viernes, 10 de mayo de 2019

RIBERA DEL EBRO Y DESEMBOCADURA DEL JALÓN

Día 8 de mayo de 2018
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              En una de sus ocurrencias, Jaume Perich (El Perich) fraseaba: “aunque la mayoría de los ríos españoles no son navegables, en compensación casi todos son andables.”.
             Es cierto, quienes nos dejamos seducir por las riberas de nuestros ríos, esos que riegan nuestros campos, nuestros sentidos, encontramos en sus caminos y sendas la excusa perfecta para sumergirnos, no en el agua, sino en la profundidad de la naturaleza que los envuelve.
                    En esta ocasión, con las gentes definitivamente liberadas de obligaciones laborales del Stadium Casablanca nos vamos por la ribera del Ebro hacia la desembocadura del río Jalón.
Camino de Casetas
              Montamos en el tren de cercanías que nos acerca al barrio rural de Casetas. Aquí se nos suman algunos ilustres que han llegado en coche. Y... ––¡hale! a gastar calcetín.
            Cruzamos las vías por el paso a distinto nivel, toda una trampa para algún miembro rezagado que, víctima del alba, desvía su trayecto en dirección opuesta (nada que el "boss Armando" no pueda solucionar).
           Caminamos unos metros entre naves y otros por asfalto, hasta coger una pista de tierra y alcanzar el Soto de la Alameda, que dejamos a nuestra derecha. 
Por las orillas del Ebro.
l río y sus sotos.
                Llevamos buen ritmo, lo que no es obstáculo para echar alguna charrada y cuatro risas, y eso que hemos madrugado algo más que de costumbre.
              Unas veces por pista, otras por sendero pero siempre lo más posible pegados al río que, a la altura de la Mejana del Chopar, nos muestra, bajo los reflejos de un tímido sol, algunas aves como las gaviotas, cigüeñas, milanos, tórtolas, algún cormorán y otras que mi ignorancia en asuntos ornitológicos me obliga a omitir.
           El río nos muestra su vegetación, nos regala su paisaje, acoge a las aves, riega las huertas, pero también nos enseña un poco de la historia de estos lugares, de cómo vivían sus gentes, cosa que atestigua la barca de Candespina que actualmente sigue en uso.
En el embarcadero de Candespina.

Eterna juventud.
Por el Soto del Rompedizo.
              Seguimos caminando entre juncos, carrizos, sauces, álamos, fresnos, alisos, olmos... y, escondidos entre su denso follaje, un coro de pájaros, atrapados por su plenitud primaveral, interpretan bellas melodías. Me retraso para quedarme a escuchar, en la soledad del bosque, a uno de los solistas: es el ruiseñor dedicando una bella canción a su amada.
                Vuelvo en mí y ¡a correr!, el grupo me ha sacado un buen trecho de distancia. Nos hemos separado unos metros del Ebro, pero una bifurcación nos devuelve a las orillas del río para, de nuevo, adentrarnos en otro bosque, esta vez se trata del soto de Rompedizo, que recorremos por un camino paralelo a una pequeña acequia. El suelo se encuentra cubierto de las típicas pelusas del chopo, el aspecto es de un camino nevado.
Aquí el vergel, más allá el Ebro, y más allá la estepa.


Subida hacia El Castellar.
             
