jueves, 18 de septiembre de 2014

DE EZCARAY A SAN MILLÁN DE LA COGOLLA


Día 13 de Septiembre de 2014
Ya está aquí Septiembre. Este agitado verano, se nos va. Comienzan a caer las primeras hojas de los plataneros de mi calle. Mis nietos comienzan un nuevo curso, el resto también. El estío que muere, da paso al quehacer de este nuevo tiempo que nos llega. Algunos damos fin a cerca de cincuenta años de vida laboral. Es Septiembre, y papá Esbarre, retoma las actividades programadas para llevarnos a tierras riojanas.
La vendimia.
Largo camino hasta la Sierra de la Demanda, gran parte de él discurre por la ribera del Ebro aguas arriba de Zaragoza. Ribera rica en producción e industria agrícola. Ya andan los vendimiadores, cosechando la vid que tantos excelentes vinos produce. Vinos internacionalmente reconocidos a los que en los últimos años, se han sumado otros más de la geografía hispana (prueba de ello, lo tendremos en la comida, cuando apretemos el cuero de la bota de Valentín). Yo soy de la opinión de que, independientemente de las variedades, crianzas y reservas, existen dos tipos de vino: "el bueno y el malo" y mira tu, que a mí me gusta más el primero.
Bueno, al grano. Tras una breve parada para tomar café (o lo que sea) y "un pipí", no sin pasar por Santo Domingo de la Calzada, llegamos a Ezcaray ya avanzada la mañana.
A orillas del río Oja, se encuentra Ezcaray. Rodeada por montañas pertenecientes al macizo de la Sierra de la Demanda, en el extremo occidental de La Rioja y a poca distancia de la vecina provincia de Burgos.
La ciudad conserva gran parte de su casco antiguo y entramado de viejas calles, con palacios y casas blasonadas. Su gastronomía es reconocida fuera de sus fronteras, así como la fábrica especializada en la artesanía de las mantas que recomiendo visitar y dejarse envolver, en invierno, en una de ellas.
Primeros y húmedos pasos.
El autobús, excelentemente conducido por el bonachón Miguel, nos deja junto a un parque, a las orillas del Oja. Puestas las botas y con la cara bien encremada, partimos algo más de veinte almas, en dirección a San Millán de la Cogolla. Aunque anuncian agua para la tarde, la mañana es de las que animan a "darle al calcetín". 
La ruta es eminentemente senderista, en su primera parte discurre por la margen derecha del arroyo de Turza. A sus orillas, pequeños huertos cuidadosamente cultivados, dejan asomar por encima del resto de hortalizas, a las judías perfectamente emparradas con cañas. El camino está bañado por el agua que alguna acequia desborda de su cauce.
Dulces moras.
Entre muros de piedra, alguna que otra edificación agrícola y a la sombra de grandes nogales, crece la planta que va a ser la protagonista de la jornada: "la zarzamora". Su fruto, la mora, está "pa comérselo", dulce, suave, grande...
Menos mal, que los de cabeza han comenzado (por fin) a usar la ídem y marcan un ritmo que permite al resto disfrutar, no solo del paisaje, no solo del sonido de ríos y aves, sino también de "darle a la mora". A fecha de hoy, desconozco si ha habido víctimas.
Tierra, nubes y sol.
Turza.
El sol calienta, andamos por un húmedo valle y se nota en el brillo de los rostros. Delante de nosotros, entre los arbustos, adivinamos unas edificaciones. Se trata de Turza
La mayoría de las casas de esta aldea, se encuentran semiderruidas, no obstante, se ve que algunas se están rehabilitando.
Dicen que hasta aquí, acudían los habitantes de las aldeas cercanas, y tenía iglesia, escuela y otro tipo de servicios comunales.
La atravesamos como tiene que ser, "por el centro" y observamos que pese a todo, Turza tiene su encanto.

Fuente en Turza.
A la salida, una fuente con abrevadero sirve para lo propio y para lavarnos las manos, ya que la recolección del fruto, en el el camino, nos las ha pintado de color morado.
Abandonamos la aldea, todo el recorrido por el que andamos, va sobre una agradable pista que tras dejar bien cerrada una puerta, nos muestra el ganado, eminentemente caballar y vacuno, de la zona.
Poco a poco vamos ganando algunos metros, hemos abandonado el arroyo de Turza, mejor dicho, nos ha abandonado él, ya que nace en la población que le da nombre. Las nubes comienzan a amenazarnos. La pista se ensancha, en sus orillas aparece otro sabroso fruto, "el arañón" (endrino) que tan buen sabor da al anís para convertirlo en "rico pacharán".
Vacas...
...y caballos.

