domingo, 24 de junio de 2018

LA FORADADA

Día 19 de Junio de 2018
La vergüenza de Occidente
          Desde el balcón de nuestros amigos Alfredo y María Ángeles, de inmejorables vistas, se yergue, altiva sobre una roca, Peñíscola (del latín paeninsüla), ciudad que como su propio nombre indica, se mete en el mar como queriendo rescatar las vidas que van quedando en el Mediterráneo, vidas arrancadas por quienes prefieren dejar morir a quienes huyen de las barbaries.                      Pronto se colmarán las playas de miles y miles de turistas y disfrutarán de las aguas; yates y lanchas exhibirán su poderío; los niños harán castillos de arena; el pescador echará la caña en el ocaso del día y allí lejos –no mucho– en este cementerio en que se ha convertido el Mediterráneo quedarán las vidas de esos seres humanos culpables de buscar la libertad. Si en algo soy responsable, me avergüenzo una y mil veces.
Allá asoma nuestro destino.
              A lo que vamos, decía que desde el balcón de mis amigos se ve, casi se abraza, Peñíscola y a lo lejos la Sierra de Montsià, cordillera relativamente alta y muy cerca de la línea de costa. Es un punto de referencia geográfico y privilegiado mirador de las comarcas del Baix Ebre, Montsiá, Baix Maestrat y Els Ports. Acoge, esta sierra, un lugar con encanto: La Foradada, el topónimo no deja lugar a dudas (horadada en castellano). Dicen que es algo así como un marco natural desde el que, si te asomas, disfrutas de un buen cuadro ¡Vamos a ver!.
Entre encinas.
               Los cuatro nos acercamos con el "carro" (aún perviven los recuerdos del argot cubano) hasta las proximidades de San Carlos de la Rápita, concretamente al parking situado en el lugar llamado "Cocó de Jordi".
             Como hace calor y las nubes brillan por su ausencia, nos aplicamos crema protectora hasta las cejas y, china chano, comenzamos a caminar por una senda bien señalizada. Nos adentramos dentro del bosque del Burgar, uno de los lugares más emblemáticos de la sierra de Montsià. Se trata de un encinar, el bosque mediterráneo por excelencia y donde, lógicamente, la encina es el árbol dominante.
Antiguo horno de cal.
             Pronto vamos encontrando restos de la vida que llevaban por estos lugares las gentes de la sierra, restos que delatan el aprovechamiento de los recursos propios de la tierra como la leña y la madera. La madera de las encinas se utilizaba para realizar herramientas, muebles etc. La leña era utilizada en el mismo bosque como combustible de los hornos de cal como el que se encuentra a nuestro paso. 
               Llevamos como una hora de camino y alcanzamos la Fuente del Burgar en la que varios carteles convierten el lugar en un auténtico centro de interpretación del bosque de encinas, así como del material que compone esta montaña caliza y de como el agua va "foradando" la roca. En este punto nos desviamos por el sendero que sale por la derecha y que pronto enlazará con el GR 92 (a la izquierda se aprecia el camino que nos verá llegar de vuelta).
Paso por el mas de mata Redona.
             Testigo de tiempos pasados son las ruinas del mas de Mata Redona. Las piedras que van cayendo y la vegetación que las cubre, no borran la huella de la vida que llevaban las gentes de aquí.
              A partir de ahora, el bosque que nos protegía del sol va dando paso al matorral de carrasca, boj y otras variedades propias del clima mediterráneo.
               En un cuello que se abre hacia todo el macizo de Les Ports abandonamos la GR 92 para girar hacia nuestro destino que, tras superar unos repechos, alcanzamos y, efectivamente la roca de La Foradada nos muestra un paisaje espectacular dominado por el Delta del Ebro en toda su magnitud y... el Mediterráneo que se pierde en el horizonte mostrándonos alguna que otra herida como el "Castor", ese ruinoso y abortado proyecto de dudosa procedencia especulativa. 
San Carlos de la Rápita, la Banya y el Trabucador.
Bella estampa sobre el delta del Ebro.
En la Foradada.
Al fondo, Es Ports.
                 El Delta es un secreto… (silencio), a poca distancia de las masificadas costas Dorada y del Azahar encontramos este remanso de paz. Un lugar que se ha inventado ajeno al turismo y al mundo caótico en el que muchos crecemos. Es un lugar donde se respira a tierra, río y mar. Donde las costumbres prosiguen fuertes, donde el trabajo y el Ebro han esculpido su estampa. Es un lugar donde perderse, y ciertamente… es fácil perderse. La playa es desierto, los huertos espejos al sol, las carreteras caminos a ninguna parte.

Abajo, los llanos de Uldecona.
         Gozosos hasta la médula de admirar el último de los rincones del Ebro volvemos la vista hacia interior: el macizo dels Ports con el Mont Caro, la Serra de Cardó y otros montes que no sé identificar. Girando la vista hacia el curso del Ebro: los llanos y el pueblo de Ulldecona, Sant Carlos de la Ràpita, Tortosa, L´Aldea, Deltebre, L´Ampolla... todos ellos como perlas de un collar que abrazan los últimos pasos de un río que merece el cariño que algunos pretenden obviar. 
           Cuando te acerques al Ebro, respira y déjate llevar por el reloj del río. Guardarás su lento tic tac cuando tu mundo vaya demasiado rápido.
De vuelta.
               Los cuatro nos quedamos un rato sobre la roca de La Foradada, segunda cima más alta de la sierra del Montsià (680 m.), la punta más alta es la Torreta con 764 m. Por su situación privilegiada cercana a la costa, en el extremo de la masa rocosa, sus vertientes caen bruscamente casi encima del mar.
          Pero, amigos, toca descender y como nuestros deseos eran hacerlo por otro itinerario bajamos por otra senda cuyos primeros metros ponen a prueba el agarre de las botas y la recuperación de las rodillas recientemente apañadas.
Entre palmitos.
            Antes de alcanzar las zonas boscosas, a estas alturas predominan los matorrales de maquia formada por arbustos, como el laurel, el endrino, lentisco, la retama, el boj, las jaras, el madroño, el mirto y los brezos, así  como el romero y el tomillo; acompañados por un buen número de ejemplares de palmitos. Y, lógicamente, donde hay plantas, hay flores y donde flores, allí están las bellas mariposas como la que tuvo la osadía de posar ante mi cámara, libando el néctar que se le ofrece.
            No tardamos en aparecer, nuevamente, en la Font del Burgar,  rincón cuyo frescor agradecen nuestros cuerpos, pues la mañana nos ha salido calentita. 
Libando néctar.
Anochece en Peñíscola.
          Aquí hemos cerrado la parte circular de esta sorprendente ruta y ya solo queda descender, por el mismo camino de subida, hasta el parking, montar en el "buga", acercarnos a San Carlos de la Rápita y meternos al cuerpo un buen menú acompañado, cómo no, por unas buenas dosis de cerveza.
             Estos montes no son Pirineo ni Ibérica, mucho menos Alpes ni Himalaya, pero amigos: aquí como allá, mirando hacia abajo de das cuenta de que la montaña no es como los humanos, la montaña es sincera; tan sincera como los tres compañeros de viaje de esta jornada de hoy.
Hasta pronto

Datos técnicos
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