sábado, 1 de febrero de 2020

TALAMANTES Y PEÑAS DE HERRERA

Día 29 de enero de 2020
Las nubes sobre las Peñas de Herrera.
            Zaragoza despierta tranquila, la ciudad se quita las legañas de unos ojos que hoy miran a su patrón. Es un día festivo, fuera de lo común, pues aquí, en la inmortal, lo de "San Valero ventolero", en esta ocasión no se da, incluso la temperatura del alba del santo es inusualmente templada. ––No sé, no sé, habrá que tomarse en serio lo del cambio climático.
          Pues ¡hale!, vayámonos al monte a ver si es verdad que el Moncayo está tan tranquilo como el despertar de la capital y disfrutamos de una plácida jornada.
          Los cuatro del "Camino", pronto estamos montados en el "buga" viajando hacia Talamantes, no sin antes realizar una breve e inmerecida parada en Borja. Se nota que tan solo es fiesta en Zaragoza, en la carretera de Soria se ve mucho tráfico de vehículos de transporte.
                  Aparcamos en la entrada de Talamantes, pueblo dominado por los restos del castillo atalaya construido en 1177. El Castillo de Talamantes perteneció desde 1209 a los Templarios, quienes controlaban desde allí las cercanas minas de plata de Calcena, donde tenían otro pequeño castillo. Tras la desaparición de la Orden del Temple, pasó a los Hospitalarios, permaneciendo bajo su control hasta 1785.
              Al pie del castillo, se agrupa esta pintoresca villa con calles empinadas y edificios que se corresponden con la tradición popular. Dentro de la misma, se encuentra la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol, un monumento del siglo XVI. Al otro lado del barranco de Valdetreviño, la ermita románica de San Miguel se asienta enclavada en un bello paraje, es un edificio del siglo XIII.
Iglesia de San Pedro.
Barranco de Valdeherrera.
                 Con las botas en su sitio (una en cada pie) y algo abrigados (hace fresco) comenzamos a caminar recorriendo las calles de Talamantes, no se ve ni un alma; ––corrijo–– a la salida de la población nos recibe un perro, propiedad de una señora que anda currando la miel, no en vano estamos en un pueblo en el que se produce en cantidad y calidad.                    Salimos a un agradable camino que discurre entre algunos campos en los que predominan los almendros que, de seguir este tiempo, pronto florecerán.
           Transitamos el sendero GR.90-1, pronto estamos cruzando una pasarela del Barranco de Valdeherrera; junto a sus aguas crece un acebo, junto a él, alguien ha escrito: "Cierra los ojos y escucha, soy el agua. Abre los ojos y mírame, soy el acebo"
"Cierra los ojos y escucha, soy el agua. Abre los ojos y mírame, soy el acebo".
Prohibido mojarse.
              Fruto de la reciente nevada y del actual deshielo, el barranco baja algo crecido; cruzarlo en varias ocasiones, sin mojarse, requiere de algún que otro esfuerzo extra.
                 Poco a poco, con paso firme y una dosis de precaución al salvar algunas rocas mojadas por la lluvia de la noche, vamos remontando las aguas de Valdeherrera; su sonido, como decía el escrito (pero con los ojos abiertos), lo sentimos como si fuera una interpretación coral. 
                Curiosidad: A la salida de Talamantes, un cartel indica 3,5 kilómetros hasta las Peñas, media hora después, otro indica 4 kilómetros, ¿estaremos andando de espaldas? (sin comentarios).
Por la GR.90-1
               Además de algún que otro ejemplar de acebo, el sendero se encuentra jalonado por encinas, robles, carrasca y guillomo; en las orillas: juncos, sauces, y chopos (varios ejemplares no han soportado la fuerza de algún temporal, yaciendo junto a los más fuertes).
            Hablando de temporal, conforme vamos ganando altura, vamos sintiendo las hazañas del dios Eolo, el amigo anda soplando con ganas, lo que nos advierte que allá arriba la cosa será más intensa.
               Ya divisamos nuestro objetivo: "Las Peñas de Herrera", esos impresionantes colmillos calizos que, a más de 1500 metros, se muestran en el cordal, esa espina dorsal de la muchas que acoge el Sistema Ibérico. Destacan Peña Gotera, Peña de Enmedio, Peña del Camino y Alto del Picarrón en el que existió el Castillo de Herrera que, enclavado en la cima, dio nombre a las peñas. Solo se conserva el pasillo de acceso tallado en la roca y una pequeña fosa sobre la que debió erigirse.
Las Peñas de Herrera.
Avanzando con paso firme.
