martes, 17 de diciembre de 2024

HERRERA DE LOS NAVARROS (ERMITA Y TRINCHERAS) (14/12/24)

 Día 14 de diciembre de 2024
            ¡Con orgullo senderista despedimos el año esbarriano! Y lo hacemos con una ruta tan sencilla como encantadora, porque a este grupo le gustan los planes sin estridencias pero con mucho encanto. Esta vez, nos dirigimos a la siempre pintoresca localidad de Herrera de los Navarros, que ya nos acogió durante los días oscuros de la pandemia, para meternos en las Hoces del Río Huerva
Una calle de Herrera de los Navarros
        El pueblo se despliega en una apacible vaguada del río Herrera, afluente del Aguasvivas, dividiendo el caserío en dos. Una división democrática, como para que nadie se quede sin vistas al agua. Ahora bien, si hay un edificio que no necesita el río para llamar la atención, esa es la iglesia de San Juan Bautista. Su torre mudéjar del siglo XIV sobresale con gran porte, decorada con ladrillos, arcos y curiosas esquinas.
Iglesia de San Juan Bautista
        ¿Por qué de los Navarros? La versión romántica que nos sopló un lugareño en nuestra visita pandémica apunta a los repobladores navarros que llegaron con Alfonso I, rey que reinó tanto en Aragón como en Pamplona. Un relato lleno de brío histórico, sí. Sin embargo, aquí entra en juego la versión historiográficamente sensata (que siempre tiene menos chispa, pero más respaldo). Todo apunta a unas cruces flordelisadas que decoran la iglesia y que también se encuentran en la de San Miguel de los Navarros, en Zaragoza. Estas cruces, como si fueran influencers medievales, están ligadas al obispo Pedro Aznar de Rada, quien las llevaba en su blasón.
        Así que ya ves, Herrera de los Navarros es historia, arte y un pequeño debate toponímico. Si esto no es un final de año digno, que venga Alfonso I y lo vea.
Detalle
        Nosotros a lo nuestro. Hoy el despertador se ha apiadado un poco de nuestras almas, pues el viaje es corto: Herrera de los Navarros está a unos 70 kilómetros de Zaragoza. Eso sí, una carretera que reta al "chauffeur habituel d'Esbarre" a desplegar todo su arte al volante. Miguel, con esa mezcla de temple y maestría que solo él domina, hace que el autobús parezca una alfombra mágica surcando curvas con estilo.
Allá vamos
        Los campos vestidos de blanca escarcha y la boira que esconde nuestro destino, nos dejan claro desde el primer vistazo que calor, lo que se dice calor, no va a ser el plato del día.
        Ya estamos en la Plaza Mayor de pueblo, ese centro donde todo pasa y nada sucede. Aquí, dos titanes arquitectónicos disputan nuestra atención. A un lado, el bar "El Coyote", un templo de la cultura matutina que con generosidad nos proporciona cafés y otros manjares del desayuno. Al otro lado, la iglesia, cuya imponente presencia parece hecha a medida para dos nobles propósitos: servir de fondo para la foto grupal y descolgar el banderín de salida. 
La foto
        Ahí está, como no podía ser de otra manera, la inseparable y diminuta cámara mágica de Ricardo. Es un verdadero prodigio: de algo tan pequeño salen fotos tan enormes que casi parece un truco de feria. Pero  fotógrafo no nos podrá acompañar esta vez. Tendrá que quedarse aquí, pacientemente, esperando a que volvamos, todo por culpa de ese resbalón que todavía lo tiene en el banquillo. Bueno, ¡ya será para la próxima!
        Salvado el río por un puente, las calles de Herrera de los Navarros nos ven partir hacia el sendero señalado con PR-Z.25. Sin embargo, llamarlo sendero es un gesto piadoso, pues los primeros metros están marcados por las cicatrices abiertas por aquella DANA que desgarró el levante peninsular aquel trágico 29 de octubre.
Partimos
        Poco a poco vamos dejando 
atrás la huella del desastre, el camino nos va mostrando su semblante más amable. La vegetación, compuesta principalmente por carrasca, pino, jara y espliego, nos ayuda a olvidar el primer tramo.
