jueves, 13 de marzo de 2025

PEÑÓN DE IFACH (O PENYAL D'IFAC)

 Día 12 de marzo de 2025
            Cuando uno está de paso por la comarca alicantina de la Marina Alta y se da algún que otro "rule", es imposible no toparse con ese peñasco de 332 metros de altura, que se planta con toda su chulería sobre el Mediterráneo. Ahí está, desafiando al tiempo y al personal, el Peñón de Ifach, ese pedazo de roca que ni los rascacielos de Calpe (auténticos altares al pelotazo urbanístico) consiguen destronar de su papel estelar.
El Peñón de Ifach
        Pues nada, Maite y un servidor, viendo que entre borrasca y borrasca se nos abre un resquicio de cielo, decidimos tirar "p'allá", no vaya a ser que el Peñón se nos ofenda. 
        Dejamos el buga en barbecho y desde nuestro cuartel general en la zona de la playa de la Fossa, nos lanzamos a la aventura.
        Tras un placentero paseo, junto al mar, iniciamos nuestros andares por un camino, de esos que engañan: tranquilito, bien empedrado, de postal.
Buen camino (por ahora)
        En las faldas del peñón encontramos el yacimiento de  la Villa Medieval de Ifach, ordenado por Pedro I de Aragón, que mandó construir para la defensa de buena parte de este litoral.
Yacimiento
        Pero pronto empezamos a subir y el sendero, impecablemente acondicionado, se abre paso entre carrascas y pinos que, a juzgar por sus formas retorcidas, han debido de tener más de un rifirrafe con el viento. Vamos, que más de uno apunta "mirando a Cuenca" en señal de rendición.
Mirando a Cuenca
        Nosotros, en cambio, ponemos el modo explorador y echamos la vista a otro lado. Arrancamos por el oeste, donde el Parque Natural de la Serra Gelada nos saluda con su silueta, y seguimos el barrido visual hasta toparnos con la calpina Sierra de Oltá, que, dicho sea de paso, conquistamos hace apenas cuatro días (
pruebas aquí, por si alguien duda de nuestra heroicidad). A sus pies, Calpe y sus salinas posan como si supieran que las estamos admirando.
        Giramos la cabeza hacia el este y ahí nos recibe la playa de la Fossa, con su arena dorada y su brisa marina, escoltada a lo lejos por el imponente Parque Natural del Montgó. Y al final de la línea de costa, como un vigía que lleva siglos en su puesto sin moverse ni un milímetro, la punta de Moraira con su torre defensiva D´Or, testigo mudo de navegantes, aventureros y algún que otro turista despistado.
        Alcanzamos el Centro de 
Interpretación del Parque Natural, aquí presentamos las correspondientes reservas (necesarias desde el año 2020)
        A partir de aquí el camino se encuentra empedrado y asequible a cualquier tipo de visitante, hasta que alcanza un túnel, una oscura boca cavada en la montaña que nos ofrece un suelo irregular con rocas resbaladizas, habilitado con cadenas unidas a las paredes del túnel para facilitar el paso del personal.
A punto de entrar en el túnel
        A partir de aquí, la senda se pone juguetona y nos sube la dificultad un par de niveles. El suelo, compuesto de rocas calcáreas más pulidas que el mármol de una catedral, nos obliga a andar con más tiento que un gato en una tienda de porcelana. Para sortear el tramo, nos agarramos a unas cuerdas y cadenas ancladas en la piedra.
