lunes, 15 de diciembre de 2025

BELCHITE - ALMONACID DE LA CUBA (circular por el vértice del Lobo)se nos cae el alma al suelo

Día 13 de diciembre de 2025
            Última salida del año con el grupo Esbarre. Nos vamos al campo de Belchite a darnos un garbeo de esos que no piden épica ni heroicidades, porque hoy lo importante es echar la mañana con buen humor y rematarla, como mandan los cánones, con un aperitivo alegre y bien servido en alguno de los bares que se esconden bajo los porches de este pueblo cuyo nombre, fíjate qué ironía, viene del latín Belus Locus, “Bello Lugar”.
            Ahora bien, a mí me resulta imposible poner un pie en Belchite sin que se me suba la memoria a la cabeza, esa memoria incómoda que a algunos les da urticaria y que otros quieren enterrar a paladas bajo el eslogan tan repetido como hipócrita de que “hay que borrar el pasado”.
            Ahí siguen las ruinas del pueblo viejo, quietas y tercas, convertidas en monumento involuntario a la sinrazón bélica por orden expresa de la dictadura, que decidió conservarlas intactas en honor al “prestigio de su dolor”. Mientras tanto, no faltan aún hoy voceros de verbo fácil intentando tapar la gran mentira que el dictador soltó con solemnidad: que de aquellas ruinas surgiría una ciudad nueva como homenaje a su heroísmo.
Pueblo viejo de Belchite
            La realidad, como casi siempre, fue bastante menos grandilocuente. A la promesa le siguió la prohibición; a los discursos, el silencio. Cinco mil muertos en dos semanas pasaron a la categoría de molestia histórica, convenientemente olvidada. El Belchite nuevo se levantó a base de trabajo forzado de presos políticos y vecinos señalados, y se inauguró en 1954. Diez años después, el pueblo viejo quedó definitivamente abandonado, con su memoria incluida.
Ruinas del Seminario Menor
            Ya lo he dicho: me es imposible pasear por Belchite sin ese peso a cuestas. Pero hoy estamos en el pueblo nuevo, hoy toca caminar, sudar lo justo y reír lo necesario. Así que, amigos… ¡al lío!
            Estaba previsto arrancar desde el pueblo nuevo, pero la tormenta que se despachó a gusto por estas tierras el pasado verano decidió meter baza y dejó el río Aguasvivas hecho un poema. Total, que cambiamos planes y salimos desde las ruinas del Seminario Menor del viejo Belchite, que también tienen su aquel y no protestan.
Imagen para la memoria
            La mañana amanece con niebla. Nada nuevo bajo el sol —o mejor dicho, bajo la boira— porque en esta tierra recia del Valle del Ebro, cuando el cierzo se toma el día libre, la niebla se adueña de campos y ciudades sin pedir permiso. Pero este grupo, curtido y poco dado al lamento meteorológico, tras la foto de rigor, inmortalizada por la supercámara de Richi, echa a andar por una senda amable, de esas que suben lo justo para poder girar la cabeza a la derecha y saludar, de reojo, al viejo Belchite.
La foto de rigor
            No tardamos en dar con la Nevera de Belchite, vestigio de cuando el frío se almacenaba con paciencia y sin enchufes. Su silueta no engaña: construcción cilíndrica de piedra, bajita, con cubierta abovedada. Y aunque a primera vista pueda parecer una cabaña celtíbera abandonada a su suerte, nada de eso. Era un nevero artificial donde se guardaba la nieve del invierno para convertirla, meses después, en hielo de primera necesidad.
Nevera de Belchite
            Chino chano, entre charrada y charrada —que aquí se camina tanto con las piernas como con la lengua— vamos ganando altura. Ya asoman las antenas de comunicaciones, erguidas como pinos de hierro, coronando el Mojón del Lobo, también llamado Vértice del Lobo. Hasta allí llegamos tras atravesar unos metros de túnel excavado en la roca, que siempre le da un punto aventurero a la excursión. 
Llegando al Vértice del Lobo
                    Desde este enclave artillero del Vértice del Lobo, el ejército republicano tenía bien vigilados a los fascistas. Para horadar el túnel se contó con antiguos mineros de Utrillas, gente con oficio y experiencia, que supo sacar adelante la obra con rapidez y eficacia. Aún quedan restos de trincheras que recuerdan que por aquí no siempre se venía a pasar la mañana. 
