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El Guadalope a su paso por Aliaga |
Cruzamos un puente que nos deja frente al Santuario de la Virgen de la Zarza, barroco del siglo XVII. Solo lo miramos por fuera, que bastante faena tiene ya con lucir su fachada flanqueada por dos torrecillas y un cimborrio central que parece decir: “¿A ver quién da más?”.
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Santuario de la Zarza |
¡Al lío! La senda arranca (PR-TE.10) y el Guadalope, aun con caudal veraniego (o sea, modo ahorro), se las arregla para ser la estrella de la ruta. A un lado quedan las casas de Aliaga, al otro nos escoltan los chopos cabeceros, que se alzan como si esperaran que alguien les pase revista. Este tramo le denominan: "Senda Fluvial de Aliaga"
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Bajo los chopos cabeceros |
Con una temperatura que invita más a brindar que a sudar, nos adentramos en los estrechos de La Aldehuela. El paisaje se pone serio, contundente, y la ruta se agarra a las paredes con la misma devoción que Putin a su sillón dorado. Pliegues, hoces y caprichos geológicos se suceden como si el río llevara siglos esculpiendo un catálogo para geólogos con ansias de postal.
Escaleras, pasarelas, sirgas… las vamos sorteando con más ilusión que estilo. Es cosa del Guadalope —río de lobos, dicen—, que se entretuvo moldeando las rocas a su antojo y ahora nos obliga a hacer de equilibristas agradecidos.
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Pasarelas por los estrechos de La Aldehuela |
Finalmente, tras coronar un collado, el paisaje se abre y nos escupe de golpe al escenario postindustrial: el embalse y la vieja central térmica de La Aldehuela. Esta central se apagó en 1982, muriendo como murió el carbón de la cuenca: sin épica y con mucho polvo.
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Embalse de Aldehuela |
Y claro, uno no puede evitar el pensamiento de viejo rockero: si Pink Floyd hubiera conocido esta central, la portada de Animals no tendría la Battersea londinense, sino esta joya aragonesa. Menos cerditos voladores, eso sí, pero el dramatismo lo tenían garantizado. |
Vieja central térmica |
Hasta aquí habíamos llegado en otra ocasión (
dejo aquí enlace), porque el tramo siguiente era de esos que te obligaban a ir y volver como penitente. Hasta que, hace un par de años, a alguien se le ocurrió la genialidad de coser los barrancos de Aliaga y Montoro de Mezquita.
Bajo el dique del embalse, un puente nos regala el lujo de cruzar a la margen izquierda del río, que apenas se deja adivinar allá abajo, como si jugara al escondite. Un panel nos chiva el destino: “Hoz Mala”. Y claro, con ese nombre, ¿cómo resistirse? Allá que vamos.
Antes de zambullirnos en las entrañas de la hoz, le echamos un vistazo: las paredes parecen amantes que se inclinan para darse un abrazo que nunca termina. Y nosotros, enamorados de carne y hueso, nos miramos como diciendo: “A ver si aguantamos lo mismo sin escombrarnos”.
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Puente sobre el río |
Empieza lo serio: grapas, pasarelas, escaleras, descensos traicioneros, bloques que se atraviesan como exámenes sorpresa. Entonces entiendes lo de “Mala”: no es que el tramo lo sea, es que te obliga a sudar tu respeto por él.
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Pasarela por la Hoz Mala |
Pero el paisaje… ay, el paisaje lo compensa todo. El Guadalope se embravece con ímpetu adolescente, a ratos se calma y descansa en rincones bellísimos. Como nosotros dos, que entre jadeos y risas encontramos también nuestros remansos.
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Molino de La Tosca |
Dejamos al viejo molino a sus recuerdos y, pisando unas piedras colocadas con más cariño que geometría, cruzamos el río para meternos en un sendero que, por fin, se vuelve amable. El bosque de pinos nos escolta como una guardia personal y el Guadalope sigue a nuestro lado, como perro fiel, aunque con bastante más estilo.
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El sendero se suaviza |
Entre tanta naturaleza nos topamos con una antigua piscifactoría, reciclada después en planta energética. Para energía, la nuestra: rodeamos la fábrica de voltios como quien esquiva un souvenir demasiado grande y, de pronto, el paisaje nos sorprende con un espectáculo de pared contra pared. Si en la Hoz Mala las rocas estaban en pleno cortejo, aquí directamente consuman la historia: nos encontramos ante la mismísima Boca del Infierno.
