lunes, 18 de noviembre de 2024

CANDANCHÚ-SANSANET (¡Fin de Fiesta!)

 Día 16 de noviembre de 2024
            Noviembre, ese mes que llega tambaleándose tras los excesos de octubre, marca nuestra tradición más excelsa: las gentes esbarrianas nos aventuramos al monte en un paseo que, más que conexión con la naturaleza, que también, es un encuentro de amigos. Al final, tras un lavado del gato que apenas salva las apariencias, nos rendiremos al verdadero propósito: sentarnos ante una mesa colmada de manjares, celebrando con teatral pompa la Fiesta de Esbarre, ese pretexto glorioso donde lo que importa no es el festín. Lo que realmente importa, amigos, es que, con una eficiencia digna de aplauso, este grupo ha logrado cumplir con creces esas expectativas que, hace un año, se marcaban. ¡Misión cumplida! O al menos, eso diremos mientras nadie revise los detalles.
            Empezamos la jornada, a lomos de un autobús que, más que un medio de transporte, parece una fiesta rodante, arrancando triunfalmente desde las puertas de la ilustre Facultad de Veterinaria. En el trayecto, el chófer, mitad conductor, mitad anfitrión, va haciendo paradas estratégicas para recoger, uno a uno, a los cincuenta y dos miembros del grupo, cada cual más entusiasta que el anterior. 
Ya estamos todos, ¡arranca!
            Lástima que nuestro insigne "boss" Ricardo no pueda unirse a esta agradable travesía, pues días atrás, protagonizó un duelo "cuerpo a hoja" en pleno otoño, y claro, las hojas, esas maliciosas alfombras naturales, lo tumbaron sin piedad. La cosa le dejó una pierna algo "tocada", como para recordarle que no se puede ir desafiando a la madre naturaleza así como así. Eso sí, fiel a su estilo (hoy de amarillo), el resto de fiesta está con nosotros, con esa gracia campechana suya y su cámara mágica, demostrando que ni una pierna a medio gas puede frenar su simpatía arrolladora. ¡Qué crack!
Preparados
    
