lunes, 24 de junio de 2024

CAMINANDO POR EL PARAÍSO (Cruces y río)

        Eran los primeros andares de este humilde blog, en algunas de las crónicas (o relatos) en las que describía los andares por las montañas (unas más altas que otras) o por los valles en los que corrían las aguas, o mojando la mirada en los bellos lagos glaciares. Pues bien, algunos de ellos los adoptaba para esa especie de paraíso particular que me iba construyendo.
            Y mira tú que, años después,  descubrimos que "el Paraíso existe", pero no aquel que nos contaban en la escuela, ni tan siquiera el que mi imaginación, rincón a rincón, iba componiendo; tenía que ser, aquí en el sur de Aragón, en el que un río, un valle, unas aldeas nos hayan enseñado que sí, que este paraíso existe.
Este Paraíso
            Nos encontramos todavía en el sur de Aragón, disfrutando de unos días en este lugar donde el río Torrijas recibe las aguas del encantador "Río de los Paraísos". Ignoro la toponimia de este nombre edénico, que otorga su esencia a un valle de ensueño. Quizás sea por la transparencia cristalina de sus aguas, o por la inigualable belleza del valle esculpido por su curso, o por las aves que se esconden en su denso y mágico bosque, o tal vez por las dos aldeas que descansan plácidamente en sus orillas. No lo sé con certeza, pero hasta las cruces aquí parecen rendir pleitesía a este humilde río.
        Es por esto que hemos decidido, en un par de jornadas, aventurarnos a descubrir qué es eso del Paraíso. Una tarea harto complicada para nosotros, que somos más de estar con los pies en la tierra que con la cabeza en los cielos. Pero, quién sabe, tal vez logremos algo. Al fin y al cabo, siempre podemos decir que lo intentamos, aunque sea por puro entretenimiento.
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Las Cruces del Paraíso

Día 19 de junio de 2024
        Después de nuestro rutinario baño ceremonial, con el desayuno todavía revolviéndose en el estómago, nos lanzamos a caminar desde el mismísimo balneario de "El Paraíso". Enseguida cruzamos un puente que lleva a unas caballerizas que, por su aspecto, no ven un caballo desde que los "burros andan sueltos".
Caballerizas 
        Pronto nos topamos con unos hitos de piedras que, dicen, han colocado los entusiastas de la Asociación de Montañas de Manzanera. Vaya mérito, ¿verdad? 
        No tardamos en alcanzar el cruce con un sendero que viene del pueblecito de Los Cerezos, como si este rincón del mundo fuera la meca del senderismo. Avanzamos sigilosamente (por no interrumpir el canto de los pájaros) por un camino trazado sobre tierra rojiza, eso sí, ganando altura.
Rojo sobre rojo
        Pasamos junto a las ruinas de unas viejas construcciones, junto a las que crecen plantas, como la "jurinea pinnata", también conocida como "escobilla", un nombre tan exótico como su aspecto. 
Algún día fue cobijo
        No tardamos en llegar a un cruce de caminos que, por suerte, nos indica la dirección a seguir para alcanzar las famosas cruces. A la izquierda, una cabaña en buen estado parece un refugio ideal por si las nubes traicioneras, que nos acechan, deciden descargar su furia sobre nosotros. Es fácil imaginar lo dura que es, y fue, la vida de los pastores por estos lugares.
Vistas hacia el Valle del Paraíso
        Finalmente, alcanzamos la piedra sobre la que se encuentran "Las Cruces del Paraíso", un mirador de lujo sobre el valle del mismo nombre, que en un par de días recorreremos, si es que sobreviven nuestras piernas. 
        Aunque somos más de Barrabás que de otra cosa, no perdemos la oportunidad de hacernos unas fotos en lo alto del "Gólgota turolense". Porque, al fin y al cabo, un poco de drama nunca viene mal para el álbum de fotos.
En las Cruces del Paraíso
        Empieza a llover y, cómo no, nosotros, tan listos como siempre, hemos salido con unas mochilas de paseo. Ni capa, ni paraguas, ni siquiera una triste bolsa de plástico (menos mal que las enormes sabinas que crecen en estos montes, nos protegen débilmente). Pero, como la lluvia afloja un poco, decidimos desandar el camino hasta el desvío para decidir si volvemos o seguimos con la ruta circular.
Sabina
        Maite, con su eterna sabiduría, suelta: "––Si estamos todos los días metidos en remojo, ¡qué más da que nos mojemos hoy también! Pues nada, seguimos "p'alante"." Así que, obedientes y optimistas, continuamos.
        No llevamos ni 200 metros más cuando, sorpresa, no llueve, ¡graniza! Las piedras de hielo, como por arte de magia, se empiezan a derretir poco a poco y, por fortuna, desaparecen.
¡Ya escampa!
        El sendero se adentra en un bosque hermoso, con vegetación densa, pintada de verde musgo. Solo faltaría que apareciera un duende o un hada con su barita mágica para indicarnos el camino, porque el río se ve allá abajo y, claro, tenemos que descender hasta el fondo del valle.
        Llegamos al barranco de Mela, y según mis geniales indicaciones, este sería el punto para bajar. Pero como no lo tenemos claro (y cuando digo claro, me refiero a que no vemos nada claro), seguimos el sendero marcado. Más adelante, ahora sí, el camino desciende con entusiasmo hasta alcanzar la llamada "carretera" de Abejuela (lo de carretera es, por supuesto, un chiste).
Las cruces, desde el descenso
        Estamos sobre la aldea de Paraíso Bajo. Podríamos bajar hasta allí, pero como ya recorreremos el valle en un par de días, decidimos regresar al balneario por la famosa "carretera".
        Ha sido una ruta circular de lo más agradable, que sin exigirnos grandes esfuerzos, nos ha llevado por un camino lleno de sorpresas, en el que no han faltado flores, vistas, bosques, historia y, por supuesto, ¡granizo!