Túnel
            Pese a la boira, todavía logramos robarle alguna vista al Campo de Belchite, ya sea con la retina o con las cámaras —que hoy las hay de todos los tamaños, colores y presupuestos—. Siguiendo el curso del Aguasvivas se distinguen Letux, Lagata y Samper del Salz; al sur, si la bruma se diera un respiro, aparecería Lécera; y al norte, la sierra de Alcubierre, donde quién sabe si aún se esconde algún bandido, como en su día lo hizo “El Cucaracha”. Pero, en fin, con la niebla se negocia lo justo: se hace lo que se puede.
Entre la boira
            Pero, amigos, toca bajar, que hoy tenemos cita previa en Belchite y no está la cosa como para llegar tarde. Así que emprendemos el descenso, primero unos metros suaves y luego por un cordal de esos traicioneros que tan pronto bajan como vuelven a subir, pero que compensan el esfuerzo regalándonos buenas vistas. Abajo, las vacas de la granja de Angelín andan a lo suyo, concentradas en llenar el rumen del mediodía con una seriedad digna de estudio.
        Abandonamos el cordal por una bajada de las que hacen pensar dos veces dónde se pone el pie y acabamos desembocando en la carretera CV-645, que recorremos unos metros con ese aire de excursionistas infiltrados en territorio asfaltado, hasta alcanzar el Mirador de la Cuba.
Descenso
            Quienes conocíamos bien este paraje —donde se alza la presa romana de Almonacid de la Cuba, nada menos que del siglo I— nos quedamos con un nudo en la garganta. La tormenta de la que hablaba antes arrasó con todo lo que se cruzó en el camino del Aguasvivas: pasarelas, molino, casas, huertos… La fuerza del agua no dejó títere con cabeza. Eso sí, la presa romana resistió, como si nada. Son escenas que, por desgracia, se repiten cada vez con más frecuencia, aquí y en medio mundo: sequías extremas, inundaciones, DANAs y demás siglas ya tristemente familiares. Todo ello mientras los adeptos del negacionismo climático siguen largando, como si la realidad, empeñada en llevarles la contraria, fuera solo una opinión más.
Video capturado durante el desbordamiento
                            Aquí me detengo un momento para sacar la pizarra invisible y hacer un poco de historia de este rincón tan sorprendente. El río Aguasvivas nos va contando su pasado al oído, empezando por aquella obra colosal que se hizo para encubar el agua —de ahí viene lo de “la Cuba”, que aquí los nombres no se ponen al azar—. Fue, como quien dice, anteayer… es decir, al comienzo de nuestra era cuando los romanos, que no se andaban con chapuzas, levantaron la Presa Romana de Almonacid de la Cuba. Con sus 34 metros de altura y casi 100 de longitud, es uno de los monumentos hidráulicos más importantes del agua en la Hispania romana. Asentada directamente sobre la roca madre, está construida a base de piedras, arena, cal y agua, y revestida con sólidos sillares de piedra, para que el invento durara lo que ha durado. Hoy en día, la presa sigue trabajando, que es lo suyo: hace de puente de acceso a la villa y de azud que desvía las aguas del Aguasvivas hacia la acequia de Belchite y sus ramales, encargados de regar varios miles de hectáreas de la zona. Vamos, que dos mil años después, los romanos siguen dándonos lecciones de ingeniería y aprovechamiento del terreno.
Presa romana
                Llega el momento del descanso preceptivo, ese que no figura en los mapas pero sí en los estatutos no escritos del senderismo. Es hora de sacar el tentempié que cada cual llevaba celosamente guardado en la mochila y dedicar un rato a mover el bigote. Por fortuna, la huella de la riada no se refleja en el área recreativa  de la Cuba, que tomamos al asalto ocupando bancos y rincones sin miramientos ni complejos. Al fin y al cabo, somos cerca de cuarenta esbarristas, todos con buena gana, mejor apetito y ese inconfundible denominador común: el culo blando, pero bien acomodado.
Un alto en el camino
        Retomamos la marcha y, en un momentín, nos encontramos atravesando la localidad de Almonacid de la Cuba —donde Almonacid viene de Al-monastir, “el monasterio” en árabe—. Un par de lugareñas nos ponen al día y nos relatan los daños que la tormenta causó en el pueblo,  sus casas y en las de muchos vecinos, con ese tono tranquilo y resignado que da haberlo visto todo de cerca. La iglesia de Santa María, sin embargo, salió indemne. Y no por intervención celestial ni por milagro de última hora, sino porque está edificada sobre un cerro, en el centro del pueblo. Queda así demostrado, una vez más, que la buena ubicación de las construcciones suele tener más que ver con el sentido común y la orografía que con prodigios divinos.
