega.
En la atalaya
      
Seguimos avanzando por la cresta del acantilado, y aunque suene a frase hecha, las vistas realmente son de las que te dejan con la boca abierta. Desde aquí, la gran bahía de Rosas parece una postal, con las islas Medas y el cabo de Begur posando como si se supieran guapos. Cerca están las calas de La Pelosa y Calitjàs, más allá Montjoi y Rostella. Es casi un milagro no pararse cada dos metros para admirar la vista, desde las alturas de la montaña hasta el horizonte mediterráneo, que se extiende como si no tuviera fin.
Paisaje
Mirando hacia la bahía de Rosas
        El sendero nos conduce hasta la barraca dels Palauencs, una construcción de piedra seca, donde un desvío nos invita a la punta de la Trona, el punto más oriental de nuestra excursión. Y justo cuando pensábamos que el viento nos iba a hacer pelear por cada paso, decide darnos una tregua, dejándonos disfrutar del paisaje sin tener que lidiar con ese enemigo invisible. Abajo, las calas Jòncols y Canadell se ven tan tentadoras que casi se puede oír cómo nos susurran: “¿A qué esperáis para daros un chapuzón?”. Tendrá que ser en otro momento.
Cabo de Norfeu
        Regresamos a la barraca dels Palauencs para emprender un sendero que serpentea más al norte, abriéndose paso con elegancia entre pinos esbeltos, lentiscos, robustas encinas y las siempre tenaces coscojas, que tapizan el paisaje con su verde resistente.
Seguimos
        Alcanzamos el camino de ida, para recorrerlo unos 400 metros hasta dejarlo para descender hacia la Cova de les Ermites. Se trata de una cueva natural cerrada con un muro construido con losas de pizarra. El origen de su nombre provendría de su supuesto uso en época altomedieval como refugio de ermitaños. Posteriormente, habría sido utilizado por pastores como corral para el rebaño.
Exterior de la Cova de les Ermites
        Seguimos descendiendo hacia nuestro punto de partida, cuando Maite, con su ojo de
 aventurera y ese olfato para liarme, propone bajar hasta la cala Jóncols. “¡Tira p’abajo!”. Allá vamos, siguiendo la GR-92 en un descenso que al principio se deja querer, pero que al final se pone bien bravo. Y cuando ya saboreábamos la idea de refrescarnos en el chiringuito… ¡chasco monumental! “Tancat” a cal y canto.
Abajo, cala Jòncols
        Así que, con las cantimploras casi llorando de sed, no queda otra que desandar lo andado. Y claro, lo que fue una cómoda bajada ahora se convierte en una subida de esas que te hacen preguntarte 
para qué bajaste (es lo que tiene esto del senderismo)
        Alcanzado el buga, por fin, ponemos rumbo a nuestro alojamiento, que —¡aleluya!— tiene el chiringuito bien abierto y en perfectas condiciones para servirnos esas birras que, seamos sinceros, nos las hemos ganado con creces. Nos sentamos, miramos al horizonte con esa mezcla de orgullo y cansancio, y brindamos por haber sobrevivido a la tramontana y el calor. Por la tarde, ¡chapuzón! Que, después del paseo, hasta el agua de nuestra cala nos parecerá un premio olímpico.
¿Apetece un chapuzón?
        
Ahora toca un alto en el camino, otras tierras llaman al viento, pero prometo regresar despacio, y narrar el ir y venir de este cuento, de esta pareja que, con paso manso, vive entre el mañana, el hoy y el recuerdo atento.

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Datos técnicos