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Ruta fluvial del Río de los Paraísos

Día 21 de junio de 2024
        Seguimos en este edén turolense, para hoy vamos a recorrer el río que bautiza su valle, no con agua bendita, sino con rincones cargados de sosiego.
        Nada más finalizar con nuestras actividades matinales, comenzamos a caminar cruzando el mismo puente que en la salida anterior, pero pronto estamos tomando un agradable sendero, en dirección sur, que discurre por la margen derecha del "Río de los Paraísos".
Primeros pasos
        Me resulta arduo describir con precisión los incontables rincones donde las aguas del río se funden con todo lo que las rodea. Es en estos parajes donde esas aguas, como un espejo hechizado, reflejan con delicadeza los colores que, en fechas como esta, se engalanan con su mejor atuendo. Los matices del entorno se tornan vibrantes, y el paisaje entero se transforma en un lienzo vivo, donde la naturaleza despliega su grandioso espectáculo de luz y color, capturando la esencia efímera de la belleza estacional.
Río de los Paraísos
        Tras pasar bajo la carretera de Albejuela, el sendero decide juguetear entre el río y esas imponentes murallas de roca y conglomerado (el Castillo). Y justo cuando comenzamos a sentirnos como exploradores intrépidos... ¡zas!, tremendo sobresalto: una gran piedra se desploma justo en el tramo que acabamos de cruzar. ¿Milagros del Paraíso o simple capricho de la gravedad? Quién sabe, pero vaya forma de ponernos a prueba.
¡Salvados!
            ¡Ah, las pasarelas! Esas traviesas de madera que nos llevan a una u  otra margen del río, como si tuvieran el mapa exclusivo. Y ahí vamos nosotros, solitarios caminantes, cruzando de una margen a otra.
Pasarela
        En este camino, ¿qué encontramos? ¡Una vieja tumbona desvencijada!, testigo silente de tantos sueños rotos y traseros cansados. Alguna vez, quién sabe cuándo, un pastor, con sus ovejas aburridas, decidió que era buen lugar para sestear. O tal vez un solitario caminante, perdido en sus pensamientos de poeta fracasado. O, mejor aún, un monje, que probablemente se cansó de sus meditaciones y prefirió el consuelo mundano de una siesta bajo el sol. ¡Qué ironía! Todos buscando su pedacito de Paraíso, y todos cayendo en la misma vieja tumbona, igual de desgastados que ella.
Esa vieja tumbona
        A nuestra izquierda, se alzan las encantadoras casas de "Paraíso Bajo", una pintoresca pedanía de Manzanera a la que nos acercamos. 
        Nos encontramos con una de sus vecinas con la que entablamos una "charradica", tras lo que llevados por sus consejos, nos damos un garbeo por las dos calles del pueblecito.
Un rincón en Paraíso Bajo
        Hace treinta años, esta aldea quedó desierta, pero poco a poco, gracias al esfuerzo inquebrantable de un matrimonio y esta mujer, como el ave fénix, el pueblecito está renaciendo de sus cenizas. Sus calles se están transformando en un museo dedicado al sosiego, donde cada rincón invita a la tranquilidad y al disfrute de su serenidad atemporal.
Una de las dos calles
Calles o museo
        Pero, amigos, hay que seguir, porque queda más río por remontar. Así que volvemos a las orillas de esta caudalosa narración, un tramo tan encantador como el que nos trajo hasta aquí, con sus vicisitudes y encantos, su bravía y sus remansos, escondidos en esta especie de jungla.