    Al llegar al parking de Candanchú, ese epicentro de emociones al asfalto, nos enfundamos en nuestras capas de abrigo, porque, aunque el sol intente hacerse el simpático, la mañana sigue siendo fresca, no vaya a ser que nos confiemos. 
        Encabezados por Javier emprendemos la marcha con paso firme, atravesando un desfile de instalaciones que, pobrecitas, lucen un aspecto entre el letargo y el abandono, suspirando por esas ansiadas nevadas invernales y recibir esas hordas de esquiadores ansiosos por colmarlo todo de entusiasmo... y quizá de algo más.
Arrancando en Candanchú
        Pasamos ante las pistas de "rollerski de biatlón" (cualquier otra denominación sería demasiado mundana). Ahí, a la diestra y con formación de a uno, tomamos una senda estrecha, la GR.11, que va hacia Lizara. Caminito va, chinito viene, y poco a poco (sin prisa, que tampoco somos atletas olímpicos) nos sube al collado de Causiat, a eso de 1630 metros de altitud (por si alguien llevaba altímetro y no quería quedarse con la duda). Y aquí estamos, con un pie en la patria hispana y el otro ya flirteando con tierras galas, como diciendo: "Señores del norte, aquí llegamos, pero sin perder el estilo, que de eso también se vive".
Enfilados
        Ah, pero lo mejor está a nuestra derecha. Majestuoso, como un modelo en pasarela, aparece ese pico que, con toda la guasa del mundo, parece decirnos: "¿Te gusta mi forma? Llámame La Zapatilla". Y claro, ¿cómo no dedicarle una mirada cómplice? Si al final hasta parece que también disfruta del espectáculo.
Ahí está la Zapatilla
        Con paso decidido y el alma de festivos aventureros, iniciamos el descenso por un prado, que parece una regalo de la naturaleza, ahora despojado de rebaños que, más listos que nosotros, ya han puesto pies en polvorosa con el invierno asomando la gélida nariz. Al llegar a un desvío a la derecha (sur, para quienes gustan de orientarse con brújula), abandonamos la GR.11 como quien deja un amor viejo por una nueva promesa, con la esperanza de que el camino sea tan bello como cómodo.
Descendiendo
        Poco a poco, se va revelando el bosque, como quien levanta el telón a un escenario peculiar: las coníferas, siempre verdes y presumidas, lanzan miradas de superioridad a las hayas, que, ya desnudas de hojas, parecen decir “a mí me vale así, gracias”. Ellas, muy dignas, esperan la nieve, listas para su merecido descanso invernal.
Por el bosque
        Este tramo, por cierto, me trae a la memoria aquella ocasión de hace un montón de años –¡qué digo montón, una era geológica!– cuando lo cruzamos durante aquel trekking de la Senda de Camille. Éramos ese ilustre grupo de amigos que, no sin razón, nos hacíamos llamar los “Estalentaos”. Porque, si algo estaba claro, no era nuestro talento lo que nos movía, sino más bien las ganas de coleccionar anécdotas para contar.
Estalentaos, por el mismo bosque (2010)
        El sendero, ese bribón que en algún momento juega al escondite bajo una mullida alfombra de hojarasca, se enreda en varias lazadas como si estuviera probándose un traje nuevo. Todo esto para encontrar un desvío que, con cierta teatralidad, nos invita a girar a la derecha, para alcanzar el bosque de Sansanet, uno de esos rincones que parecen sacados de un catálogo de paisajes perfectos, donde hasta los árboles parecen posar para la foto.
Por el bosque de Sansanet
        Llegamos al parking de Sansanet, conocido punto de partida que, cuál aduana montañera, promete destinos diversos y aventuras por doquier. Nos entregamos a una merecida pausa, no tanto por fatiga, sino por protocolo: es menester sacar fuerzas de donde las guardamos, estratégicamente almacenadas en la mochila. Protagonizan el momento los siempre fieles frutos secos, héroes crujientes, y, por supuesto, el majestuoso plátano, soberano indiscutible del reino senderista, que despliega su dorado porte.
¡Parad,  hay que descansar!
            Con el depósito lleno, retomamos el camino cruzando el puente sobre la Gave d’Aspe (así llaman en el Béarn a los arroyos con pretensiones) y tomamos un sendero que sigue el río por la margen derecha. 
Cruzando
¿Prueba de resistencia?
        El agua, con aires de modelo en plena sesión, nos regala una bella estampa. Mientras, nosotros subimos, felices y confiados… hasta que, sorpresa, el camino se lo ha tragado el río. No queda otra que volver al puente y tomar una pista más alta, que, aunque menos épica, nos lleva en paralelo al dichoso "gave".
Por la orilla de la gave D´aspe
Un regalo de la naturaleza
        Toca cruzar a la otra orilla. Para eso está el puente de madera, aguantando estoico sobre la gave. A continuación un par de pasarelas nos evitan remojarnos los pinreles en los barrancos que siguen escupiendo agua como si no hubiera un mañana, cortesía de las lluvias recientes.
Otro puente
        Ahora, el sendero decide hacerse el interesante y empieza a subir, atravesando el bosque que se ha puesto en modo otoñal deluxe: alfombra de hojarasca cortesía de las hayas y musgo decorando las rocas y los troncos como si esto fuera un catálogo de naturaleza de alta gama. 
Alta gama
        Poco a poco, paso a paso, tomamos fotografías aquí y allá, construyendo con cada imagen un álbum del camino. En sus páginas, todos dejamos nuestra huella, incluso yo mismo, llenando cada hoja con los recuerdos de este grupo de entusiastas zagales y zagalas, cuya alegría y energía dan vida a cada momento.
Sí, también estaba
        Pronto alcanzamos el desvío que, de bajada, nos conducía al parking de Sansanet. Aquí estamos, cerrando el "círculo" del día. 
        Zigzagueo por aquí, zigzagueo por allá, que si una piedrita, que si una cuestecita, y ¡voilà!, nos plantamos de nuevo en el collado de Causiat. Desde aquí, emprendemos, con la cabeza bien alta, nuestro triunfal regreso a la patria, como quien vuelve de una odisea épica... aunque con las botas llenas de barro y un hambre que clama justicia. Eso tiene solución, como bien decía al principio: tras el esfuerzo titánico de la excursión, llega el momento que todos estábamos esperando: jolgorio a mesa puesta, en la que unos y otras movemos el bigote con más entusiasmo que las piernas en las sendas. ¡Qué esfuerzo tan colosal!
Último esfuerzo
        Después de los postres, los cafés y las bebidas espirituosas que, claro, ayudan a que la lengua se suelte, el "Boss Julián", con la gracia que ya nos tiene acostumbrados, se pone en pie y nos dedica unas palabras, reconociendo el heroico esfuerzo de ese puñado de amigos que, año tras año, nos organizan unas salidas tan ¡guays!, que más bien parecen sacadas de un catálogo de "aventuras para valientes".
Merecida mesa
Breves, pero emotivas palabras
        Y, como es costumbre, la función concluye con el sorteo de unos estuches de vino de la tierra, de embutidos y un pernil, también de la tierra. Enhorabuena a los afortunados. 
        Hasta pronto

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Datos técnicos





1 comentario:

  1. Tu si que eres un crack. Os echábamos en falta. Magnífico relato de una bonita ruta

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