martes, 10 de noviembre de 2020

LAS GOLONDRINAS VOLARON

        Cada año, puntuales a su cita, una pareja de golondrinas bajan por el patio de luces de mi casa para proceder, por dos veces, al milagro de la vida de esas entrañables aves; por la ventana escuchamos los dulces cánticos que el macho dedica a su amada; pronto comprobamos el resultado de tanta pasión: cuatro polluelos asoman sus gruesos picos rogando sean llenados de sabrosos insectos. Un hermoso proceso que, entusiasmados, enseñamos a nuestros nietos explicándoles la importancia de estos pájaros para el humano, principalmente en lo referente al control de los mosquitos.
        Pero, amigo, este año es diferente, por lo visto no solo para la humanidad, algo notaron las golondrinas en nuestro comportamiento que, sí, llegaron, el macho cantó algo más triste y... "volaron y no volvieron". ¿Serían los aplausos que sonaban en nuestros balcones, los que les asustaran?, quizá. 
        Sí, despedíamos el invierno, salíamos a los balcones cuando los árboles de mi calle todavía estaban desnudos; luego se cubrieron, no sé si por vergüenza o porque, vestidos de verde, miraban a los otros balcones con esperanza, pero esa esperanza se tornó en tristeza cuando el virus volvía a hacerse fuerte para regalarnos meses de aislamiento. Ahora de nuevo las hojas caen y vuelvo a contemplar la desnudez de las acacias desde mi balcón.
        Desnudos los árboles y ausentes las golondrinas, apareció otra especie de bichos: "los buitres carroñeros", eso sí, vestidos con traje y corbata, pero estos no volaban en silencio, sino que lo hacían ––y hacen–– con su acostumbrado canto de salvapatrias.
El Moncayo
        Mientras tanto los zaragozanos ––no somos los únicos–– aquí estamos, luchando con las armas que aconsejan los momentos en esa dura batalla contra el virus, manteniendo la disciplina en lo más alto de nuestro afamado orgullo, sin cruzar más allá de las fronteras municipales.
        El Pirineo queda lejos, el Moncayo lo vemos desde algún que otro altozano, ni tan siquiera las sierras más cercanas (Algairén, La Virgen, Vicor, Santo Domingo...) disfrutan de nuestra presencia.
        No importa, es una buena ocasión para valorar lo que queda fuera y conocer a fondo los bellos rincones que esconde la ciudad: tres ríos (Ebro, Gállego y Huerva) y un canal (Imperial de Aragón) aportan ese elemento tan escaso, poco más allá, que es el agua; cerca, muy cerca de las riberas la estepa nos muestra la dureza de un valle, el del Ebro, que vive de cara al cierzo. Al sur, los montes de Torrero, territorio de batallas, hoy se torna en "paseo ciudadano del confinamiento"; al norte la estepa del monte de San Gregorio deja caer sus paredes sobre el mismísimo Ebro; en el oeste, barrios agrícolas como Garrapinillos, nos ofrecen sus caminos que transitan junto a sus huertas; el este ve marchar el Ebro hacia tierras hermanas, en busca de las aguas de la mar.
Canal Imperial de Aragón

Moviendo tabas
        Son buenos momentos para redescubrir los arrabales y corazón de la nueva y vieja Caesaragusta.
        Sirva como ejemplo los garbeos matinales que nos solemos dar Maite y yo ––no somos los únicos–– que nos llevan a mover, con más o menos rasmia, las tabas y a calmar la envidia, mal llamada sana, que nos produce ver a nuestros amigos desconfinados que andan por "aqueras montañas".
        En esta ocasión, bastones de marcha nórdica en mano, salimos hacia el parque José Antonio Labordeta para recorrer la margen izquierda del Canal Imperial de Aragón hasta el llamado "Ojo del canal", punto que se cruza con el río Huerva y que tantos recuerdos nos traen a quienes nos bañábamos en las pozas de este río a su paso por la ciudad: Fuente de la Caña, Siete Peñetas, La Junquera... Hoy las urbanizaciones han engullido aquellos bellos rincones y mejor no bañarse en el agua de dudosa salubridad.
Hacia la Fuente de la Junquera


        Aquí abandonamos el canal y seguimos, aguas arriba, el curso del Huerva pasando bajo las grandes estructuras de los viaductos de la autovía Z-40 y las vías del AVE.
        Primero una senda, que discurre por un tramo de la Cañada Real de Torrero, y posteriormente una tranquila pista nos suben hasta la Plana de Torrero, sobre nosotros los aviones sacan las ruedas para aterrizar en el aeropuerto.
Por tierra y...

...por aire

Alcanzando la Plana de Torrero
        Aquí nos encontramos con mucha afluencia de personal, los unos en bicicleta, los otros a pie, cosa lógica de una población de setecientos mil almas enclaustradas en su término municipal.
        Hace un día espectacular. Pronto alcanzamos los Pinares de Venecia que nos acercan a las inmediaciones del parque de atracciones. 
        Por un momento transitamos por un tranquilo camino que nos baja hasta la concurrida y fotogénica orilla del canal que recorremos hasta el puente de América. El agua refleja los colores otoñales de los álamos,  chopos y plataneros, además de la vegetación espontánea asociada al curso del agua como carrizos y juncos. Las estelas que dibujan en el agua los patos domésticos, asilvestrados que conviven junto con los azulones y pollas de agua que recorren el canal en todas direcciones, aportan una pincelada más a esta mañana que, poco a poco va tocando a su fin.
En el reflejo del agua, intacto y fiel a tu esencia...

...sin cambios, sin dolores y sin olvidos por tiempo...

...recuerdas tus ilusiones, retomas las esperanzas...

...ahogas las culpas inservibles, las que de nada te sirven.

Un lugar para el silencio
        Llegados al Parque de Pignatelli, un chiringuito, con sus medidas de seguridad por la Covid, nos ofrece una dosis de cerveza y la compañía de nuestros amigos Mariano y Marta.
        Ha sido un agradable paseo por caminos y por un pedazo de la vida, disfrutando de unos colores inventados para nuestra imaginación, un camino que si no hay, dentro de él, un lugar para el silencio, sí lo hay para introducirnos en sueños que nos enseñan un maravilloso futuro que no ha de tardar.
        Volverán las golondrinas, volarán los buitres (los de verdad), volveremos a perseguir la paz huyendo de la multitud en busca de nuevas emociones. 
        Hasta pronto

Recorrido:
Distancia, 14 Km.
Desnivel, 200 m.

5 comentarios:

  1. Ostia, José Luis indudablemente tienes una gran capacidad para la literatura.
    con la descripción de estos parajes, me has transportado a otro mundo.
    Como siempre mi enhorabuena, por tus relatos.
    Un Saludo muy fuerte - Roberto

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  2. Qué bonito, José Luis. Eres un poeta de la naturaleza. Felicitaciones

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  3. Un maravilloso relato de un bonito recorrido.
    Un abrazo fuerte pareja.

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  4. Da gusto leerte. Estamos confinados, que no paralizados. Y Zarasufre es muy grande!!
    Un abrazo

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  5. Como siempre, un placer leerte, y recorrer, junto con tu prosa, esos caminos que a los cesagustanos nos ecantaría deambular, si no fuéramos perezosos.
    Seguid Maite y tú caminando, ilustrándonos acerca de nuestro entorno, que el día en venzamos la indolencia y abandonemos las obligaciones, os acompañaremos y disfrutaremos juntos de la compañía, la fatiga y el paisaje.

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