¿Jungla?
        El sendero, poco a poco, se va elevando hacia la carretera de Abejuela. Bueno, digo carretera, pero parece más una pista de carreras del pasado, donde el asfalto se pelea con la tierra por ver quién manda en esta particular partida de parches.
        Llegamos al cruce de "Fuente Tejeda", pero lo dejamos para más adelante, porque ya divisamos las construcciones de "Paraíso Alto" y hacia allí nos dirigimos con paso firme.
        A diferencia del  "de Abajo", ese sosegado museo, "Paraíso de Arriba" desprende una aura de espiritualidad y, además, un paisaje que quita el hipo.
Paraíso Alto
        Paraíso Alto, barrio de Manzanera que en los años 60 vio a sus vecinos hacer las maletas y desaparecer, dejando atrás casas y corrales que poco a poco se desmoronaron hasta casi convertirse en ruinas. Pero hace unos diez años comenzó su resurrección, empezando por la ermita de Ntra. Sra. de los Dolores, templo al que tenemos la suerte de entrar, gracias a un albañil bondadoso que nos abre la puerta (de la ermita, no del más allá). El resto de habitantes que hemos visto han sido un gato y un perro.
Ermita
        Hasta aquí hemos llegado, entre río y bosque, entre asfalto y tierra, entre ruinas y resurrecciones, porque aquí, en estos parajes, cada piedra cuenta una historia.
        Regresamos hasta el desvío de Fuente Tejeda, tomando una pista que nos lleva a ese entorno natural, envuelto de pinares y sabinas. Deberíamos haber gozado de su manantial, de su cascada, de su arroyo, pero la ausencia del preciado líquido nos ha privado de esa imagen.
Fuente en el estío
            No obstante, aprovechamos la presencia de algunas mesas y bancos, discretamente escondidos en el bosque, para entregarnos al placentero ejercicio de aligerar el lastre gastronómico de nuestras mochilas. Sería difícil encontrar, en cualquiera de las guías hosteleras, que tan de moda están, un restaurante como este, donde el silencio es interrumpido solo por el canto de algunos pájaros, como la melodiosa curruca capirotada y algún diminuto carbonero.
            Arriba, se escucha el susurro de las copas de los árboles que nos rodean, animadas por la suave brisa que, en este día, tenemos la fortuna de disfrutar.
Paisaje desde el camino de Tejeda
        Ahora solo nos resta regresar, cosa que hacemos por la VF-TE-20, rumbo a nuestro "refugio", para, mañana, disfrutar del último día en este sorprendente y relajante rincón de Aragón. 
Regresando
        Con nostalgia nos despediremos de los primeros rayos de sol, que pintaban de blanco las hojas verdes, testigos del juego travieso de las ardillas. Nos llevamos el recuerdo de las melodías matutinas de los pájaros, que se mezclaban con el vapor de las aguas termales, creando un concierto natural que ahora quedará solo en la memoria.
Nuestra amiga la ardilla
        El murmullo de los ríos, la serenidad de los valles, y la majestuosa presencia de los cerezos, todo queda atrás. Manzanera y sus aldeas, con su encanto de antaño, se convierten en un suspiro, un eco lejano de felicidad y paz.
        Nos vamos, pero el Paraíso se queda, inmutable, esperando quizás nuestro regreso o el de otros viajeros que, como nosotros, buscarán en este rincón de Aragón un lugar para soñar. Con un adiós en los labios y el corazón lleno de gratitud, dejamos atrás este edén, llevando con nosotros su esencia.
        Hasta pronto

