domingo, 19 de enero de 2025

DE TOBED A AGUARÓN, POR VALDEMADERA O PICO EL PELAO

Día18 de enero de 2025
       Arrancamos las aventuras 'esbarrianas' del flamante año nuevo lanzándonos a la cercana Sierra de Algairén. Bueno, lo de 'cercana' está bien para quienes disfrutamos del privilegio de habitar en la 'Inmortal Caesaraugusta'. Ahora, si hablamos del que fuera comandante de este ejército montañero y su siempre entrañable pareja, la cosa cambia. Sorprendentemente, han abandonado su uniforme oficial de conquistadores del Pirineo y Guara, para enfundarse en el más relajado atuendo de montañeros en tierras del 'vino de las piedras', a aquellas que duermen bajo las sierras de Algairén y Vicort. ¡Qué sorpresa!
 
         Hoy el bus está en manos de un viejo conocido: el experimentado y siempre amable Pablo, maestro del volante y de la paciencia. Nos deposita, como quien entrega un paquete frágil, en Tobed, esa joya escondida donde el barranco de Valdeoilivos se lanzaría emocionado a verter sus aguas en el Río Grío... si es que las tuviera, claro. Por suerte para nosotros, la sequía ha decidido colaborar, y los arroyos fantasma nos ahorran chapotear en lodos imaginarios. 
Tobed
        Antes de arrancar la travesía, nos acercamos al centro de Tobed para rendir homenaje a su impresionante iglesia-fortaleza de Santa María (s. XIV), esa obra maestra del mudéjar aragonés que presume, con toda razón, de estar entre los diez monumentos más destacados de su estilo. Un escenario tan espectacular no podía desaprovecharse, así que inauguramos la jornada fotográfica: planos detallados y, cómo no, la obligada foto de grupo, esa en la que todos intentamos parecer intrépidos exploradores mientras la iglesia nos roba el protagonismo.
Homenaje al Mudéjar
        Abandonamos la villa y nos ponemos en marcha, sintiendo cómo el frío de una mañana heladora nos da la bienvenida. Por suerte, el asunto queda rápidamente solucionado, gracias al cálido abrazo de las primeras cuestas, que empiezan nada más cruzar el puente que salva al río Grío. Salimos del pueblo por el Barrio de los Obradores, donde todavía se percibe el eco de otros tiempos, cuando los alfares eran el alma de este lugar. Se dice que, allá por finales del siglo XIX, llegó a haber hasta cuarenta talleres dedicados a la noble tarea de moldear ollas de barro. ¡Cuarenta! No cabe duda de que aquí las manos trabajaban tanto como el fuego.
Dejamos un frío Tobed
        Una ancha y ascendente pista nos lleva hasta la humilde ermita de San Valentín. A su lado se eleva torreón medieval, al que el ingenio popular rebautizo como "el palomar". Este último, una curiosa construcción encajada dentro de lo que queda de la muralla del antiguo Castillo de Tobed, nos invita a subir hasta su cima. 
Torreón
        La recompensa no decepciona: desde lo alto se despliega una magnífica panorámica del valle del río Grío. A nuestros pies, Tobed comienza a desperezarse tras la fría noche, con las torres de sus dos iglesias alzándose majestuosas entre las casas. Al fondo, la Bicora (sierra de Vicort) presume de sus cimas más conocidas, como el pico del Rayo y el cerro de Santa Brígida. 
Sierra de Vicort
        En un último vistazo, a los pies de la fortaleza vemos a Ricardo que no puede acompañarnos, pues sigue en proceso de recuperación de su lesión. En esta ocasión le acompaña Ana Cris. Los veremos al final de la travesía.
        Antes de retomar la marcha, dedicamos unos momentos a admirar una obra maestra de la naturaleza: Los Abuelos. Este singular paraje en el barranco de Trascastillo, justo a espaldas de lo que fue una imponente fortaleza, parece una ciudad encantada esculpida por el tiempo y los elementos. Sin duda, un espectáculo que nos deja fascinados.
Los Abuelos
        La pista que nos trajo hasta aquí cede su protagonismo a un sendero, perfectamente señalizado (GR.90), que se abre paso con elegancia entre una explosión de jaras, romeros, tomillos, aliagas, quejigos, carrascas, enebros, alcornoques y un sinfín de vegetación que parece querer presumir de su riqueza botánica.
        El sendero, algo maltrecho por los caprichos del mundo del trial, asciende por un cordal que actúa como frontera natural: a nuestra derecha (sur), el valle del Grío despliega su amplitud; a nuestra izquierda (norte), el barranco de Valvillano se muestra sombrío y helador, escondido en una profunda umbría que hace honor a su fama.
Barranco Valvillano
        Llevamos ya unos cuatro kilómetros de marcha cuando la vegetación, en un cambio de registro, se transforma en un pinar de repoblación. Es entonces cuando alcanzamos la Fuente del Collarte, un lugar que parece pensado para el descanso, con un refugio bandalizado (porque nunca falta quien deja su 'huella artística') y unas mesas que, al menos, aún invitan a sentarse, aunque preferimos asentar nuestras posaderas en cojines menos fríos que el helado hormigón de los bancos del lugar. Un buen lugar para tomar un tentempié, en el que, como de costumbre, triunfa el plátano canario y los variados frutos secos.