¿Midiendo el vacío?
        En este punto, aparece nuestra vieja conocida, "Doña Prudencia", con su cara de circunstancias y su tono de madre preocupada, susurrándonos al oído: "Ojito, que aquí un resbalón y os hacéis un estropicio de campeonato". Así que, obedientes, ponemos los cinco sentidos en cada paso, no vaya a ser que acabemos con más rasguños que un gato callejero.
        Llegamos al desvío hacia el mirador de los Carabineros, pero lo dejamos para la bajada, que ya habrá tiempo de asomarnos por allí. Ahora lo que toca es seguir subiendo, que el Peñón no se va a conquistar solo.
Con alegría
        En esas estamos cuando se nos acopla una joven pareja con cara de haber acabado aquí por pura casualidad. Despistados, sí, pero con ganas. Así que, combinando su lozanía con nuestra veteranía (y nuestra tendencia a meternos en estos berenjenales), formamos un equipo improvisado y seguimos tirando para arriba.
        Después de sortear unos cuantos pasos y marcarnos alguna que otra trepada sin despeinarnos demasiado, alcanzamos la cresta que nos deposita en la cima. 
En la cima del Peñón de Ifach
        En condiciones normales, aquí nos sentiríamos los auténticos
 reyes del pedrusco… pero no. Porque las verdaderas dueñas del cotarro son las gaviotas patiamarillas, que nos miran con cara de pocos amigos, como si fuéramos okupas en su territorio. Y ojo, que en los meses de abril, mayo y junio, cuando andan en plena nidificación, la cosa se pone seria: dicen que por aquí se pueden ver los nidos con sus polluelos y a las madres en modo ninja, listas para defender a su prole de cualquier intruso. Que algún que otro curioso ha acabado bajando a destiempo, por subestimar el mal genio de estas señoritas aladas.
Gaviota patiamarilla
        Alcanzamos la cima y, de repente, los ojos se nos vuelven pajaritos, casi en sintonía con las gaviotas que nos vigilan de reojo. El paisaje es de esos que dejan sin palabras (y eso en nosotros es raro): mar, hermoso mar, hasta donde alcanza la vista, montañas que se pierden en el horizonte, y unos rascacielos que, desde aquí arriba, parecen de juguete, como sacados de Lilliput.
Lilliput
        Para rematar la jugada, el cielo está tan limpio que hasta nos regala una vista inesperada: allá, en la lejanía, asoma la silueta de Ibiza, como un guiño para recordarnos que el Mediterráneo siempre tiene algo más que enseñarnos.
        Toca bajar, y lo hacemos con cuidadín, que entre la lluvia de anoche, lo traicionero de la roca y nuestras articulaciones, con más kilómetros que un taxi, la broma podría salirnos cara. Así que paso firme, manos listas para cualquier apoyo estratégico y, por si acaso, alguna que otra súplica a los santos del equilibrio.
¡Cuidadín!
        Aun así, llegamos sanos y salvos al desvío antes mencionado, para acercamos al mirador de los Carabineros. En su día, este era un punto de vigilancia de aquellos agentes encargados de poner freno al contrabando. Hoy, en cambio, solo vigila el mar… y a unos cuantos senderistas que, como nosotros, vienen a curiosear y a imaginar historias de lanchas furtivas y negocios en la sombra.
 