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jueves, 20 de junio de 2024

PICO PEÑARROYA (Circular desde Alcalá de la Selva) Y ALGO MÁS

            Me considero afortunado de pertenecer a esa generación donde los viejos llevamos en los ojos un niño travieso. Sí, ya sé que los niños de hoy nos ven como venerables ancianos. Pero me queda la esperanza de que mis nietos, cuando alcance la cima sin bajada, me recuerden como yo recuerdo a mi abuelo Vicente. Al menos esa es la idea.
        Pues mira tú por dónde, el abuelo José Luis está como las pilas Duracell, ¡nunca se agota! Para prolongar su existencia hasta el infinito y más allá, Maite y yo hacemos nuestros esfuerzos. Hacemos ejercicio (bueno, ella más que yo, que trabajar "el ganchillo" cuenta como actividad física, ¿no?), intentamos comer de manera decente (aunque eso sí, no decimos que no a una birrita de vez en cuando, que alegra el espíritu y lubrica las articulaciones). Y cada tanto, nos vamos a hacer "retiros espirituales" en algún balneario. Ahí no solo "tomamos las aguas" con toda la seriedad del mundo (como si fuéramos a sanarnos de alguna enfermedad medieval), sino que también nos dedicamos a explorar los alrededorcitos. ¡Qué más da si esos garbeos son solo una excusa para recordar que nos sigue atrayendo el movimiento de garras!
––¡Mientras el cuerpo aguante...!
        Esta vez nos hemos metido de lleno en uno de los balnearios que el Imserso nos ofrece a los mayores, en la sierra de Javalambre, al sur de Teruel: el Balneario de Manzanera “El Paraíso”, un edificio lleno de historia que todavía conserva la belleza singular de la arquitectura de antaño.
"El Paraíso"
     
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Balneario - Manzanera - Balneario
   El primer paseo lo realizamos el pasado día 15, que nos llevó, en un recorrido fluvial, por las orillas del río Torrijas (o Manzanera), entre olmos cabeceros y el canto de pájaros. A su izquierda, el pueblo de Los Cerezos se recuperaba de su noche de fiesta. El recorrido nos llevaba a Manzanera, entrando por la Puerta de Arriba hasta la plaza del Castillo, antigua fortaleza estratégica. Recorrimos la calle Mayor hacia el Portal de Abajo, símbolo del municipio.
En el Portal de Abajo
        
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Chelva en familia
        El día siguiente, el 16, nos dirigimos a Chelva, en Valencia. En solo una hora de camino, ya estábamos deleitándonos con la belleza de este encantador pueblo. Allí nos reunimos con mi hermano Carlos y su esposa Angelina, quienes habían viajado desde Paterna con el mismo propósito que nosotros: disfrutar de un día lleno de hermosos paisajes y de grata y entrañable compañía.
En familia

Caminando hacia la Ruta del Agua, las calles de Chelva delataban que allí habían convivido tres culturas diferenciadas en tres barrios:
  • "Barrio andalusí de Benacacira": La antigua medina árabe de Chelva fue construida entre los siglos XI y XII y se caracteriza por sus soportales, sus casas encaladas y sus callejones sin salida.
  • "Barrio judío de Azoque": los callejones de la judería de Chelva conservan a la perfección el aire misterios de las aljamas medievales. Pasear por ellos es un auténtico viaje al pasado de la localidad.
  • "Barrio morisco – mudéjar de Arrabal": recibe su nombre por haber sido construido en los arrabales del recinto amurallado de Chelva durante el siglo XIV. Entre sus principales monumentos destacan la Ermita de los Desamparados y la Ermita de la Santa Cruz, la antigua Mezquita de Banaeça.
  • "Barrio Cristiano de la Ollería": también datado en el siglo XIV, recibe su nombre por los muchos hornos de cerámica que había en sus calles.
Por el Barrio Árabe
        Entre callejuelas, descendimos a las orillas del Río Tuetar para recorrer la "Ruta del Agua" , aguas arriba, este hermoso tramo en el que el río se encapricha y se funde en una bella estampa, en la que nos sentimos protagonistas cuando, con el lomo agachado, salvábamos 
el túnel de Olinches, excavado en la montaña y que nos transportaba a uno de los parajes más abruptos del río Chelva.
Túnel de Olinches
Río Tuetar
        Llegamos a la Playeta, ese paraíso natural con cascadas y remansos que, por arte de magia, se transforma en una piscina de barrio de los domingos. ¡Qué escena tan idílica sería si no fuera por las omnipresentes sombrillas playeras que los turistas, con su inigualable sentido de la estética, han plantado por doquier! Porque claro, ¿quién podría prescindir de una sombrilla en un sitio donde los árboles ya hacen el trabajo de sobra? Ah, la lógica turística, siempre un paso por delante de la naturaleza.
La Playeta
        Concluimos la jornada, como se tiene que concluir: con unas birras y con una buena comida, pues la distancia geográfica entre los hermanos, es un hecho, impide un contacto más frecuente.
        Aún daremos algún que otro paseo por los alrededores del "Paraíso", pero de momento nos adentraremos en la Sierra de Gudar




