Día 5 de agosto de 2025
Aunque ya había subido varias veces a la mole que corona esta parte del Pirineo —que el Bisaurín y yo nos tenemos bien calados—, lo cierto es que estando de vacaciones en el Valle de Hecho, el cuerpo me pedía guerra. Y como mi colega de fatigas de hoy, Miguel, también tenía el Bisaurín en el punto de mira, pues blanco y en botella: tocaba darle caña al cuerpo y echar otro vistazo desde allá arriba. ¡Qué le vamos a hacer, uno es débil ante las cumbres conocidas!
La idea original era marcarnos la ruta circular: subir por la cara norte y bajar por la clásica del sur, para darle variedad al asunto y apuntarnos el tanto completo. Pero claro… un armario, una puerta, un dedo pillado en medio… en fin, que el plan se nos fue al garete. Así que optamos por la fácil —si es que a esto se le puede llamar fácil—. Allá vamos, ¡al lío!
Recién estrenado el alba, con los primeros rayos de sol coronando la cima del Bisaurín, plantamos el buga de Miguel en el refugio de Lizara (1540 m). Ni café ni gaitas: nada más aparcar, ya estamos dándole zapatilla por la trillada GR.11. Y vaya, madrugar tiene premio: el frescor mañanero nos da la bienvenida, y pese a ser una ruta más concurrida que una barra de bar en fiestas, a estas horas somos pocos los locos que ya estamos en faena.
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Asoma el sol |
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Pastando |
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Pronto asomará el sol |
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En Lo Foratón |
Abandonamos la GR.11 y tiramos a la derecha, donde empieza la faena seria: la arista. El Bisaurín, ahí arriba, nos mira como diciendo: “Subid, subid, que yo no tengo prisa”.
Hasta este punto, el sendero serpenteaba por prados amables, verdes, casi bucólicos... pero ya se sabe: todo lo bueno se acaba, y aquí empieza la piedra. La dura, la borde. A ratos roca sólida en la que hay que echar manos —y fe—, y a ratos ese canchal traicionero que se escurre como político en campaña. Pero tranquilos, que hitos y la señora Prudencia nos acompañan, y esta no nos quita ojo. Esto no quita nada, para que de vez en cuando eche una mirada atrás y disfrutar de esa especie de ola montañosa que forman las Cutas en la Sierra de Gabás
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La Sierra de Gabás, desde la subida |
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En la cima del Bisaurín |
Pero mi mirada hacia el oriente va mucho más allá. Se clava en Gaza, donde Israel ya ha asesinado a más de 60.000 personas con la complicidad de Estados Unidos —sí, de ese país donde al menos la mitad votó al tirano Trump, bendiciendo con su papeleta la barbarie—. Y más duele aún el silencio atronador de Europa… mi Europa, la que ahora me lacera con su indiferencia cobarde. Esa Europa que calla, que mira hacia otro lado, mientras la masacre continúa. Mi Europa… cuánto me duele.
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Cómo me duele... |
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Otra mirada |
Nosotros, con media tarea hecha, encaramos la otra mitad: bajar. Y ojo, que la parte alta no está para andarse con tonterías. Hay que descender con cuidadín, que uno ya no está para luxaciones ni sustos… que la cadera es una y los repuestos caros.
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Habrá que despertar, habrá que bajar |
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Refugio de Lizara |
Desde la cima del Bisaurín, con el pecho aún agitado y la piel ardida por el sol y el viento, uno se ha sentido grande… pero también, terriblemente pequeño.
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Terriblemente pequeño |
Y es entonces, con las botas llenas de polvo y el alma hecha nudos, cuando entiendes que subir montañas no es huir del mundo, sino todo lo contrario: es recordarlo desde las alturas, con los ojos limpios y el corazón encendido. Es gritar —aunque no se oiga— que hay cosas que no deben callarse, y otras que jamás deberían repetirse.
Bajo los cielos del Pirineo, rodeado de picos y silencio, prometo no olvidar. Porque uno siempre baja distinto de cómo subió.
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Datos técnicos