"La cabeza"
Tras cruzar  el, poco caudaloso, río Espardaña, un cartel nos indica que ya hemos cubierto la mitad del camino y que, lógicamente, nos queda la otra mitad.
La pista, monótona ella, va hacia arriba. Los "garras largas", del grupo llevan un paso cómodo para el resto del personal. Alguien comenta aquello de -¡como en los viejos tiempos!. Los tiempos, no se, pero "pa viejos", algunos de nosotros, eso sí, con más ganas de guerra "quel´Obama".
Y un servidor, que tiene en la azotea un pluviómetro, detecta la primera gota, bueno y casi la última porque llover, llover,..."na de na".

Torre de San Martín de Tour.
Y casi sin darnos cuenta, nos presentamos en la siguiente población: Pazuengos.
Su principal referente histórico es la batalla de Pazuengos, en la que luchó el Cid Campeador, Don Rodrigo Díaz de Vivar, en nombre de los reyes de Navarra para defender el castillo de Pazuengos. La pelea comenzó a caballo y prosiguió a pie, utilizando las terribles armas de la época: mazas, hachas de guerra y unas enormes espadas de combate. Con motivo de esta batalla, a don Rodrigo se le impuso el título de "Campeador" (Campidoctor), cuyo significado es algo así como "el que defiende la justicia en el campo de batalla". Y es que el Cid fue un "verdadero justiciero". (No es cierto que de aquí marcho a Peñíscola de vacaciones).
Un alto en el camino.
Además, Pazuengos fue un referente territorial muy importante ya que incluso llegó a donar el Monasterio de Santa María de Pazuengos a San Millán, lo que nos muestra la importancia de esta localidad.
Bajo sus muros, sacamos algún fruto de la mochila para apaciguar el hambre, algunos se mojan la garganta con una cerveza que sirven en el pequeño bar de la población.
La iglesia, está dedicada a San Martín y data del siglo XVI al XX. La torre luce doradas campanas que parecen recién restauradas y un reloj que nos indica que hay que seguir el camino.
Sendero.
Apaciguada "l´hambre" y tras volver a lavar las moradas manos, reemprendemos el camino y por fin... ¡senda!. Las pistas están bien para los tractores, bicis, motos, "cuatroporcuatros", pero el senderista "sendero quiere", y este arranca desde el mismísimo Pazuengos, en principio en dirección Sur, pero pronto girará al Este.
Poco a poco van apareciendo algunos avellanos para dar paso a un sorprendente hayedo. Los árboles cubren, casi por completo, el camino, tapando la luz lo que hace difícil disparar las cámaras para que el resultado sea óptimo.
Por el hayedo.





























Perfecta formación.
Da la impresión de que estemos transitando por lugares pirenaicos. El suelo luce una bonita alfombra de hojas, los helechos adornan la marcha, incluso algunos acebos nos muestran sus brillantes hojas.
Más arriba, abandonamos el bosque y de nuevo, ¡como en los viejos tiempos!.
Julián, que hoy ejerce de locomotora, lleva el grupo en "fila de a uno", incluso se podría medir la distancia de unos y otros y quedaríamos sorprendidos.
Llegamos a la máxima cota, a unos 1200 m., son más de las 14 horas y dentro de nosotros se está librando, no la "batalla de Pazuengos", sino la de los jugos gástricos que, espadas en mano, castigan las paredes de nuestros estómagos y... "tocan a combate".
Comienza a llover, pero como siempre que me pongo la prenda impermeable, ¡escampa!.
Descenso. 
Cada cual en su piedra, con las nalgas bien reposadas, y como si de la chistera de un mago se tratara, sacamos variados alimentos y aunque un servidor ha traído algo de vino, se sienta junto a Valentín, ¿sabes por qué?,...pues eso.
Y con la panza llena, arrancamos. Ya se ve San Millán allá abajo, la senda desciende fuertemente por un entorno más abrupto.
Pronto llegamos a otra población, se trata de Lugar del Río que se encuentra a la vera del río Cárdenas.
Nos sorprende que en sus calles, humean varias brasas.

