sábado, 1 de julio de 2023

LEYENDA DEL MOLINO DE LAS PISADAS


Rincones de leyendas
        Cuentan que en Calomarde vivía un pastor de cabras. Cada mañana reunía su ganado y se alejaba del pueblo, buscando el bosque. Subía cumbres, descendía precipicios, buscando siempre el alimento de arbustos tiernos para sus animales. Conocía cada rincón y vericueto por escondidos que estuviesen. Sólo un pequeño espacio le resultaba desconocido. Se encontraba en el interior del bosque. Era un lugar misterioso que producía cierto temor. Y todo porque aseguraban los habitantes de aquellas sierras que ese trozo de bosque, poblado de pinos corpulentos y gigantescos, con rocas escarpadas, pertenecía al diablo. De hecho era conocido como “El bosque del diablo”. Nadie hasta entonces se había atrevido a penetrar en aquel recinto. 
¿Será el diablo?
        Los pastores, cuando llegaban a sus proximidades, silbaban a sus ovejas y a sus cabras para que no comiesen hierbas y arbustos de aquellos dominios del diablo. Un día, sin embargo, el pastor llegó al lugar. Desde la cima de un peñasco contempló el misterioso paraje, pero en él no avistó ningún diablo ni cosa que se le pareciese. Pensó que, tal vez, todo lo que contaban sus paisanos era pura fantasía, propia de gente supersticiosa y cobarde. Y, sin pensarlo dos veces, bajó con su rebaño de cabras y penetró en el temido lugar. 
Y  las ovejas dejaron de comer
        Mientras comían sus animales, el pastor se entretenía en golpear con su cayado los pinos. Sus golpes resonaban por entre las montañas con sonidos extraños; a continuación, el joven tocó la flauta.            Al cabo del rato, sin embargo, las cabras y las ovejas dejaron de repente de comer y como si se hubiesen vuelto locas por el pánico, emprendieron una acalorada huida, sin orden ni concierto, ya que lo hacían en todas direcciones. El pastor no entendía lo que pasaba, hasta que se dio cuenta de que de la parte más oscura del bosque salían unos extraños resplandores y un fuerte olor a azufre que acompañaban a la figura repugnante del diablo, figura que se adivinaba presa de la ira. 
El pastor y las ovejas
        El joven, al contemplar tan turbador espectáculo, imitando a sus animales, también emprendió la huida, escalando rocas escarpadas y descendiendo barrancos intransitables. Corría como un rayo, pero a la misma velocidad, detrás de él, corría el diablo, que no cesaba de perseguirle. El maligno lanzaba unos rugidos que se escuchaban por todos los valles y montañas de la contornada. Por fin, tras muchos esfuerzos, el pastor consiguió llegar al río, cruzándolo desesperadamente. Logrado el propósito, volvió la cabeza y se percató, con gran regocijo, de que el diablo había dejado de seguirlo. 
Huellas
        Totalmente lívido, con la cara desencajada por el miedo, el muchacho llegó al pueblo y contó a todos los vecinos lo que le había sucedido. Sin embargo, nadie quería creerlo, porque pensaban que el cabrero se había vuelto loco. Pero, al día siguiente, las gentes de Calomarde pudieron contemplar cómo, sobre las rocas que se encuentran en las orillas del río Blanco junto al molino, había marcadas unas huellas extrañas, que no pertenecían a persona ni animal conocido por aquellos parajes. Eran las huellas que, en su persecución, había dejado el diablo. 

Referencia:
(1) Francisco Lázaro Polo,






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