Arrinconada y en buena compañía—la de un par de bastones que, honestamente, apenas si se molestan en reconocer mi existencia—me hallo yo, la Vieja Mochila, relegada al fondo del armario. Pero, ¿triste? ¡Ay, no, amigos míos! A mis años, se aprenden cosas. Y una de ellas es que esos hombros que suelen sostenerme, esas espaldas que suelen reclamar mi peso, ¡pues resulta que han encontrado algo diferente! No, no hablo de otro modelo más moderno, ni de una sofisticada ultraligera que me dejara en el olvido. Hablo de la otra mitad de esos hombros, de la auténtica pieza que les faltaba: Maite.
Y ahora que juntos están, han cambiado los senderos y caminatas por un avión, ¡ni más ni menos! Me han dejado por unas alas de verdad y un boleto al país del Sol Naciente: Japón. Que si a mí, viejita, me queda muy lejos y no soy de levantar el vuelo. ¡Ellos sí! ¿Y qué puedo decir? Pues nada, a seguir aquí, en mi rincón, dejándolos volar y que nos cuenten de ese su viaje.
Cuando vuelvan a casa, te contaré su viaje —en versión resumida—. Pero eso sí, si el relato empieza a parecerte interminable, tómatelo como remedio casero: a traguitos cortos y sin prisas, que no quiero causarte una sobredosis de anécdotas… ¡Ni quedarme sin público a la mitad de la historia!
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LOS COMPAÑEROS DE VIAJE
La agencia con la que contratamos el viaje, nos juntó a 16 seres humanos de lo más heterogéneo: catalanes, vascos, canarios, portugueses y… ¡Dos aragoneses! Sí, Maite y un servidor, que fuimos a representar nuestra noble tierra.
El grupo |
Para que nadie se perdiera —y digo “perdiera” en el sentido más literal—, la agencia nos proporcionó dos guías locales: primero Mieko y, cuando ya estábamos aclimatados, apareció Hitomi. Ambas, con una paciencia digna de estudio, nos fueron desvelando esos recovecos que, sin su ayuda, nuestros ojos torpes nunca habrían distinguido de un callejón más.
Hitomi |
La pandilla de los seis |
Otra persona de la que quedan gratos recuerdos es Yolanda, una vasca tan buena persona como colaboradora en todo aquello que se preciara y amiga de selfis sin nivel.
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EL PAÍS
Hoy, saber de Japón y sus secretos —geografía, cultura, paisajes, e incluso la receta para un buen ramen— es cosa fácil. Basta con abrir cualquier libro, deslizarse por redes sociales o ver uno de esos documentales que casi huelen a sakura. ¿Quién necesita subirse a un avión cuando tienes Instagram?
Pero, bueno, aquí no voy a repetir lo que ya cuentan las postales. Hoy lo hago de ese Japón que estos humildes viajeros pudieron saborear.
Ya de vuelta, queda el recuerdo de un Japón de contrastes fascinantes, donde lo antiguo y lo moderno conviven en una armoniosa danza. En su paisaje se alzan montañas imponentes veneradas por sus gentes, bosques de bambú que susurran con el viento y ciudades que vibran con el pulso de la innovación.
Lo antiguo y lo moderno |
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LAS METRÓPOLIS
Tokio.- Una inmersión en el pulso de la ciudad
Nada más bajar del avión, Tokio nos envuelve en su energía bulliciosa. Desde el primer vistazo, sus rascacielos nos hablan de su importancia como centro financiero global, con fachadas que reflejan tanto la historia como el progreso tecnológico de esta metrópoli vibrante.
Rascacielos en Tokio |
En la Estación Central de Tokio |
Puente de acceso al Palacio Imperial |
Tokyo Skytree |
Al movernos por los diferentes distritos, descubrimos las múltiples caras de Tokio. En el lado oeste, nos adentramos en Shinjuku, un distrito que nunca duerme y que vibra al ritmo de su mezcla de negocios y entretenimiento. Por el día, una masa interminable de empleados, todos elegantemente embutidos en sus trajes casi idénticos, corre de un lado a otro como si ser el primero en llegar a ningún lado fuera una misión sagrada. Al caer la noche, esos mismos héroes corporativos, tras una transformación digna de una tragicomedia griega, se despojan del uniforme de batalla y experimentan su gran metamorfosis
Proyección en el Ayuntamiento |
Shybuya |
Con Hachiko |
Templo Sensoji |
Torii en el Parque Yoyogi |
Atravesamos “toriis” que nos invitan a dejar el mundo moderno a un lado, llevándonos hacia el Santuario Meiji. Este templo, construido en 1920 para honrar las virtudes del emperador Meiji y la emperatriz Shoken, se alza solemne entre los árboles, envuelto en una calma tan solemne que parece conspirar con los espíritus del pasado. Lo de "calma” es un toque mío, porque encontrar un rincón japonés sin el incesante bullicio, la lucha por capturar cada pedacito de belleza y, cómo no, el inevitable desfile de selfies… eso es un milagro. Intentas admirar un templo y acabas en una maratón de fotos ajenas, con todo tipo de poses y filtros.