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PEÑARROYA
Día 18 de junio de 2024
            Aprovechando que estamos, una vez más, en tierras turolenses, y presos de nuestra curiosidad, nos encaramamos al pico más alto de la provincia para convencernos de que sí, de que "Teruel existe". 
                        Ascenderemos entre piedras y susurros del viento, hasta que la bruma matinal se disipe y el paisaje se despliegue ante nosotros. Montañas y valles se extenderán como guardianes eternos, y en el camino, mil flores abrirán sus pétalos a nuestro paso. Desde la cima, respiraremos el aire puro y sentiremos la esencia de un lugar que muchos dudan. 
Se abren a nuestro paso (hippocrepis scorpioides o ferradurina)
            Eso será después, ahora, ¡a lo que vamos!: 
            La mañana la iniciamos como todas, con nuestro lujoso ritual diario: inhalación de aire fresco, cual aristócrata, sauna para purificar nuestras almas ya de por sí inmaculadas, piscina con burbujas que parecen susurros de sirenas y gimnasia para mantener nuestras figuras esculpidas. Luego, pulverización de extremidades inferiores con agua fría, caliente, fría, caliente... Un proceso que enloquecería a cualquier termómetro. Después, un desayuno digno de reyes y ¡hale, a enfrentar el día con la energía de un ciento de cafés!
¡A lo que vamos!
            En menos de una hora, el buga nos ha acercado hasta las afueras de Alcalá de la Selva (1400 m.), en la misma GR-8, punto en el que, tras ponernos el "calzero montañero" y extender en nuestra epidermis una buena capa de crema solar, iniciamos el camino siguiendo las marcas rojas y blancas durante unos cinco minutos, hasta abandonar dicha GR, para no verla hasta nuestro regreso.
Tras los baños, ¡a gastar energía!
        A partir de aquí, la senda se convierte en un juego de adivinanzas digno de un detective frustrado, y a veces se esfuma como un buen chisme al día siguiente. Ascendemos hacia el norte, hasta una masía en ruinas.
        Continuamos por una vieja vereda de ganado por entre muros de piedra seca, en la partida "Solanas Bajas", un nombre tan evocador que casi huele a polvo y nostalgia. Giramos al noreste y el prado se convierte en un desfile de pinos, como si estuviéramos en el pase de moda arbórea de la temporada.                     Seguimos subiendo suavemente y dejamos a nuestra izquierda, en una cota inferior, la Masía del Hontanar, una joya arquitectónica olvidada por el tiempo.
Masía del Hontanar
        Más adelante, junto a una alambrada que podría haber salido de un catálogo de seguridad de hace cincuenta años, giramos a la derecha y luego a la izquierda, como si estuviéramos en una coreografía improvisada. 
        Ahora, el sendero serpentea por una cañada abrazada por muros de piedra seca, una verdadera obra maestra que prolifera generosamente en estas tierras.
Cañada entre muros de piedra seca
        Iniciamos un tramo más empinado, decorado con majestuosos pinos dispersos, dignos de una postal navideña. Tras unos cuantos zigzags que pondrían celosa a cualquier montaña rusa, llegamos a una pequeña elevación desde donde divisamos la Masía del Corralejo, una obra maestra del abandono y la ruina.
Ganando metros
        Bajo el cobijo solar de los pinos, realizamos una breve parada para hidratarnos y meternos al cuerpo una dosis de proteínas plataneras. 
