miércoles, 7 de agosto de 2024

IBONES DE BACHIMAÑA Y AZULES


Día 5 de agosto de 2024
        Con el regusto de la ruta del Valle del Roncal aún en las venas, nos dirigimos hacia el popular Valle de Tena, un hermoso lugar donde el turismo reina con puño de hierro. 
        Pero eso es harina de otro costal. Hoy, me dispongo a relatar la jornada que Maite y yo hemos vivido, para rememorar aquella vez en que emprendimos la misma hazaña con mis hijos, que hoy rondan los cincuenta, pero que en aquel entonces eran unos adorables mocosos de ocho y nueve años.
Ibón de Baños
       A principios de junio de este mismo año, un grupo de estudiantes de 2º de la UEZ (Universidad de la Experiencia de Zaragoza), junto con un par de profesores, se reunió en este lago como parte de una práctica para la asignatura recién finalizada: "Los Ibones aragoneses". Como soy bastante aplicado y, además, tengo la suerte de contar con la mejor compañera, Maite, he decidido profundizar un poco más en el tema.
    Nuestro fiel buga nos ha transportado hasta las encantadoras orillas del Ibón de Baños o Balneario de Panticosa, donde decidimos aparcarlo junto al Refugio Casa de Piedra, que para ser lunes, ¡está más lleno que la piscina en agosto! Aprovechamos el frescor matutino para iniciar nuestra caminata por el sendero que parte justo al lado del refugio, siguiendo las señales impecables del GR.11 marcadas en blanco y rojo.
La GR.11
        Desde el primer metro, el sendero, estrecho y empinado, parece decidido a recordarnos que nuestros pulmones no son lo que solían ser. Sube por un tramo pedregoso y tan descarnado que uno se pregunta si ha sido transitado por excursionistas o por una estampida de bisontes en plena migración. Para colmo, se bifurca en varios ramales, como si quisiera asegurarse de que, si nos perdemos, al menos tengamos opciones.
Un alto fotográfico (fotografiado)
        Aquí me detengo, no tanto para recuperar el aliento (aunque, créanme, lo necesito), sino para reflexionar sobre nuestra peculiar afición de tomar atajos. Porque claro, ¿quién tiene tiempo para seguir el sendero marcado cuando se puede erosionar el terreno con cada paso improvisado? Nosotros, que presumimos de estar tan concienciados con el medio ambiente, decidimos seguir las marcas y las múltiples lazadas del sendero, caminando con la parsimonia de quien sabe que apenas hemos empezado.
Por el buen camino
            Finalmente, alcanzamos el Mirador de la Reina. Desde aquí, la vista es espléndida: el Ibón de Baños y el balneario se despliegan a nuestros pies, mostrándonos tanto su belleza natural como los destrozos provocados por el hombre. Las montañas circundantes, restos majestuosos de un antiguo glaciar, se alzan imponentes. Ahí están el Algas, el Garmo Negro y el Argualas, observándonos con una mezcla de desdén y resignación.
En el Mirador de la Reina
        A nuestra derecha, el río Caldares, con sus pozas y espectaculares cascadas, actúa como un guía natural, su murmullo es tan agradable que uno se pregunta quién en su sano juicio pudo inventar el tortuoso ritmo del reggaetón. Porque, en comparación, el sonido de sus aguas es una sinfonía celestial.
La bravura del Caldares
        Seguimos subiendo hasta dar con un prado llamado Llano de o´Bozuelo, donde el río se amansa como un corderillo. Pero no podemos detenernos a gozar de su apacibilidad, ya que la montaña nos llama a seguir ascendiendo.
        Desde aquí, el sendero se vuelve algo aéreo, aunque sin complicaciones, ya que algunos tramos están equipados con sirgas. Recuerdo, hace ya un buen puñado de años, cuando no había más ayuda que nuestros crampones para bajar este sencillo paso cubierto de nieve helada.
Tramo con sirgas
            Seguimos subiendo por un terreno mixto de tierra y roca, alejándonos cada vez más del cauce del río Caldares. Tras unas cuantas curvas en el camino, descendemos nuevamente hasta el río, bordeándolo durante unos doscientos metros. En este punto, el sol empieza a despuntar, anticipando el calor que nos espera. Un buen momento para cubrir mi azotea con una gorra y untarnos con una generosa cantidad de crema protectora. Un vistazo atrás y el Valle del Caldares nos muestra toda su belleza.
Valle del Caldares
        Frente a nosotros, el río muestra su carácter bravío, dejándose caer en la Cascada del Fraile y, de paso, anunciándonos que nos toca enfrentarnos a la subida por la homónima "Cuesta del Fraile". Una "cuestecita" que en apenas un kilómetro nos hará ganar unos doscientos metros de desnivel, muy llevaderos gracias a las numerosas lazadas del sendero. ¡Ánimo, que esto es pan comido!