La huella de la DANA
        Conforme ascendemos, ya vamos mascullando que arriba nos espera boira, porque la intuición no falla, pero por ahora nos deleitamos con un cielo despejado que, generoso, nos regala vistas al paisaje. Especialmente hacia el oeste, donde el Moncayo, todo ufano, ya se ha puesto su manto de nieve.
Al fondo, el Moncayo
            Este tramo que ahora pisamos lo han bautizado, con evidente sorna, como “Camino de la Virgen”. Y no es para menos, porque la subida no da tregua. Será por eso que, en medio del jadeo, alguien suelta: ¡La virgen, qué camino! Una exclamación tan espontánea como acertada.
El Camino de la...
        Llegamos a un cruce que parece diseñado para poner a prueba nuestra capacidad de decisión. Por un lado, la pista asfaltada que sube a la ermita, toda formal y bien portada, Por otro, el camino por el que hemos llegado hasta aquí, que parece tentarnos con un "¿seguro que no quieres volver sobre tus pasos?".A esto se suman la subida al Mirador de las Trincheras, que suena épico, el camino a Valdelafuén, cuyo nombre promete, pero no da pistas, y un par de sendas más que apuntan hacia la "Ermita de la Virgen de Herrera". Todo un buffet libre de caminos, a falta de un cartel que diga "por aquí, almas perdidas".
¿Cuál cogemos?
        Aprovechando que la niebla ha decidido encaramarse allá arriba y dejarnos un respiro, echamos un último vistazo al paisaje. La Sierra del Moncayo, en su majestuosidad habitual, no está sola; se le han sumado otras amigas de renombre: Algairén, La Vicora (o Vicort), La Virgen, Modorra... Certifico que el último nombre no es motivo de que dos componentes hayan exclamado ––¡hasta aquí hemos llegado!–– Así que escoltadas por el boss Julián se dan la media vuelta y se "van de cañas al pueblo".
Vistas
        En fin, sin más dilación tomamos uno de los senderos que acabamos de mencionar, el de la umbría. No será el más soleado, pero, oye, algo bueno tenía que tener: nos resguarda de ese viento ligero, pero insistente, típico de estos lares, que parece querer acompañarnos aunque nadie lo haya invitado.
Por la umbria
        Poco a poco, mientras ascendemos, la boira va espesándose, como si alguien estuviera jugando a oscurecerlo todo solo por diversión. El paisaje, ese que tan amablemente prometía algo de belleza, se esfuma sin decir adiós, y la vegetación se va cubriendo de rosada, como si la escarcha fuera su manera de ponerse un abrigo elegante pero helado. Unas cuantas rocas parecen estar ahí únicamente para recordarnos que es un buen día para "esvarar" y hacer una coreografía digna de un video viral.
Se palpa el frío
Estampa invernal
        Entre la niebla, con una dosis de drama sacada directamente de la pluma de Stephen King, se insinúan unas figuras altas y con ojos saltones que parecen observadores del fin del mundo. ¡Ah, qué desilusión! No es más que un bosque de antenas de comunicación, esos árboles metálicos que el progreso ha plantado como única decoración posible en la era de la tecnología. Un paisaje que, digámoslo con ironía, es un "regalo" inevitable de nuestro brillante siglo XXI. ¡Precioso!
Bosque de hierro
        También, como quien no quiere la cosa, en la niebla se recorta la silueta de nuestro destino: la Ermita-Santuario de la Virgen de Herrera, ese orgulloso emblema del municipio que, por si las subidas no fueran ya lo suficientemente molestas, se encarama a 1350 metros de altura.
Ermita-Santuario de la Virgen de Herrera
        Ah, pero como cada rincón de nuestra geografía que se precie, este también tiene su leyenda: 