              Caminamos por la margen derecha del río, margen fertilizada por los aportes que sus aguas arrastran; la otra margen, la izquierda, nada tiene que ver con la fertilidad; los escarpes que emergen desde la orilla nos adentran en la realidad de buena parte de la geografía del Valle del Ebro: sus áridas estepas que en este lugar adquiere el nombre de "El Castellar", originado por las ruinas del castillo que se encuentra en lo alto del escarpe.
         Del Castillo del Castellar, cuentan que en el 1080, el rey aragonés Sancho Ramírez lo pobló y fortificó, por considerarlo lugar idóneo para luchar contra los musulmanes asentados en Zaragoza. En 1085 lo donó a su hijo Pedro, que estableció la villa de El Castellar, otorgando Sancho Ramírez la Carta Puebla en 1091 y construyendo la iglesia de San Pedro. A Pedro I de Aragón le sucedió su hermano Alfonso I el Batallador.
Ruinas de El Castellar.
Según la Crónica de San Juan de la Peña en el año 1110: “En seguida pobló el Castellar con ciertos hombres llamados Almugávares por la mayoría de la gente, éste lugar ya había sido poblado por su padre. Ese mismo año sitió Zaragoza con sus aragoneses y navarros, y con Centulo de Bearne y sus gascones que hicieron maravillas, y con el conde de Alperche que había venido de Francia á su servicio y a..."
Ermita de El Castellar.
              Bueno, dejemos la historia para los historiadores y ¡a lo nuestro!, pues esta queda en la otra orilla del río Ebro, aunque "casualidad", hoy se celebra la romería a la Ermita de la Virgen del Castellar, que se encuentra allí arriba, en lo alto de los escarpes. Divisamos un camino que se abre paso entre rocas de yeso, por él suben los romeros, devotos de asuntos espirituales y de copiosos almuerzos. Para alcanzar la otra orilla, una barca asida a una sirga acerca al personal. Aunque es intención nuestra cruzar a la otra orilla, el horario de vuelta no se ajusta a nuestros deseos, por lo que desistimos de la navegación y... ¡oh no!, como magnetizada por fuerzas extrañas, una miembro del grupo monta en la nave, eleva su ser por el vertiginoso camino en dirección al templo ermitaño, y...
Se va... ¡adios!
"Abocadero de lo Xalón en l´Ebro".
             El resto nos acercamos hasta la desembocadura del río Jalón en el Ebro (abocadero de lo Xalón en l´Ebro, le dicen por aquí) donde deposita las aguas que, no hace mucho, Maite y yo, vimos nacer allá en tierras de Soria.
             Es un buen lugar para echar un bocado, llevamos la mitad de un largo camino y los engranajes humanos requieren ser engrasados.
      Volvemos hasta el embarcadero (la barca permanece en la otra orilla) para abandonar el río y adentrarnos entre huertas, camino de Torres de Berrellén, coqueto pueblo que hoy presenta un aspecto festivo y desértico, pues sus gentes andan por El Castellar. A sus lugareños les dicen “Franceses” y además, “Cagamontones”, como lo muestra esta popular copla:
“Los gatos son de Casetas,
En Alagón hay melones
Y en Torres de Berrellén
Todos cagan a montones”.
Torres de Berrellén, al fondo la iglesia.
             Recorremos sus calles observando algunas de sus construcciones como el Palacio de los Duques de Villahermosa, hoy sede del Ayuntamiento, de estilo renacentista del siglo XVII. Nos adentramos en la iglesia parroquial de San Andrés, obra gótico-renacentista del siglo XVI, construida en ladrillo, ampliada en los siglos posteriores. Consta de una nave, con capillas entre los contrafuertes, abiertas en el siglo XVIII y torre neo-mudéjar sobre un basamento originalmente mudéjar. Parece que se conserva el antiguo artesonado mudéjar policromado sobre la bóveda de crucería estrellada.
Hacia Sobradiel.
          Abandonando las calles de Torre de Berrellén, contemplamos algunas casas cuyas puertas se encuentran protegidas por burladeros, pues esta noche y mañana ¡hay vaquillas!.
            Seguimos el camino a buen ritmo, transitamos entre campos, acequias, torres; eso sí, los ababoles (amapolas en Aragón) adornan el paso de este grupo que, pese a haber perdido un miembro, caminan con gracia y con la gran duda de ––¿ande cairá l´Ambar?.
        Será en Sobradiel, pero ¿donde hay un bar?: una buena señora nos indica que allí, al volver la esquina, no sé si a la izquierda, no sé si a la derecha, hay un garito que puede que este abierto.
 ––¿Y el hogar del jubilado, más acorde con nuestra condición?.
 ¡Ah! ––dice la señora–– ese está aquí cerca, en la plaza.
El más joven de la cuadrilla, ¿quién es?.
Ababol.
           Pues allá que vamos: San Marcos titular indiscutible del "Centro de la Tercera  Edad", por un precio acorde con nuestra condición, tiene a bien aplacar nuestra sed e hidratarnos para acometer los últimos tres kilómetros que nos separan de la estación del ferrocarril de Casetas.
          Sentado en el tren de cercanías, algo cansado, echo un vistazo al GPS y veo que la cosa no ha estado nada mal: 19,1 Km. pateados con un desnivel acumulado (pasarela, cuestecicas, ribazos, etc) de unos 100 m. Caminos marcados, en algunos tramos, como GR.99 que recorre el Ebro de principio a fin, y otros como el Jacobeo o el Cervantino que discurren entre campos y sotos, bajo la mirada de unos montes, los de El Castellar, que hoy andan de jarana.
                 De lo que no informan los modernos dispositivos de navegación es del buen rato que hemos pasado, no graban esos momentos que los sentidos captan en un bosque que lo tenemos aquí, al lado de casa, ni graban el buen rollo de las gentes con que compartes una mañana del miércoles de cualquier semana, de cualquier mes, de cualquier año.
                   Hasta pronto.

Recorrido
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