El resto de la tarde nos zambulle en Omotesando, ese rincón comercial rebosante de juventud hiperactiva y tendencias que duran lo que un suspiro en TikTok. Pero, ¡oh, milagro!, encontramos una terracita con cerveza. ¡Qué placer indescriptible, casi una revelación divina en medio de tanto estilo y selfie compulsivo!
Kioto, la ciudad de los dosmil templos
El Tren Bala nos deja en la que fue antigua capital de Japón durante más de mil años, esta ciudad ha sido la sede de todo lo que vale la pena en la cultura japonesa: el arte, la religión, el té (¡y vaya si saben de té!), e incluso las costumbres más pintorescas.
Iniciamos en Kinkaku-ji, el famoso Pabellón Dorado. ¡Y vaya que es dorado! Al sol, ese templo brilla como si lo hubiera patrocinado el mismísimo Midas. Entre las exclamaciones de los turistas, los clics de las cámaras y la reflexión en el lago, es difícil decidir si admirar el pabellón o el reflejo casi hipnótico que este proyecta en el agua.
El Kinkaku-ji |
Oro en el lago |
El Bosque de Bambú |
Templo Tenryu-ji |
Osaka, con propia personalidad
¡Ah, el Tren Bala! Por aquí y por allá, el Shinkansen nos lleva y nos trae por Japón como si fuéramos sushi en cinta transportadora. Esta vez, el cohete sobre rieles nos deja en Osaka, la hermana rebelde de Tokio, que a pesar de estar a un salto, tiene una personalidad bien distinta.
Río Tosahori |
Castillo de Osaka |
Foso y parque del Castillo de Osaka |
Santuario Namba Yasaka |
Dotombori |
Shinsaibashi-suji |
Hiroshima, un mensaje de paz
Parece increíble pensar que aquella ciudad, devastada en un fatídico 6 de agosto de 1945, aún persista como símbolo mundial de la paz, instando al planeta a abolir las armas nucleares. Ese día, Hiroshima sufrió la furia de la primera bomba atómica lanzada sobre una población civil, transformándose en un escenario de horror y ruinas. Hoy, sus calles, reconstruidas y vibrantes, cuentan una historia en la que la destrucción se transformó en un potente llamado a la memoria y la reconciliación.
Hiroshima |
Llama eterna de la Paz |
Cúpula de Genbaku |
Pero no dejamos la ciudad sin darnos un paseo por el Shukkei-en, un jardín paisajístico japonés tradicional. Entre otras cosas, es conocido por un árbol de ginkgo que sobrevivió al bombardeo atómico y todavía se encuentra ahí hasta el día de hoy.
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TEMPLOS, SANTUARIOS, CASTILLOS Y PALACIOS
En Japón, los templos y santuarios son los protagonistas del paisaje religioso. Son muchos los japoneses que los visitan más por amor a los paseos pintorescos que por devoción. Los templos budistas y santuarios sintoístas ofrecen un buen pretexto para escapar de la rutina y disfrutar de rincones pacíficos, rodeados de vegetación. Para diferenciarlos, uno puede observar la arquitectura: los templos tienen pagodas y ocasionalmente Budas gigantescos (como los de Kamakura y Nara), mientras que los santuarios destacan por los famosos arcos torii, esos que salen en todas las postales.
Templo budista |
Santuario sintoísta |
En Kamakura
Kamakura, pintoresca ciudad costera, famosa por su sol, sus templos y… su Buda de 93 toneladas al aire libre, como si de una gran atracción turística se tratase. Allá vamos varios del grupo, todos con esa mezcla de emoción y una pizca de inquietud, para ver al imponente Gran Buda, el Daibutsu, que nos han dicho que está en "postura de paz"
Hacia el Daibutsu |
El Gran Buda |
Templo Kencho-ji |
En los jardines |
Finalmente, y como es costumbre en estos viajes, después de un rato todos terminamos cansados y con una reverencia rápida para el Buda. Nos retiramos, dejando la espiritualidad para el siguiente templo o, más probablemente, para el restaurante donde seguro nos espera un reconfortante ramen, eso sí, acompañado de una fresca birra.