        Alcanzada la Masía del Corralejo, emprendemos una senda casi invisible que sube con suavidad por las "Solanas Altas", siguiendo las curvas de nivel y regalándonos la vista del urbanizado Valle de la Virgen de la Vega (¡una verdadera lástima!), hasta llegar a la Masía de la Solana, otra más, igualmente en ruinas.
        Desde la Masía de la Solana, el sendero avanza por una impresionante pista forestal que penetra en un exuberante bosque de pino albar (Pinus sylvestris), notable por su excelente estado de conservación y la presencia de antiguos ejemplares de considerable tamaño. Este tramo es verdaderamente impactante debido a la belleza del bosque y la serena soledad del entorno.
Pinar
        Continuamos por la pista hasta que encontramos un cortafuegos que se extiende hacia el noreste, ascendiendo hasta la base del majestuoso Pico Peñarroya. Este camino, aunque más directo, es un considerable atajo en comparación con el trazado original de la pista. 
Avanzando por el cortafuegos
        Emprendemos la subida por el cortafuegos, amplio y sin dificultades, rodeados de la vegetación característica de las praderas de montaña, para en un "empentón" alcanzar la cima del Peñarroya (2028 m.), 
máxima elevación del Maestrazgo turolense; un extenso cerro de monte pinar, con un vértice geodésico de gran altura en su extremo sur. Junto al vértice, se halla un mirador que brinda vistas espectaculares de la imponente Sierra de Gúdar.
En la cima
        Desde la cima, respiramos el aire puro y sentimos la esencia de un lugar que muchos dudan. Teruel no es solo un punto en el mapa; es un latido, un eco de historia y resistencia.
En el Peñarroya
            Además de ser la cima, este solitario paraje, provisto de mesas y bancos de piedra caliza, es sin duda el lugar ideal para hincarnos unos espléndidos bocatas de tortilla y sentirnos los reyes del mundo.
            Pero hay que descender, así que recogemos los bártulos y, ¡hale, p´abajo! En principio descendemos por la misma zona de subida, hasta alcanzar una pista que nos lleva al Collado de la Imagencruce de 3 caminos con señales indicadoras: a la izquierda la fuente de la Chaparrilla, a la derecha Gudar y por el centro Peñarroya.
Descendiendo
        Nosotros tomamos la pista que va en dirección a la fuente, camino que nos alcanza a la GR-8,  que pasa junto a la  Masía de Monegro Bajo, en el que unas vacas y un toro nos observan con extrañeza. Al llegar a la zona de Monegrillo, abandonamos la pista principal para tomar una senda a nuestra derecha. Nos reincorporamos al GR 8, y así, vamos atajando por senderos cubiertos de hierba, serpenteando entre campos y muros de piedra seca. Finalmente, enlazamos con el camino de la mañana y llegamos al final de nuestra ruta.
Este no es vaca
        Antes de regresar, nos damos un garbeo por Alcalá de la Selva.  En el entramado de sus solitarias calles, se adivina la esencia de su pasado árabe, y sobre sus casas se alza, imponente, el castillo que da nombre a la población (el nombre del castillo procede de esa etapa, ya que «al-kalaat» significa «el castillo»).
            Ahora sí, ahora regresamos a la placidez del balneario, ahora no tomaremos las aguas, tomaremos una buena dosis de serenidad y, cómo no,  un par de birras que, ¡caray!, nos las hemos ganado con creces.
Dica lugo


