Hace un fajo de años, catorce para más señas, en nuestros primeros pinitos con los amigos de Esbarre realizamos una travesía desde el puerto de Cotefablo hasta Olivan. Era un día gris, arriba, a los pies del pico Pelupín, nevaba con ganas. Descendimos, en aquella ocasión, hacia Otal y de allí a Ainielle. La nieve se transformó en fuerte lluvia; buscamos cobijo y, en Ainielle, no quedaba más cobijo que parte del ábside de lo que fue su iglesia. Pero, entre tanta ruina, algo vibraba en el aire, ¿será el alma del último habitante de esta aldea,? "Vamos a ver si en este día de primavera lo descubrimos".
Como enamorados que somos de la arquitectura popular y su espíritu montañés: sus casas, sus chimeneas, sus calles; echamos la vista a construcciones tan bellas como las casas de Ainsa, Colorao, Chuan y Azón.
De su iglesia de San Pedro (principios s. XVIII), solo quedan cuatro piedras y la inscripción de la fecha de 1703.
Me pregunto yo: ¿de dónde sacará esta sierra de Cantalobos tantas lágrimas?. Pues en el siguiente de los barrancos encontramos un bella cascada, sus aguas cristalinas pintan un bello cuadro que queda plasmado en nuestras retinas (y cámara).
Por un momento nos da la impresión de encontrarnos en otras latitudes más lejanas.
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Cascada. |
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Camino de Ainielle. |
Dejamos este paradisiaco rincón y, enseguida, alcanzamos la bifurcación que, a la izquierda, conduce a Ainielle y a la derecha a Oliván y Susín, senda que tomaremos al regreso.
El hecho de que no hayamos perdido mucha altura, nos facilita que el camino hasta la aldea que inspiró a Julio Llamazares para escribir su novela "La lluvia amarilla" nos resulte un agradable paseo.
A nuestra derecha, muy por debajo, se escucha el rumor del barranco que recoge las aguas que le regala el Erata, barranco que cruzamos a las puertas de Ainielle, objetivo de nuestra jornada en el recorrido por los pueblos ¿deshabitados?.
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¡Que hay, amigo! |
Hoy no toca soledad, pues un rebaño vacuno habita las calles y eras del pueblo de "José", último habitante de esta aldea. A nuestro paso, un toro que, digo yo será el semental, nos mira con gesto preocupante.
Ningún problema. Nos adentramos en las calles de Ainielle; sus casas, lentamente y sin piedad, van cayendo una a una; tan solo se sostienen en pie algunas paredes ayudadas por la vegetación que las devora por cada uno de sus rincones. Entre el sonido de los cencerros de las vacas y el cantar de los pájaros, el pensamiento nos traslada a aquella aldea de la novela, en la que Andrés, un anciano, único habitante de Ainielle, nos cuenta, desde el extravío producido en su mente por la soledad, la historia de su pueblo y la desaparición de la vida y, como he dicho, su último habitante José de casa O Rufo.
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Ainielle. |
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Allí quedó todo. |
La sensación que experimentamos en lugar tan profundo, sombrío y dejado entre dos montes es, más que de tristeza, "de respeto".
Es una triste y bella historia de una realidad sufrida por este y otros pueblos como los de Sobrepuerto.
Pero no podemos dormirnos en la historia, queda tajo. Pero antes de proseguir, nos nutrimos con un medio bocadillo de tortilla de "güenos güevos" y ajos tiernos, ambos de la huerta del
Monasterio de Casbas, y una fresca birra que, alojada en un pequeña nevera, he portado dentro de mi mochila.
Hace un día extraordinario y hay que aprovecharlo.
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Molino de Ainielle. |
Descendemos hasta la confluencia de los barrancos Cuello de Ainielle y Puerto por un sendero que desciende rápidamente, unos cien metros, para visitar otro rincón de la memoria de Ainielle: su molino, restaurado hace un par de años y única construcción que se mantiene en pie. En el dintel de la puerta reza el año 1763, posiblemente fecha de su construcción, y sus jambas (1823 y "+") nos hablan de la esperanza de unos humildes vasallos que hicieron mejoras en el molino con la ilusión de lograr una emancipación que tardaba en llegar.