¿Gustas? |
En Nikko
Algunos de nosotros queríamos algo más que un templo aislado en una calle, queríamos la atmósfera de los shogunatos, de la época de los samurais, de los kimonos… Y esa la encontramos en Nikkō en ese rincón, en los que los templos surgen de la niebla, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Tras visitar el Lago Chuzenji y la impresionante Cascada de Kegon nos dejamos perder por el Rinno.ji, que más que un templo es todo un complejo religioso. El sitio tiene 15 edificios budistas y fue construido en 766 en el corazón de las montañas.
Pagoda del Templo Rinno-ji |
Más adelante, junto al jardín tradicional Shoyo-en, se encuentra la sala del tesoro de Homotsu-den que traza la historia del templo estrechamente relacionada con la familia Tokugawa y al budismo.
Una de las puertas del Templo Rinno-ji |
También visitamos el Templo Sintoísta de Futarasan, al que accedemos a través de un gran torii. A pesar de que está asociado con el templo budista Rinno-ji, el santuario Futarasan conserva una antigua práctica sintoísta: el culto a las montañas. Las montañas, espíritus guardianes aterradores y proveedores de vida gracias a los ríos que fluyen en sus inmediaciones.
Nagoya y su Castillo
El Castillo de Nagoya: fue construido por órdenes de Tokugawa, no solo para proteger la cercana ciudad de Osaka, sino también para aprovechar la rentable ruta de Tokaido. Fue hogar de los Tokugawa hasta que llegó la Restauración Meiji y, aunque se mantenía estoico, en 1945 los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial lo convirtieron en una fogata monumental. La mayoría de sus edificios ardieron, incluyendo el Palacio Honmaru.
Castillo de Nagoya: Palacio Honmaru |
Nos descalzamos para recorrer un interior, que reluce con puertas fusuma de ciprés japonés, como si el palacio nos murmurara que, aunque lo intenten, a los Tokugawa y su legado no los queman tan fácilmente.
Interior del Palacio Honmaru |
EnTakayama, Shirakawo y Kanazawa
En el camino hacia Kanazawa, hacemos una encantadora parada en Takayama, la joya de los Alpes Japoneses. Esta pintoresca ciudad, con sus callejuelas salpicadas de destilerías de sake, nos invita a un viaje en el tiempo. Nos acercamos al Templo Hida Kokubun-ji, el más antiguo de Takayama y un verdadero tesoro en el corazón de la ciudad.
Allí, se alza una pagoda de tres niveles, majestuosa y solemne, junto a un imponente árbol de ginkgo que, con más de 1200 años de vida, parece custodiar silenciosamente los secretos de la historia.
Templo Hida Kokubun-ji |
Pagoda del Hida Kokubun-ji |
Shirakawago |
Esta villa no presume de grandes santuarios ni de castillos majestuosos, pero cuentan: “El pueblo es todo un templo en sí mismo”. Con esas palabras en mente, partimos en busca de ese místico templo invisible.
Todo un templo de las tradiciones |
Casas gassho-zukuri |
¿Un monumento? |
Jardines Kenrokuen |
En Kyoto
Como habíamos madrugado, a lomos del Tren Bala aterrizamos en Kyoto a una hora decente, listos para exprimir el día. Con el mapa en una mano y nuestro irremediable sentido de la orientación en la otra, los "seis magníficos" nos lanzamos a la aventura y, cómo no, terminamos dando vueltas hasta toparnos con las puertas del Templo Chishaku-in. Curiosamente, no hay ni un turista alrededor, cosa rara en un lugar con semejante despliegue de arte y jardines que son la envidia de cualquier postal. A lo mejor hemos llegado demasiado temprano hasta para los turistas. En realidad, buscábamos otro templo, pero bienvenido sea el hallazgo.
Ante el Templo Chishaku-in |
Tomamos un estrecho camino que en, una buena subida, recorría la margen del Cementerio Higashi Otani, famoso por sus 20 000 tumbas y el altar de Shinran Shonin, fundador de la escuela budista Shinshu, hasta alcanzar el impresionante y concurrido Templo Kiyomizu-dera (templo del agua pura).
Cementerio Higashi Otani |
Paisaje icónico de postales, el Templo Kiyomizu-dera ofrece una vista única de Kioto debido a su ubicación en lo alto del Monte Otowa. La construcción se ubica al borde de un peñasco y combina técnicas y métodos tradicionales, como el wafu, que prescinde del uso de tornillos y clavos al usar piezas de madera talladas para encajarse unas a otras, y el kakezukuri, que permite crear una estructura de gran resistencia sísmica.