Fuente del Collarte
        De postre, las rampas que nos esperan, zigzagueando bajo la sombra solemne de gigantescos pinos piñoneros (pinus pinea), nos sorprenden con un espectáculo insólito ––¡pero bueno!––. ¿Cómo demonios llegó aquí este coche viejuno? ¿Qué genio tuvo la brillante idea de aparcarlo en un lugar donde ni caminos hay? En fin, no estamos como para montar CSI-Esbarre. 
Por el pinar
¿Monumento al viejo R-6?
        Seguimos ascendiendo por un sendero que no tiene la más mínima cortesía con estas curtidas gentes, mientras allá arriba, en el cielo, los buitres leonados planean con una elegancia insultante ––¡malditos pajarracos, qué envidia dais!––.
        No tarda en aparecer otro bosque, esta vez poblado de la especie 'ferrum antennae', que se cría en lo más alto del pico 'El Pelao' o Valdemadera (1276 m.), cuya cima conquistamos en un suspiro. Lo del 'ferro' es el peaje que nos toca pagar en este lío de las comunicaciones, ya se sabe.
Valdemadera
        Estamos, literalmente, en el techo de la Sierra de Algairén; ya habíamos subido por su cara norte en alguna que otra ocasión, también por esta vertiente, por la solana, en la que el sol nos ha regalado un calorcito que en estas fechas es de agradecer.
En la cima (foto de Pedro Rovira)
        Y, ¿qué decir de las vistas? Hacia el noreste, la bruma como un océano perezoso, no nos impide divisar los valles de la cuenca del Ebro. Y al frente, hacia el norte, aparece nítidamente la caseta forestal del Alto de la Nevera o Cerro de La Falaguera, como un faro perdido en este paisaje de ensueño. A lo lejos, el Moncayo se erige como el 'gran pater' que observa y guía otras sierras, como la de La Virgen.
Cerro de La Falaguera (al fondo, el Moncayo)
        Allá, un poco más lejos, los aerogeneradores de La Muela han decidido formar su propio 'bosque', uno aún más denso de 'ferro' que este de 'El Pelao'. Más al sur, nos rememora tiempos pasados en buena compañía, de amigos ausentes y hasta de estos mismos, que hoy nos acompañan. Entre ellas, la sierra de Vicort, conocida como 'La Bicora' por los lugareños, nos trae a la memoria risas y aventuras compartidas." Al otro lado del Valle del Grío, se encuentran Santa Cruz de Grío, su pedanía deshabitada de La Aldehuela de Santa Cruz e Inogés. Hacia el sur, la imagen de varias sierras recortadas en la bruma nos regala la figura de Peña Modorra, mientras que justo debajo, el pueblo de Codos y su pico se asoman, como un pequeño detalle que cierra con broche de oro esta estampa tan generosa que nos ofrece el Monte Pelao."
Pico y pueblo de Codos
        Foto va, foto viene, pero el camino no se va a recorrer solo, así que seguimos, descendiendo con la calma de quien sabe que lo mejor está por llegar, hasta el mirador de "El Cerro Val de Cerezo". Y ahí, ante nosotros, se despliega el Campo de Cariñena, un lienzo infinito pintado por sus viñas. Ahora las vides están dormidas, tranquilas, esperando a que llegue el momento de arrancar el ciclo de nuevo y regalar al mundo ese caldo tan altamente valorado por los expertos: "la garnacha".
Con Maite, en el mirador
        Desandamos unos metros, porque claro, no todo es fácil en esta vida, y comenzamos un descenso incómodo, de esos que ponen a prueba nuestra concentración. El suelo resbaladizo del sendero exige toda nuestra atención, porque hoy es uno de esos días en los que lo único que queremos es llegar al final con todos los huesos en su sitio, enteritos, por favor. Pero no todo es sufrimiento; poco a poco, el camino se va suavizando, especialmente cuando se adentra en un denso bosque de carrascas. Bajo su sombra, crecen la jara, la gayuba y alguna planta de ruscus, entre otras. Veo a P. Rovira, fotógrafo de lujo del grupo, agachado, con el objetivo apuntando a una seta: se trata de la sarcoscypha coccinea, comúnmente conocida como "copica escarlata".
Copica escarlata
Una pausa, bajo las carrascas
        Poco a poco vamos perdiendo altura, atrás queda El Pelao, que ya se desdibuja en la distancia como un antiguo desafío superado. Y abajo, a un tiro de piedra, nos aguarda nuestro destino: el "Santo de Aguarón". No hay prisa, el flamante bus de Pablo nos espera con el maletero abierto, ofreciéndonos la oportunidad de asearnos (lo que puede llamarse aseo en estas circunstancias), antes de tomar rumbo a Cosuenda, uno de esos pequeños pueblos del campo de Cariñena que, al igual que muchos otros, nos recibe con los brazos abiertos. El Centro Social nos espera con una comida preparada, para concluir una jornada más en la que el "Grupo Esbarre" nos ha ofrecido como regalo del nuevo año.


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Datos técnicos

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