    "Resulta que la Virgen se apareció en este monte a Martín, un carbonero más negro de hollín que de santidad. Los hijos de Herrera, creyéndose muy listos, intentaron llevar la imagen a la iglesia del pueblo. Pero, oh sorpresa, la Virgen tenía otros planes: cada vez que la trasladaban, volvía al monte como diciendo: "No insistan, muchachos. Tras dos intentos fallidos, y viendo que discutir con lo divino era perder el tiempo, decidieron construirle una ermita justo aquí. Y así quedó: Martín al carbón, los hijos de Herrera a lo suyo, y la Virgen, triunfante, en su monte". ¡Qué cosas!
            La construcción, un barroco del siglo XVI, presume de su torre de sabor mudéjar, ese imán irresistible para valientes (o insensatos) que, uno a uno, nos decidimos a tomar. ¿La recompensa? Un directo y gélido abrazo de la altura, con el hielo bien aferrado a la barandilla, como diciéndote: "¿Seguro que querías subir aquí?". 
La torre
Detalle de la barandilla de la torre
        Dicen que e
l panorama que se divisa desde esta cima, justo en el límite entre las provincias de Teruel y Zaragoza, es sencillamente espléndido y en días claros se pueden avistar los Pirineos, y más allá de tierras aragonesas, territorios navarros y catalanes. ¡Pero hoy no toca!
        Junto a la iglesia se levantan unos edificios que, con algo de imaginación, podrían parecer pintorescos. En uno de ellos hay un bar, eso sí, cerrado. También hay una barbacoa, en la que algún alma generosa —o hambrienta— dejó unas brasas, todavía incandescentes. Por suerte, nuestras gélidas manos se lanzan a agradecer el calor, como quien encuentra un oasis en el desierto. También se encuentra la portada de la ermita, un lugar estupendo para sacarnos una foto de grupo. 
En la ermita (foto de P. Rovira)
        Lo siguiente, amigo, es retroceder un poco en nuestra caminata, como quien no quiere la cosa, hasta llegar a ese cruce de caminos que mencioné antes. 
Ahora, tomamos el que se digna a ascender hacia el Mirador o Cerro de las Trincheras (1249 m.). Las trincheras, por supuesto, son tan discretas que casi se funden con los muros de los vivacs que descansan aquí en el cerro, como si fueran parte del paisaje. Una mesa de información, en su infinita sabiduría, nos señala las vistas que, para nuestro asombro, finalmente logramos disfrutar.
En el Cerro de las Trincheras
        Descendemos, de nuevo, al eternamente nombrado cruce y hace un breve reposo para decidir si regresamos por el mismo camino que de subida o lo hacemos por Valdelafuen. Como al final del camino tenemos premio, decidimos hacerlo por el segundo, ya que al tratarse de pista el caminar del caminante es más ligero.
Camino de Valdelafuén
        Chino chano, a velocidad de crucero, y sin prisa, pero sin pausa, llegamos a la ilustre villa de Herrera de los Navarros, ese rincón donde el tiempo parece haberse detenido. Nos reencontramos con el trío que ha descendido antes y con el ilustre Ricardo, deseoso de tirar la muleta a la basura y volver a regresar a los caminos.
A velocidad de crucero
        Aquí, el bar "El Coyote" nos recibe con una degustación de tapas que, ojo, no son solo dignas, sino 
muy dignas, de esas gentes de Esbarre que, con sus birras en mano, nos invitan a brindar por las próximas fiestas. 
¿Gustas?
        Y, claro, también a desear que en el nuevo año tengamos la energía suficiente para enfrentarnos a los nuevos retos que, sin duda, los chefs nos obsequiarán, porque en este mundo, lo único que no falta es creatividad en la cocina de Esbarre.

            Aprovecho esta ocasión para enviaros mis mejores deseos, a todos vosotros que tenéis la paciencia y la fortuna de seguir los pasos de esta Vieja Mochila. Ojalá estos días estén colmados del cariño de vuestros seres más queridos, reunidos alrededor de una mesa vestida de manjares y, sobre todo, de felicidad sincera.
        Y que el año que está a punto de abrirse ante nosotros os regale prosperidad en todas sus formas, pero, especialmente, que nunca falte la riqueza más valiosa: la amistad verdadera.

¡Un abrazo entrañable y feliz comienzo!






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