Templo Kiyomizu-dera |
El principal elemento arquitectónico destacado del templo es un balcón que da acceso a la sala principal, situada a una altura de 13 metros, equivalente a un edificio de cuatro pisos. Sostenida por 18 pilares, esta enorme cubierta funciona también como escenario, donde se celebran ceremonias especiales.
Pagoda Kiyomizu-dera |
Maite y el Templo Kinkaku-ji |
Bosque, agua y oro |
Sendero de Senbon Torii |
¿Contando toriis? |
Ante el Kogosho del Palacio Imperial |
Puerta de Kenreimon |
Parque Imperial de Kyoto |
En Nara
Algunos miembros del grupo, acompañados por la ilustre Hitomi, nos dirigimos a Nara. Allí, como era de esperar, nos adentramos en su famosísimo parque, una extensión verde de proporciones tan épicas como exageradas, poblada por los célebres ciervos que –nos aseguran– son tesoro nacional. Eso sí, un tesoro un tanto agresivo, porque los adorables animalitos no tardaron en lanzarse sobre nosotros con una ferocidad digna de un ejército en plena invasión, todo en nombre de unas insulsas galletitas que, faltaría más, te venden en los puestos estratégicamente distribuidos para mayor de nuestros deleites.
Galletitas para desayunar |
Después de un breve paseo, nos topamos con la joya de la corona turística de la ciudad: el Templo Todai-ji, famoso por albergar nada menos que el edificio de madera más grande del mundo. Y atención, que esta obra de ingeniería monumental no es ni siquiera la versión completa: lo que vemos hoy en día es una reconstrucción que, modestamente, solo ocupa dos terceras partes del tamaño original. Como quien dice, un recorte, pero bueno, aun así le alcanza para presumir en el récord mundial.
Templo Todai-ji |
Dentro de esta maravilla arquitectónica descansa el mismísimo Gran Buda de Nara, o Daibutsu: una estatua de bronce de nada más y nada menos que 15 metros de altura. Si no llama la atención la altura, seguro lo hace su nariz, que sobresale con orgullo medio metro de su cara. La leyenda asegura que si pudieras deslizarte por esa prominente nariz, llegarías directo a la mente del Buda y, de paso, te iluminarías con una dosis instantánea de su infinita sabiduría. Claro, escalar por la cara del Buda no sería muy bien visto por los guardias (ni por el propio Buda, se supone), así que en un arranque de pragmatismo nipón, el templo ofrece una alternativa: una columna en la parte posterior del Buda con un agujero del mismo tamaño que su fosota nasal. Dicen que si logras pasar por ese orificio, recibirás una especie de versión express de la iluminación.
El Gran Buda |
En Miyajima
Con la pompa de quien descubre algo jamás visto por ojo humano, nos embarcamos en trenes y ferry, rumbo a la legendaria Isla de Miyajima. Conforme el barco va aproximándose a la costa, como si quisiera desvelarse despacito, ya se asoma una figura que, oh sorpresa, es ni más ni menos que la famosa Puerta Torii Flotante (Ootorii).
Puerta Tori Flotante con pleamar |
La Puerta con bajamar |
Interior del Santuario de Itsukushima |
Salón Reinado |
Ese fuego prendido y usado por Kobo Daishi no se ha apagado desde entonces, hace ya más de 1200 años. Actualmente, la llama es una de las siete maravillas del Monte Misen y recibe el nombre de llama eterna o Kiezu no Hi.
Así que tomamos una par de remontes y alcanzamos una zona en la que se asienta el salón. Aquí se respira paz, una paz que algunos queremos palpar, ascendiendo hasta la cima del Monte Misen (535 m.) e intentar disfrutar de las maravillosas vistas que, de no estar lloviendo, podríamos ver sobre el Mar Interior de Seto y sus islas.
En la cima del Monte Misen, con José |
En Koyasan
Difícil me resulta elegir un lugar en Koyasan (800 m.), pues estamos en un complejo de templos sagrados del Budismo Shingon ubicado en una cuenca alpina fundada por el sumo sacerdote Kukai, conocido póstumamente como Kobo Daishi (774-835). Kukai es una de las personas más famosas de la historia de Japón. No solo fue el fundador de la escuela de budismo Shingon, sino también un poeta, ingeniero y calígrafo.
Koyasan se centra en el Templo Kongobu-ji construido en 816 y está dividido en varias áreas. La entrada a este sitio sagrado está marcada por una impresionante puerta de madera de 25,8 metros de altura.