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domingo, 2 de junio de 2024

BARRANCOS DE PANIAGUA Y CALISTRO (III)

 Día 1 de junio de 2024
        "No hay dos sin tres" y, amigos, es que estas tierras de las Cinco Villas tiene un "no sé qué" que, de vez en cuando, dejamos que nuestras ansias nos trasladen hasta allí.
Biel
        Los mismos barrancos, la misma villa (Biel), la misma estación (primavera), incluso el mismo, o parecido, cielo. Pero los compañeros de ruta, en cada una de las ocasiones que hemos realizado esta ruta, han sido otros. La primera vez, allá en el 2019, íbamos en compañía de una veintena de amigos de Esbarre, grupo al que tras de 20 años, tanto Maite como yo, tenemos el orgullo de seguir compartiendo salidas por la geografía de nuestras tierras.
2019
        Un año más tarde, realizamos la misma ruta con Alfredo y Mª Ángeles, amigos de esos que cuando miras al pasado, muy atrás, no encuentras el momento en el que nació esa amistad que aún perdura.
2020
        Hay otro tipo de amistad, la que se engendra tras muchos años de complicidad en el mundo del trabajo, en compartir, jornada tras jornada, los buenos, los regulares y los otros momentos, en nuestro camino por la senda de la labor.
        En esta ocasión, han sido estos últimos amigos y amigas (algunos con sus respectivos) quienes hemos tenido la suerte de disfrutar de una hermosa mañana. ¿Por qué repetir este camino?: Había que sorprender a estas gentes recorriendo unos senderos a los que, vayas con quien vayas, no defraudan: son un seguro.
Hoy
        Así que ¡vamos al lío!
        Señalamos como punto de encuentro, un popular establecimiento de Erla: Mientras los unos y las otras van llegando, tomamos unos cafés (alguien "algo más") y, ¡hale!, a agitar la ingestión en la sinuosa carretera que, curva tras curva, bache tras bache, nos acerca hasta el aparcamiento del corral de Marinero (Biel lo dejamos para la vuelta).
        Antes de comenzar, nos aplicamos una buena capa de "ungüento" antisolar, pues el día promete ser soleado.
        Comenzamos el camino hasta cruzar una pasarela de madera y, aquí, tomar el sendero que indica hacia el Barranco de Paniagua.
Primeros pasos
        Las aguas, bajan limpias y tranquilas; eso sí, con un caudal generoso que nos ofrece innumerables vadeos. Nos encontramos ante el desafío doble de probar la impermeabilidad de nuestras botas y la destreza de cada uno al cruzar de una orilla a otra. Ambas pruebas se superan con honores. ¿Cuántas veces cruzamos? ¡Uf, incontables! Los saltos, pozas, rápidos, remansos y los reflejos del agua nos transportan a un paraíso lejano, un edén alejado del frío rigor de las matemáticas.
Vadeando
        El barranco no solo nos obsequia con el armonioso fluir de sus aguas y el reto desafiante de su sinuoso trayecto, sino que también nos deleita con la exuberante vegetación de un bosque de pinos repoblados en el siglo pasado. Estos pinos, poco a poco, ceden su espacio a una densa y vibrante masa forestal autóctona, formada por quejigos, carrascas robustas, boj perenne, y la presencia ocasional de acebos. Entre sus claroscuros, se erigen nogales imponentes, abedules gráciles, y no faltan las zarzas y aliagas, jaras, orquídeas, así como otras flores como el thalictrum tuberosum (desconozco el nombre común), añadiendo un toque de color y encanto al paisaje. ¡Un verdadero espectáculo para los sentidos!
Un remanso del Paniagua
Thalictrum tuberosum
        Los pájaros, nos brindan sus conciertos primaverales; son dueños de su vida, son libres. Me retraso en silencio, el "murmullo humano se aleja", escucho sus alegres trinos que parecen flautas dulces... —lo siento, es mi imaginación—
        Poco a poco vamos ganando altura, el barranco Paniagua se aleja a la izquierda, nosotros seguimos por el bosque de pinos hasta alcanzar el Corral de Melchor. A sus 1080 metros, nos marca la cota más alta de la jornada. Un buen lugar para descansar y echar algo al cuerpo. Ahora sí, ahora nos lo hemos ganado.
Corral de Melchor
        También somos premiados con las vistas que el sitio nos ofrece, vistas que se pierden entre los paredones de caliza de las Peñas de Santo Domingo. Más a la izquierda, al oeste, siguiendo la línea de Malpaso, asoma la cima de Puy Moné y, a su lado, un poco más alta, la de Puy Fonguera. Se aprecian también, las Ripas Altas esa obra maestra que la erosión ha esculpido en este frágil terreno.
Pico y Peñas de Santo Domingo
        Además de paisaje, este corral ofrece confort para el descanso, pero tenemos hora de "banquete" concertada, así que recogemos las mochilas y descendemos hasta la Collada de Fayanás, auténtico cruce de los caminos que vienen de Longas, Fuencalderas, Luesia y Biel.