             Echar la vista sobre las Peñas es gratificante, pero una cosa es verlas y otra llegar a ellas; además, de vez en cuando, algunas nubes se agarran al Castillo como lapas.
             Alcanzamos la cabecera del Barranco de Valdeherrera que nos lleva hacia el Collado de Valdelinares. Durante este tramo observamos una zona de erosión de margas arcillosas que nos ofrecen un bello espectáculo de cromatismo geológico con sus estratos de colores grises, amarillentos y morados.
              Seguimos el sendero en el que aparecen algunos pequeños neveros. Posteriormente pasamos junto al desvío de la senda que lleva a la fuente de Fuendeherrera.
Un regalo para la vista.
Hay que seguir.
              Nos queda encarar el último repecho que nos eleve hasta las Peñas, el viento ha arreciado y en algunos momentos cuesta mantener la verticalidad, viento que, por otra parte, es frecuente en esta zona por lo que el paisaje se vuelve más agreste, paisaje que se dibuja sobre un pastizal pedregoso en el que crecen el erizón de flores azules y algunas diminutas gramíneas.
          Las paredes de las Peñas de Herrera albergan un buen número de buitreras, observamos cómo varios ejemplares intentan elevar el vuelo luchando contra el fuerte viento que San Valero ha trasladado a tierras moncaínas.
Esto se empina.
Alcanzando el Collado de Herrera.
             En su último tramo, el sendero dibuja varias lazadas que facilitan atacar el desnivel que nos separa de un collado jalonado por las Peñas de Enmedio y El Camino. 
          Ya estamos arriba, nos refugiamos junto a una roca en la que, al abrigo del viento, hacemos un descanso y tomamos un tentempié que, ¡leches, nos lo hemos currado!.
              La vista del Somontano del Moncayo, desde estas alturas, se amplía considerablemente alcanzando la Depresión del Ebro en la que sobresalen las pequeñas, pero no por eso menos dignas, elevaciones del Cerro de la Diezma y la Muela de Borja. Alcanzamos divisar las sierras de Alcubierre y Guara, el Pirineo queda escondido bajo las nubes. Talamantes, desde aquí, se ve diminuto.
Pese a estar en un abrigo, el pelo de Maite delata que sopla de lo lindo.
Talamantes (zoom).
                Nos asomamos a la cara norte en el que, majestuoso, se encuentra el Moncayo. Lo cuento porque sé que está allí, como lo están otras alturas como el Pico Lobera, Muela del Morron, Picabrero, Cerro de las Pilas, etc., pero nuestra vista tan solo alcanza a ver las faldas nevadas y el fondo del Barranco de los Moros; el fuerte viento se encarga de poner una cortina de nubes en sus sitios, o sea en las caras norte.
             Debemos de seguir nuestro camino en dirección hacia el Barranco de Valdetreviño, pero echando un vistazo hacia el sendero que rodea las Peñas, sendero que discurre por la umbría de la ladera norte, sendero que presenta bastante nieve, sendero azotado por el fuerte viento que, a lo lejos, se esconde entre la niebla, nos invita a replantearnos el regreso y "tomar las de Villadiego" para descender sobre nuestros pasos.
Sendero cara norte de las Peñas (para otra ocasión).
Callejeando.
           De vuelta, en Talamantes, vuelve a recibirnos el perro de la mielera, mujer que tiene a bien vendernos un frasco de fresca miel cuyo color dorado y la explicación de la dama delatan que aquellas abejas volaban entre tomillo y romero.
             Antes de volver al coche nos damos un paseo por las desiertas calles de la población, los lugareños (unos 63 en 2018) están recogidos, el humo de algunas chimeneas lo atestiguan.
              Nos sentamos en unas gradas, junto al parking, para dar cuenta de los bocatas o de lo que queda de ellos, además hoy de postre tenemos roscón pues "San Valero no solo es ventolero, también es ¡rosconero!".
San Valero rosconero.
                 Volvemos a casa, echamos un vistazo al Moncayo, hoy se cubre con blanca boina de nieve y nubes, mirando su estampa nos perdemos en sueños y proyectos de futuro; volvemos, sí, volvemos que de eso se trata.
Allí queda el Moncayo.
                                 Hasta pronto.

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Datos técnicos (El track para GPS, pulsando aquí)
Recorrido 

Perfil:
Distancia, 10,09 Km.
Desnivel de ascenso, 600 m.
Desnivel de descenso, 600 m.

1 comentario:

  1. Otra bonita excursión. Agreste el paisaje y fresco el tiempo. Allí San Valero sí fue ventolero y también rosconero.

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