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Álabe. |
Cuenta Enrique Satué Oliván que el molino trabajaba según el ritmo estacional de las lluvias. Para aprovechar los momentos óptimos, las diez familias de Ainielle practicaban un turno rotatorio que denominaban "moler a redolín".
El molino utilizaba agua de los barrancos del Puerto y del Cuello de Ainielle, derivándola con piedras a través de dos acequias de escaso recorrido que convergían en una pequeña balsa situada encima del edificio. Este diminuto embalse proyectaba el agua, al levantar una tajadera, sobre el rodete con álabes de haya (fau) que, a través del árbol de roble (caxico), movía las muelas.
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¿Mesa de juego? |
Afortunadamente, también se ha conservado el guardapolvo, la tolva y el alivio de madera que regulaba el rozamiento de dichas muelas. Además contemplamos en el suelo dos viejas muelas de caliza, posiblemente de 1823. En las primeras observamos figuras geométricas grabadas para jugar con piedrecitas mientras duraba la molienda (alquerques o juegos de molino). En este sentido, el molino de Ainielle es único en la zona.
Volvemos sobre nuestros pasos y lo que antes era bajada ahora...
La vacas que nos han recibido con sonora alegría nos despiden en su hora de siesta, están todas tumbadas en el suelo. Hasta el "torito" parece que nos despide con mejor cara.
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Por la pista. |
Tras alcanzar aquella bifurcación que comentaba, tomamos la senda que desciende sin contemplaciones hasta una pista que recorre el fondo del barranco de Oliván. Los siguientes kilómetros son algo más aburridos, estas vías son así.
Llegados al cruce que sube a Susín, con un calor propio del terreno y la hora, medimos la reserva de fuerzas que nos quedan y decimos tirar "p´arriba". - ¡Anda que no hemos tenido cuestas hoy!.
Alcanzamos esta bonita y cuidada aldea que si bien no tiene novela (que yo sepa), también, como Ainielle, tiene su historia y fue su última habitante, Angelines Villacampa, fallecida hace unos cuatro años, quien asumió la labor de contarla.
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Santa Eulalia. |
Este pequeño pueblo se emplaza en un lugar elevado, rodeado de prados y bosques, y con unas impresionantes vistas de Tierra Biescas, surcada por el río Gállego. Una pequeña calle empedrada alberga algunas casas: Casa Mallau, Casa Ramón y Casa Canales. Y a su alrededor hay varias bordas, la herrería y el resto de edificios secundarios. A todo esto se añade la iglesia de Santa Eulalia de Mérida, perteneciente al conjunto de iglesias del Serrablo. Del románico inicial bajo influencia lombarda, conserva elementos prerrománicos en su ábside y junto a él una preciosa ventana de dos vanos con falsos arcos de herradura.
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Susín |
Un pueblo muy mejorado en los últimos años (tras su abandono en la década de los sesenta) gracias a Angelines y a toda la gente que está colaborando en torno a la asociación Mallau - Amigos de Susín para mantener el pueblo vivo.
Nos sentamos en la puerta de la "ferrería" para acabar de tomar el resto de comida que nos queda y que está compuesta por el mismo menú de Ainielle.
Con todos lo deberes cumplidos, iniciamos el último descenso por un precioso sendero que atraviesa un inmenso bosque de robles hasta alcanzar, de nuevo, la pista que nos lleva hasta el final de nuestra jornada: Oliván.
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Camino de Oliván. |
Una jornada en la que no hemos visto ni un alma, los caminos nos han sorprendido por su bello recorrido; hemos visitado algunos de los "Despoblados del Sobrepuerto"; por un momento, nos hemos adentrado en las historias, noveladas o no, de lo que fueron sus gentes; y hemos caminado...¡leches si hemos caminado!...
Hasta pronto
¡DALE, DALE MARCHA AL RATÓN!
Hola José Luis.
ResponderEliminarRecorrido muy interesante, el de la Senda Amarilla, que tengo pendiente desde hace bastante tiempo, a ver si esta primavera puede ser, o para el otoño, que veo que hay bastantes tramos de bosque, y sobre todo agua!
Lo que si que quiero, es buscar una alternativa, para no retornar por la pista.
Un saludo.