Cascada del Fraile
        Salvado este pequeño bache, divisamos la presa del ibón Bajo de Bachimaña, que no nos toma ni un suspiro alcanzar. Ahí está con el agua en reposo y el puente de acceso al lado opuesto de la presa. Maite, en un arranque de sabiduría montañera, decide que aquí se queda plantada, al calor del Refugio de los Ibones Bachimaña.
Ibón y Refugio Bajo de Bachimaña
        Yo, como el caballero andante, con mi mochila de provisiones y mi GPS medio fiable, decido que subir más arriba es el camino de los “estalentaos”. Claro, a estas alturas ya no hay quien me pare, ni siquiera los chillidos dialécticos de las marmotas. ¡Adelante, montañas! ¡Aquí voy yo, conquistador de cimas y devorador de bocadillos de jamón! (lo del bocadillo habrá de esperar, Maite se ha quedado con la bolsa de las provisiones.)
¡Allá vamos!
        Así pues, continúo por el sendero, un camino tan entretenido que, en pocos minutos, me lleva por la margen oeste del Ibón Alto de Bachimaña, el más grande y presumido de los dos hermanos. Este tramo, con toda la sencillez de una película de domingo por la tarde, no ofrece más desafío que unos sube y baja que afronto con toda la dignidad de un noble caballero en su corcel.
Ibón Alto de Bachimaña
        Una vez superado el embalse, el sendero (sigue siendo el GR.11) desciende con toda la gracia hasta el cauce del barranco, cuyas aguas bajan desde los ibones que, con ánimo, intentaré alcanzar. Digo "intentaré" porque, entre señales aquí e hitos allá, un pequeño desliz me desvía del camino correcto. Este desvío también me llevaría hacia mi destino, pero prefiero la vía normal, más frecuentada.
El cauce
        Siguiendo el sendero, la cascada de los Azules aparece finalmente ante mis ojos, deslumbrante y majestuosa. Subo por un camino que, en continuas y juguetonas lazadas, me deposita junto a la cubeta del Ibón Azul Inferior. Aquí, me tomo mi tiempo para capturar las fotos de rigor. Desde este punto privilegiado, la imponente marmolera del Pico Infiernos ya se deja ver, añadiendo un toque mágico al paisaje.
      Sobre las aguas del ibón, el cielo refleja toda su intensidad en las aguas del lago, justificando así el nombre de este hermoso paraje. Imposible no capturar con cámara y retina este hermoso lugar.
Ibón Azul Inferior
            Hay que seguir, ya queda poco," me digo, así que agarro el sendero y empiezo a subir. Pero, ¡zas!, el camino, aunque bien señalizado con hitos, de repente pierde las marcas del GR y se pone más aéreo que un trapecio del Circo del Sol. Una pareja muy maja me sigue y les suelto: ––¡Cuidado, que por aquí vamos mal!–– Así que, entre risas y alguna que otra mueca, corregimos el rumbo y ganamos altura hasta encontrar el camino correcto.
Senda traidora
            Finalmente, alcanzo a llegar a la cubeta del Ibón Azul Superior. Qué alivio, después de tanto esfuerzo y caminata por estos lares tan altos y pedregosos. Aquí estoy, rodeado de cumbres que seguramente tienen nombres que solo los montañeros con más títulos en el currículum saben pronunciar correctamente. Ahí están los Picos de los Infiernos, majestuosos a 3081 metros, y hacia el este, el Vignemale presumiendo sus 3298 metros, haciendo alarde de ser la "máxima cumbre del Pirineo francés", aunque comparta sus glorias con España. 
En el Ibón Azul Superior
        Pero bueno, como decía, el proyecto de hoy concluye aquí... o mejor dicho, concluirá cuando lleguemos al balneario. Un descansito aquí para admirar el paisaje que me rodea que, debo admitir, hoy luce bastante bonito. 
        Ahora sí, ahora inicio el regreso por el sendero correcto, siguiendo esas marcas rojas y blancas que para eso las pintaron.
        El Refugio de los Ibones de Bachimaña es mi próximo objetivo. Maite me espera con un ágape montañero que, aunque no muy contundente, con una jarra de birra, me sabrá a gloria. Un merecido premio después de tanto esfuerzo y contemplación. Mientras me alimento, me cuenta que ha subido al Ibón Superior de Bachimaña y fotografiado una planta de acónito, nada recomendable para postre.
Acónito
Allí me espera
        Este sí, este postre está servido: un buen descenso que hay que digerir con prudencia. Las piernas ya están recordándome que no son las mismas que hace tantos años, cuando subíamos estas montañas con la energía desbordante de la juventud. ¡Qué tiempos aquellos! Pero como dice una canción interpretada por Ana Belén: ¡Mientras el cuerpo aguante, mientras que el swing arda por dentro, mientras que huir le dé tanto placer, bailará sobre sus recuerdos!
        Hasta pronto

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