Llenaría páginas y páginas describiendo cada uno de los templos de esta montaña, incluso aquellos en que se les llevaba comida a las mujeres a las que se les estaba prohibida la entrada al complejo, pero no puedo pasar por alto el Templo Fukuchi-Inn, con más de 800 años de antigüedad, en el que nos alojamos para adentrarnos en la vida monástica de los monjes que lo habitan, cosa que, ¡uf!, logramos con buena nota (sueño sobre tatamis, cena y desayuno templo-vegetarianos, onsen, ceremonia, etc.).
Exterior del Templo Fukuchi-In |
La imagen principal del templo es Aizen Myoo, que ha estado recogiendo fe como Buda espiritual para el cumplimiento de los deseos de Fukutoku Honman desde la antigüedad, y el salón principal da una impresión tranquila de keyaki-zukuri total incluso en la decoración brillante.
Otro de los monumentos que tenemos el gusto de recorrer es el camino en el que Kukai entró en un plano supremo de meditación, esperando la llegada del Buda del futuro. Más de 300 000 lápidas están densamente distribuidas bajo árboles gigantes de 500 años creando una atmósfera espiritual y un profundo paisaje cultural religioso. Se trata del Cementerio Okunoin.
Cementerio Okunoin |
Un homenaje |
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LA NATURALEZA
Habíamos elegido estas fechas precisamente por el otoño, una estación en la que Japón se envuelve en el mágico fenómeno del “kōyō”, el cambio de color de las hojas. Con el descenso de las temperaturas, el paisaje se viste de tonos rojos, naranjas y dorados que dan paso a un espectáculo natural, conocido también como "Momiji", cuando se refiere específicamente a las hojas de los arces japoneses.
Una pareja en pleno köyö |
Momiji |
Lago Chuzenji |
Cascada de Kegony |
En Shirakawa, las plantas aportaban un toque especial, embelleciendo aún más esa aldea impregnada de tradiciones.
Kanazawa |
Koyasan |
Osaka |
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LA COMIDA
Al volver a casa, la curiosidad de familiares y amigos no se hace esperar. Nos preguntan enseguida por la comida en Japón: si es cara o barata, si es realmente buena o más bien sobrevalorada, si se come con palillos o si es posible usar cubiertos.
Sí, con palillos |
¿Gustas? |
Okonomiyaki |
¡Que viene el tren! |
Podría seguir hablando de esta gastronomía que, en respuesta a las preguntas de familiares y amigos, nos sorprendió y cautivó en cada bocado. Probamos de todo, sí, y siempre con palillos, recordando la sabiduría del refrán: “allí donde fueres, haz lo que vieres”.
Y más allá de los platillos, en cada bocado y en cada gesto del servicio, sentimos el “omotenashi”: esa hospitalidad genuina y profunda que caracteriza a Japón, una atención que busca anticiparse a los deseos del otro y hacer que cada momento sea especial.
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Epílogo
No estoy seguro de si me he alargado demasiado en esta especie de crónica viajera, pero lo que he descrito no es más que una fracción mínima de lo que ese país nos ofreció. Además, ni las palabras, ni las fotografías pueden capturar las emociones que experimentamos en cada uno de los rincones que recorrimos, tampoco la profunda paz que se respiraba al sumergirnos, cuerpo y alma, en las cálidas aguas de los onsen.
Podría contarte muchas más cosas, como de las edificaciones en las que las casas tradicionales se esconden bajo los modernos rascacielos: de los aeropuertos en lo que lo más insignificante son los aviones; de las estaciones de metro y tren en las que entras, pero es posible no salir; de las modernas y siempre limpias toilettes dotadas de los curiosos "inodoros inteligentes", etc.
Pero quedan en la memoria las sensaciones de los sabores, la belleza de la naturaleza que nos rodeaba, la solemnidad de los templos y santuarios, la majestuosidad de los palacios, la modernidad de los rascacielos y el brillo constante de las luces que iluminaban las noches. Quedan los viajes, las huellas de los viajeros que se cruzan en el camino, la impecable limpieza que caracteriza cada rincón, y el "omotenashi", esa hospitalidad japonesa tan profunda que hace sentirte en casa. Pero, por encima de todo, lo que perdura son los momentos compartidos con aquellos que nos acompañan, como no podría ser de otra manera, con "la pandilla de los seis". Y es que, en el fondo, sin unos buenos compañeros de viaje, los recuerdos perderían su esencia, no serían lo mismo.
Ahora toca abrir el armario, darle un abrazo a la Vieja Mochila que allí dejé, cargarla de los aperos de costumbre y ¡hale, vámonos al monte!
すぐに戻りましょうSugu ni modorimashou
(hasta pronto)
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