Iglesia
            Lo suyo habría sido abandonar Almonacid de la Cuba bajando por la fuente de los Cinco Caños y el barranco del Pinar, para luego dejarnos caer un tramo por la orilla del Aguasvivas, en plan bucólico y de postal. Pero la realidad, que es muy suya, se impone: la senda está cortada por el desastre. Así que, pues nada: entre obras hidráulicas de rehabilitación y algún que otro rodeo, cruzamos el río, que ahora baja manso, como si no hubiera roto un plato en su vida. Al otro lado vemos lo que queda de las pasarelas.
            Ahora sí, ahora entramos en sendero de verdad. De aquí a Belchite nos guiará la PR-Z 80, con sus marcas blanquiamarillas, esas que dan tanta tranquilidad cuando aparecen donde deben y tanta inquietud cuando desaparecen.
Un vistazo a lo que queda de las pasarelas
            A nuestra izquierda, el río discurre con calma hasta llegar al estrecho de Malpasillo y precipitarse sobre el Pozo de los Chorros, accesible desde esta margen. Pero nos conformamos con contemplarlo desde aquí arriba, unos 30 metros por encima, que tampoco estamos para heroicidades. El vado que permitía cruzar a la otra orilla… missing. Desaparecido en combate. Más adelante, eso sí, cruzamos sin mayor problema, que el río hoy anda de buen humor.
El Aguasvivas en el estrecho de Malpasillo
            Ya solo queda volver camino de Belchite, observando las paredes de la margen derecha del río, donde se distinguen algunas buitreras. Aunque aquí abajo, a nuestro paso por la Balsa de Escaramachales, los protagonistas alados son otros: los cormoranes, que al ver acercarse a esta cuadrilla deciden, muy sensatamente, poner tierra —o agua— de por medio.
Balsa de Escaramachales
                El final de la caminata discurre por el viejo trazado del tren minero que unía Utrillas con Zaragoza. Un ferrocarril de vía estrecha, de un metro, que arrancaba en los lavaderos de las minas, donde el carbón se lavaba y se cargaba en los vagones. La traza hasta Zaragoza era de todo menos cómoda: viaductos, túneles, puentes, trincheras, pasos a nivel… un catálogo completo de obras de fábrica. La línea llegaba a Zaragoza a la estación de Cappa, más conocida como Utrillas, llamada así por el ingeniero melillense León Cappa y Béjar, que mandó construirla al fundar en 1865 la Compañía del Ferrocarril de Zaragoza a Escatrón.
Antiguo trazado del ferrocarril
            De todo aquello queda en pie, aunque con alguna que otra cicatriz, el edificio de la estación de Belchite y las pilastras del viaducto que salvaba el Aguasvivas. Restos suficientes para recordar que por aquí también pasaron trenes… y bastante historia.
Pilastras del antiguo viaducto del tren de Utrillas
            Ya estamos de vuelta en Belchite. Recorremos la orilla del estanque, donde patos y algún gato se disputan el honor de llevarse el mejor bocado, en una competencia silenciosa pero muy profesional. Eso sí, de bocados, los de verdad, los que no admiten rival alguno, están aún por llegar… y nos los vamos a meter al cuerpo nosotros.
Estanque de Belchite
            Porque los jefes de la "manada Esbarre", previsores y generosos, nos han reservado mesa en un garito del pueblo. Toca despedir el año como manda la tradición: sentados, relajados y con algo decente delante del plato. Y, ya puestos a pedir, brindamos para que en el próximo 2026 sigamos recorriendo la geografía aragonesa… y, si se tercia, alguna otra más allá, que las piernas aún responden y las ganas, de momento, no faltan.
Link de dedito para el próximo año
                Y así, entre risas, vasos que se vacían y recuerdos que ya empiezan a tomar forma de anécdota, damos por cerrada esta jornada. Quedan los caminos andados, los paisajes compartidos y esa complicidad silenciosa que solo nace cuando se camina juntos, al mismo ritmo, durante horas. Belchite nos despide con su carga de historia, de memoria y de vida cotidiana, recordándonos que cada paso es también una forma de mirar el pasado sin miedo y el futuro con ganas. Nos vamos sabiendo que lo importante no ha sido solo la ruta, sino el grupo, la charla, el gesto amigo y la certeza de que mientras sigamos encontrándonos en los caminos, habrá días que merezcan ser vividos.
        Hasta la próxima salida, amigos. Que el año que viene nos regale salud, senderos y muchos momentos como este.

            Pd.- Una abrazo, personalizado en Goyo, a las gentes de "Senderistas de Belchite".


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