Lugar del Río.
Coronada con una espadaña está la ermita de la Virgen del Carmen, del S. XVIII. Sus vecinos celebran sus fiestas en honor a esta Virgen, que es la patrona del pueblo.
El origen de Lugar del Río es incierto, pero se cree que fue en la Edad Media, cuando allí hubo dos pequeños edificios monásticos, el de Santa María del Yermo, en la pradera de San Martín, y el de San Sebastián en el barrio de la Manzaneda, en ellos tan sólo vivían dos monjes. Eso se sabe gracias a un documento del Rey Sancho IV de Nájera- Pamplona el de Peñalén fechado en el año 1071 
También se sabe que en el año 1515 sus habitantes asistían a Misa a la iglesia de San Sebastián, ya que como no podían asistir a la de San Millán de la Cogolla, por la oleada de peste, se nombró capellán a un monje del Monasterio de Yuso para que celebrase Misa y administrase los Sacramentos.
Llegada a San Millán de la Cogolla.
A la salida del Lugar del Río, dudamos entre seguir el camino por la carretera (más corto y en bajada) o por la senda (más largo y con desnivel). Alguien que ha sufrido un ligero traspiés, lo hace por el primero en compañía de algún "acompañante", el resto tiramos por la senda que sube una loma en dirección este,  hasta que gira en el sentido contrario (oeste) y comienza el descenso hacia el río Cárdenas. Y como no, para postre, "atracón de moras" que "están güenísimas". Tras cruzar el cauce a la orilla izquierda, un muro de piedra nos indica que ya estamos llegando a San Millán de la Cogolla.
Efectivamente, una especie de puerta de escape, nos deja en el parking en el que Miguel, el conductor, ha dispuesto el bus para que nos cambiemos de ropa (algunos toda, toda, exhibiendo...), nos quitemos la sudada y nos pongamos la de..."beber cerveza".
Aunque del establecimiento no pasamos, una breve información de San Millán, no nos vendrá mal:
Son dos, los monasterios de San Millán de la Cogolla, el de Yuso (trad. "el de abajo")  y el de Suso  (el de arriba).
Monasterio de Suso.
Dedicados, ambos, a San Millán (que el hombre "solo vivió 101 años", es decir que nació en el año 473 y la palmó aquí mismo en el 574), los Monasterios de Yuso y Suso son Patrimonio de la Humanidad y cuna del castellano
El Monasterio de Suso, surgió de las cuevas que habitaron los eremitas discípulos de San Millán, hace un porrón de años, o sea, allá por el siglo VI. La importancia cultural de Suso se manifiesta en la colección de manuscritos y códices que salieron de su escriptorio, uno de los más notables de la Edad Media en España: el Códice Emilianense de los Concilios (992), la Biblia de Quiso (664) o una copia del Apocalipsis, de Beato de Liébana (siglo VIII), lo que le hace ser uno de los principales escriptorios, si no el más notable, de la Edad Media española. Es el marco en el que va a surgir la que hoy es la más antigua manifestación escrita de la Lengua Española. -¡Uf!
Monasterio de Yuso.
El Monasterio de Yuso, construido para ampliar el de Suso en el siglo XI, destaca por sus grandes dimensiones. Fue reconstruido en los siglos XVI, XVII y XVIII, y en él se conjugan los estilos renacentista y barroco. Guarda abundantes tesoros artísticos en su museo: pinturas de Juan de Rizzi (considerado el mejor de los pintores claustrales españoles) y cobres del siglo XVII. Y las arquetas de oro y marfil, del siglo XI, que guardan las reliquias de San Millán, "el joven".
Y los de Esbarre, que no nos haremos tan mayores (creo), con las tripas llenas de birra, arrancamos las primeras risas montados en el autobús que nos deja, horas más tarde, en Zaragoza.
Hoy hemos descubierto una nueva ruta, como decía la convocatoria, por la Rioja de otro insigne que dejo de respirar en S. Millán, Gonzalo de Berceo, primer poeta en Castellano y representante del "mester de clerecía" y además...
...¡nos hemos puesto "como el Quico" de comer moras!.
Hasta pronto.

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Datos técnicos:
Recorrido.

Perfil:  Distancia, 16,5 Km. - Desnivel acumulado de ascenso, 786 m. - De descenso, 812 m.

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