        Continuamos bajando por un sendero tan sencillo que hasta da para chismorrear de todo un poco, hasta que... ¡Una manada de burros y algún caballo se nos cruza en el camino! Estos bichos, que no tienen un pelo de tontos, vienen a ver si les cae algo de comer. Pero, después de la paradita reciente, solo nos quedan migajas, y ellos tampoco le hacen ascos. Un encuentro de lo más pintoresco. La presencia de estos "burricos" (con el debido respeto a estos dignos animales) me recuerda que en unos días tenemos elecciones europeas.
¡Vota...!
        Nos despedimos de los équidos, pues hay que seguir la ruta, siguiendo la pista que, tras algo más de un kilómetro, dejamos para tomar una senda hacia la balsa de Narciso, que nos introduce en el Barranco de Calistro.
Balsa de Narciso
        Si el de Paniagua era espectacular, este de Calistro no se queda atrás, aunque tiene un aire más salvaje, probablemente porque por aquí pasa poco personal. Ni un alma hemos visto, ni un alma.
Fuertes mozas
        De nuevo, nos toca jugar al juego de "evita mojarte los pies" cruzando el agua "montón de veces", por sitios insospechados, además, buscando cuál piedra pisar sin acabar dando un chapuzón no planeado. Algunos de estos pasos están sobre piedras que se resisten a ser tragadas por la erosión de un arroyo que, cuál turista desorientado, deambula entre prados y juncos, buscando el Arba de Biel como si fuera la última coca-cola del desierto. Sus aguas bajan a veces furiosas, otras, tiernas y bondadosas.
Jugando a  "no mojarse los pies"
        El arroyo, que antes era una culebra astuta, ahora se desliza por una roca tan pulida que parece un tobogán, conocido entre los aragoneses como "esbarizaculos". Este resbaladero natural nos lleva a un rincón encantador: "la Poza de Calistro". Ah, Calistro, con tus encantos y tus bromas acuáticas.
        En este remanso, el agua refleja todo lo que la rodea, incluso los pensamientos de quienes intentamos mirar más allá del fondo, tal vez con la esperanza de encontrar la cordura que algunos han perdido. Inmortalizamos el momento con algunas fotos de los aquí presentes
En la poza de Calistro
        Abandonamos este soplo de frescor y seguimos la senda que desemboca en la pista, camino de Biel. Aquí, el arroyo de Calistro se une al Arba en sus primeros momentos de vida, guiándonos en lo que queda del camino.
        La exuberante vegetación cubre la fuente de Pompillo, que pasamos sin detenernos. Tampoco nos paramos en el refugio de los Estrechos (o de Palero). Más adelante echamos un vistazo a una construcción que asoma entre el bosque; se trata de un antiguo abejar de arnales (colmenas) construidas tradicionalmente de mimbre.
Refugio de Palero
Abejar de arnales
        En lo que queda de ruta, aceleramos el paso porque, como decía arriba, "vamos con hora". Así que pronto estamos cerrando el círculo de una ruta que parece que a mis viejos y viejas compis les ha encantado.
        Tan solo nos queda, coger los bugas y trasladarnos a la villa medieval de Biel, para adentrarnos en el mundo de la gastronomía popular y dar buena cuenta de los más variados platos que cubren la mesa del popular "Bar El Caserío".
Portal en Biel
            Con los deberes cumplidos, antes de meternos en carretera, damos un garbeo por las estrechas calles de Biel y sumergirnos en su historia, materializada en el castillo que fuera construido por el rey Sancho Ramírez. Su torre, perfectamente rehabilitada, parece que fue levantada en el siglo XI, en tiempos de Sancho el Mayor y Ramiro I. Por ser un importante enclave fronterizo, fue de posesión real e incluso está documentada la estancia de Ramiro II en ella, durante la tenencia de Castán de Biel, en el siglo XII. Esta situación continuó hasta el siglo XV, en el que Martín I la cedió a Ramón de Mur.                     
Iglesia y Castillo
        Junto al castillo se encuentra la iglesia de San Martín, gótico- renacentista del XVI, aunque hay documentos que hablan de su existencia allá por el año 1068. Es de origen románico y al estar anexa al castillo la hace humildemente espectacular.
        Alrededor de castillo e iglesia, el casco urbano de Biel despliega un atractivo conjunto de casas populares y nobiliarias, junto a la judería.
Casa Manolete
Por la calle Mayor
        Pero, amigos míos, esta historia encuentra su desenlace aquí. Una vez más, las aguas de Calistro y Paniagua, como si fueran personajes salidos de una epopeya similar a la de La Celestina, se han entrelazado en un viaje de amor, emprendiendo el rumbo hacia otros ríos que las conduzcan a una vida eterna. Un viaje sublime, tan hermoso como la travesía que, una vez más, hemos tenido el privilegio de compartir con estas personas que, de compañeros, han pasado a ser amigos y amigas entrañables.
        Hasta otra


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Datos técnicos 
(El track, en el enlace de la entrada (II) que dejo abajo)
Recorrido
Perfil
Distancia, 11,8 km.
Desnivel + 353 m.
Desnivel – 353 m.

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