En el mirador de los Carabineros
        Un último vistazo al Mediterráneo, ese mar eterno, tantas veces contado y cantado, que hoy se nos muestra como un inmenso cementerio azul. Aguas que antes fueron cuna de civilizaciones y ahora son fosa de quienes huyen del horror, aferrándose a la esperanza de una libertad que, cruelmente, sigue siendo solo una promesa incierta.
Sin palabras
        Poco a poco seguimos bajando, desandando lo andado, con ese aire de quien ya ha conquistado la cima y ahora solo quiere llegar abajo sin estrenar el seguro. Mientras tanto, la memoria nos juega malas pasadas y nos lleva a la última vez que hicimos esta ascensión.
        Comentamos, con cierto recochineo, que hoy nos ha parecido más difícil. ¿Será la lluvia de anoche, que ha dejado la roca más resbaladiza? ¿Será que la dichosa piedra, con tanto trote, se ha pulido aún más? ¿O será, ejem, que ahora somos seis años menos jóvenes? Será, será… pero mejor no insistir demasiado en esa última opción, que ya duele bastante sin necesidad de repetirlo. ¡Je, je!


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Datos técnicos

      

domingo, 9 de marzo de 2025

INTEGRAL DE LA SIERRA D´OLTÁ (circular)

Día 8 de marzo de 2025 
        No es la primera vez que, aprovechando nuestra apacible estancia en la comarca alicantina de la Marea Alta, decidimos acercarnos a alguna de esas sierras que tanto generosamente nos ofrece esta bendita provincia. 
        Hoy, aunque, producto de la borrasca Jana, la mañana se presenta con ese toque apacible que invita a quedarse quietecicos y disfrutar del sofá, la tentación de la montaña siempre puede más. Desde la terraza, la vista no es precisamente un canto a la aventura: lo único que se alcanza a ver de la sierra son sus humildes bajos, el resto está tapado por una niebla densa que podríamos ver en cualquier película de terror de bajo presupuesto. Pero como el tiempo no va a mejorar mágicamente en los próximos días,  así que, ¡ale Maite!, vámonos a la Sierra de Oltá! Total, si ya estamos aquí, ¿por qué no aprovechar el día?
Sierra d´Oltá (sin niebla)
        El buga nos deja en una zona de acampada, y nos señala con esa amable dirección "PCR-CV340", como si no tuviéramos ni la más mínima idea de lo que eso significa. Pero, ni cortos ni perezosos, allá vamos, a meterle mano al asunto.
Comienzo de la ruta
        Como vamos a hacer la ruta en el sentido del reloj, nada más empezar a caminar, tomamos el primer cruce a la izquierda. Y aquí nos recibe una señal informativa que, muy adecuadamente, nos indica el camino hacia la ermita Vella, como si fuera un destino sagrado… aunque, siendo sinceros, no sabemos si la ermita nos espera con sorpresa al vernos surgir de entre la niebla.
Allá vamos
        La ruta va ganando cota (que es un eufemismo para decir que vamos subiendo, porque si dijera "vamos subiendo", perdería todo el glamour). A medida que avanzamos, la pista se llena de pinos mediterráneos. Pronto aparece un mirador, con un banco que, como buen influencer, lleva inscrito "#ASÓMATEACALPE" en su espalda. Pero, claro, lo que no te dicen los influencers de este banco es que deberías asomarte solo cuando no haya niebla, porque hoy, justo cuando hemos elegido esta sierra-balcón tan fotogénica, la boira ha decidido ser la gran protagonista de la mañana. Y, aunque el panorama está más borroso que un café sin leche, seguro que tiene su encanto.
Asómate a...
        En pocos minutos llegamos a la Ermita Vella, dedicada a Sant Francesc, que fue restaurada en año 2002  y que cuenta con una amplia zona de picnic.
Ermita Vella
        Desde la ermita, en un abrir y cerrar de ojos (y en poco más de doscientos metros), abandonamos la pista para adentrarnos en una senda a la izquierda que, sin ningún miramiento, asciende como si el monte tuviera algo personal contra nosotros.
¡P´arriba!
        La lluvia de la noche y la niebla, en un acto de complicidad, han decidido unir fuerzas con las rocas y los cantos rodados para hacernos la vida más interesante, exigiéndonos sacar las manos de los bolsillos en algunos tramos. Diríase que es un terreno tan solo apto para cabras y, ¡leches, claro!, el balido de un cabrito nos anuncia que aquí, entre la niebla, está todo un ganado de cabras asilvestradas, observando la presencia de esta extraña pareja.
Como cabras
––¡ande vais!––
        Afortunadamente, la tortura no es infinita, y tras unos veinte minutos de lucha contra la gravedad, llegamos a un terreno donde la pendiente afloja un poco, como si la montaña dijera: "Vale, ya basta", toma un respiro antes del siguiente tramo.