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Por la Boca del Infierno |
Entramos en el estrecho y aquello es una maravilla disfrazada de amenaza. Pasarelas de vértigo nos llevan flotando sobre aguas turquesas que parecen pintadas a mano. Y ahí estamos Maite y yo, embobados, casi sin pestañear, preguntándonos cómo es posible tanta belleza en un sitio con nombre tan chungo. Si esto es el infierno, que me apunten a la lista de pecadores reincidentes: prometo caer una y mil veces.
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Más pasarelas |
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Bella estampa |
Dejamos atrás el abismo, para ir entrando en un tramo que ya conocíamos de hace unos años (
dejo aquí enlace), aunque entonces nos dimos el capricho extra de subir al mirador. Ahora, nuevas pasarelas y grapas nos llevan por el Estrecho de Valloré, y amigo, que así cualquiera salva el río. Lo fácil del paso queda compensado con creces por la belleza del paisaje, que te roba el aliento
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Estrecho de Valloré |
Dicen los sabios de la toponimia que “Valloré” viene de una palabra local que significa “valle dorado”, en honor a los tonos cálidos que iluminan la garganta cuando el sol se pone juguetón. Y sí, la verdad es que uno se queda embobado, como turista primerizo, ante tanta majestuosidad. Hasta a las piedras parece que les da por presumir con luz propia.
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El Guadalope a su paso por Valloré |
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Valle dorado |
Superado el último estrecho, la senda decide ponerse en modo “subida castigo”, justo cuando nuestras piernas ya pedían jubilación anticipada. Tras resoplar como locomotoras viejas, llegamos al apacible Montoro de Mezquita, donde la iglesia de la Asunción nos recibe solemne, como si viniera a darnos medallas.
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Iglesia de la Asunción |
El bar, en cambio, cerrado a cal y canto, nos recuerda que la épica no siempre acaba con cerveza. Así que nos toca cumplir con el acto heroico de apurar las cantimploras y brindar con agua tibia. Que no será Ambar ni Garnacha, pero sabe a gloria cuando es el trago de los vencedores.
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Casa en Valloré |
Tras una jornada hermosa, ya en casa, la realidad nos golpea como un mazazo. Los informativos vuelven a manchar la pantalla de sangre, con la noticia de otra matanza en Palestina. Ya son más de 64.000 muertos (19.000 son niños) bajo las órdenes de Netanyahu, convertido en verdugo impasible, y cada día se suman cientos más, que mueren de hambre, de enfermedades, de abandono.
Todo ello con la complicidad obscena del gobierno de Estados Unidos, que financia y respalda, y con el silencio vergonzoso del resto de países, que miran hacia otro lado mientras la sangre corre. Solo la dignidad de miles de ciudadanos en las calles, manifestándose, gritando contra la masacre, se levanta como un frágil contrapeso a tanta barbarie.
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¿Hasta cuándo? |
Ahora, la memoria del día se mezcla con la herida del presente: las hoces, los barrancos, los ríos que buscan abrirse camino entre la piedra, se convierten en un símbolo de resistencia. Pero mientras el Guadalope descansa en sus rincones de agua turquesa, hay un pueblo entero al que no se le permite descansar.
Así, lo que comenzó como una ruta de belleza y asombro acaba teñido de tristeza. Porque el paisaje puede regalarnos esperanza, pero el eco de la injusticia nos recuerda que no basta con contemplar: hay heridas del mundo que reclaman nuestra voz, aunque tiemble, aunque duela.
Buena ruta amigo. 😀
ResponderEliminarEfectivamente, buena y entretenida ruta. Gracias por tu comentario Jesús.
Eliminarsorprendente ruta... y tan cerca!!!! Como cerca tenemos la desgracia sin fin!!!
ResponderEliminarAsi es Fernando, ambas cosas. Como decía, ¿hasta cuándo?
ResponderEliminarCada cronica que escribes me sorprendes más.son un gran regalo.. Eres capaz de describir el paisaje con una mezcla de rigor y de admiración demostrando que es tu habitat, además lo complementas con unas preciosos edificios lindas iglesias, molinos, restos industriales y casas populares. Y todo con esa salsa de poesia y emoción. Y como final tu parte humana, solidaria ante la crueldad. No sé puede pedir más. Yo no hubiera podido hacer ese recorrido así que te agradezco haberme ofrecido este regalo. !Las fotos preciosas!
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