        Al llegar a un desvío, una señal indica el camino hacia la Mola, un espectacular mirador con vistas a Calpe y su imponente Peñón. Sin embargo, la densa niebla nos impide disfrutar del paisaje, por lo que optamos por dirigirnos hacia la "Cim d'Oltá"
Camino de la cima
        A medida que avanzamos, notamos un cambio radical en el terreno: desaparecen los árboles y predominan especies de bajo porte como el palmito, la coscoja, el tomillo y el esparto. Además, el suelo revela un marcado proceso de erosión debido a la karstificación, que da lugar a las formaciones rocosas conocidas como 
lapiaz.
        Llegamos al Corralet de Oltá, un conjunto de ruinas resguardado bajo un pequeño bosque de pinos, que bordeamos por su lado derecho. El sendero nos guía a lo largo del cordal de Oltá hasta la cima, donde el proceso de karstificación se hace aún más evidente.
Alcanzamos la "Cim d´Oltá", situada a 587 m. de altitud, punto más alto del recorrido y objetivo de esta ruta. 
En la cima
        Desde este privilegiado mirador, se supone que podríamos deleitarnos con una vista impresionante de la Sierra de Bernia, que, por cierto, ya nos pateamos en otra ocasión (por si alguien duda de nuestra heroicidad,
puedes verla aquí). También debería asomarse tímidamente la Sierra del Ferrer, el imponente Montgó y la Serra Gelada, esa otra vieja conocida que también hemos conquistado un par de veces (pruebas gráficas aquí la una y aquí la otra, por si acaso).
Tras la niebla
        Pero claro, hablar de vistas hoy es casi un chiste. La niebla de Zaragoza, esa que tan bien conozco, parece un juego de niños comparada con esta espesura. Aquí el viento no sopla, ruge. Así que, con la dignidad pendiendo de un hilo, una "autofoto" (o como dicen los modernos, un
 selfie) y sin más dilación... p’abajo.
        De regreso, en las inmediaciones del Corralet, tomamos un sendero a la derecha que desciende de forma continua hasta el Pou (pozo) de la Mola. 
Un poco más abajo
        La ruta serpentea por el interior de un barranco frondoso, donde la vegetación mediterránea vuelve a adueñarse del paisaje. Predominan los pinos mediterráneos, acompañados por lentiscos, coscojas, romero, jaras y otras especies características de la zona, creando un entorno natural de gran belleza. Al igual que en la subida, el terreno se muestra resbaladizo, así como la espesura del barro que se aloja en las suelas de las botas, por lo que pedimos consejo a la señora "Precaucion".
        Al final del descenso por el barranco, tomamos a la derecha una pista forestal. A lo largo de este tramo, el paisaje nos revela vestigios del pasado: algunas construcciones en ruinas y una antigua cantera de adoquines —la pedrera—, de donde se extraían piedras utilizadas en la construcción de carreteras y vías urbanas. Estos restos, ahora devorados por el tiempo y la vegetación, añaden un aire nostálgico al camino.
    En este tramo de la ruta, la niebla nos priva de la cima de la Sierra de Oltá, pero a cambio nos regala una visión única de sus imponentes paredes verticales. Entre la bruma, destaca una curiosa formación rocosa separada del macizo principal: una afilada aguja de piedra conocida como el Dit (dedo) d’Oltá, que parece desafiar la gravedad y el paso del tiempo. Eso arriba, mirando abajo, veo nuestras botas, cargaditas de barro.
El dedo se deja ver, arriba, tras la niebla la cima de Oltá
        Finalmente, la ruta  gira hacia el este, llevándonos hasta el 
Pas de la Canal, uno de los puntos más interesantes del recorrido. Aquí, la pista forestal cede el paso a una estrecha y resbaladiza senda pedregosa que desciende en zigzag entre densos pinares.
Pas de la Canal
        Durante el descenso, entre los claros del bosque, volvemos a vislumbrar la silueta imponente del Peñón de Ifach, asomando en el horizonte (otro que también lo subimos en
otra ocasión). Más adelante, la roca da paso a un sendero de tierra que nos conduce hasta el cruce cercano al inicio de la ruta. En este último tramo, la vegetación se vuelve especialmente frondosa, con el pino mediterráneo como protagonista y un sotobosque dominado por especies oportunistas como el palmito, el lentisco y el romero, que se abren camino con exuberancia.
Entre la vegetación
        Alcanzado el punto de partida, solo nos queda desprendernos de las pesadas y embarradas botas, coger el buga y...,  rehidratarnos con un par de birras. 
Habrá que lavarlas
        Arriba, la sierra d´Oltá se la ve muy tapada por la manta que no la ha abandonado en todo el día. ¿Habrá que volver?


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Datos técnicos